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Capítulo 25: El Destino del Portador


La luz tenue del amanecer apenas se filtraba entre las ventanas de la finca de Obanai. La mañana había sido más silenciosa que de costumbre, el aire cargado de una tensión que parecía presagiar algo inminente. Sanemi no estaba allí. Desde que lo enviaron a esa misión con los demás pilares, Obanai sentía el peso de la distancia no solo en su relación, sino en su propia alma.

La última conversación entre ellos había sido difícil. Discutieron sobre qué hacer con la información que ahora cargaba sobre sus hombros, esa verdad perturbadora que lo colocaba en el centro de los planes de Muzan.

Sanemi había propuesto confrontar a Kagaya y al resto de los pilares, llevar la verdad a la superficie y enfrentarse al futuro sin importar lo que sucediera. Obanai, sin embargo, no podía arriesgarse a exponer esa oscura realidad que lo vinculaba directamente con Muzan. ¿Qué pensarían sus compañeros si supieran que estaba destinado a ser el portador del linaje híbrido que acabaría con la humanidad?

—No podemos dejar que esto continúe, Iguro. No puedes seguir cargando con esto solo —había dicho Sanemi antes de marcharse. Sus palabras estaban llenas de preocupación, pero también de frustración.

Obanai había permanecido en silencio, incapaz de responder con certeza. La verdad era que no sabía qué hacer. No podía traicionar a sus compañeros, pero tampoco podía exponer al mundo lo que estaba ocurriendo dentro de él.

Esa vida que crecía en su interior, fruto de su amor por Sanemi, también era una amenaza para todo lo que había jurado proteger.

Días después de la partida de Sanemi, mientras Obanai entrenaba a un grupo de nuevos cazadores en el bosque, sintió una presencia inquietante. Sus sentidos se agudizaron, y el aire pareció volverse más denso, cargado de una energía oscura. Se detuvo y miró alrededor, pero no vio nada a simple vista. Sin embargo, sabía que algo estaba allí, algo o alguien.

—Váyanse todos —ordenó a los jóvenes cazadores, que no tardaron en abandonar el lugar, percibiendo la gravedad en su tono.

Esa noche, mientras el cielo empezaba a teñirse de oscuridad, algo cambió. Obanai lo sintió antes de verlo. Una presencia poderosa y fría se acercaba. Detuvo sus ejercicios de espada y giró la cabeza, agudizando sus sentidos. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, un mal presentimiento se instaló en su pecho.

Y entonces, lo vio.

De las sombras emergió una figura conocida, un demonio que Obanai había enfrentado antes: Akaza, uno de los Doce Kizuki, el Tercero. Pero no llegó con intenciones de batalla. No había sed de sangre en su mirada, ni en su postura de lucha. Se movía con la confianza y tranquilidad de alguien que no temía ser atacado.

—Obanai Iguro... —La voz de Akaza resonó en el aire, baja pero cargada de una autoridad incuestionable—. No vengo como enemigo hoy.

Obanai no bajó su guardia, pero tampoco se lanzó al ataque. Algo en la forma de presentarse de Akaza lo detuvo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Obanai, con la mano en la empuñadura de su espada—. ¿Vienes a terminar lo que comenzamos la última vez?

Akaza negó con la cabeza, acercándose un poco más, lo suficiente para que Obanai pudiera ver los complejos patrones en su piel. Los ojos del demonio brillaban con una extraña serenidad, algo inusual en un demonio de su nivel.

—No. Esta vez no vengo a luchar. —Akaza se detuvo a unos pasos de distancia, su mirada fija en Obanai—. He venido con un mensaje. Un mensaje de Muzan-sama.

El corazón de Obanai se aceleró. No podía ser nada bueno.

—¿Qué quiere ahora? —escupió Obanai, su odio hacia el Rey Demonio era evidente en cada palabra—. Ya me ha hecho suficiente daño.

Akaza lo observó en silencio por un momento, como si estuviera sopesando sus palabras cuidadosamente antes de hablar.

—Eres especial, Obanai. Eres el portador del núcleo demoníaco, el elegido por Muzan-sama para un propósito mayor. —Los ojos de Akaza destellaron—. Dentro de ti crece algo que cambiará el destino de este mundo. Muzan-sama te ha otorgado el privilegio de ser el enlace entre los demonios y los humanos. La nueva raza que nacerá de ti será invencible, combinará la fuerza de los demonios y la inteligencia humana.

Obanai sintió un nudo en su estómago. La frialdad en las palabras de Akaza era aterradora. Sabía que llevaba algo dentro de él, algo que estaba creciendo, pero no había querido aceptar lo que realmente significaba. Ahora, escuchar a Akaza poner en palabras lo que tanto temía solo lo llenaba de desesperación.

—No quiero ser parte de los planes de Muzan. —La voz de Obanai temblaba ligeramente—. Yo... soy un cazador de demonios. No una herramienta para tus malditos planes.

Akaza esbozó una leve sonrisa, como si hubiera esperado esa respuesta.

—No tienes elección, Obanai. —La voz del demonio era firme—. El núcleo demoníaco en tu interior ya está despertando. Cada día que pasa, el poder de Muzan en ti crece. Y si decides oponerte a tu destino, Muzan-sama activará ese núcleo. No quedará nada de tu humanidad. Te convertirás en una bestia sin control, una máquina de destrucción, incapaz de diferenciar entre amigo o enemigo.

Obanai retrocedió un paso, su corazón latiendo con fuerza. La idea de perder el control, de convertirse en un monstruo, era su peor pesadilla.

—¡No me convertiré en eso! —gritó, la desesperación empezando a apoderarse de él—. Yo... lucharé hasta el final si es necesario. No soy como ustedes.

Akaza lo observó con una mezcla de lástima y frialdad.

—Muzan-sama ya ha visto tu futuro, Obanai. No hay escapatoria. Puedes intentar luchar contra tu destino, pero al final, el núcleo se apoderará de ti. Y entonces, todos los que intentas proteger... —Akaza hizo una pausa, permitiendo que las palabras se hundieran profundamente en la mente de Obanai—. Morirán por tu mano.

La amenaza colgaba en el aire, pesada como una losa de piedra. Obanai sintió que el mundo se cerraba a su alrededor. Podía ver las imágenes en su mente: Sanemi, Kagaya, los demás cazadores... todos muriendo a causa de él, convertido en un monstruo incontrolable.

—¿Qué... qué quiere Muzan de mí? —preguntó Obanai, su voz rota, casi un susurro.

Akaza lo miró con intensidad.

—Muzan-sama quiere que aceptes tu destino, que abraces tu papel en la creación del nuevo linaje. Deja que ese ser en tu interior crezca, deja que cumpla su propósito. Y a cambio, Muzan-sama no solo te permitirá mantener tu humanidad... sino que también protegerá a los que amas. —Los ojos de Akaza brillaron—. Todo lo que debes hacer es aceptar.

Obanai sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Era un trato con el diablo, una trampa a la que no podía escapar. Si rechazaba, perdería todo lo que amaba, pero si aceptaba, ¿en qué se convertiría? ¿Podría seguir llamándose humano?

El silencio entre ambos era abrumador. Akaza no presionó más, solo dejó que las palabras flotaran en el aire, como una serpiente enroscándose alrededor de su presa.

—Tienes tiempo para decidir, Obanai. Pero no mucho. —Akaza dio un paso atrás, sus ojos fijos en los de Obanai—. Cuando estés listo, Muzan-sama estará esperando.

Y con eso, Akaza se desvaneció en la oscuridad, dejándolo solo con sus pensamientos, sus miedos y su conflicto interno. La sombra de su destino se cernía sobre él, y Obanai sabía que el tiempo se estaba acabando.

Continuara...

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