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Capítulo 24: El Elegido

La luna iluminaba el campo de batalla, donde Obanai y Sanemi se encontraban enfrentando a un grupo de demonios menores que habían estado aterrorizando una aldea al sur de las montañas. Todo parecía una misión como cualquier otra, la familiaridad de las peleas, el destello de sus espadas, el olor a sangre en el aire, pero esa noche, algo estaba a punto de cambiar.

Los demonios, en lugar de atacar con la ferocidad habitual, comenzaron a retroceder cuando Obanai se acercó. Primero fue uno de ellos, un demonio de aspecto encorvado y piel grisácea, quien detuvo su avance y, con un temblor en su cuerpo, se arrodilló en el suelo, inclinando la cabeza ante él.

—¿Qué estás haciendo? —gruñó Sanemi, con su katana en alto, listo para cortar al demonio en cualquier momento.

Pero el demonio no respondió, solo continuó en esa postura de reverencia. Los otros, que inicialmente se habían lanzado sobre ellos, hicieron lo mismo. Uno a uno, los demonios se postraron ante Obanai, como si estuvieran frente a su rey.

Obanai, con la respiración entrecortada y su espada aún en mano, observó la escena con incredulidad. Su corazón latía rápidamente, pero no era el miedo lo que lo embargaba, sino algo mucho peor: una profunda sensación de horror.

—¿Qué demonios está pasando? —murmuró Sanemi, bajando la guardia ligeramente, aunque mantenía la mirada alerta sobre los demonios—. Esto no es normal.

Obanai dio un paso hacia uno de los demonios que, postrado, murmuraba en voz baja, apenas audible. Se inclinó para escuchar.

—Maestro... salvador... el elegido de Muzan-sama... —balbuceaba el demonio, como si cada palabra fuera un acto de adoración.

La sangre de Obanai se congeló. Retrocedió rápidamente, sin saber cómo procesar lo que acababa de escuchar. Su mente se llenó de caos. Él, un cazador de demonios, uno que había dedicado su vida a exterminar a estas criaturas, ahora era venerado por ellos. La ironía cruel de la situación lo dejó sin palabras.

—¡No me llames eso! —gritó, sintiendo una mezcla de repulsión y angustia.

Sanemi, al verlo tan perturbado, intentó acercarse, pero los demonios no se movían. Seguían ahí, arrodillados, con los ojos bajos, como si temieran a Obanai más que a cualquier cazador. Sanemi frunció el ceño, tratando de entender la gravedad de la situación. Él no había escuchado las palabras del demonio, pero veía el pánico en los ojos de Obanai, algo muy raro en él.

—Iguro, ¿qué está pasando? —preguntó Sanemi, su voz urgente pero suave.

Obanai se quedó en silencio, su mente llena de dudas y temores. Las palabras del demonio resonaban en su cabeza: el elegido de Muzan. ¿Esto era lo que significaba llevar el núcleo demoníaco dentro de él? ¿Era este el verdadero alcance de los planes de Muzan? ¿Lo estaban viendo como un salvador para ellos, una herramienta para crear una nueva raza híbrida entre demonios y humanos?

—No lo sé... —dijo finalmente Obanai, su voz rota—. Pero lo que sea que está pasando, no es bueno.

Sanemi observó a los demonios, su desdén por esas criaturas era palpable. Pero había algo en la forma en que lo miraban, o más bien, la forma en que no lo miraban, lo que lo inquietaba profundamente. Estos demonios, que antes se lanzaban a matar sin pensarlo, ahora se sometían a Obanai. Eso no era normal. Algo más oscuro estaba ocurriendo.

—¿Acaso... están bajo su control? —Sanemi lo dijo en voz alta, casi como una pregunta retórica.

Obanai negó rápidamente, con una mirada de pánico.

—No. No estoy controlando a nadie, Sanemi. Te lo juro.

Sanemi le creía, pero eso no hacía la situación menos alarmante. No obstante, no era el tipo de hombre que se dejaba llevar por el miedo a lo desconocido. Si había algo que debían hacer, sería enfrentarlo juntos.

—Nos deshacemos de ellos de todas formas. —Sanemi alzó su katana, preparado para eliminarlos, pero antes de que pudiera dar un paso, Obanai lo detuvo.

—Espera... —murmuró Obanai, sin apartar la vista de los demonios—. Quiero entender qué significa esto.

Sanemi lo miró, incrédulo.

—¿Qué? ¿Estás diciendo que los dejes vivir?

Obanai no respondió de inmediato, sino que dio un paso hacia el demonio que había hablado. Su corazón latía con fuerza, mientras sentía que algo lo atraía hacia la verdad de su existencia, algo que no quería aceptar. Pero tenía que saberlo. Tenía que enfrentarlo.

—¿Por qué me llamas el elegido de Muzan? —preguntó con voz firme.

El demonio levantó la cabeza lentamente, con reverencia y miedo.

—Muzan-sama nos habló de ti, el portador del núcleo, el que traerá una nueva era para los demonios. —Los ojos del demonio brillaban con una devoción enfermiza—. Eres el vínculo entre los humanos y los demonios, nuestro salvador.

Obanai sintió náuseas. Las palabras del demonio lo golpearon con una intensidad que no había anticipado. Esto no era lo que él quería ser. No era un salvador para los demonios. Nunca lo sería. Pero el núcleo dentro de él, esa maldita cosa que había tomado posesión de su cuerpo, era la clave para los planes de Muzan.

—No soy tu salvador. —La voz de Obanai era baja, pero cargada de odio—. Nunca lo seré.

El demonio lo miró con una mezcla de confusión y devoción. Pero Obanai ya no podía seguir escuchando. De un solo movimiento, levantó su katana y, con un solo golpe, terminó con la vida del demonio.

Los demás demonios no se movieron ni lucharon. No lo atacaron, no intentaron defenderse. Simplemente aceptaron su destino en silencio, como si supieran que su verdadero maestro ya había tomado una decisión.

Sanemi observó en silencio, su katana aún lista, pero no intervino. Sabía que este era un conflicto que Obanai tendría que resolver por sí mismo.

Cuando la última cabeza de demonio rodó por el suelo, Obanai se quedó de pie, con su espada en la mano, su respiración agitada y su mente en un torbellino. Se sentía manchado, sucio, como si algo dentro de él lo estuviera consumiendo lentamente. Pero, por encima de todo, sentía una soledad profunda.

—Esto... —dijo con voz apenas audible—. Esto es solo el principio, ¿verdad?

Sanemi lo miró en silencio, su preocupación visible en sus ojos, pero sabía que no había una respuesta fácil. Ambos estaban atrapados en un juego mortal, donde Obanai era la pieza clave. Y aunque no podían prever el futuro, sabían que no sería un camino sencillo.

Continuara...

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