Capítulo 23: Los Primeros Cambios
El tiempo transcurría con la misma intensidad que las batallas a las que Obanai y Sanemi se enfrentaban a diario. Pero, aunque la vida de los cazadores seguía adelante, algo dentro de Obanai comenzaba a cambiar de manera alarmante. No se trataba solo del crecimiento en su vientre, sino de algo más profundo, algo que afectaba su ser de formas que apenas empezaba a comprender.
Una mañana, mientras entrenaba solo en el patio de su finca, Obanai notó que sus movimientos eran más rápidos y fluidos de lo habitual. Cada golpe de su espada parecía más certero, más potente, como si su cuerpo se hubiera ajustado para hacerle más eficiente en el combate. Sus respiraciones eran controladas, como si el aire entrara y saliera de sus pulmones con una precisión inhumana.
Al principio, pensó que todo era producto de su constante entrenamiento y la concentración que siempre había mantenido. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que había algo más. Su resistencia, sus reflejos y la forma en que su cuerpo sanaba de pequeñas heridas o cortes menores era simplemente demasiado rápida para ser normal.
Una tarde, después de un entrenamiento agotador, Obanai notó que una herida en su mano que se había hecho al chocar contra una roca, ya no estaba. Parpadeó, confundido, al ver que el corte apenas había tardado unos minutos en cicatrizar por completo. Se llevó la mano a los labios, pensando que su mente le jugaba una mala pasada, pero no había duda: estaba curado.
Sentado en el patio, con la luz del atardecer cayendo sobre él, Obanai observó sus manos con preocupación. Algo dentro de él se estaba transformando, haciéndolo más fuerte, más resistente. Era casi como si su cuerpo se estuviera adaptando para soportar la carga de la vida que crecía en su interior.
Esa noche, Sanemi llegó a la finca, como solía hacer después de un largo día de misiones y patrullas. Desde su llegada, la cercanía entre ellos había aumentado, al punto que Sanemi dormía casi todas las noches junto a Obanai. Pero cuando entró a la casa y vio a Obanai sentado en silencio, con una mirada ausente, supo que algo no estaba bien.
—¿Estás bien? —preguntó Sanemi, sentándose frente a él, mirándolo con el ceño fruncido.
Obanai asintió, aunque no podía ocultar la tensión en sus ojos.
—He notado algo... extraño —comenzó a decir, sin saber muy bien cómo expresar lo que estaba ocurriendo—. Mi cuerpo está... cambiando. Soy más fuerte, más rápido. Mis heridas sanan casi de inmediato.
Sanemi lo miró con una mezcla de sorpresa y preocupación. Era consciente de que algo estaba sucediendo, pero hasta ahora había intentado no profundizar en ello, pensando que tal vez era parte del proceso natural de lo que Obanai llevaba dentro. Sin embargo, escuchar esas palabras de su propia boca solo confirmaba sus peores temores.
—¿Crees que es por... lo que está creciendo en ti? —preguntó Sanemi, su voz más baja de lo habitual.
Obanai asintió lentamente.
—No sé cómo explicarlo. Es como si mi cuerpo se estuviera preparando para algo... algo más grande de lo que puedo controlar. —Se detuvo, llevando una mano a su abdomen, sintiendo el latido inconfundible de la vida dentro de él—. Y cada día, ese latido es más fuerte.
Sanemi no sabía qué decir. Desde que todo esto había comenzado, se había preparado mentalmente para cualquier eventualidad. Sabía que Muzan estaba detrás de todo, que aquel núcleo demoníaco era parte de los planes del Rey de los Demonios. Pero lo que no había considerado era cómo esto afectaría a Obanai de una manera tan profunda, transformándolo física y emocionalmente.
—Tenemos que hablar con Kagaya —dijo Sanemi, rompiendo el silencio, su voz firme—. Si tu cuerpo está cambiando, puede ser más peligroso de lo que pensábamos.
Obanai negó con la cabeza, sus ojos fijos en los de Sanemi.
—No podemos hacer eso. Si Kagaya lo sabe, podrían tomar decisiones que nosotros no queremos. No quiero que me traten como una amenaza. No puedo ser un peligro para los demás. —Sus palabras eran firmes, pero cargadas de un temor latente.
Sanemi se quedó callado por un momento, viendo la intensidad en los ojos de Obanai. Aunque entendía su miedo, también sabía que no podían ignorar lo que estaba sucediendo.
—Lo que sea que esté pasando, lo enfrentaremos juntos —dijo finalmente Sanemi, colocando una mano sobre la de Obanai—. Pero no voy a dejar que te consuma sin que hagamos algo al respecto. Si esto es parte del plan de Muzan, encontraremos la manera de detenerlo, como siempre lo hemos hecho.
Obanai miró a Sanemi, agradecido por su presencia, pero sabiendo en el fondo que la batalla que se avecinaba no solo sería externa. La lucha más grande sería la que tendría que librar dentro de sí mismo, contra los cambios que ya no podía ignorar, y contra la creciente sombra del destino que Muzan había trazado para él.
Los días siguientes, mientras seguían su rutina de cazadores, los cambios en Obanai se hicieron más evidentes. Su cuerpo estaba evolucionando, su fuerza aumentaba y su capacidad para soportar el dolor era casi sobrehumana. Pero junto con esa fortaleza, también crecía la duda. ¿Hasta qué punto podía mantener el control? ¿Cuánto más tardaría en perderse en ese poder que no había pedido?
El destino de todos dependía de su capacidad para resistir la tentación del poder demoníaco que latía en su interior, y en sus manos, tenía el futuro de una nueva vida, que podría ser la salvación o la condenación del mundo.
Continuará...
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