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Capítulo 22: El Conflicto del Corazón


La noticia de que Obanai llevaba una vida dentro de él se esparció rápidamente entre los Pilares y los cazadores de demonios. Pero, lejos de recibir felicitaciones o palabras de apoyo, el ambiente se tornó denso, cargado de incertidumbre y temor.

Lo que debió haber sido una señal de amor y esperanza entre Obanai y Sanemi, ahora era visto como un presagio oscuro. Aquel ser que crecía en su interior no era simplemente un hijo fruto de su relación, sino una amenaza, una pieza en el siniestro plan de Muzan para destruir el mundo.

Obanai sentía el peso de las miradas sobre él a cada paso que daba. Los cazadores, sus propios compañeros, lo observaban con una mezcla de temor y desconfianza. Los rumores sobre la profecía y el núcleo demoníaco lo habían convertido en algo más que un Pilar; ahora era visto como el eslabón que conectaba a los cazadores con la ruina de la humanidad.

Sentado en el borde de la cama de su finca, Obanai pasó una mano sobre su abdomen, donde, día a día, sentía cómo esa vida latía con más fuerza dentro de él. Los síntomas que al principio le parecían señales del núcleo demoníaco, pronto se convirtieron en señales claras de lo que estaba ocurriendo: su cuerpo, de alguna manera, había concebido una vida, una vida que no debería existir.

—¿Qué se supone que debo hacer? —murmuró para sí mismo, aunque la habitación estaba vacía. Pero no estaba buscando una respuesta. El dilema que lo consumía no tenía una respuesta fácil.

Afuera, la tarde empezaba a caer, tiñendo el cielo de un suave tono anaranjado. Sanemi se encontraba entrenando, como solía hacerlo cada vez que la tensión lo superaba. Aunque intentaba mantener la calma y el apoyo incondicional, Obanai sabía que Sanemi también luchaba con sus propios miedos. Y eso solo hacía que su propia incertidumbre creciera más.

El eco de sus pasos fue lo primero que escuchó cuando Sanemi finalmente regresó. La puerta se abrió y Sanemi, con el rostro ligeramente cubierto de sudor, entró en la habitación. Aunque no dijo nada de inmediato, sus ojos, llenos de preocupación, se dirigieron directamente al abdomen de Obanai.

—Shinobu me dijo que todo está bien, por ahora —dijo Sanemi, sentándose junto a Obanai en la cama, aunque su expresión no reflejaba alivio alguno—. Pero eso no cambia nada, ¿verdad?

Obanai no respondió al principio. En cambio, cerró los ojos y dejó escapar un suspiro largo y pesado. ¿Qué podía decir? Sabía que lo que llevaban sobre sus hombros era mucho más que una decisión personal. Ese ser, su hijo, era parte de él y de Sanemi, una vida que jamás había pensado posible. Pero también era, innegablemente, parte del plan de Muzan. Ese hecho lo corroía por dentro.

—He pensado en lo que debemos hacer —dijo Obanai finalmente, con la voz baja y apagada—. Cada día siento cómo crece. Pero no sé si debería... destruirlo.

Sanemi frunció el ceño, claramente incómodo con la conversación, pero sabía que era una que tenían que tener.

—¿Y qué crees que es lo correcto? —preguntó Sanemi, su tono suave, pero firme.

Obanai no respondió inmediatamente. ¿Qué era lo correcto? Si destruyera a esa criatura antes de que naciera, podría salvar al mundo de la amenaza que representaba. Pero al mismo tiempo, estaba destruyendo la única parte de él y Sanemi que podía dejar una huella en este mundo.

Esa criatura no tenía la culpa de haber sido creada como un instrumento del mal. ¿Y si, en lugar de ser una herramienta para Muzan, era posible criarla y protegerla, darle una oportunidad de ser algo más?

—No lo sé —respondió finalmente Obanai, su voz quebrándose por la presión de la decisión—. Es nuestro hijo... pero también es parte del plan de Muzan. ¿Qué pasa si al protegerlo, termino condenando a todos?

Sanemi guardó silencio por un momento. Podía ver la lucha interna de Obanai, el dolor en sus ojos. Era un conflicto que también lo estaba devorando por dentro. Pero, a diferencia de Obanai, Sanemi tenía una manera más directa de enfrentar las cosas: luchar.

—Escucha —dijo finalmente, tomando las manos de Obanai entre las suyas—. No sé lo que va a pasar, no podemos saberlo. Pero lo que sí sé es que esta criatura es parte de ti, de nosotros. Y si es así, entonces pelearemos por ello. Pelearemos para que no se convierta en lo que Muzan quiere.

Obanai lo miró a los ojos, buscando algún rastro de duda en Sanemi, pero no lo encontró. Esa misma terquedad que lo hacía tan insoportable a veces, también le daba la fuerza para seguir adelante incluso cuando todo parecía perdido.

—¿Y si no podemos? —susurró Obanai, con un tono quebrado, el miedo pesando en su voz.

—Entonces lo detendremos cuando llegue el momento —dijo Sanemi con firmeza—. Pero no antes. No vamos a tomar una decisión por miedo. Pelearemos. Eso es lo que siempre hemos hecho.

Obanai dejó que esas palabras se hundieran en su mente. Pelear. Siempre habían peleado, cada uno con sus propias cargas, con los fantasmas de su pasado. ¿Podrían ahora pelear por esta nueva vida que crecía dentro de él? Quería creer que sí. Necesitaba creerlo.

El silencio entre ellos se sintió más pesado que nunca. Obanai recostó su cabeza en el hombro de Sanemi, buscando consuelo en su cercanía, en su calor. Pero, aunque su corazón se sentía reconfortado por la presencia de Sanemi, su mente seguía siendo un torbellino de preguntas sin respuesta.

La incertidumbre los envolvía. Los días por venir serían los más difíciles que jamás hubieran enfrentado. Y mientras el futuro seguía siendo una sombra oscura, ambos sabían que no tendrían más opción que luchar, juntos, por lo que fuera que viniera.

Continuara...

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