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Capítulo 18: Una Noche de Verano.


El calor del verano impregnaba el aire con una pesada calma, una tregua temporal en medio de las agitadas vidas de los cazadores de demonios. 

En la finca de Obanai, el sol se había ocultado hace unas horas, dejando paso a una suave brisa que acariciaba las hojas de los árboles y hacía bailar las cortinas de la casa. 

La noche era tranquila, un contraste bienvenido en comparación con las constantes batallas que enfrentaban.

Sanemi y Obanai, sentados en la terraza, disfrutaban de una cena sencilla pero refrescante, un alivio ante las altas temperaturas del día. La conversación había comenzado ligera, llena de trivialidades cotidianas que, por un momento, les permitía sentirse como cualquier otra persona, alejados de la oscuridad que los rodeaba.

"Es curioso cómo después de todo lo que hemos vivido, aún podemos hablar de cosas tan simples como el clima" comentó Sanemi, con una pequeña sonrisa en el rostro, algo raro en él, pero que cada vez era más frecuente cuando estaba con Obanai.

Obanai, sentado frente a él, le devolvió la sonrisa, más sutil pero igual de sincera.

"Supongo que incluso nosotros necesitamos una pausa de vez en cuando" respondió, tomando un sorbo de té frío. "Aunque sea para recordar que hay algo más allá de las misiones y las peleas."

La conversación siguió su curso, tocando temas que iban desde los entrenamientos de los más jóvenes hasta los recuerdos de sus primeros años como cazadores. 

Sanemi, con su carácter siempre directo, se permitía algunos momentos de reflexión, mientras que Obanai lo escuchaba con una calma que equilibraba la intensidad de su compañero.

Sin embargo, a medida que la noche avanzaba, algo en el ambiente comenzó a cambiar. La proximidad entre ellos, que había crecido de manera natural a lo largo de los últimos meses, se volvió más palpable. 

Las palabras se hicieron más pausadas, las miradas más largas. Los silencios entre cada frase no eran incómodos, sino cargados de un significado que ambos entendían sin necesidad de decirlo en voz alta.

Obanai, con el rostro iluminado por la luz suave de las lámparas de papel que decoraban la terraza, se dio cuenta de lo cerca que Sanemi estaba de él. Podía sentir su presencia de una manera que no solo era física, sino emocional. Había algo en esos momentos que lo hacía sentirse vulnerable, pero también seguro.

Sanemi lo observaba, sus ojos captando cada pequeño movimiento, cada respiración entrecortada que Obanai intentaba controlar sin éxito. Desde aquel primer beso tras la batalla, la tensión entre ellos no había hecho más que crecer, y aunque habían hablado de lo que sentían, había algo más profundo que aún no habían cruzado. Hasta ahora.

"Obanai..." Sanemi rompió el silencio, su voz más baja de lo habitual, casi un susurro que solo el viento de verano podía llevar.

Obanai lo miró, sintiendo cómo el aire entre ellos se cargaba de electricidad. No respondió con palabras, pero sus ojos lo decían todo: estaba listo para lo que fuera que viniera después.

Sanemi se inclinó hacia adelante, su mano alcanzando la de Obanai sobre la mesa. Un gesto tan simple, pero que contenía toda la complejidad de lo que sentían. 

Al tocarlo, el Pilar del Viento no pudo evitar que su respiración se acelerara. Era increíble cómo, después de todo lo que habían enfrentado juntos, este momento, tan íntimo y personal, lo ponía más nervioso que cualquier batalla.

"No pensé que llegaría a esto" murmuró Sanemi, su pulgar trazando pequeños círculos en la mano de Obanai. "Pero me alegra que lo haya hecho."

Obanai, sorprendido por la sinceridad de las palabras de Sanemi, sintió un calor extenderse por su pecho. Durante tanto tiempo, ambos habían vivido con armaduras invisibles, protegiéndose no solo de los demonios, sino también de sus propios sentimientos. Ahora, frente a la vulnerabilidad del otro, esas barreras se desmoronaban por completo.

" Yo tampoco lo pensé" admitió Obanai, con la voz suave. "Pero no cambiaría nada de lo que ha pasado."

Sanemi, sin soltar la mano de Obanai, se levantó de su lugar y rodeó la mesa hasta quedar justo a su lado. 

El mundo alrededor de ellos se desvanecía; ya no importaba el verano, las misiones, ni siquiera el núcleo demoníaco que latía en el interior de Obanai. Lo único que importaba en ese momento era la conexión entre ellos, algo más fuerte que cualquier batalla librada hasta ahora.

Con una suavidad que contrastaba con su habitual rudeza, Sanemi levantó el rostro de Obanai con una mano, obligándolo a mirarlo a los ojos. El tiempo pareció detenerse por un instante, el viento se llevó consigo los últimos vestigios de la conversación, dejando solo a ambos, uno frente al otro, completamente abiertos.

Y entonces, sin decir nada más, Sanemi cerró la distancia que los separaba. Sus labios, cálidos y llenos de una determinación nueva, encontraron los de Obanai en un beso que ya no era un gesto desesperado, sino una afirmación de todo lo que había crecido entre ellos.

Obanai, sorprendido por la intensidad de Sanemi, respondió con igual fervor. Las dudas, el miedo y la incertidumbre que había sentido durante tanto tiempo se desvanecieron, reemplazados por una claridad absoluta: lo que tenía con Sanemi era real, y no lo cambiaría por nada en el mundo.

La noche siguió su curso, pero para ellos, el tiempo parecía irrelevante. Habían cruzado un umbral del que no había vuelta atrás, y lo sabían. Lo que habían comenzado bajo las luces de la luna solo era el comienzo de algo mucho más grande, algo que ninguno de ellos podía prever pero que estaban dispuestos a enfrentar juntos.

Cuando finalmente se separaron, sus respiraciones entrecortadas, Obanai se permitió una pequeña sonrisa, algo que raramente hacía.

"Parece que ahora no hay vuelta atrás, ¿eh? " dijo en un tono suave, pero con un brillo de satisfacción en sus ojos.

Sanemi le devolvió la sonrisa, su mano aún sosteniendo la de Obanai con firmeza. " No la necesito."

La quietud de la noche era apenas interrumpida por la suave brisa y los murmullos de los grillos en los alrededores de la finca, creando un ambiente íntimo y único. 

Sanemi y Obanai se miraban en silencio, sabiendo que este momento, nacido de algo tan simple como una cena, era un paso trascendental en su relación. Sus labios aún estaban ligeramente temblorosos por el beso que los había unido de una manera más profunda de lo que cualquiera de ellos podría haber previsto.

Sin decir una palabra, Sanemi tiró de la mano de Obanai y lo guió hacia el interior de la casa, lejos de la terraza y de la luz tenue que proyectaban las lámparas de papel. La calidez de la madera bajo sus pies y el aroma suave de té y flores impregnaban el aire, dándoles una paz que parecía hecha solo para ellos dos.

Una vez en la penumbra del dormitorio, ambos se quedaron frente a frente, todavía tomados de las manos, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción. Obanai, con los ojos bajos y la respiración acelerada, levantó su rostro hacia Sanemi, quien lo miraba con una ternura rara, una vulnerabilidad que él mismo nunca se había permitido mostrar.

"No tienes que hacerlo si no estás listo" murmuró Sanemi, como si las palabras mismas fueran un acto de respeto y paciencia que solo reservaba para Obanai.

Pero Obanai negó suavemente, acercándose más hasta que sus cuerpos se rozaron apenas, sintiendo cómo los latidos de sus corazones se sincronizaban. Era él quien, con una caricia tímida, llevó sus manos al rostro de Sanemi, acariciando sus cicatrices y estudiando cada línea que el tiempo había dejado en su piel. Esa era la parte de Sanemi que nadie más conocía, esa mezcla de fortaleza y ternura que sólo él podía comprender.

Sin prisa, ambos se fueron dejando llevar, despojándose de las barreras físicas y emocionales que aún quedaban. Cada gesto era pausado, cada beso llenaba el espacio entre ellos con un deseo contenido pero profundo, una entrega mutua que iba más allá de cualquier conexión que hubieran experimentado antes. Sus cuerpos, entrelazados en la penumbra, parecían encajar de una manera que no necesitaba explicación ni palabras, solo el lenguaje de los suspiros y la confianza.

En ese instante, rodeados por el silencio de la noche, no existían dudas ni sombras. Obanai se aferraba a Sanemi, sintiéndose aceptado y completo, mientras Sanemi lo sostenía con la misma firmeza, como si al fin hubiera encontrado aquello que, inconscientemente, siempre había estado buscando.

Y así, bajo la luz de las primeras horas de la madrugada, ambos comprendieron que ya no había vuelta atrás. El lazo que habían formado, hecho de momentos y experiencias compartidas, los había llevado hasta allí, a un punto en el que todo lo vivido tenía sentido, y que solo ellos podían entender.

En los brazos de Sanemi, Obanai dejó atrás todas sus reservas, sintiéndose por primera vez libre y seguro, sabiendo que este era el comienzo de algo que duraría más allá de cualquier batalla.

Sanemi, con una suavidad casi desconocida en él, deslizó sus manos por la espalda de Obanai, acariciando cada línea de sus músculos con una mezcla de ternura y reverencia. No había prisa en sus movimientos, solo el deseo de memorizar cada detalle, cada reacción de su amado. Obanai, en respuesta, cerró los ojos y se dejó llevar por el contacto, relajando cada parte de su cuerpo bajo el toque firme de Sanemi.

La distancia entre ambos se desvaneció por completo cuando Sanemi lo envolvió en sus brazos, atrayéndolo hacia sí hasta que sus cuerpos quedaron alineados en perfecta armonía. Obanai podía sentir el latido acelerado del corazón de Sanemi, un reflejo del suyo propio. Era un momento único, como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellos, permitiéndoles disfrutar de cada segundo en completa sincronía.

"Obanai" murmuró Sanemi, con una voz tan baja y cargada de emoción que hizo estremecer a su compañero. Sus ojos se encontraron en la penumbra, y en ellos había una mezcla de deseo y devoción, una entrega mutua que iba más allá de las palabras.

Obanai, sintiendo el nudo de emociones crecer en su pecho, deslizó sus manos sobre el rostro de Sanemi, acercándose hasta que sus labios se rozaron con una suavidad casi tímida. El beso fue lento, profundo, un reflejo de todo lo que no habían dicho pero que ambos sabían en el fondo de sus corazones. Sus respiraciones se entremezclaban, creando un ritmo compartido, una especie de danza que solo ellos entendían.

Sanemi lo tomó con firmeza pero sin apresurarse, guiando cada movimiento con una delicadeza inesperada en él, dejando que el momento fluyera de forma natural. Su cuerpo se movía con el de Obanai, explorando sin temor, entregándose completamente a esa conexión única que los envolvía. 

Cada caricia, cada susurro era un recordatorio de lo profundo de su vínculo, algo que había crecido lentamente, alimentado por batallas, sacrificios y ahora, por este momento de intimidad absoluta.

El ambiente era una mezcla de suspiros y caricias compartidas, de miradas largas y llenas de significado, de palabras que solo necesitaban decirse una vez para ser comprendidas. 

Sanemi, con un cuidado inusual en él, recorrió cada centímetro de Obanai, asegurándose de que su compañero se sintiera amado y seguro. La intensidad del momento los hizo olvidar todo lo demás; no existían ni las batallas, ni los recuerdos dolorosos, solo ellos dos, en una unión que trascendía lo físico.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad y a la vez solo un instante, ambos se quedaron quietos, sus cuerpos enredados en un abrazo silencioso mientras la calma se asentaba sobre ellos. 

Obanai apoyó su cabeza en el pecho de Sanemi, escuchando el latido constante y firme, sintiéndose completamente en paz. Sanemi, a su vez, lo estrechó con una ternura infinita, como si quisiera protegerlo de todo lo malo del mundo.

"No pensé que un momento así sería posible para nosotros" susurró Obanai finalmente, con la voz cargada de una emoción que había sido contenida durante mucho tiempo.

Sanemi le acarició el cabello, enredando sus dedos en sus mechones oscuros, y lo miró con una sonrisa suave, aquella que solo Obanai podía ver.

"Nos lo merecemos" respondió Sanemi, con una certeza que resonaba en cada palabra. En ese instante, comprendieron que habían encontrado en el otro un refugio, algo que había nacido de la adversidad y que ahora se fortalecía en la intimidad de esa noche de verano.

En la quietud del dormitorio, enredados bajo la suave luz que se filtraba por la ventana, Obanai y Sanemi sabían que nada podría separarlos. Habían cruzado una línea invisible, algo que los unía más allá de las palabras, algo que no cambiaría con el tiempo ni las circunstancias.

Continuará.<3

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