Capítulo 14: El Peso del Descanso
Los días de descanso impuestos a Obanai habían comenzado con cierta tranquilidad, pero el alivio inicial pronto dio paso a una inquietud constante.
El primer día había sido realmente productivo: entrenar a los nuevos cazadores le permitió mantener su cuerpo activo y su mente ocupada. Sin embargo, la pasividad forzada le recordaba cada vez más lo que realmente estaba en juego.
Sabía que los cazadores más jóvenes, que antes le temían por su carácter, ahora lo miraban con una mezcla de respeto y miedo, debido a la incertidumbre que rodeaba el núcleo demoníaco dentro de él.
Obanai no los culpaba. Sabía mejor que nadie lo que significaba ser una amenaza latente.
Era consciente de que, a ojos de los demás, era una bomba de tiempo esperando estallar en el peor momento. Aún así, en su silencio habitual, lo aceptaba sin quejarse. Sabía que la preocupación no solo era por él, sino por todos aquellos a quienes pudiera dañar si alguna vez el núcleo despertaba.
Por las mañanas, se sumergía en los entrenamientos. Supervisaba a los jóvenes cazadores con un ojo crítico y disciplinado, siempre asegurándose de que sus técnicas mejoraran, pero sin desatar del todo su rigor habitual. No quería sembrar más miedo en ellos.
Sin embargo, a pesar de mantenerse ocupado, había una sensación creciente de insatisfacción dentro de él. El descanso, aunque bienvenido en principio, empezaba a sentirse como una prisión silenciosa.
Lo que realmente iluminaba sus días eran las visitas de Sanemi. Aunque este afirmaba que solo pasaba por la finca de Obanai "por pura casualidad" o porque no tenía nada mejor que hacer, ambos sabían la verdad.
Sanemi estaba ahí por él, y Obanai lo agradecía más de lo que podría expresar con palabras. A medida que el sol comenzaba a caer por las tardes, la presencia de Sanemi se convertía en el momento más esperado del día para el Pilar de la Serpiente.
Sanemi llegaba con su actitud habitual: gruñón, desinteresado en apariencia, pero con una preocupación latente que, aunque él intentara ocultar, se manifestaba en pequeños gestos.
A veces se sentaban en silencio, uno al lado del otro, sin necesidad de llenar el espacio con palabras.
Otras veces intercambiaban conversaciones sobre las misiones que Sanemi continuaba llevando a cabo, los demonios que había derrotado y los avances en la situación con Muzan. Pero en esos momentos, lo que más importaba era la simple proximidad.
Obanai había comenzado a sentir algo diferente cada vez que Sanemi estaba cerca. Las conversaciones casuales, la forma en que Sanemi le lanzaba algún comentario sarcástico o lo miraba con una mezcla de desafío y calidez, todo lo hacía sentir algo que no había experimentado en mucho tiempo.
Mitsuri le había enseñado a amar, pero ahora, tras su pérdida, estaba aprendiendo a abrir su corazón de nuevo.
Un día en particular, Sanemi llegó más tarde de lo habitual, con su respiración ligeramente agitada y el rostro cubierto de tierra y sudor. A pesar de su aspecto desaliñado, su presencia llenó el espacio con la misma energía contundente de siempre.
"Llegas tarde," comentó Obanai, con una ligera sonrisa, sabiendo que aquello no molestaría realmente a Sanemi.
Sanemi bufó, cruzando los brazos. "Tenía que terminar una misión. No todos podemos estar aquí sentados entrenando novatos," respondió con su habitual tono brusco, pero había un destello de afecto en su voz que solo Obanai podía percibir.
Sin embargo, esa tarde fue diferente. No hablaron mucho. Sanemi se había sentado junto a Obanai en el porche de la finca, mirando el sol ponerse sobre el horizonte.
Obanai lo observaba de reojo, notando los pequeños gestos de incomodidad en su compañero, pero también las sutiles señales de su preocupación.
Fue en ese momento, en la quietud de la tarde, que Obanai comprendió que ambos habían cruzado una línea. Los sentimientos que había comenzado a desarrollar, que habían sido expuestos por primera vez en medio del caos y la lucha, ahora se manifestaban de maneras más tangibles.
El corazón de Obanai latía más rápido cada vez que Sanemi estaba cerca. No podía evitarlo, y tampoco quería.
Mitsuri le había dejado una última voluntad, la de amar intensamente, y aunque el dolor de su pérdida aún lo seguía, sabía que honraría su memoria al permitirse sentir de nuevo.
Mientras el cielo se teñía de naranja y rojo, Obanai tomó aire, rompiendo el silencio con suavidad. "Sanemi... sobre lo que pasó antes... todo lo que hemos hablado y sentido... no quiero seguir postergándolo."
Sanemi lo miró de reojo, su expresión endurecida, pero no dijo nada al principio. El Pilar del Viento no era alguien que se expresara fácilmente en palabras, pero tampoco le huía a la verdad. "Tsk, Iguro... no es como si hubiéramos tenido mucho tiempo para pensar en esas cosas, ¿sabes?"
Obanai lo miró directamente, con más decisión de la que esperaba. "Eso es precisamente lo que quiero decir. No sabemos cuánto tiempo tenemos. No quiero seguir evitando esto. No quiero arrepentirme de no haber dicho lo que siento."
Sanemi soltó un suspiro pesado, y por un momento, Obanai pensó que evitaría el tema como siempre, pero en cambio, Sanemi lo sorprendió. "No eres el único que piensa en eso, ¿sabes? Pero la vida que llevamos... no es fácil. No sé si puedo darte todo lo que querrías, Obanai."
Obanai sonrió suavemente. "No espero nada más de ti que lo que ya me das, Sanemi. No necesitamos grandes palabras o promesas. Solo estar aquí... juntos."
Y así, en la quietud de esa tarde, ambos cazadores compartieron un momento de mutua comprensión, de conexión, que fue más allá de cualquier palabra.
En un mundo lleno de oscuridad y muerte, en el que ambos sabían que cualquier día podría ser el último, habían encontrado algo en lo que aferrarse: una chispa de esperanza, de amor, en medio de la inevitable sombra del destino.
Obanai decidió en ese momento que, pase lo que pase con el núcleo dentro de él, o con la guerra contra los demonios, no desperdiciaría más tiempo. Viviría cada día plenamente, enfrentando no solo a los demonios externos, sino también a los internos, junto a Sanemi, a su manera brusca pero leal.
El último deseo de Mitsuri había comenzado a cumplirse.
Continuará.
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