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Capítulo 12: El Sueño de la Profecía


La luna iluminaba tenuemente la habitación donde Obanai Iguro dormía en aquella posada, su cuerpo finalmente cediendo al agotamiento de la misión. Sin embargo, mientras su cuerpo descansaba, su mente estaba lejos de encontrar paz.

En el profundo abismo de su sueño, se vio arrastrado hacia un lugar oscuro, un paisaje que no pertenecía ni al mundo humano ni al de los demonios. Un espacio gris, donde el aire parecía pesado y el horizonte se perdía en una neblina que oscurecía todo a su paso. 

En ese lugar, Obanai podía sentir una presencia, algo inmensamente antiguo, malvado y calculador. Lo que al principio parecía un sueño sin sentido, pronto se convirtió en una visión clara y aterradora.

Frente a él, una figura imponente emergió de la oscuridad. Era una representación distorsionada de Muzan Kibutsuji, pero no del todo humano, ni del todo demonio. Sus ojos brillaban como carbones encendidos, y una sonrisa malévola cruzaba su rostro. 

A su alrededor, sombras y ecos de demonios giraban en círculos, cada uno susurrando cosas ininteligibles pero llenas de maldad.

Y entonces, escuchó la voz. Grave, profunda, reverberando en cada fibra de su ser.

"Obanai Iguro, eres el elegido."

La voz no era la de Muzan, sino algo más allá, algo primigenio. Una fuerza que controlaba las profundidades del mal y la oscuridad. Obanai intentó moverse, sacar su espada, pero su cuerpo no respondía. Estaba inmovilizado, atrapado en ese espacio de pesadilla.

"La voluntad de los demonios y los cazadores convergerá en ti. Eres el eslabón, el puente entre ambos mundos, un recipiente para un poder que destruirá este ciclo de muerte y guerra. Los cazadores te consideran su esperanza, pero serán traicionados por lo que portas dentro de ti."

En el suelo, a sus pies, un símbolo comenzó a dibujarse, hecho de energía oscura que latía al ritmo del núcleo demoníaco en su interior. Era como si algo dentro de él intentara despertar, responder al llamado de aquella presencia. 

Sentía su cuerpo arder desde adentro, una sensación que no era humana, pero tampoco completamente demoníaca.

Y entonces lo vio: el nacimiento de algo nuevo. Una figura, una entidad que surgiría de él, creada por la mezcla de la voluntad de cazador y demonio. Algo que ni siquiera Muzan podría controlar, pero que él había orquestado. 

Esa criatura sería el final tanto para los demonios como para la humanidad, un arma definitiva. El mundo mismo sucumbiría a su poder.

"Es solo el comienzo, cazador. Serás el catalizador de la nueva era, de la destrucción... o la salvación. Pero ten en cuenta, la destrucción siempre tiene la primera palabra."

El eco de esas palabras resonaba en su mente mientras todo se desvanecía en una oscuridad más profunda. La imagen de su propio cuerpo transformándose, perdiendo su humanidad, se quedó impresa en su mente, y en un último destello, vio cómo se desataba una tormenta de sangre y caos.

Obanai despertó sobresaltado, jadeando, empapado en sudor. El sonido de su respiración entrecortada llenaba la habitación, mientras intentaba procesar lo que acababa de experimentar. 

El núcleo demoníaco en su interior parecía latir con más fuerza, como si respondiera a la visión. Era más que una simple pesadilla. Sabía que había sido una profecía, un atisbo de algo oscuro que se estaba gestando dentro de él.

El miedo lo envolvió. Por primera vez desde que había aceptado la carga de ese núcleo, sentía que estaba perdiendo el control. Su destino parecía estar escrito, y ese destino no traía consigo esperanza ni redención, sino destrucción. ¿Era esa la verdadera intención de Muzan desde el principio? ¿Convertirlo en el arma definitiva que acabaría con todo?

Desesperado, se levantó y caminó torpemente hasta la habitación de Sanemi. Necesitaba hablar con alguien, alguien que lo entendiera, aunque fuera parcialmente. Alguien que pudiera, si todo salía mal, detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.

Golpeó la puerta con fuerza, sin importarle la hora. Sanemi, medio dormido y visiblemente molesto, abrió la puerta con una ceja arqueada. "¿Qué demonios pasa, Iguro? Son las tres de la madrugada."

Obanai no podía esperar. "Sanemi... algo va mal. Muy mal."

Sanemi lo miró, con una mezcla de irritación y preocupación. "¿Es el núcleo?"

Obanai asintió, su respiración aún entrecortada. "Tuve un sueño... no, una visión. Algo dentro de mí está despertando. No sé qué es, pero... creo que Muzan ha planeado todo esto desde el principio. Soy parte de algo que ni siquiera comprendo. Y si no hago algo, todo lo que hemos luchado por proteger podría desaparecer."

Sanemi lo miró fijamente durante un largo rato, evaluando sus palabras. Finalmente, asintió, su expresión suavizándose. "¿Qué fue lo que viste, exactamente?"

Obanai le contó todo, cada detalle de la visión, desde la aparición de Muzan hasta la figura que surgiría de él, ese ser destinado a destruir tanto a demonios como a humanos. Sanemi lo escuchó con seriedad, sin interrumpirlo, pero cuando Obanai terminó, el Pilar del Viento frunció el ceño.

"Sabes lo que esto significa, ¿verdad?" dijo Sanemi, su voz baja pero firme. "Si llega a ser cierto... si alguna vez pierdes el control, tendré que detenerte. Y no me refiero a simplemente incapacitarte."

Obanai asintió. "Lo sé. Y por eso vine a ti. Si algo va mal, quiero que seas tú quien lo haga."

Sanemi permaneció en silencio un momento antes de dar un paso más cerca de Obanai, colocando una mano firmemente sobre su hombro. "No voy a dejar que te pierdas sin luchar. Si hay una manera de evitar que esa cosa se apodere de ti, la encontraremos. Pero si llega el momento... entonces sí, seré yo quien lo haga."

Obanai sintió un nudo en el pecho, una mezcla de alivio y miedo. Sabía que Sanemi cumpliría su promesa. Pero más que eso, sabía que no estaba solo en esa batalla. Al menos no mientras Sanemi estuviera a su lado.

Con un leve asentimiento, Obanai se dejó caer en una silla, su respiración finalmente comenzando a calmarse. Sabía que lo que había visto era solo el principio de algo mucho más grande, y no estaba seguro de cuánto tiempo tendría antes de que esa amenaza se hiciera realidad.

Pero por ahora, al menos, podía encontrar consuelo en el hecho de que, pase lo que pase, no enfrentaría ese destino solo.

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