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Capítulo 11: Vivir como si fuera el Último Día.


El amanecer se extendía sobre las montañas mientras Obanai y Sanemi se preparaban para otra misión. El aire era fresco, y la luz del sol teñía el cielo de un anaranjado suave, creando un contraste casi irónico con la vida peligrosa que llevaban. 

Ambos se habían acostumbrado a vivir en esa dualidad: la belleza del mundo que protegían y el horror de las batallas a las que se enfrentaban diariamente.

Desde que compartieron sus sentimientos en la posada, había un nuevo tipo de tensión entre ellos, pero esta vez no era la incomodidad que antes los había alejado. Era la certeza de que, aunque sus vidas eran peligrosas y cortas, ya no tenían que enfrentar esos desafíos en soledad.

Sin embargo, Obanai no podía sacarse de la cabeza la presencia del núcleo demoníaco que había invadido su cuerpo. No lo mencionaba en voz alta, pero en el fondo sabía que algo dentro de él había cambiado desde aquel encuentro en las catacumbas. 

No había sentido ningún síntoma extraño desde entonces, pero la incertidumbre lo atormentaba. ¿Qué pasaría si ese poder despertaba en un momento crucial? ¿Y si su control sobre sí mismo se rompía?

En lugar de dejarse consumir por esos pensamientos, Obanai tomó una decisión firme: vivir cada día como si fuera el último. 

Mitsuri había sido clara en su mensaje antes de morir. La vida era demasiado valiosa como para perder el tiempo en incertidumbres o temores. Por lo tanto, ahora más que nunca, se aferraba a esa filosofía. Iba a luchar, amar y vivir con todo lo que tenía, sin dudar, sin arrepentirse.

La misión de ese día los llevaría a una aldea pequeña que había informado sobre ataques de demonios nocturnos. Aunque el reporte no mencionaba la presencia de ningún demonio de alto rango, Kagaya no había querido correr riesgos. 

Las misiones de reconocimiento se habían vuelto más comunes, especialmente después de los recientes movimientos de Muzan y la reorganización de las fuerzas demoniacas.

Obanai y Sanemi avanzaban por el camino en silencio, sus sentidos alerta. Ambos cazadores estaban acostumbrados a comunicarse sin palabras cuando estaban en el campo. Sabían cuándo moverse, cuándo detenerse, y cuándo prepararse para el combate. 

Sin embargo, esta vez había una corriente subterránea que los conectaba de una manera diferente. Era sutil, pero cada mirada compartida, cada gesto, estaba impregnado de una comprensión nueva entre ellos.

Mientras caminaban, Obanai no pudo evitar que su mente volviera al núcleo demoníaco. Aún no sabía cómo había sido afectado por esa cosa, pero hasta el momento no había habido señales de cambio. Ningún aumento de fuerza, ninguna alteración en su cuerpo. Sin embargo, la sensación de que algo latía dentro de él, como una bomba de tiempo, nunca lo abandonaba del todo.

"Obanai," la voz de Sanemi lo sacó de sus pensamientos. Sanemi lo miraba con una expresión entre el enfado y la preocupación. "Estás demasiado callado. Algo te ronda la cabeza."

Obanai no podía esconderle nada a Sanemi. Con un suspiro, decidió hablarle de lo que le estaba preocupando. "Es el núcleo demoníaco. No he sentido nada raro hasta ahora, pero... ¿y si cambia? ¿Qué pasa si un día ya no puedo controlarlo? No sé cómo va a afectar a mi cuerpo."

Sanemi se quedó en silencio por un momento, frunciendo el ceño mientras procesaba las palabras de Obanai. Luego, respondió de la única manera que sabía: con sinceridad brutal. "Si llegara a pasar, lo manejaríamos. No pienses demasiado en eso ahora. Si te preocupa, lo resolveremos cuando ocurra, no antes. Y si te vuelves un problema..." Sanemi hizo una pausa, con una sonrisa sombría. "Ya sabes que no dudaría en cortarte la cabeza."

Obanai soltó una risa suave, aunque sabía que las palabras de Sanemi tenían una verdad inquietante. Pero el hecho de que Sanemi estuviera dispuesto a enfrentarlo, sin importar lo que pasara, era una especie de consuelo. "Lo sé, y por eso confío en ti. Pero no me quiero convertir en otra cosa que no sea lo que soy ahora."

Sanemi se acercó un paso más y lo miró directo a los ojos. "Mientras estés aquí, sigues siendo Obanai Iguro. No dejes que esa mierda de demonio te haga pensar lo contrario. Y si alguna vez sientes que pierdes el control, me lo dices. ¿Entendido?"

Obanai asintió. "Entendido."

Con esa promesa silenciosa entre ambos, siguieron su camino, pero esta vez la conversación los había liberado un poco de la tensión que los envolvía.

Al llegar a la aldea, se dieron cuenta de que el ambiente estaba extrañamente quieto. La mayoría de las casas tenían las ventanas cerradas y no se veía a nadie en las calles. El aire estaba cargado de una sensación ominosa, como si algo estuviera acechando desde las sombras.

"Esto no me gusta," murmuró Sanemi, mirando a su alrededor con desconfianza. "Es demasiado tranquilo."

Obanai asintió, compartiendo su sensación. "Vamos a investigar. Si hay demonios cerca, no tardaremos en encontrarlos."

Ambos cazadores se separaron brevemente para cubrir más terreno, pero siempre manteniéndose dentro del rango de sus sentidos. Obanai, con la determinación que lo caracterizaba, siguió adelante sin dudar. Sabía que no podía permitirse el lujo de flaquear. Si algo iba a suceder con el núcleo demoníaco, lidiaría con ello cuando fuera el momento, pero mientras tanto, seguiría adelante.

Después de un rato, encontró rastros de sangre cerca de una casa al final de una calle estrecha. Las marcas eran recientes, indicando que los demonios habían estado allí hacía poco. Obanai se preparó para un enfrentamiento cuando sintió una presencia cercana.

"Sanemi," llamó en voz baja, y en un instante, el cazador apareció a su lado. Ambos intercambiaron una mirada de entendimiento. Sabían lo que venía.

En ese preciso momento, un demonio emergió de las sombras, sus ojos brillando con hambre asesina. Sin perder tiempo, Obanai y Sanemi se lanzaron al ataque, sus espadas brillando en la oscuridad mientras cortaban el aire con precisión mortal.

Después de un combate breve pero intenso, los demonios que habían estado aterrorizando la aldea fueron eliminados. Los aldeanos salieron lentamente de sus casas, agradecidos, pero aún con miedo en sus rostros. Obanai y Sanemi, cubiertos de heridas y sangre, estaban acostumbrados a la vista. Para ellos, esto era solo otro día en la vida de un Pilar.

Sin embargo, para Obanai, ese día tenía un nuevo significado. Cada vez que levantaba su espada, cada vez que esquivaba un ataque, recordaba la promesa que se había hecho a sí mismo: vivir plenamente, sin miedo, y enfrentar cada día como si fuera el último. Porque, en realidad, con el núcleo demoníaco latiendo en su interior, ese "último día" podría llegar en cualquier momento.

De regreso en la posada, mientras el sol comenzaba a ponerse, Obanai y Sanemi compartieron un silencio cómodo. Sabían que la lucha estaba lejos de terminar, tanto la externa contra los demonios como la interna dentro de Obanai. Pero, por primera vez, Obanai sintió que no estaba solo en esa lucha. Mientras Sanemi estuviera a su lado, el futuro, aunque incierto, parecía un poco menos aterrador.

Obanai se recostó, mirando al cielo oscurecido. Quizá no sabía cuánto tiempo le quedaba, pero sí sabía una cosa: no desperdiciaría ni un solo día más.

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