Epílogo
La primavera había llegado como un presagio de nuevos comienzos. El aire estaba impregnado de la dulzura del florecer, los cerezos en los jardines estallaban en pétalos suaves y efímeros, como si la misma naturaleza quisiera bendecir el día en que Sanemi y Obanai unirían sus vidas para siempre.
Sanemi se mantuvo firme en el altar, con el viento primaveral revolviendo ligeramente su cabello, sus ojos reflejando una determinación inquebrantable. Frente a él, Obanai, vestido de blanco como si fuera una extensión de aquella estación renovadora, lucía hermoso. Su leve barriguita era un recordatorio silencioso de que su amor ya estaba dando frutos, que la vida se expandía y florecía en su interior.
-Prometo amarte todos los días de mi vida, en la calma y en la tormenta -declaró Sanemi, su voz tan fuerte y clara como la brisa que acariciaba los pétalos en el aire-. Eres mi refugio, mi fuerza y mi destino. Hoy, frente a todos, te reclamo una vez más como mi compañero, mi amor y la persona con quien quiero pasar el resto de mis días.
Los ojos de Obanai brillaban, como el rocío matinal que reluce bajo la luz del sol naciente.
-Nunca pensé que encontraría un amor así -susurró, con una pequeña sonrisa reservada solo para él-. Me enseñaste que no debo cargarlo todo solo, que merezco ser amado sin condiciones. Prometo caminar a tu lado, compartir mi vida contigo y recordarte todos los días cuánto te amo.
Cada palabra era como una semilla cayendo en tierra fértil, promesas que germinarían y darían frutos con el paso del tiempo.
Entonces, Kaito avanzó con gran concentración, sosteniendo con ambas manos la pequeña caja con los anillos. El niño, nacido en un invierno solitario, ahora era testigo de cómo su familia florecía en la primavera.
-Aquí están, papi -dijo, ofreciéndole la caja a Obanai con sus pequeñas manos.
Los anillos, símbolos de eternidad, resplandecían bajo la luz cálida de la tarde. Cuando Sanemi deslizó el suyo en el dedo de Obanai, lo hizo con la seguridad de alguien que había encontrado su hogar.
El beso que selló su unión fue como el florecimiento final de una historia tejida con paciencia y amor. Los pétalos de los cerezos danzaban a su alrededor, atrapados en la brisa primaveral, testigos de un amor que había sobrevivido a inviernos oscuros y ahora florecía en su máxima expresión.
La primavera, con su promesa de renovación y vida, era el marco perfecto para el inicio de su felicidad eterna.
Fin
✨ Y ASÍ LLEGAMOS AL FINAL... ¿O NO? ✨
Después de 44 capítulos llenos de drama, crecimiento, momentos ardientes y una que otra crisis existencial (tanto de los personajes como de su autora), Sanemi y Obanai finalmente han encontrado su final feliz. Y, sinceramente, qué viaje más tumultuoso y maravilloso ha sido este.
¡GRACIAS! A cada uno de ustedes que dejó su voto, su comentario lleno de emociones (o amenazas disfrazadas de amor), sus teorías locas y su paciencia infinita. Ustedes son la razón por la que esta historia cobró vida y tuvo el desenlace que se merecía.
Pero, ¿acaso creen que los voy a dejar así nomás?
¡Se vienen capítulos extras! Con más de su vida en pareja, el caos que implica ser padres, anécdotas del día a día y alguna que otra sorpresa spicy (porque sé que les gusta el salseo). Y no solo eso... También hay nuevos proyectos en camino con esta pareja que tanto amamos.
Así que no se vayan muy lejos, que la historia puede haber cerrado, pero el amor por estos dos apenas empieza a escribir su próxima página.
Nos seguimos leyendo, TentasticNoel. 💜✨
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