Capítulo [9]
De regreso en el avión privado de la empresa, Sanemi no podía dejar de mirar de reojo a Obanai, quien estaba absorto revisando documentos en su laptop. El omega parecía ajeno al hecho de que el alfa lo estudiaba con una intensidad poco habitual.
Sanemi solía ser alguien que categorizaba a las personas a su alrededor en simples casillas: herramientas útiles, obstáculos, o placeres momentáneos. Pero Obanai no encajaba en ninguna de ellas. Había empezado a justificar su creciente interés como una simple curiosidad profesional, una forma de asegurarse de que tenía al mejor asistente posible. Pero ahora sabía que era una mentira.
Obanai no era un omega como los demás. Su resistencia, su intelecto, su habilidad para manejarse en situaciones complicadas, todo en él desafiaba los estereotipos que Sanemi había internalizado durante años. Y aunque Sanemi intentaba convencerse de que lo único que sentía era admiración, cada vez era más evidente que era algo más.
Mientras bebía un whisky para intentar calmar su mente, sus pensamientos volvían una y otra vez al misterio que rodeaba a Obanai. ¿Qué había pasado en su vida para convertirlo en alguien tan reservado? ¿Por qué cargaba con tantas responsabilidades solo?
Cuando aterrizaron, Sanemi apenas habló con él, algo que parecía no perturbar a Obanai en lo más mínimo. Sin embargo, esa noche, al llegar a su casa, Sanemi se dio cuenta de que su mente seguía anclada en el omega.
Sentado en el borde de su cama, con la lámpara encendida y un vaso de whisky en la mano, Sanemi se dio cuenta de que no entendía el motor detrás de sus propias acciones. Había comprado un regalo para el hijo de Obanai, algo que jamás habría hecho por nadie más. Había defendido al omega con una furia que superaba lo profesional, y ahora sentía una necesidad casi desesperada de saber más sobre él.
Bufó con frustración y dejó el vaso en la mesita de noche.
—Maldita sea, Iguro —murmuró, pasando una mano por su cabello—. ¿Qué demonios tienes que me traes así?
La respuesta no llegaba, pero lo que sí sabía era que no se trataba de la típica atracción superficial que había sentido por otros omegas en el pasado. Con ellos, todo se reducía al deseo del momento, algo que se apagaba tan rápido como se encendía. Pero con Obanai... el interés no se desvanecía. Si acaso, crecía.
Al día siguiente, en la oficina, Sanemi intentó actuar como siempre, imponiendo su presencia autoritaria y manteniéndose distante. Pero cada vez que sus ojos se encontraban con los de Obanai, sentía que algo dentro de él vacilaba.
—Señor Shinazugawa, aquí están los informes que solicitó —dijo Obanai al acercarse a su escritorio, colocando una carpeta perfectamente ordenada frente a él.
—Hn, gracias —gruñó Sanemi, sin levantar la mirada de la pantalla de su computadora.
Sin embargo, cuando Obanai se dio la vuelta para irse, Sanemi lo detuvo.
—Iguro.
Obanai se giró, con su expresión habitual de calma.
—¿Sí?
Sanemi dudó por un momento, buscando las palabras correctas.
—¿Cómo está Kaito? —preguntó finalmente, esforzándose por sonar casual.
La pregunta tomó a Obanai por sorpresa. Aunque su rostro no mostró mucho, sus ojos se suavizaron un poco.
—Está bien. Le gustó mucho el rompecabezas que compraste. Gracias por preguntar.
Sanemi asintió, sin saber qué más decir. Pero en ese breve intercambio, sintió que había dado un pequeño paso hacia ese muro que Obanai había levantado.
Mientras el omega regresaba a su escritorio, Sanemi se recargó en su silla, mirando la carpeta frente a él pero sin abrirla.
—Esto no es solo curiosidad —murmuró para sí mismo, con el ceño fruncido.
Por primera vez en mucho tiempo, Sanemi Shinazugawa no tenía el control de sus propios sentimientos. Y eso lo aterrorizaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Sanemi había llegado al punto de justificar cualquier decisión con tal de mantener a Obanai cerca. Si alguna vez alguien hubiera insinuado que el temido Sanemi Shinazugawa, el alfa más dominante y autoritario de la industria, encontraría satisfacción en escuchar detalles mundanos sobre la vida de su asistente, se habría reído en su cara. Pero ahí estaba, aferrándose a cada palabra que Obanai le concedía.
—Iguro, necesito que me acompañes a la reunión del miércoles. Quiero que tomes nota de los puntos clave y asegúrate de que esos incompetentes no se salten ningún detalle —ordenó Sanemi, aunque en realidad podía haber delegado esa tarea en cualquier otro miembro del equipo.
—Como usted diga —respondió Obanai, con su habitual tono neutro.
Esa respuesta escueta, sin embargo, ya era un pequeño triunfo para Sanemi. Había aprendido que con Obanai, la paciencia era clave. No podía usar los mismos trucos que empleaba con otros omegas. Con él, la táctica del coqueteo descarado o la intimidación no funcionaban. Obanai era como una fortaleza, una que Sanemi estaba dispuesto a conquistar, ladrillo por ladrillo.
En los pequeños momentos que compartían, Sanemi aprovechaba cada oportunidad para recoger fragmentos de información. Sabía que Obanai prefería el té al café, que Kaito adoraba los libros de cuentos con ilustraciones, y que Mitsuri, la niñera, era más que una empleada: era una amiga cercana, casi una hermana para el omega.
Un día, mientras revisaban contratos en su oficina, Sanemi dejó caer una pregunta aparentemente casual:
—¿Cómo está Kaito últimamente? ¿Le ha gustado el coche que le compré?
Obanai levantó la vista de los papeles, visiblemente sorprendido por el interés continuo del alfa.
—Sí, le encantó. Ha estado jugando con él todos los días. Gracias, otra vez.
Sanemi se permitió una pequeña sonrisa, escondida tras su gesto serio.
—No es nada. Solo pensé que un poco de diversión no le haría mal a un niño tan listo como él.
Obanai asintió y volvió a su trabajo, pero Sanemi lo observó un momento más antes de regresar al suyo. En su interior, sentía que había ganado algo valioso: un pequeño espacio en la vida de Obanai, aunque fuera a través de su hijo.
Con el paso de los días, la relación entre ambos comenzó a transformarse de maneras sutiles. Sanemi ya no se limitaba a dar órdenes. Ahora buscaba excusas para conversar con Obanai, aunque fueran cosas triviales.
—¿Qué tan complicado es criar a un niño tú solo? —preguntó un día, mientras caminaban juntos hacia el estacionamiento.
Obanai lo miró de reojo, como si intentara descifrar sus intenciones.
—Es complicado, pero no imposible. Tengo a Mitsuri, y Kaito es un niño muy tranquilo. Eso ayuda.
Sanemi asintió, guardando esa información como un tesoro. Cada detalle sobre Obanai era algo que atesoraba, algo que sentía que solo él tenía derecho a conocer. Porque en su mente, Obanai ya era suyo.
Esa idea lo golpeó con fuerza una noche, mientras repasaba algunos documentos en su apartamento. No podía evitar sonreír al recordar una conversación aparentemente banal que habían tenido esa tarde sobre los libros favoritos de Kaito. Esa conexión, aunque pequeña, era algo que ningún otro alfa tenía con Obanai. Y Sanemi estaba decidido a fortalecerla.
Aunque aún no sabía cómo expresar lo que sentía, una cosa era segura: no iba a dejar que nadie más se interpusiera. Obanai era un misterio que quería descifrar, un desafío que quería ganar, y más importante aún, alguien que deseaba tener a su lado, no solo como asistente, sino como algo más.
Continuará...
TentasticNoel: ¿Les apetece una breve historia SaneoOba o serie de capitulos cortos? Me lo estoy pensando demasiado... 🧐🍃🐍
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