Capítulo [7]
La mañana avanzaba con la misma rutina de siempre en la oficina, pero para Sanemi, la normalidad parecía estar teñida de una inquietud extraña. Había pasado gran parte del tiempo revisando reportes y firmando documentos, pero su mente regresaba constantemente a Obanai y la cita médica con su hijo.
Desde su escritorio, el alfa observó al omega trabajar con la misma precisión de siempre. No había ningún indicio de preocupación en su semblante; su expresión era tan estoica como de costumbre, casi como si el mundo a su alrededor no pudiera perturbarlo.
Sanemi bufó, irritado consigo mismo. "¿Desde cuándo soy tan cobarde? Si quiero saber algo, debería preguntarlo directamente. Todo este análisis es una pérdida de tiempo."
Tomando un sorbo de su café, se levantó de su asiento y cruzó su oficina hacia la puerta de cristal que lo separaba del escritorio de Obanai.
-Iguro -llamó, apoyándose en el marco de la puerta.
El omega levantó la mirada de su computadora, ajustándose los lentes con calma.
-¿Sí, señor Shinazugawa?
Sanemi cruzó los brazos, adoptando una postura relajada, aunque la seriedad en su voz traicionaba su aparente indiferencia.
-Escuché que pediste salir temprano hoy. ¿Es por algo relacionado con tu hijo?
Obanai parpadeó, sorprendido por la pregunta directa, pero no permitió que su expresión delatara más.
-Sí, tengo una cita médica para él. Es una revisión de rutina.
Sanemi asintió lentamente, aunque la respuesta no logró calmar del todo su curiosidad.
-¿Revisión de rutina? -repitió, como si intentara procesarlo.
Obanai dejó a un lado el teclado, entrelazando las manos sobre el escritorio.
-Así es. Kaito tiene algunos chequeos regulares desde que era bebé. Nada fuera de lo común, pero prefiero ser precavido.
Sanemi sintió una mezcla de alivio y frustración. La respuesta era lógica, pero su mente seguía buscando algo más profundo, alguna pieza oculta en el rompecabezas.
-Haces todo tú solo, ¿verdad? -preguntó de repente, sorprendiendo al omega.
Obanai arqueó una ceja.
-¿A qué se refiere?
-A tu hijo. A criar a un niño y trabajar al mismo tiempo. Debe ser... agotador.
Por primera vez, Obanai mostró una ligera sonrisa, una que apenas curvó sus labios pero que resultó suficiente para desarmar a Sanemi.
-Agotador es una palabra adecuada, pero no imposible. Tengo a Mitsuri, y ella es de gran ayuda. Además, soy bastante organizado.
Sanemi chasqueó la lengua, regresando a su tono habitual.
-Supongo que sí. Eres eficiente aquí, así que tiene sentido que lo seas fuera también.
Obanai inclinó la cabeza, como aceptando el comentario, y luego regresó a su trabajo.
Sanemi permaneció en la puerta por un momento más, debatiéndose entre seguir indagando o dejar el tema. Finalmente, decidió no presionar más, aunque su interés seguía creciendo.
-Está bien, puedes salir a la hora que necesites. Pero asegúrate de dejar todo en orden antes de irte.
-Por supuesto, señor Shinazugawa.
El alfa regresó a su oficina, sintiendo que había logrado poco con la conversación, aunque la breve sonrisa de Obanai quedó grabada en su mente.
Mientras se sentaba y volvía a sus reportes, no pudo evitar pensar que, tal vez, lo que más le intrigaba no eran las respuestas de Obanai, sino la inexplicable calma que el omega parecía irradiar, incluso bajo la mirada más inquisitiva de su jefe. "Ese maldito omega...", pensó con una mezcla de irritación y fascinación, mientras se obligaba a concentrarse en su trabajo.
La noticia del viaje llegó con la misma brusquedad que todas las órdenes de Sanemi. Al final de la jornada, el alfa convocó a Obanai a su oficina, y sin rodeos, le informó que lo necesitaba como su asistente durante un viaje de negocios de dos días.
-Es un contrato importante, y quiero que todo salga perfectamente. Necesito que estés presente para manejar los detalles que puedan surgir en el momento -declaró Sanemi, cruzando los brazos mientras miraba a Obanai con seriedad.
El omega, que estaba de pie frente al escritorio, simplemente asintió con calma.
-Entendido, señor Shinazugawa. Prepararé todo lo necesario para el viaje.
Sanemi asintió, pero en lugar de dejar la conversación ahí, se quedó en silencio por unos segundos, como si estuviera considerando algo más. Finalmente, frunció el ceño y habló de nuevo.
-¿Qué harás con tu hijo?
La pregunta tomó a Obanai por sorpresa, aunque su expresión apenas cambió.
-Mitsuri puede encargarse de él. Esos dos días no serán un problema.
Sanemi observó atentamente al omega, buscando alguna señal de duda o preocupación, pero no encontró nada.
-¿Seguro que no será un impedimento? -insistió, su tono casi desafiante.
Obanai inclinó ligeramente la cabeza, manteniendo su tono neutral.
-Estoy seguro, señor. Mi trabajo siempre ha sido mi prioridad, y puedo organizar mi vida personal para que no interfiera.
La respuesta fue tan precisa y desapasionada que dejó a Sanemi sin argumentos. Finalmente, gruñó algo en señal de aceptación y volvió su atención a los documentos en su escritorio.
-Bien. Salimos mañana temprano. Asegúrate de estar listo.
-Por supuesto. Buenas noches, señor Shinazugawa.
El viaje comenzó al amanecer del día siguiente. Obanai llegó puntualmente al aeropuerto, llevando una pequeña maleta y su inseparable portafolio. Sanemi, por su parte, parecía tan imponente como siempre, aunque su mirada se posaba con más frecuencia de lo habitual en su asistente.
Durante el vuelo, ambos trabajaron en silencio. Sanemi revisaba documentos, mientras Obanai organizaba la agenda y repasaba los puntos clave del contrato. La interacción era estrictamente profesional, pero Sanemi no podía evitar que su atención divagara hacia el omega.
Había algo en su concentración inquebrantable que lo irritaba y fascinaba al mismo tiempo. Mientras él luchaba por no analizar cada pequeño gesto de Obanai, este parecía completamente ajeno a su escrutinio.
El primer día transcurrió sin mayores inconvenientes. Las reuniones preliminares fueron largas, pero productivas, y Obanai se encargó de manejar cada detalle logístico con una precisión que Sanemi no podía evitar admirar.
Por la noche, ambos regresaron al hotel. Sanemi se acomodó en la espaciosa sala de su suite, con una copa de whisky en la mano, mientras esperaba que Obanai le entregara un informe con los ajustes finales para la reunión del día siguiente.
Cuando el omega llamó a la puerta y entró, Sanemi lo observó con una mezcla de curiosidad y cansancio.
-¿Cómo haces para mantener ese nivel de eficiencia todo el tiempo? -preguntó de repente, sin molestarse en suavizar su tono.
Obanai levantó la mirada del informe que sostenía.
-Es mi trabajo, señor Shinazugawa. Es lo que se espera de mí.
Sanemi chasqueó la lengua.
-No todos son tan... dedicados como tú. La mayoría se rendiría con la mitad de la carga que llevas encima.
Obanai dejó el informe sobre la mesa y se cruzó de brazos, su expresión permaneciendo neutral.
-Quizá. Pero cuando tienes responsabilidades, no te das el lujo de rendirte.
Sanemi lo miró fijamente, captando el peso de las palabras del omega. Era la primera vez que veía un atisbo de algo más allá de la fachada estoica de Obanai, y no pudo evitar preguntarse cuánto más escondía.
-Supongo que eso incluye a tu hijo.
El omega pareció debatirse por un momento antes de responder.
-Incluye a mi hijo. Todo lo que hago es por él.
El alfa asintió lentamente, sintiendo una punzada de respeto, aunque no dijo nada más al respecto.
Cuando Obanai se retiró a su propia habitación, Sanemi permaneció en la sala, mirando el informe que había dejado sobre la mesa. La dedicación y fuerza de aquel omega eran innegables, pero también lo eran las preguntas que seguían rondando su mente.
"Ese maldito misterio...", pensó, antes de regresar su atención al trabajo, intentando ignorar el creciente interés que lo acosaba con cada interacción.
Era tarde cuando Sanemi decidió retirarse a su habitación. La jornada había sido larga, y aunque había mucho que preparar para la reunión del día siguiente, sentía que necesitaba despejar la mente. Al cruzar por el pasillo de la suit, pasó frente a la puerta de Obanai y se detuvo al escuchar una voz tenue proveniente del interior.
Se tensó de inmediato, su instinto alfa despertándose ante la curiosidad. No era propio de él entrometerse, pero algo en el tono de la conversación captó su atención. Se quedó en silencio, escuchando sin querer interrumpir.
-...sí, Kaito, comiste toda tu cena, ¿verdad? -la voz de Obanai sonaba más suave, casi dulce, un contraste absoluto con la formalidad que siempre mostraba en el trabajo.
Sanemi se apoyó contra la pared, cruzando los brazos mientras trataba de descifrar lo que sentía al escuchar esa faceta desconocida del omega.
-Mitsuri dice que te portaste muy bien hoy. Estoy muy orgulloso de ti. Prometo que volveré pronto, y jugaremos con tus juguetes favoritos, ¿de acuerdo?
Una risita infantil se escuchó al otro lado de la línea, y Sanemi sintió una inesperada calidez en su pecho. Nunca había visto a Obanai mostrar afecto de esa manera, y algo en su corazón endurecido se removió.
-Te amo, Kaito. Ahora sé un buen niño y duerme temprano, ¿sí? Yo también descansaré para estar fuerte cuando vuelva.
Sanemi no pudo evitar imaginarse la escena al otro lado de la llamada: el pequeño niño sonriendo mientras su padre lo tranquilizaba con palabras llenas de amor. Ese Obanai cálido y paternal era completamente distinto al asistente imperturbable que lo enfrentaba cada día.
Cuando el sonido de la llamada terminó, Sanemi se apartó de la puerta y caminó hacia su habitación, pero la imagen de aquel breve momento lo siguió.
Sentado en la cama, con las luces tenues del cuarto, Sanemi se sirvió un trago para tratar de despejar su mente, pero el recuerdo de la voz de Obanai seguía rondándolo.
"¿Por qué este omega me afecta tanto?", se preguntó mientras tamborileaba los dedos contra el vaso de vidrio. Había conocido a decenas, quizá cientos de omegas en su vida, pero ninguno había despertado en él algo más allá de una atracción pasajera.
Con Obanai era diferente. No era solo su actitud desafiante en el trabajo o su impecable eficiencia. Era esa otra faceta, la que apenas había vislumbrado, la que lo hacía cuestionarse todo.
Sanemi gruñó, molesto consigo mismo por dejarse llevar por esos pensamientos. Pero no podía ignorar la verdad: aquel omega había logrado lo que nadie más había conseguido. Había despertado un sentimiento enterrado bajo años de orgullo y cinismo, un sentimiento que Sanemi ni siquiera sabía cómo nombrar.
Esa noche, mientras intentaba dormir, se dio cuenta de que, aunque no lo quisiera admitir, algo en su interior había cambiado, y el responsable de ese cambio era Obanai Iguro.
Continuará...
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