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Capítulo [44]

La mañana siguiente comenzó con un claro contraste de emociones para Obanai. Mientras intentaba levantarse, el dolor en sus caderas lo obligó a permanecer en la cama, lanzando un reproche sarcástico hacia Sanemi, quien apenas escondía su sonrisa de satisfacción desde el umbral de la puerta.

—Esto es culpa tuya, Shinazugawa. ¿Cómo se supone que voy a caminar hoy? —dijo el omega con un tono mezcla de irritación y resignación, masajeando ligeramente su costado mientras trataba de sentarse.

Sanemi se acercó, dejando un beso en su frente antes de responder.
—Prometo compensarte con el mejor desayuno que hayas probado. Además, lo de anoche no es algo de lo que deberías quejarte... creo que ambos lo disfrutamos bastante.

Obanai se limitó a rodar los ojos, pero al girarse hacia el espejo cercano, la vista de la marca fresca en su cuello lo dejó sin palabras por un instante. Pasó los dedos con suavidad sobre ella, sintiendo el calor que irradiaba y recordando la intensidad de la noche anterior. Su corazón latió con fuerza, invadido por un torrente de emociones que lo sorprendieron: orgullo, pertenencia, y sobre todo, amor.

Sanemi, atento como siempre, notó el momento de introspección del omega y decidió no interrumpirlo. Salió de la habitación para encargarse de las sábanas revueltas y comenzar a preparar el desayuno.

Mientras tanto, Kaito apareció somnoliento en el pasillo, frotándose los ojos con sus pequeñas manos. Sanemi lo recogió con facilidad, llevándolo en brazos hacia la cocina.
—Hoy tienes suerte, campeón. Papá está haciendo panqueques.

—¿Con miel? —preguntó el pequeño con un bostezo, sus ojos brillando al imaginar el desayuno.

—Con miel, chocolate y todo lo que quieras —prometió Sanemi, dejando a Kaito sentado en la mesa mientras comenzaba a batir la mezcla.

Cuando Obanai finalmente apareció, con pasos un poco lentos pero determinado a unirse a la mesa, se encontró con la imagen de Sanemi sirviendo el desayuno y Kaito riendo mientras intentaba tomar una fresa del plato. Una sensación cálida lo invadió al ver la armonía que ahora era parte de su vida.

Sanemi, al percatarse de su presencia, lo guió hasta la silla más cercana.
—Te dije que no te levantaras. Este desayuno es para que lo disfrutes en la cama.

Obanai negó con la cabeza, aunque en su interior apreciaba el gesto.
—Prefiero comer aquí. Además, no pienso dejar que tú y Kaito se diviertan sin mí.

Sanemi le sonrió antes de sentarse junto a él, sirviéndole una taza de té.
—Entonces prepárate, porque después del desayuno, tú descansas y yo me encargo del resto del día.

Obanai fingió reprocharle, pero la felicidad en su interior no podía ocultarse. Esa mañana, rodeado de las dos personas que amaba, sintió que finalmente había encontrado su hogar.

...

El chillido de emoción de Kanroji llenó la sala como una explosión de alegría descontrolada. Obanai apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando la mujer ya lo había atrapado entre sus brazos en un fuerte abrazo, saltando con emoción mientras sostenía su mano para admirar el anillo.

—¡Obanai! ¡Es hermoso! ¡No puedo creerlo! ¡Se comprometieron de verdad! —exclamó con lágrimas de felicidad acumulándose en sus ojos.

Sanemi y Kaito, en la cocina, voltearon a verla con curiosidad. Ambos tenían puestos mandiles y la cara salpicada de harina, intentando cocinar juntos la cena sin provocar un desastre absoluto.

—¿Por qué gritas así, Kanroji? —preguntó Sanemi, alzando una ceja mientras intentaba evitar que Kaito metiera los dedos en la masa de las croquetas.

—¡Porque es un momento importante! —respondió la mujer con emoción desbordante, tomando la mano de Obanai y estirándola hacia ellos—. ¡Miren este anillo! ¡Es oficial, están comprometidos!

Sanemi sonrió con satisfacción al ver cómo Obanai, aunque ligeramente avergonzado por la exagerada reacción de su amiga, no escondía su mano. El omega, lejos de su versión fría y reservada de meses atrás, ahora tenía un leve sonrojo en sus mejillas y una pequeña sonrisa en los labios.

—¡Eso significa que seremos una familia! —exclamó Kaito con una sonrisa radiante—. ¿Eso quiere decir que tendré hermanitos?

Obanai sintió su rostro arder mientras Sanemi soltaba una carcajada y Kanroji lo miraba con emoción redoblada.

—¡Sí, Kaito! —respondió la mujer con brillo en los ojos—. ¡Más hermanitos para ti!

Sanemi se inclinó sobre la encimera con una sonrisa ladina, apoyando el mentón en su mano mientras miraba a Obanai con diversión.

—No suena como una mala idea... ¿tú qué opinas, cariño?

Obanai se cubrió el rostro con una mano, tratando de ignorar el calor que sentía en todo su cuerpo.

—Primero casémonos antes de que sigas planeando cosas, Shinazugawa...

Kaito aplaudió emocionado, aunque no entendía del todo, solo sabía que la familia iba a crecer y eso lo hacía feliz.

Con el ambiente lleno de risas y la calidez de la promesa de un futuro juntos, los cuatro compartieron la cena en una charla amena. Había sido un largo camino, pero por primera vez, Obanai sintió que su historia tenía un final feliz en el horizonte.

El anuncio del compromiso entre Sanemi Shinazugawa y Obanai Iguro fue una verdadera bomba en los medios, convirtiéndose en el evento más comentado entre las altas esferas empresariales. No solo por la influencia de Shinazugawa Corp., sino porque muchos aún recordaban el polémico juicio de custodia que había acaparado titulares meses atrás. Sin embargo, ahora el panorama era completamente diferente.

Había pasado medio año desde el tribunal, y la vida de Obanai y Kaito se había asentado con naturalidad en el penthouse de Sanemi. A pesar del caos inicial y de las amenazas del pasado, la tranquilidad se había instaurado en sus vidas.

Sanemi, por su parte, no tenía ninguna preocupación respecto a Kaigaku o Tomioka. Sabía bien que el destino había alcanzado a Kaigaku antes de que él tuviera que ensuciarse las manos. Los prestamistas a los que debía una fortuna no eran conocidos por su paciencia, y era más que evidente que su antiguo rival había encontrado su final de una forma poco digna. No era un pensamiento que le quitara el sueño. Si algo había aprendido en los negocios y en la vida era que los hombres como Kaigaku siempre cavaban su propia tumba.

Tomioka, en cambio, había desaparecido del panorama social. Después de su humillación y de la estocada final que le dio Sanemi en aquella última reunión, no hubo más rastros de él en los eventos de la alta sociedad. No importaba cuánto intentara recuperar su reputación, su caída fue abrupta y dolorosa.

Ahora, con la fecha de la boda acercándose, el mundo entero tenía los ojos puestos en ellos. No solo por la magnitud del evento, sino por lo que representaba: un omega que había desafiado todas las expectativas de la sociedad y un alfa que había encontrado su hogar en una familia que jamás había imaginado para sí mismo.

Obanai observaba los titulares en su teléfono mientras tomaba su té matutino, aún adormilado por el sueño. Sanemi, recién salido de la ducha, pasó detrás de él y miró por encima de su hombro.

—¿Siguen con esa basura? —bufó, dejando un beso en su mejilla antes de sentarse a su lado.

Obanai rodó los ojos y deslizó el teléfono a un lado.

—No es nada nuevo. "El romance inesperado de Shinazugawa", "El omega que conquistó al magnate", "Una boda que cambiará el panorama empresarial" —enumeró con sorna.

Sanemi se rió entre dientes mientras tomaba una tostada.

—Al menos nadie está apostando por nuestro divorcio... aún.

Obanai lo fulminó con la mirada antes de suspirar.

—No me importa lo que digan. Que hablen lo que quieran. Lo único que me interesa es que Kaito esté bien y que todo esto no lo afecte.

Sanemi dejó la tostada en su plato y tomó su mano con firmeza.

—Nada va a tocar al futuro heredero de Shinazugawa Corp., ni a ti. Que digan lo que quieran. Al final, lo único que importa es lo que tenemos.

Obanai sostuvo su mirada por un largo momento antes de asentir. La boda se acercaba y con ella toda la atención del mundo. Pero, por primera vez en mucho tiempo, sabía que no tenía que enfrentarlo solo.

Sanemi esbozó una sonrisa mientras servía un poco más de comida en el plato de Obanai.

—Ahora tienes que comer por dos —dijo con diversión, empujando suavemente el plato hacia él.

Obanai bufó, rodando los ojos con fingida molestia, pero aceptó la comida sin protestar. Sabía que era inútil discutir cuando Sanemi se ponía en modo protector. Desde que habían confirmado la noticia, el alfa se había vuelto aún más atento, vigilando cada pequeño detalle de su bienestar.

—Si sigues así, terminaré rodando en lugar de caminar —refunfuñó mientras tomaba los cubiertos.

Sanemi soltó una carcajada, apoyando el codo en la mesa mientras lo miraba con evidente adoración.

—No me molestaría. Igual te cargaría a donde fuera.

Obanai lo miró con una mezcla de incredulidad y cariño, pero antes de que pudiera responder, un pequeño bulto somnoliento apareció en la puerta de la cocina.

Kaito, con su pijama arrugada y el cabello completamente despeinado, caminó a trompicones hacia Sanemi con los ojos entrecerrados, arrastrando su mantita detrás de él. No dijo nada, solo levantó los brazos con un claro mensaje: quería ser cargado.

Sanemi dejó los cubiertos y lo levantó con facilidad, acomodándolo contra su pecho.

—¿Tuviste un mal sueño, pequeñajo? —murmuró, pasando una mano por su espalda.

Kaito no respondió, simplemente se acurrucó más, enterrando el rostro en el cuello de su papá alfa. Sanemi sonrió con ternura y le dio un par de palmaditas suaves en la espalda, balanceándolo ligeramente en sus brazos.

Obanai los observó en silencio, con una calidez que le llenó el pecho. Era una escena que jamás imaginó vivir: su hijo en brazos de un alfa que realmente lo amaba, que lo protegía como si fuera suyo de nacimiento. Y ahora, con una nueva vida creciendo dentro de él, su familia estaba a punto de expandirse aún más.

Los medios habían enloquecido con el anuncio de la boda, pero cuando la noticia del segundo heredero de Shinazugawa Corp. se hiciera pública, la conmoción sería aún mayor.

—Van a perder la cabeza cuando lo sepan —murmuró, removiendo su comida con el tenedor.

Sanemi le lanzó una mirada condescendiente mientras acomodaba mejor a Kaito sobre su pecho.

—Que se vuelvan locos. Yo solo me preocupo por ustedes.

Obanai sintió una sonrisa curvar sus labios. A pesar de todo, a pesar del caos que una vez los rodeó, ahora tenía la certeza de que nada ni nadie podría arrebatarles lo que habían construido.

Continuará...

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