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Capítulo [42]

La rutina en la empresa había retomado su curso con calma, un contraste bienvenido tras las agitadas semanas previas. Obanai y Sanemi se habían adaptado rápidamente, y la eficiencia que Kanae mantenía en sus funciones aseguraba que el flujo de trabajo continuara sin contratiempos. Sin embargo, el cambio más notable era el propio Sanemi. Su buen humor desde que compartía su vida con Obanai se reflejaba en la atmósfera de la oficina, relajando incluso a los empleados más tensos.

Obanai, por su parte, había recuperado su papel como asistente principal, aunque la cercanía con Sanemi había adquirido una nueva dimensión. Cada interacción entre ellos llevaba un matiz íntimo, incluso cuando el omega intentaba mantener su habitual profesionalismo.

A media mañana, Sanemi, fiel a su hábito, lo llamó a su oficina. Obanai llegó con una libreta en mano, listo para discutir las pendientes, pero tan pronto como cerró la puerta, Sanemi lo atrapó por los muslos y, en un movimiento rápido, lo levantó y lo sentó sobre el escritorio.

—¿Qué haces? —preguntó Obanai, claramente sorprendido, aunque sus mejillas se ruborizaron al instante.

Sanemi no respondió de inmediato. En su lugar, inclinó la cabeza y capturó los labios del omega en un beso profundo y posesivo, dejando claro que sus intenciones no eran nada relacionadas con el trabajo.

—No podía esperar hasta el almuerzo —murmuró Sanemi contra sus labios, su tono grave y lleno de un deseo contenido. Sus manos se mantuvieron firmes en los muslos de Obanai, asegurándose de que no se escapara fácilmente.

Obanai apartó el rostro, intentando mantener su compostura, aunque su expresión traicionaba el leve estremecimiento que recorrió su cuerpo.

—Sanemi, estamos en la oficina. ¿Qué pasa si alguien entra? —le reprochó, aunque sin mucha convicción.

—Por eso tengo la puerta cerrada con seguro —replicó el alfa con una sonrisa ladina, inclinándose de nuevo para besar el cuello de Obanai, dejando una leve marca apenas visible.

Obanai suspiró, intentando recuperar el control de la situación. Aunque detestaba admitirlo, la intensidad de Sanemi lograba desarmarlo cada vez.

—Deberíamos estar trabajando, no... esto —insistió, aunque su tono carecía de la firmeza habitual.

—Esto es mi forma de trabajar —respondió Sanemi, deslizando las manos por los costados del omega con una lentitud calculada—. Mantengo la moral alta y me aseguro de que mi pareja sepa cuánto la deseo.

Obanai suspiró profundamente, empujando suavemente el pecho de Sanemi para mantener algo de distancia.

—Bien, cinco minutos, y luego volvemos a trabajar.

Sanemi sonrió ampliamente, satisfecho.

—Cinco minutos es todo lo que necesito por ahora.

Obanai trató de concentrarse en su trabajo después de salir de la oficina de Sanemi, aunque el leve rubor en sus mejillas delataba que la intensidad del alfa aún lo tenía un tanto desconcertado. Sabía que Sanemi estaba al límite, especialmente porque esa mañana había rechazado sus "cariños", algo que claramente había afectado su humor. Aun así, logró mantener la compostura durante el resto del día, aunque no podía evitar recordar las palabras del alfa. Sanemi había dejado claro que estaba listo para reclamarlo en el momento en que Obanai aceptara.

Esa noche, mientras Obanai descansaba en casa con Kaito, Sanemi se dirigió a un café discreto en el centro de la ciudad. Había pactado un encuentro con Tomioka, y aunque el omega creía que tenía la ventaja, Sanemi había planeado su venganza meticulosamente.

El ambiente del café era tranquilo, con una tenue iluminación cálida que contrastaba con la fría noche invernal. Tomioka ya estaba sentado en una mesa al fondo, esperando con su habitual aire de superioridad. Al ver a Sanemi, una ligera sonrisa se dibujó en su rostro, pensando que podría recuperar algo de control sobre el alfa.

Sanemi se sentó frente a él, sin prisa y con una expresión relajada que escondía perfectamente su intención.

—Gracias por venir —dijo Tomioka, adoptando un tono calculadamente suave—. Sabía que eventualmente querrías hablar conmigo.

Sanemi lo miró con una sonrisa ladina, pero no respondió de inmediato. En lugar de eso, sacó un cigarrillo, lo encendió y exhaló el humo con calma.

—¿Hablar contigo? —repitió Sanemi con un deje de burla—. No, Giyuu, estoy aquí para aclararte algo.

Tomioka frunció el ceño, su sonrisa desvaneciéndose ligeramente.

—¿Aclararme qué?

Sanemi apoyó un codo en la mesa, inclinándose hacia adelante para asegurarse de que cada palabra llegara con precisión.

—Que no hay absolutamente nada que puedas hacer para que me interese en ti. Nada.

El omega parpadeó, sorprendido por la franqueza del alfa, pero antes de que pudiera responder, Sanemi sacó algo de su bolsillo. Una pequeña caja de terciopelo negro que colocó en la mesa entre ellos, abriéndola lentamente.

En el interior, un anillo de compromiso brillaba bajo la tenue luz del café, perfectamente diseñado y claramente pensado para alguien muy especial.

—¿Ves esto? —continuó Sanemi, su tono firme y sin espacio para interrupciones—. Es para Obanai. Él es todo lo que quiero, y nada de lo que hagas o digas va a cambiar eso.

Tomioka sintió cómo su orgullo se desgarraba al ver el símbolo tangible del compromiso que Sanemi planeaba con otro omega. Trató de mantener su compostura, pero sus manos temblaron ligeramente al apretar la servilleta que sostenía.

—¿De verdad piensas que alguien como Obanai es digno de ti? —espetó, su voz teñida de desprecio y rabia contenida—. Él no es más que un reemplazo barato.

Sanemi soltó una carcajada baja, inclinándose aún más hacia Tomioka.

—Obanai es todo lo que tú nunca serás, Giyuu. Valiente, honesto, y lo más importante, él me ama por quien soy, no por lo que represento.

El omega apretó los labios, claramente herido, pero Sanemi no había terminado.

—Ah, y por cierto —añadió, levantándose de la mesa y guardando la cajita en su bolsillo—, si alguna vez vuelves a intentar manipular a alguien para meterte en mi vida, asegúrate de que no deje un rastro tan patético como el que dejaste con Kaigaku.

Sanemi lanzó un último vistazo frío antes de girarse y salir del café, dejando a Tomioka solo, derrotado y con su orgullo hecho pedazos. Afuera, el alfa encendió otro cigarrillo, satisfecho de haber puesto fin a cualquier pretensión que el omega pudiera tener sobre él.

...

Sanemi entró al penthouse y sintió de inmediato el calor del hogar. El aroma de una cena casera llenaba el aire, y al girar hacia la sala, encontró a Obanai esperándolo con la mesa puesta y una cálida sonrisa en el rostro.

—Llegas justo a tiempo —comentó el omega mientras terminaba de encender un par de velas sobre la mesa, la luz tenue dándole un toque especial al ambiente.

Kaito ya dormía profundamente en su habitación, dejando a ambos adultos disfrutar de un momento para ellos. Sanemi dejó su abrigo en el perchero y se acercó, envolviendo a Obanai en un breve abrazo antes de tomar asiento.

—Antes de que comamos, hay algo que necesito aclararte —dijo Sanemi con seriedad, deteniendo momentáneamente la atmósfera relajada.

Obanai lo miró con atención mientras el alfa le explicaba todo lo que había ocurrido con Tomioka y Kaigaku. Detalló cómo Giyuu había conspirado para usar al alfa como herramienta contra él, y cómo sus celos habían desencadenado todos los problemas recientes. La confesión fue directa, pero Sanemi se aseguró de que Obanai entendiera que todo estaba bajo control.

—No dejaré que nadie interfiera con lo que tenemos —finalizó Sanemi con determinación.

Obanai asintió lentamente, procesando la información. No pudo evitar sentirse aliviado por la sinceridad de Sanemi, aunque el tema le dejara un sabor amargo.

—Gracias por decírmelo —respondió el omega con calma—. Supongo que no podía esperar menos de alguien como Tomioka. Pero confío en ti, Sanemi.

Esa última frase bastó para disipar cualquier tensión. Sanemi sonrió y ambos se dispusieron a cenar. La conversación fluyó naturalmente, acompañada por una botella de vino que Obanai había escogido especialmente para la ocasión. La nieve caía con fuerza afuera, pero en el interior todo era calidez y tranquilidad.

Mientras bebían la última copa, el ambiente se tornó más íntimo. Obanai, más relajado que de costumbre, dejó que Sanemi tomara su mano sobre la mesa. El alfa acariciaba con sus dedos las finas cicatrices que recorrían la piel del omega, mirándolo con ternura.

En el bolsillo de Sanemi, la pequeña caja aterciopelada parecía pesar más con cada segundo que pasaba. Había estado esperando el momento perfecto, y ahora, con el suave resplandor de las velas y el silencio que los rodeaba, sabía que no podría encontrar una oportunidad mejor.

Se levantó lentamente, rodeando la mesa hasta quedar de rodillas frente a Obanai.

—¿Qué haces? —preguntó el omega, sorprendido y con las mejillas ligeramente sonrojadas por el vino.

Sanemi sacó la caja de su bolsillo y la abrió, revelando el anillo de compromiso que había elegido con tanto cuidado.

—Obanai Iguro, no puedo prometerte que seré perfecto, pero puedo prometerte que haré todo lo posible por amarte y protegerte cada día de mi vida. Quiero que tú y Kaito sean mi familia, y quiero que tú seas mi omega en todos los sentidos. ¿Me aceptarías como tu alfa para siempre?

Obanai lo miró, completamente atónito. Las palabras de Sanemi resonaron profundamente en su corazón, y aunque los nervios lo invadieron por un instante, no pudo evitar sentir que estaba en el lugar donde siempre había pertenecido.

Llevando una mano temblorosa a sus labios, finalmente asintió, su voz apenas un susurro.

—Sí, Sanemi... te acepto.

La sonrisa del alfa iluminó la habitación mientras deslizaba el anillo en el dedo de Obanai. Se levantó y lo atrajo en un abrazo, sellando su compromiso con un beso lleno de amor y promesas. Afuera, la nieve seguía cayendo, pero dentro del penthouse, todo era calidez y felicidad.

Continuará...

TNoel: Perdón por la demora, estoy atravesando un resfrío potente, la enfermedad y el estado de delirio me ayudó a planear nuevos proyectos SaneOba y otras parejitas. BLMDJ tendrá tres capítulos Extras y un Epílogo. 

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