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Capítulo [41]

El sol de la tarde se filtraba por las ventanas del penhouse mientras Sanemi cargaba con cajas y maletas, trasladándolas desde la entrada hacia las habitaciones. Kaito estaba entretenido con Kanroji en la sala, jugando con un set de bloques de construcción que parecía tenerlo totalmente absorto. Obanai, sin embargo, permanecía en el pasillo, observando con una mezcla de curiosidad y ligera confusión cómo Sanemi se movía de un lado a otro con decisión.

—Sanemi —llamó finalmente el omega, apoyándose contra el marco de la puerta.

El alfa, que en ese momento llevaba una caja con ropa etiquetada como "Obanai", le lanzó una mirada fugaz antes de entrar a su habitación.

—¿Qué pasa? —preguntó casualmente mientras colocaba la caja junto a otras que ya había acumulado en el cuarto.

Obanai frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—¿Por qué estás poniendo mis cosas aquí?

Sanemi se detuvo, girando hacia él con una ceja alzada.

—Porque aquí es donde deben estar.

El omega ladeó la cabeza, sus labios formando una fina línea mientras intentaba procesar la respuesta. Hasta ese momento, habían estado durmiendo en habitaciones separadas. Aunque la cercanía y la confianza entre ellos habían crecido considerablemente, la idea de compartir un espacio de manera tan definitiva no había sido discutida.

—Creí que... ya sabes, cada uno tenía su habitación —aventuró Obanai, su voz un poco más baja de lo habitual.

Sanemi se acercó con paso firme, quedando lo suficientemente cerca como para que el omega tuviera que alzar ligeramente la vista para mirarlo.

—Obanai, eres mi pareja —dijo con un tono que no dejaba lugar a discusión—. Y las parejas duermen juntas.

El omega parpadeó, sorprendido tanto por la declaración como por la simplicidad con la que Sanemi la decía, como si fuera lo más obvio del mundo.

—¿Desde cuándo soy tu pareja? —murmuró, intentando ocultar el leve rubor que subió a sus mejillas.

Sanemi soltó una risa baja, acercándose aún más hasta que su rostro quedó a pocos centímetros del de Obanai.

—Desde que aceptaste quedarte aquí conmigo —respondió, tomando la mano del omega y llevándola a su pecho, justo sobre el lugar donde su corazón latía con fuerza—. Desde que me dejaste entrar en tu vida y la de Kaito.

Obanai sintió que su resolución se tambaleaba ante la intensidad de esas palabras y la calidez que transmitía Sanemi. Quiso replicar, pero el alfa lo interrumpió, acariciando suavemente su mejilla.

—Esto no es solo por nosotros. Es por Kaito también. Quiero que vea lo que significa una verdadera familia, un hogar donde todos estamos juntos.

El omega bajó la mirada, permitiendo que un pequeño suspiro escapara de sus labios. Las palabras de Sanemi le llegaron al corazón, desarmándolo por completo. Finalmente, asintió con un gesto casi imperceptible, su voz apenas un susurro.

—Está bien...

Sanemi sonrió, triunfante pero sereno, y sin decir más, lo rodeó con sus brazos en un abrazo cálido y protector.

—Te prometo que no te arrepentirás de esto.

Obanai se permitió relajarse en aquel abrazo, apoyando su frente contra el hombro del alfa mientras sentía cómo un peso invisible comenzaba a desaparecer. Tal vez, después de todo, compartir esa habitación no era una mala idea.

La oscuridad de la noche se cernía suavemente sobre el penhouse cuando Sanemi dejó caer la última caja al suelo con un suspiro satisfecho. El cuarto que antes había sido únicamente suyo ahora estaba impregnado de la esencia de Obanai, con pequeños detalles que hacían evidente su presencia: su aroma, su ropa organizada en los cajones y los libros que ahora ocupaban una esquina de la habitación.

El alfa se estiró ligeramente, observando cómo Obanai acomodaba cuidadosamente unas pertenencias en el estante cercano. No pudo evitar sonreír. Había algo profundamente gratificante en ver al omega en su espacio, como si siempre hubiera pertenecido allí.

—¿Qué miras? —preguntó Obanai sin voltear, sintiendo la intensa mirada de Sanemi sobre él.

—A ti —respondió el alfa sin reparos, cruzando los brazos y apoyándose contra la pared.

Obanai rodó los ojos, pero el rubor que coloreó sus mejillas lo delató. Antes de que pudiera responder, Sanemi se movió con esa rapidez característica, acortando la distancia entre ambos en cuestión de segundos.

—Sanemi, aún falta... —empezó a decir el omega, pero su voz se apagó cuando el alfa lo tomó suavemente de la cintura y lo llevó hacia la cama.

—Lo que falta puede esperar —replicó Sanemi, tumbándolo con cuidado sobre el colchón.

Obanai no puso resistencia, aunque lo miró con una mezcla de reproche y resignación. El alfa se inclinó sobre él, apoyando un brazo junto a su cabeza para sostener su peso mientras su otra mano acariciaba su mejilla con ternura.

—Quería un momento a solas contigo antes de que Mitsuri y Kaito reclamen nuestra atención —dijo Sanemi con una sonrisa traviesa, inclinándose para rozar sus labios contra los del omega.

Obanai no respondió de inmediato, pero cuando Sanemi lo besó con esa mezcla perfecta de intensidad y dulzura, sintió cómo sus defensas se desmoronaban. Sus manos subieron instintivamente hacia los hombros del alfa, aferrándose a él mientras correspondía al beso.

Sanemi separó sus labios apenas unos centímetros, lo suficiente para susurrar contra su piel:

—Te prometo que cada día voy a demostrarte cuánto te amo, Obanai. No importa lo que venga, siempre voy a estar aquí, contigo y con Kaito.

Obanai lo miró en silencio, sus ojos reflejando una mezcla de emociones. Había algo en la voz de Sanemi, en la firmeza de su promesa, que lo hacía sentir seguro, como si finalmente tuviera un lugar donde descansar, un hogar donde ser amado sin condiciones.

—Eres un alfa demasiado intenso, Sanemi —murmuró con una sonrisa leve, bajando la mirada.

—Y tú eres el omega que me enseñó a serlo —respondió el alfa, presionando un suave beso en su frente antes de abrazarlo con fuerza.

Ambos permanecieron así, acurrucados en la cama que ahora compartían, disfrutando del silencio que los envolvía. En la sala, las risas de Kaito y Mitsuri eran apenas un eco lejano, pero en esa habitación, solo existían ellos, juntos, seguros y listos para enfrentar lo que fuera.

La cena había transcurrido tranquila, con las risas de Kaito llenando el ambiente mientras disfrutaban de una pizza improvisada. Kanroji, siempre alegre, se despidió con un abrazo cálido para cada uno, asegurando que regresaría el lunes para retomar su rutina como niñera.

Obanai se dedicó a bañar a Kaito, quien, aunque protestaba entre risas, terminó cediendo al agua tibia. Mientras tanto, Sanemi se encargó de buscar los peluches de turno que su pequeño "hijo adoptivo" necesitaba para dormir. Era un ritual que ambos habían integrado con facilidad, funcionando como un equipo perfectamente sincronizado.

Una vez Kaito estuvo dormido en su habitación, abrazando a sus peluches con una expresión de paz que contrastaba con la energía que siempre desbordaba, Obanai se retiró a darse una ducha. Sanemi, por su parte, regresó a su habitación para preparar la cama, observando por un momento el espacio que ahora compartía con el omega.

La tranquilidad de esa noche era palpable, una burbuja de calma después de la tormenta de los últimos días. Pero incluso en medio de esa paz, Sanemi no podía olvidar a Tomioka. Sabía que todos los problemas con Kaigaku no habían sido solo obra de un alfa desesperado, sino que estaban orquestados por los celos y el capricho enfermizo de aquel omega que había sido parte de su pasado.

Sanemi cerró los ojos por un momento, repasando mentalmente el plan que había ideado para asegurarse de que Tomioka recibiera lo que merecía. No tenía intención de dejar cabos sueltos, especialmente cuando aquel omega había puesto en riesgo la felicidad de su familia. La venganza sería fría, calculada, y completamente devastadora para Tomioka.

El sonido de la puerta del baño abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Obanai apareció con el cabello húmedo y una expresión de cansancio en su rostro, envuelto en una camiseta holgada que pertenecía al alfa. Sanemi se permitió un momento para admirarlo antes de levantarse de la cama y acercarse a él.

—¿Todo listo para dormir? —preguntó Sanemi con suavidad, tomando una toalla para ayudar a secar el cabello de Obanai.

El omega asintió, dejándose consentir por el gesto. Aunque estaba acostumbrado a valerse por sí mismo, había algo reconfortante en la forma en que Sanemi cuidaba de los pequeños detalles, como si cada acción le recordara que ya no estaba solo.

—Kaito se quedó profundamente dormido. Creo que por fin se está acostumbrando a la nueva rutina —comentó Obanai en voz baja.

—Me alegra. Quiero que los dos se sientan cómodos aquí, que este lugar sea su hogar —respondió Sanemi, su voz cargada de sinceridad.

Cuando terminaron, ambos se metieron en la cama, la calidez del otro ofreciendo un refugio contra el frío de la noche. Sanemi pasó un brazo por la cintura de Obanai, atrayéndolo hacia sí.

—Gracias por todo hoy, Sanemi. Por hacer que las cosas sean más fáciles... —murmuró el omega, su voz apagándose mientras el sueño comenzaba a ganarle.

Sanemi lo abrazó con más fuerza, dejando un suave beso en su cabello. Aunque sus pensamientos volvían de vez en cuando a Tomioka y lo que debía hacer, decidió que esa noche sería solo para ellos. Lo demás podía esperar.

Continuará...

TNoel: Espero que esten disfrutando la brecha final de Bajo la Mirada del Jefe! Quiero extenderlo un poco más y no dejar cabos sueltos, creo que Sanemi y Obanai se merecen un final feliz...

... O no?

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