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Capítulo [40]

El tribunal estaba en completo silencio cuando se inició la sesión. El día era tan frío y sombrío como el ambiente dentro de la sala. Las figuras serias de los abogados de ambas partes marcaban la pauta para lo que sería una batalla intensa. Obanai se sentó al frente, con el semblante tranquilo pero tenso, mientras que Kaigaku, con una sonrisa arrogante, aparentaba confianza en su victoria.

El juez, un hombre mayor con expresión imperturbable, ajustó sus gafas antes de dar inicio.

—Comenzaremos con los testigos —anunció, su voz firme resonando por toda la sala.

Los abogados de Kaigaku tomaron la delantera, presentando una serie de testigos que reforzaban la imagen de Kaigaku como un alfa "responsable y estable". Vecinos y conocidos declararon cómo había buscado mejorar su vida tras errores del pasado. Sin embargo, el golpe más contundente llegó con el testimonio de uno de los profesores de Kaito, quien mencionó cómo el niño había expresado su deseo de tener un padre y lo crucial que era una figura alfa para su desarrollo.

Obanai, al escuchar esto, apretó los puños bajo la mesa. Kanroji, sentada detrás de él, colocó una mano tranquilizadora en su hombro.

Cuando fue el turno de Obanai, Sanemi subió al estrado como testigo clave. Su postura era segura, su tono firme, como si cada palabra fuera una declaración de guerra contra Kaigaku.

—El bienestar de Kaito siempre ha sido prioridad para Obanai —afirmó Sanemi, mirando directamente al juez—. He visto cómo maneja su vida entre su carrera y su hijo, sacrificándose a diario. Y he estado allí para apoyar, no como un reemplazo, sino como alguien que quiere ser parte de su vida.

Kaigaku bufó desde su asiento, pero el juez no permitió interrupciones.

Kanroji también testificó, hablando sobre la dedicación de Obanai como padre y el amor evidente que Kaito sentía por él. Sin embargo, el abogado de Kaigaku no perdió oportunidad para desviar la narrativa, señalando la inestabilidad de Obanai debido a su trabajo y los supuestos "episodios emocionales" provocados por su pasado con Kaigaku.

El ambiente se tensaba con cada nuevo argumento. Obanai fue llamado al estrado para contar su historia, narrando con detalles cómo había sido abandonado por Kaigaku y las razones detrás de su independencia. Su voz, aunque firme, traicionaba un leve temblor al recordar el abuso emocional que había soportado.

Kaigaku, por su parte, habló con un tono cuidadosamente calculado. Expuso sus "intenciones puras" de reconectar con Kaito y cómo deseaba darle una estabilidad que, según él, Obanai no podía ofrecer.

El punto culminante llegó con la presentación del video de la entrevista psicológica con Kaito. La sala quedó en completo silencio cuando la pantalla mostró al niño, sentado frente a una amable psicóloga.

—¿Te sientes feliz con tu papá Obanai? —preguntó ella.

—Sí, es el mejor papá —respondió Kaito, jugando con un pequeño peluche que había llevado consigo.

—¿Sientes que te hace falta algo en casa? —continuó la mujer, con cuidado.

Kaito dudó un momento antes de responder.

—A veces pienso que sería bueno tener un papá como Sanemi. Él siempre me cuida y hace reír a papá. Y es muy fuerte.

El impacto fue inmediato. Obanai sintió un nudo en la garganta, mientras Kaigaku fruncía el ceño al escuchar la respuesta. Sanemi, desde su asiento, no apartó los ojos del juez, decidido a pelear hasta el final.

Cuando el video terminó, el juez solicitó un receso para deliberar. La sala quedó en un murmullo de tensiones mientras las partes esperaban el veredicto.

Cuando se reanudó la sesión, el juez ajustó sus gafas una vez más antes de hablar.

—Después de evaluar los testimonios, las pruebas presentadas y el interés superior del niño, este tribunal concluye que la custodia completa debe permanecer con el señor Obanai Iguro.

Un suspiro de alivio recorrió la sala. Obanai se llevó una mano a la boca, conteniendo las lágrimas, mientras Kanroji lo abrazaba desde atrás. Sanemi, por su parte, dejó escapar una sonrisa de satisfacción, observando cómo Kaigaku se levantaba furioso y abandonaba la sala sin esperar más.

El juez continuó.

—Además, se ordena que el señor Kaigaku mantenga una distancia de al menos 500 metros de Kaito y el señor Iguro, salvo en circunstancias legales previamente acordadas.

Cuando todo terminó, Sanemi se acercó a Obanai y colocó una mano en su hombro, inclinándose para susurrarle:

—Te lo dije, ¿no? Nadie te va a quitar lo que es tuyo.

Obanai asintió, finalmente dejando escapar una lágrima de alivio. Por fin, la tormenta había comenzado a disiparse.

El aire frío de la tarde golpeó suavemente a Obanai mientras salían del tribunal. Caminaba junto a Sanemi, quien estaba en una conversación animada con uno de sus abogados, discutiendo los próximos pasos legales para garantizar la seguridad de Kaito y la tranquilidad de Obanai. Sin embargo, una inquietud se deslizó en el pecho del omega. Entre la multitud que se disolvía a las afueras del edificio, creyó haber visto un rostro conocido: el ex prometido de Sanemi, Tomioka Giyuu.

El breve encuentro visual le provocó un escalofrío, pero decidió no mencionarlo. No quería perturbar el momento de alivio que habían alcanzado tras la victoria en el tribunal. En su lugar, se limitó a caminar en silencio, sus dedos entrelazados con los de Sanemi, buscando consuelo en la calidez del alfa.

Después de pasar por la guardería para recoger a Kaito, el niño corrió hacia ellos con una sonrisa amplia, ajeno a los eventos de la mañana.

—¡Papá, Sanemi! ¿Podemos comer pizza hoy? —preguntó emocionado, saltando de un pie a otro mientras sostenía su mochila.

Obanai sonrió con ternura, agachándose para abrazarlo. Había algo en la pureza y alegría de Kaito que hacía que todos los problemas parecieran desvanecerse, al menos por un momento. Sin embargo, esta vez, el abrazo se prolongó más de lo habitual. Obanai no quería soltarlo, como si necesitara sentir que su hijo estaba seguro entre sus brazos.

—Papá, me estás apretando mucho —protestó Kaito con un pequeño chillido—. ¡Déjame respirar!

Sanemi, observando la escena, intervino con una sonrisa.

—Vamos, Iguro, suéltalo un poco antes de que el chico piense que lo vas a secuestrar.

Obanai lo miró con reproche pero finalmente soltó a Kaito, quien corrió hacia Sanemi.

—Sanemi, dile a papá que no sea tan pegajoso.

Sanemi soltó una carcajada y levantó al niño en brazos, acomodándolo sobre su hombro como solía hacer.

—No te preocupes, campeón. Ya todo está bajo control, ¿verdad, Obanai?

Obanai suspiró, cruzándose de brazos mientras los observaba.

—Supongo que sí...

Kaito, ajeno a las emociones mezcladas de los adultos, comenzó a hablar emocionado sobre lo que quería en su pizza, llenando el aire con su voz alegre. Obanai sintió que una parte de la tensión que lo había perseguido durante semanas comenzaba a disiparse, aunque aún quedaba una sombra persistente en su mente.

Cuando llegaron al penhouse, el ambiente se sintió cálido y acogedor. Kaito comenzó a jugar en la sala, mientras Sanemi llamaba para ordenar la pizza. Obanai se recargó contra el marco de la puerta, observando a su hijo y al alfa interactuar como si nada malo hubiera sucedido. Aunque la inquietud seguía presente en su pecho, decidió guardar silencio por ahora.

Por una vez, quería disfrutar de esa paz que tanto les había costado ganar.

Continuará...

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