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Capítulo [39]

Sanemi despertó con la suave presión del cuerpo de Obanai recargado contra su pecho. Los primeros rayos de luz se colaban por las cortinas, iluminando el rostro tranquilo del omega, quien respiraba con un ritmo lento y relajado. Sanemi sonrió para sí mismo, pasando una mano con cuidado por el cabello desordenado de Obanai. La noche anterior había sido íntima, aunque no en el sentido físico que cualquier alfa podría haber esperado. Para él, había sido aún más especial: caricias, palabras de promesa y la tranquilidad de saber que el omega confiaba en él.

El sonido de su teléfono vibrando en la mesita de noche lo sacó de sus pensamientos. Era un mensaje de Kanroji avisando que pronto estaría en el penhouse con Kaito. Sanemi respondió rápidamente, agradeciéndole, y luego envió un mensaje a Kanae informándole que no iría a la oficina ese día. Había decidido que lo más importante ahora era estar con Obanai y Kaito, ayudándolos a olvidar por unas horas los problemas que los acosaban.

Cuando Obanai comenzó a moverse, Sanemi inclinó la cabeza para besarlo suavemente en la frente.

-Buenos días, dormilón. -Su tono era cálido, más suave de lo que cualquiera en la oficina imaginaría.

Obanai abrió los ojos lentamente, aún algo somnoliento.

-Buenos días... ¿Ya es hora de levantarse? -murmuró con voz ronca, tratando de desperezarse.

-Lo será en cuanto desayunemos algo. Pensé que podríamos salir hoy, hacer algo con Kaito y Mitsuri. Kanae me cubrió en el trabajo, así que tenemos el día para nosotros.

Obanai lo miró con cierta sorpresa. No era común que Sanemi dejara de lado sus responsabilidades, pero la idea de pasar un día sin preocuparse por tribunales o Kaigaku le pareció demasiado atractiva como para negarse.

-¿Y qué tienes en mente? -preguntó mientras se levantaba de la cama, tomando una bata para cubrirse.

-Eso depende de ti. -Sanemi lo siguió, estirándose mientras caminaban hacia la cocina-. Podríamos ir al acuario, o a algún parque de diversiones. Incluso podría ser algo más tranquilo, como un picnic o una tarde en el zoológico. Tú decides, Obanai.

El omega lo observó mientras comenzaba a preparar el café. Era extraño verlo tan relajado, tan dispuesto a hacer algo tan sencillo como planear un día familiar. Esa normalidad era justo lo que necesitaba.

-Creo que a Kaito le encantaría el zoológico -respondió finalmente con una pequeña sonrisa.

Sanemi asintió, contento con la idea.

-Perfecto, entonces. Hoy será un día para que los tres se diviertan. Yo me encargaré de que no tengas que pensar en nada más.

El sonido del timbre rompió el momento entre Sanemi y Obanai en la cocina. Sanemi, quien estaba apoyado casualmente en la encimera mientras disfrutaba de la compañía cercana del omega, se levantó con una sonrisa. Aunque no lo admitiera en voz alta, cada pequeña muestra de afecto que recibía de Obanai, por más tímida que fuera, reafirmaba la confianza y el vínculo que habían construido con tanto esfuerzo.

-Yo abro, probablemente sea Mitsuri con el pequeño. -Sanemi se dirigió hacia la puerta mientras Obanai continuaba sirviendo las tazas de té.

En cuanto abrió, un torbellino en forma de niño pequeño atravesó el umbral.

-¡¡Papá Obanai!! -gritó Kaito con una risa alegre mientras corría hacia la cocina.

Antes de que llegara, Sanemi lo interceptó con un movimiento ágil, levantándolo en brazos y luego colocándolo sobre sus hombros como si fuera un caballito.

-¡Alto ahí, mocoso! -exclamó con fingida seriedad, aunque sus ojos brillaban con diversión-. Si quieres ver a Obanai, primero tendrás que pasar por el gran Sanemi.

Kaito estalló en carcajadas, tirando de los cabellos del alfa como si fueran las riendas de un caballo.

-¡Caballo Sanemi, más rápido!

Sanemi fingió galopar, haciendo sonidos exagerados mientras se dirigía a la cocina, donde Obanai los observaba con una mezcla de sorpresa y ternura.

-Aquí tienes a tu jinete, Obanai. Creo que quería verte. -Sanemi bajó al pequeño con cuidado, permitiéndole abrazar al omega, quien se agachó para recibirlo con los brazos abiertos.

-Kaito, cuidado. Sanemi no es un caballo de verdad -le dijo Obanai en un tono suave, acariciando el cabello del niño.

-¡Pero es divertido! -respondió Kaito con entusiasmo, antes de hundir su rostro en el pecho de Obanai, como si no lo hubiera visto en años.

Mitsuri apareció entonces en la puerta, con una expresión encantada mientras observaba la escena.

-¡Qué adorable! Sanemi, creo que finalmente te ganaste a Kaito. Aunque no estoy segura si como alfa o como juguete gigante. -Soltó una risita mientras dejaba una pequeña bolsa con cosas de Kaito sobre el sofá.

Sanemi rodó los ojos con una sonrisa, volviendo a la cocina para acompañar a los dos.

-Bueno, al menos uno de ustedes sabe apreciar lo increíble que soy. -Le lanzó una mirada divertida a Obanai, quien solo negó con la cabeza, aunque no pudo evitar que se le formara una pequeña sonrisa.

La casa se llenó de risas y voces mientras los cuatro se reunían, preparando el desayuno y hablando de los planes para el día. Por un momento, las tensiones del juicio y las amenazas externas parecían lejanas, casi irreales.

El día en el zoológico transcurrió en una tranquilidad casi idílica, como si el mundo exterior no existiera. El aire fresco y las risas de Kaito llenaban el ambiente mientras el pequeño corría de un lado a otro, emocionado con cada nueva exhibición. Obanai se mantuvo cerca de él, respondiendo con paciencia a todas las preguntas interminables sobre los animales. Sanemi, por su parte, no se alejaba mucho, asegurándose de que ambos estuvieran a salvo mientras encontraba maneras de interactuar con Kaito, ya fuera cargándolo para que pudiera ver mejor o bromeando sobre los animales más extravagantes.

-¡Mira, papá, los leones! -exclamó Kaito con asombro, tirando de la mano de Obanai mientras señalaba hacia la zona de grandes felinos.

Obanai sonrió, dejándose llevar por el entusiasmo del niño.

-Sí, esos son leones. Son grandes, fuertes... y muy protectores con su manada. -Su voz adquirió un matiz suave mientras miraba a Sanemi, quien había captado el comentario.

-Tal vez también sean un poco gruñones -añadió Sanemi, sonriendo de medio lado mientras cargaba a Kaito para que pudiera observar mejor.

-¿Gruñones como tú? -replicó Obanai en un tono seco, aunque sus ojos tenían un brillo travieso.

Mitsuri, quien observaba todo desde un banco cercano, no podía contener la sonrisa que le iluminaba el rostro. Ver a Obanai interactuar con Sanemi de esa manera, tan natural y relajada, era algo que no habría creído posible meses atrás. Su amigo siempre había sido reservado, incluso con aquellos en quienes confiaba, pero ahora se veía diferente. Más abierto, más dispuesto a disfrutar de los momentos simples.

-Parecen una familia perfecta -pensó Mitsuri, sintiendo una calidez en el pecho. Kaito había encontrado en Sanemi a alguien que no solo lo cuidaba, sino que también lo aceptaba como parte de su vida. Y Obanai... finalmente parecía dispuesto a darle una oportunidad al amor, a confiar en alguien que lo protegiera y lo amara como merecía.

En algún momento, mientras caminaban hacia la sección de aves, Kaito se quedó dormido sobre los hombros de Sanemi, agotado después de tanta emoción. Obanai se acercó para asegurarse de que el niño estuviera cómodo, sus manos rozando accidentalmente las de Sanemi al ajustarle la posición. Ambos se miraron por un instante, un momento breve pero cargado de una conexión silenciosa que Mitsuri no dejó pasar desapercibida.

Cuando el sol comenzó a bajar, el grupo decidió regresar, cargados de recuerdos felices y pequeños souvenirs que Kaito había insistido en llevar. En el auto, el niño dormía profundamente en los brazos de Obanai, mientras Mitsuri hablaba con Sanemi sobre detalles del tribunal y cómo podrían afrontar lo que venía.

El día había sido perfecto, un respiro necesario antes de volver a enfrentar los problemas que los aguardaban. Por unas horas, al menos, habían sido una familia perfecta. Y aunque el futuro era incierto, ese momento les daba fuerza para seguir adelante juntos.

Continuará...

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