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Capítulo [38]

El bar era un agujero oscuro y maloliente en una esquina olvidada de la ciudad, un lugar donde las sombras parecían tener vida propia y las paredes rezumaban decadencia. La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas empañadas, creando un ruido constante que no lograba opacar las conversaciones murmulladas y las risas ásperas de los pocos clientes.

Tomioka estaba sentado en una de las mesas del fondo, su semblante impecable contrastando con el ambiente. A pesar de ser un omega, su mirada era fría y calculadora, y sus gestos denotaban una paciencia venenosa. Jugaba con un vaso de whisky, girándolo en círculos mientras esperaba.

La puerta del bar se abrió con un crujido metálico, dejando entrar una ráfaga de aire helado y la figura de Kaigaku. El alfa sacudió su chaqueta mojada antes de cruzar el local con paso seguro, sus botas resonando contra el suelo de madera desgastada. Cuando llegó a la mesa de Tomioka, no pidió permiso para sentarse, simplemente lo hizo, dejando caer su peso con una actitud despreocupada.

—Tienes suerte de que esté aquí, Tomioka. Podría estar haciendo cosas más productivas que escuchar las quejas de un omega despechado.

La sonrisa de Tomioka fue lenta, cargada de un desprecio elegante mientras levantaba la vista hacia el alfa.

—Y tú tienes suerte de que esté dispuesto a pagarte, Kaigaku. No olvides que, sin mi dinero, estarías hundido hasta el cuello en tus deudas.

Kaigaku apretó la mandíbula, pero no respondió de inmediato. Sabía que Tomioka tenía razón, aunque su orgullo le impedía admitirlo. En cambio, se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa, y lo miró con una chispa de desafío en los ojos.

—No necesitas recordarme mis problemas financieros cada vez que nos vemos, Tomioka. Sé perfectamente cuál es mi situación.

Tomioka dejó escapar una risa baja, casi inaudible, mientras tomaba un sorbo de su whisky.

—Entonces también sabes que no toleraré fallos. Si no consigues alejar a Obanai de Sanemi, encontraré a alguien más que lo haga.

Kaigaku chasqueó la lengua con desdén, recostándose en su silla con una arrogancia despreocupada.

—No necesitas amenazarme. Haré mi trabajo. Pero, para tu información, ya tengo un plan en marcha. Si Obanai no se rinde con las palabras, entonces lo haré a mi manera.

—¿A tu manera? —preguntó Tomioka con una ceja levantada, aunque su tono permaneció gélido—. ¿Qué significa eso, Kaigaku?

El alfa sonrió de lado, mostrando sus dientes como si fuera un lobo a punto de atacar.

—Significa que tengo un plan B. Si no puedo intimidarlo con demandas y argumentos legales, haré que pierda todo lo que tiene. Obanai no es más que un omega barato, y si cree que puede enfrentarse a mí, se dará cuenta de su error cuando lo arruine por completo.

Tomioka se inclinó hacia adelante, su expresión endurecida.

—Escúchame bien, Kaigaku. No te pago para que improvises. Si haces algo que atraiga demasiada atención o que vuelva a Sanemi aún más protector con Obanai, me aseguraré de que nadie te contrate jamás.

Kaigaku entrecerró los ojos, obviando darle el detalle de que Shinazugawa sabía parcialmente sobre su trato, pero no respondió inmediatamente. Había algo en la manera en que Tomioka lo miraba, como si fuera un peón en su juego, que lo irritaba profundamente.

—Cálmate, omega. Haré el trabajo como tú quieres, pero con mis propios métodos. Solo espera. —Se levantó, empujando la silla hacia atrás con un chirrido, y lanzó una última mirada despectiva a Tomioka antes de dirigirse hacia la salida—. Al final, Obanai será historia, y tú tendrás a Sanemi todo para ti.

Tomioka lo vio marcharse, apretando los labios en una línea fina mientras terminaba su whisky. El sonido de la puerta cerrándose tras Kaigaku marcó un punto de inflexión en su paciencia. Aunque confiaba en el interés desesperado del alfa por el dinero, algo en su actitud comenzaba a inquietarlo.

Kaigaku encendió el motor de su auto con un gruñido, el rugido del vehículo reverberando en la noche lluviosa. Las gotas de agua golpeaban el parabrisas mientras ajustaba los limpiaparabrisas para despejar su visión. Sus pensamientos eran un remolino de desprecio, codicia y desesperación.

No podía entender qué veía Shinazugawa en ese niño y en ese omega usado. Para Kaigaku, Obanai era solo un recuerdo desagradable, una marca en su historial que preferiría borrar. Había visto a muchos omegas como él: frágiles, necesitados, inútiles. No podía concebir cómo alguien como Sanemi, un alfa poderoso, quisiera cargar con un peso tan insignificante.

—Tonterías románticas... —masculló para sí, golpeando el volante con un puño mientras aceleraba.

El dinero, en cambio, era algo tangible, algo que podía salvarlo. No importaba cuánto desprecio le tuviera a Tomioka, el omega estaba dispuesto a pagarle una suma suficiente como para mantener a raya a los hombres que lo buscaban. Los prestamistas que había engañado no eran del tipo que aceptaban disculpas ni plazos adicionales. Eran brutales, despiadados, y Kaigaku sabía que, si no les pagaba pronto, lo encontrarían y terminarían lo que habían comenzado.

—Todo por el maldito dinero... —gruñó entre dientes, apretando el volante con más fuerza.

La fuerza bruta y los métodos fuera de la ley eran herramientas que había usado antes, y esta vez no sería diferente. Si para conseguir el dinero tenía que destruir la vida de Obanai y su hijo, que así fuera. No era más que un obstáculo, una presa fácil.

Kaigaku se detuvo en un semáforo, su mirada perdida en las luces reflejadas en el asfalto mojado. Pensó en lo irónico que era: él, un alfa orgulloso, reducido a un perro ladrando por monedas. Pero el orgullo no llenaba bolsillos ni mantenía alejados a los hombres que lo perseguían.

—Ese mocoso... —se burló en voz baja, refiriéndose a Kaito—. Un alfa en potencia, ¿eh? Veremos qué tan fuerte puede ser cuando le quite todo.

El semáforo cambió a verde, y Kaigaku pisó el acelerador, dejando un eco en el callejón desierto. Estaba decidido. No importaba cuánto tuviera que ensuciarse las manos, Obanai y Kaito pagarían el precio de ser la solución a su desesperación.

Tomioka giró el vaso entre sus dedos, observando cómo las últimas gotas de whisky formaban un remolino dorado. Sus pensamientos estaban cargados de frustración y una envidia que no podía ignorar. Sanemi siempre había sido un desafío, un alfa distinto de los demás. No era como los otros que se doblegaban ante cada capricho de Tomioka, que buscaban su aprobación como si fuese el premio más codiciado.

Con Sanemi, las cosas nunca fueron fáciles. Incluso cuando su padre había asegurado aquel matrimonio arreglado, creyendo que un alfa como Shinazugawa era la pareja ideal para un omega como él, las cosas no salieron como esperaba. Sanemi nunca lo adoró. Nunca lo deseó como él había imaginado que lo haría.

Tomioka recordó los años de su unión, la distancia entre ellos creciendo a pesar de sus intentos de controlarlo. Había permitido sus libertades, sabiendo que cualquier otro omega sería una sombra pálida comparado con él. Había estado convencido de que, después de probar el vacío de los excesos y los cuerpos sin significado, Sanemi volvería rogándole. Pero nunca lo hizo.

Luego llegó Obanai.

Ese omega insignificante, salido de la nada. Un asistente sin renombre, un nadie que no tenía ni una pizca del refinamiento o la perfección que Tomioka había cultivado toda su vida. Y aun así, Sanemi parecía estar completamente hechizado por él, desechando cualquier recuerdo de su tiempo juntos.

Tomioka apretó los labios, el cristal del vaso frío contra su piel. No podía soportar la idea de que alguien como Obanai, con su pasado complicado y su imagen distante, se hubiera ganado a Sanemi de una forma que él nunca logró. Y ahora, ese desprecio se había transformado en algo más oscuro, más visceral.

No era suficiente con alejarlo de Sanemi; Obanai tenía que desaparecer.

Había visto a Kaigaku como una herramienta perfecta. Un alfa desesperado y fácil de manipular, alguien dispuesto a hacer el trabajo sucio mientras Tomioka mantenía sus manos limpias. No le importaba lo que Kaigaku hiciera con Obanai o con el niño. Lo único que deseaba era que Sanemi lo viera por lo que realmente era: un omega inalcanzable, único, y el único digno de estar a su lado.

Pero, en el fondo, mientras observaba el líquido en su vaso, Tomioka no podía evitar preguntarse: ¿era realmente Sanemi lo que deseaba? ¿O simplemente no soportaba la idea de que alguien más lo hubiera rechazado?

La lluvia golpeaba con fuerza los cristales de la ventana, creando un suave tamborileo que llenaba la habitación con una serenidad casi hipnótica. El cielo estaba teñido de un gris profundo, como si el mundo exterior compartiera su propio caos, pero dentro de la habitación, todo era calma. Sanemi observaba a Obanai, sus ojos siguiendo cada pequeño movimiento de su rostro mientras los dos permanecían en la cama.

Obanai llevaba una remera de Sanemi, que le quedaba holgada, deslizándose sobre su figura de una manera que Sanemi encontraba terriblemente encantadora. El omega se sentía cómodo, más relajado que nunca, aunque su semblante conservaba esa tímida reticencia que tanto fascinaba al alfa. Sanemi, incapaz de resistirse, inclinó su rostro hacia él, dejando un beso lento en sus labios.

Las manos del alfa recorrieron la piel del omega, deslizándose con suavidad por debajo de la tela, explorando con cuidado y reverencia. Obanai cerró los ojos, dejándose llevar por aquella calidez, por aquella certeza que le hacía olvidar las sombras de su pasado. Había olvidado cuánto tiempo había pasado desde que un alfa lo había tocado así, sin exigencias ni control, sino con amor genuino.

Sanemi no necesitaba palabras. Sus labios murmuraban una promesa muda con cada beso que le daba, con cada caricia que trazaba en su piel. Obanai, en su tímida entrega, no podía evitar pensar en lo mucho que había cambiado desde que Sanemi había entrado en su vida.

Afuera, la tormenta seguía rugiendo, pero ambos estaban completamente ajenos al caos. Ignoraban las conspiraciones que se tejían contra ellos, los planes de Tomioka y Kaigaku que buscaban destruir aquello que habían construido con tanto esfuerzo. En ese momento, no había espacio para miedos ni dudas, solo el calor compartido y la promesa de que juntos podían enfrentarlo todo.

Obanai abrió los ojos, sus labios curvándose apenas en una sonrisa mientras sus dedos tocaban la mejilla de Sanemi. Por primera vez en mucho tiempo, sintió algo parecido a la esperanza. Y aunque el mundo allá afuera quisiera arrebatarles lo que habían encontrado, en esa habitación eran invencibles.

Continuará....

TNoel: Gracias por su apoyo y comentarios. ¿Les gustaria que alguno de los libros publicados SaneOba tengan una segunda parte? O prefieren Au nuevos? Tengo un gran debate 😵‍💫🐍🍃

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