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Capítulo [37]

El trayecto hacia el penthouse transcurrió en un silencio denso, casi asfixiante. Sanemi sabía que las palabras sobraban en ese momento, mientras veía de reojo el rostro tenso de Obanai, que miraba fijamente por la ventana. La furia contenida y la frustración parecían burbujear bajo la superficie, pero el omega no dijo nada hasta que entraron al penthouse.

En cuanto la puerta se cerró detrás de ellos, Obanai dejó caer su abrigo en el sofá con un movimiento brusco, comenzando a caminar de un lado a otro como una tormenta contenida. Finalmente, se detuvo en seco y apretó los puños, dejando escapar un grito de pura frustración.

—¡No puedo más! —exclamó, su voz quebrándose entre la furia y la impotencia—. ¡Es insoportable, Sanemi!

Sanemi cruzó los brazos, apoyándose contra la pared, observándolo en silencio. Sabía que Obanai necesitaba esto, que no era momento para intervenir.

—¡Años! ¡Años viviendo con este maldito peso, con este miedo que nunca se va! —continuó Obanai, su tono cada vez más cargado de emociones—. Todo lo que sufrí por culpa de ese desgraciado... ¡Y ni siquiera puedo enfrentarlo! ¡No puedo mirarlo a la cara y decirle todo lo que quiero gritarle!

Se giró hacia Sanemi, con los ojos brillando de rabia contenida y algo más profundo: dolor.

—¡Soy un cobarde! ¡Un maldito cobarde que no pudo hacer nada entonces, y que ahora sigue sin poder hacerlo! ¡Él sigue controlando mi vida, mi paz, y yo... yo no puedo...! —Su voz se quebró al final, y respiró profundamente, como si estuviera intentando contener las lágrimas que amenazaban con salir.

Sanemi se acercó con calma, sus pasos firmes pero sin apresurarse, dándole espacio al omega para liberar lo que necesitara.

—No eres un cobarde —dijo finalmente, su tono bajo pero firme.

Obanai lo miró con incredulidad, las lágrimas asomándose en sus ojos aunque se negaba a dejarlas caer.

—¿Cómo puedes decir eso? No hice nada. Ni siquiera fui capaz de alzarle la voz.

Sanemi negó con la cabeza, acercándose más hasta quedar frente a él.

—Porque lo que estás haciendo ahora no lo hace un cobarde. Estás peleando, Obanai. No necesitas gritarle o enfrentarlo a su manera para demostrarlo. Cada paso que das, cada vez que eliges a Kaito por encima de tu miedo, estás ganando.

Obanai apretó los labios, apartando la mirada.

—No se siente como una victoria...

—No lo será hasta que lo derrotes por completo —replicó Sanemi, su tono adquiriendo un matiz de desafío—. Pero para eso estoy yo aquí. No tienes que hacerlo solo, Obanai. Ya no.

El omega permaneció en silencio, respirando profundamente mientras intentaba calmar su agitado corazón. Sanemi, sin decir más, lo atrajo hacia sí, rodeándolo con sus brazos y dejando que su aroma envolviera a Obanai en una burbuja de tranquilidad.

—Déjalo salir, Obanai —murmuró el alfa, su voz casi un susurro—. No tienes que cargar esto solo.

Fue entonces cuando Obanai finalmente dejó caer la máscara de fuerza que había mantenido todo el día. Sus manos se aferraron a la camisa de Sanemi, y aunque no derramó lágrimas, su cuerpo tembló ligeramente contra el alfa mientras su respiración se agitaba.

Sanemi no lo soltó, manteniéndolo firme contra su pecho, como si con su mera presencia pudiera ahuyentar los fantasmas que atormentaban al omega. Sabía que este era solo un paso más en la batalla, pero no importaba cuánto tiempo llevara; él estaría allí, a su lado, hasta el final.

...

Obanai entró desde la terraza, con el aire fresco aún rozándole la piel. Su rostro reflejaba una serenidad recién recuperada, aunque su postura seguía algo tensa. Había pasado los últimos minutos hablando con Kanroji y Kaito, buscando algo de estabilidad en la inocencia del niño y la calidez de su amiga. Ahora que regresaba al penthouse, su mirada encontró a Sanemi, quien lo esperaba en la sala con dos tazas de té humeante en la mesa.

El alfa levantó la vista al escucharlo entrar y esbozó una pequeña sonrisa, una de esas que solo Obanai parecía arrancarle.

—¿Todo bien? —preguntó Sanemi, señalando la taza que había preparado para él.

Obanai asintió mientras se acercaba, tomando asiento junto a Sanemi. El aroma del té y la tranquilidad del ambiente parecían una invitación a bajar las defensas.

—Hablé con Kanroji. Me aseguró que todo estaba bien y que se encargará de cuidar a Kaito esta tarde. —Obanai tomó la taza entre sus manos, agradeciendo el calor que irradiaba—. Es una suerte tenerla a ella.

Sanemi soltó una risa suave mientras se recostaba contra el respaldo del sofá.

—Mitsuri es un ángel, pero no creas que no le pedí el favor con toda la intención. Hoy quiero que te relajes, sin preocuparte por tribunales, por Kaigaku, ni por nada más.

Obanai levantó una ceja, ligeramente escéptico.

—¿De verdad crees que puedo relajarme después de todo esto?

Sanemi lo miró fijamente, con una expresión más seria.

—Lo necesitas, Obanai. Has llevado todo esto sobre tus hombros durante demasiado tiempo. Déjame ayudarte a aliviar algo de ese peso, aunque sea por un rato.

El omega mantuvo su mirada unos segundos antes de desviar los ojos hacia la taza de té. La calidez en las palabras de Sanemi, y la seguridad que transmitía, lograban quebrar un poco las barreras que aún quedaban en pie.

—No estoy acostumbrado a esto —murmuró, casi para sí mismo.

—¿A qué? —preguntó Sanemi, inclinándose un poco hacia él.

—A no hacerlo todo solo.

El alfa dejó su taza en la mesa y posó una mano firme pero gentil sobre la pierna de Obanai, obligándolo a mirarlo.

—Entonces acostúmbrate —dijo con suavidad, pero con la fuerza suficiente para que sus palabras calaran hondo—. Porque no voy a irme a ningún lado.

El silencio que siguió no fue incómodo. Obanai lo permitió, cerrando los ojos por un momento mientras el peso de las palabras de Sanemi lo envolvía. El té, el aroma del alfa, y la sensación de no estar solo por primera vez en años... Era más de lo que había esperado.

—Gracias, Sanemi —murmuró finalmente, con la voz baja pero sincera.

Sanemi le dio un apretón suave en la pierna antes de volver a tomar su taza.

—Siempre, Obanai.

La conversación entre Obanai y Sanemi fluyó con una ligereza que no habían compartido en mucho tiempo. El omega, recostado parcialmente contra el respaldo del sofá, se dejó llevar por el ambiente cálido que los envolvía. Hablar de su pasado no era algo que le resultara fácil, pero junto a Sanemi parecía un poco menos abrumador.

—Cuando estaba con Kaigaku, nunca me sentí realmente seguro. Siempre había algo... una sombra, una sensación de que nunca sería suficiente. —Obanai bajó la mirada a su taza de té, jugando con el borde mientras hablaba—. Era como caminar sobre una cuerda floja constantemente, y cuando supe que estaba embarazado, pensé que quizás las cosas cambiarían, que él cambiaría.

Sanemi escuchaba atentamente, su cuerpo inclinado hacia Obanai, con una expresión grave. El alfa había escuchado fragmentos de la historia antes, pero nunca tan directamente.

—Pero no lo hizo —continuó Obanai, con una sonrisa amarga—. En lugar de quedarse, me dejó. Y después de eso, no pensé que pudiera volver a confiar en otro alfa. No quería.

Sanemi apretó los labios, sus puños cerrándose ligeramente sobre sus rodillas. Era difícil escuchar cómo alguien había hecho tanto daño a la persona que ahora valoraba tanto.

—Pero tú... —Obanai levantó la mirada, encontrándose con los ojos de Sanemi—. Contigo ha sido diferente. No sé cómo, pero me haces sentir que puedo bajar la guardia, que no tengo que estar constantemente esperando lo peor.

Sanemi dejó su taza en la mesa con un cuidado exagerado antes de moverse hacia Obanai. Con firmeza pero sin agresividad, tomó la mano libre del omega entre las suyas, envolviéndola con calidez.

—Obanai, quiero que seas claro en algo —dijo, su voz baja pero cargada de determinación—. Nunca, jamás, voy a hacerte sentir como Kaigaku lo hizo. Lo que tú y Kaito son para mí no tiene comparación.

Obanai parpadeó, sus labios entreabiertos, pero antes de que pudiera responder, Sanemi continuó:

—Quiero ser tu pareja, Obanai. No solo tu jefe o el alfa con el que compartes un departamento temporalmente. Quiero ser el alfa que elijas, aquel en el que confíes, al que le permitas protegerte y estar contigo siempre.

El omega lo miró, su expresión era una mezcla de sorpresa y vulnerabilidad.

—Sanemi, yo... —comenzó a decir, pero las palabras parecían atraparse en su garganta.

Sanemi apretó suavemente la mano de Obanai, inclinándose un poco más cerca.

—No tienes que decidirlo todo ahora mismo —agregó, con una sonrisa tranquila—. Pero quiero que sepas que una vez que ganemos este tribunal, quiero marcarte, hacerte mío de la manera en que tú decidas. Pero quiero hacerlo bien, sin prisa.

Obanai sintió cómo sus mejillas se calentaban, pero no apartó la mirada del alfa. Había algo tan genuino en la forma en que Sanemi hablaba, algo que le hacía creer que, tal vez, esta vez sería diferente.

—Está bien —susurró finalmente, su voz apenas audible—. Pero no hagas promesas que no puedas cumplir, Sanemi.

El alfa soltó una leve risa antes de inclinarse lo suficiente como para rozar suavemente la frente de Obanai con la suya.

—Nunca he estado más seguro de cumplir una promesa, Obanai.

Continuará...

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