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Capítulo [36]

El tribunal estaba repleto de un aire tenso, las bancas llenas de murmullos apagados mientras todos esperaban el inicio del caso. Obanai se encontraba sentado junto a su abogado, con Sanemi detrás de él, ofreciendo un apoyo silencioso pero constante. Del otro lado de la sala, Kaigaku lucía impecable, con un semblante de confianza que hacía hervir la sangre tanto de Obanai como de Sanemi.

El juez entró, y la sala se levantó en respeto. Al ser indicados, todos tomaron asiento, y el gavel resonó con fuerza, señalando el inicio del juicio.

Kaigaku fue el primero en presentar sus argumentos. Su abogado se levantó, portando un grueso archivo de documentos que colocó con cuidado sobre el estrado.

—Honorables miembros de la corte, mi cliente, Kaigaku, está aquí por el bienestar de su hijo biológico, Kaito. Este caso no es sobre rencores ni venganzas, sino sobre garantizar que Kaito reciba la estabilidad y el cuidado que merece.

La declaración inicial dio paso a un desfile de acusaciones diseñadas para pintar a Obanai como un padre negligente.

—Primero, está el incidente en el departamento del señor Iguro —prosiguió el abogado, con tono controlado—. Un incendio causado por descuidos de mantenimiento. Mi cliente sostiene que este tipo de peligros no serían un problema en su residencia, donde Kaito estaría seguro y cuidado adecuadamente.

Obanai apretó las manos sobre su regazo, su mirada fija en la mesa frente a él. Sanemi podía sentir la tensión en sus hombros.

—En segundo lugar —continuó el abogado—, el señor Iguro, aunque dedicado a su trabajo, viaja frecuentemente, dejando a su hijo al cuidado de niñeras o amigos. Estos lapsos prolongados de ausencia son preocupantes para el desarrollo emocional de un niño tan pequeño.

El abogado hizo una pausa, dejando que sus palabras se asentaran en el silencio de la sala.

—Además, Kaito muestra claros indicios de ser un alfa. Como todos sabemos, la presencia de una figura paterna alfa durante sus años formativos es crucial para su desarrollo. Mi cliente está dispuesto a asumir esta responsabilidad, brindando no solo el apoyo emocional que Kaito necesita, sino también la estabilidad económica que garantiza que nunca carezca de nada.

Sanemi tuvo que sujetar con fuerza los brazos de la banca para no levantarse en ese momento. Su mandíbula estaba tensa, y sus ojos fijos en Kaigaku, quien mantenía su expresión de confianza arrogante.

Cuando llegó el turno de Obanai, su abogado se levantó, portando la calma de alguien que había enfrentado este tipo de casos antes.

—Su señoría, lo que se ha presentado aquí son argumentos que, aunque persuasivos en la superficie, carecen de fundamento sólido. Mi cliente, el señor Iguro, ha dedicado su vida a su hijo. Cada decisión que toma, cada esfuerzo que realiza, es para asegurarle un futuro brillante a Kaito.

El abogado hizo un gesto hacia Kaigaku.

—En cuanto al argumento de la figura paterna alfa, permítame recordar al tribunal que el señor Kaigaku abandonó a mi cliente en cuanto supo de su embarazo. No mostró interés en el bienestar de Kaito hasta ahora, cuando convenientemente busca involucrarse. Esto no es paternidad; es oportunismo.

Un murmullo recorrió la sala, pero el juez golpeó el gavel, restaurando el orden.

—Además, respecto al incidente del departamento, cabe mencionar que mi cliente actuó de inmediato para garantizar la seguridad de Kaito, trasladándose temporalmente mientras las reparaciones eran realizadas. Esto no fue descuido, sino una desafortunada circunstancia manejada con responsabilidad.

El abogado de Obanai presentó pruebas: fotografías de Kaito en entornos seguros, declaraciones de vecinos que atestiguaban su dedicación, y documentos financieros que probaban que Obanai podía mantener a su hijo sin dificultades.

El punto más fuerte llegó cuando el abogado concluyó:

—El bienestar de un niño no se mide solo por los recursos económicos de un padre, sino por su amor, compromiso y presencia constante. Kaigaku no ha demostrado nada de eso en su historial. Le pedimos al tribunal que tenga esto en cuenta al tomar su decisión.

Cuando las declaraciones finales terminaron, el juez se retiró para deliberar. En la sala, el aire estaba cargado de tensión. Sanemi colocó una mano firme sobre el hombro de Obanai, como recordándole que no estaba solo, mientras Kaigaku mantenía su expresión imperturbable, seguro de que la victoria estaba de su lado.

...

Sanemi encendió un cigarrillo, intentando calmar el hervidero en su cabeza. El juicio, el estrés, la constante amenaza de Kaigaku y el peso de Obanai luchando por Kaito lo tenían al borde. Salió al sector permitido, buscando unos minutos de paz, pero la tranquilidad se desmoronó en cuanto escuchó una voz conocida.

Desde el callejón lateral, las palabras de Tomioka resonaron claramente a través del altavoz del móvil de Kaigaku.

—Te lo estoy diciendo, Kaigaku. Si haces bien tu trabajo y sacas a Obanai de esa casa, el resto es pan comido. Sanemi terminará por rendirse y regresar donde debe estar.

La furia golpeó a Sanemi como una descarga eléctrica. Apretó el cigarrillo entre los dientes, observando desde las sombras cómo Kaigaku se apoyaba relajadamente contra el muro, con una sonrisa burlona mientras respondía.

—No necesito tus consejos, Tomioka. Con o sin tu dinero, esto es personal. Ese maldito omega me pertenece. Sanemi no tiene derecho a quitármelo.

Sanemi no necesitó escuchar más. Tiró el cigarrillo al suelo y avanzó con pasos firmes, el eco de sus botas en el pavimento haciendo que Kaigaku girara la cabeza justo cuando Sanemi lo acorralaba contra la pared.

—¿Así que todo esto es un maldito plan? —gruñó Sanemi, su voz baja pero cargada de veneno—. ¿Tomaste dinero de Tomioka para intentar robarte a Obanai?

Kaigaku alzó una ceja, pero la sonrisa no abandonó su rostro.

—¿Y qué si lo hice? El mundo no es justo, Shinazugawa. Obanai siempre ha sido mío. Tú solo eres un alfa que juega a ser el héroe.

Sanemi empujó con fuerza, aplastando a Kaigaku contra el muro, su rostro a escasos centímetros del suyo.

—Escucha bien, bastardo. Te pagaré el triple de lo que Tomioka te ofreció, pero dejas a Obanai y a Kaito en paz. No quiero volver a ver tu maldita sombra rondándolos.

Kaigaku soltó una carcajada, forzando un tono arrogante a pesar de estar atrapado.

—¿Triple? No tienes idea de con quién estás tratando, Shinazugawa. No es solo dinero. Esto es cuestión de honor. Un alfa no se doblega tan fácilmente, y mucho menos por un omega que se atrevió a desafiarme.

Sanemi sintió cómo la ira burbujeaba en su pecho, sus feromonas envolviendo el espacio y creando un ambiente pesado y opresivo. Pero en lugar de perder el control, respiró profundo, su mirada afilada como un cuchillo.

—¿Honor? Tú abandonaste a Obanai en su peor momento. No eres más que un cobarde disfrazado de alfa.

Kaigaku intentó replicar, pero Sanemi lo interrumpió, su tono cortante como una navaja.

—Si vuelves a tocar a Obanai o siquiera mencionas a Kaito, no habrá juicio que me detenga. Te romperé cada hueso de tu miserable cuerpo, y ni Tomioka ni nadie podrá salvarte.

Con un último empujón, Sanemi retrocedió, dejando a Kaigaku jadeando por la presión, pero no menos desafiante.

—Veremos quién gana al final, Shinazugawa. No he terminado contigo ni con ese omega.

Sanemi no respondió, pero la mirada que le dirigió fue suficiente para que Kaigaku sintiera un escalofrío recorrer su espalda. Se dio la vuelta y regresó al interior del tribunal, decidido a proteger lo que consideraba suyo a toda costa.

El veredicto temporal del juez había dejado a todos tensos. Una semana más para evaluar pruebas y testimonios, una semana más de incertidumbre. Obanai intentaba mantenerse sereno, sin embargo, cada segundo en la misma sala que Kaigaku hacía que su instinto omega se revolviera de incomodidad y temor.

Después de enviar unos mensajes y asegurarse de que Kaito estuviera con Kanroji, Obanai fue al baño en busca de un momento de tranquilidad. No esperaba encontrarse allí con Kaigaku, quien estaba inclinado sobre el lavabo, viéndose al espejo. Cuando la puerta se cerró tras Obanai, el alfa levantó la mirada, una sonrisa burlona extendiéndose por su rostro.

—Mira nada más quién está aquí —dijo Kaigaku, enderezándose y cruzándose de brazos—. El omega modelo, el que cree que puede enfrentarme en un tribunal.

Obanai sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero se obligó a no retroceder.

—No tengo nada que hablar contigo.

Kaigaku avanzó, bloqueándole la salida con su cuerpo. Sus feromonas opresivas llenaron el pequeño espacio, obligando a Obanai a luchar contra el impulso de bajar la mirada.

—¿Ah, sí? Yo creo que sí, Obanai. —El alfa se inclinó, acercándose a su oído—. Escucha bien. Puedes jugar a ser el omega independiente, pero sabes tan bien como yo que no tienes ninguna posibilidad de ganar.

El omega apretó los puños, su respiración acelerándose mientras las palabras de Kaigaku se volvían más crueles.

—Eres un omega barato. Siempre lo fuiste. Creíste que podías superar tu lugar, ¿no? Pero aquí estamos, y no descansaré hasta que te vea rogándome que vuelva.

—Eso nunca va a pasar —murmuró Obanai, tratando de mantener su voz firme.

Kaigaku soltó una risa seca, burlona.

—Oh, lo hará. Porque cuando pierdas a ese niño, y cuando ese alfa que tienes ahora se dé cuenta de que solo eres un peso muerto, volverás corriendo.

Obanai no pudo evitar que un ligero temblor recorriera su cuerpo. La proximidad de Kaigaku y sus palabras parecían abrir cicatrices que había luchado por cerrar durante años.

—Vas a arrepentirte de desafiarme, Obanai. Esta es tu última oportunidad. Renuncia a todo, ven conmigo, y te dejaré ver a Kaito. Pero si no... —Kaigaku se detuvo, dejando la amenaza en el aire mientras retrocedía con una sonrisa.

Antes de salir, se giró una vez más.

—Tienes una semana para pensarlo.

Obanai permaneció inmóvil por unos segundos, sintiendo cómo el aire parecía aplastarlo. Se apoyó contra el lavabo, respirando profundamente para recuperar la compostura. Su mente estaba en caos, pero una cosa era segura: no permitiría que Kaigaku ganara, aunque el costo fuera más alto de lo que imaginaba.

Al salir del baño, encontró a Sanemi esperándolo. El alfa captó de inmediato el estado del omega, y sin preguntar nada, lo guió con una mano firme hacia la salida. Las respuestas podrían esperar, pero no permitiría que Kaigaku siguiera intimidándolo.

Continuará...

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