Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo [34]

Sanemi se dejó caer en el sofá, su mirada fija en Obanai, quien permanecía de pie cerca de la mesa con una mezcla de incomodidad y resignación. El alfa exhaló con frustración antes de ponerse en pie nuevamente, caminando hacia la cocina para preparar una taza de té.

—¿En qué estabas pensando, Obanai? —murmuró mientras dejaba caer la bolsita en el agua caliente—. Encontrarte a solas con ese bastardo... Podría haberte hecho cualquier cosa.

El omega evitó su mirada, sintiéndose pequeño bajo el peso de las palabras de Sanemi. Sabía que el alfa tenía razón, pero una parte de él estaba cansada de ser protegido como si fuera incapaz de defenderse.

—Podía manejarlo —respondió, su tono más bajo de lo habitual.

Sanemi resopló con incredulidad, girándose hacia él con la taza en la mano. Su expresión era una mezcla de irritación y preocupación, pero había algo más, algo que Obanai no podía descifrar del todo.

—Manejarlo, dices... —Sanemi dejó la taza en la mesa de café antes de sentarse nuevamente en el sofá, extendiendo un brazo hacia el omega con un gesto claro de que se acercara.

Obanai, más por hábito que por voluntad, obedeció. Apenas se sentó a su lado, Sanemi lo rodeó con su brazo, atrayéndolo firmemente contra él. La calidez del alfa era abrumadora, casi reconfortante, y Obanai dejó escapar un suspiro, relajándose contra su pecho.

—No quiero que vuelvas a hacer algo tan tonto —dijo Sanemi, su voz baja pero cargada de autoridad. Su brazo alrededor de la cintura de Obanai se apretó ligeramente, como si quisiera asegurarse de que el omega no desapareciera de repente—. Si Kaigaku quiere negociar, tendrá que pasar por mí.

Obanai asintió débilmente, su mirada fija en el suelo. Sabía que Sanemi tenía razón, pero todavía sentía el peso de la amenaza de Kaigaku. Finalmente, decidió hablar.

—Me propuso algo... aterrador.

Sanemi se tensó, su mandíbula apretándose mientras esperaba a que Obanai continuara.

—Dijo que si... si acepto volver con él, no me quitará a Kaito. —La voz de Obanai tembló al decirlo, como si las palabras mismas le resultaran difíciles de pronunciar.

El alfa permaneció en silencio por un momento, procesando lo que acababa de escuchar. Su agarre en la cintura de Obanai se endureció ligeramente antes de aflojarse, como si estuviera conteniéndose.

—Ese maldito... —Sanemi dejó escapar un gruñido bajo, sus feromonas intensificándose por un instante antes de que lograra controlarlas. Luego, giró a Obanai suavemente para que lo mirara a los ojos—. No va a suceder, ¿me oyes? No voy a dejar que nadie te obligue a algo así. Ni a ti, ni a Kaito.

Obanai lo miró fijamente, con una mezcla de gratitud y vulnerabilidad en sus ojos. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tenía a alguien dispuesto a luchar a su lado, no solo por él, sino por lo que más le importaba en el mundo.

La casa estaba en calma, iluminada solo por la tenue luz de las lámparas, el ambiente entre Sanemi y Obanai era ahora más tranquilo. Después del mensaje de Kanroji asegurando que cuidaría a Kaito esa noche, un peso menos cayó sobre ambos, aunque la tensión entre ellos seguía latente.

Obanai salió del baño envuelto en una bata ligera, con gotas de agua resbalando por su cuello y cabello. Caminaba distraído, sumido en sus pensamientos sobre Kaigaku y las complicaciones que lo rodeaban, cuando se encontró cara a cara con Sanemi en el pasillo.

El impacto contra el pecho del alfa lo sobresaltó. Era sólido, cálido, y su aroma, tan característico, llenó sus sentidos. Antes de que pudiera retroceder o decir algo, Sanemi lo sujetó por la cintura con una firmeza que no dejaba espacio a dudas, acercándolo más en lugar de dejarlo ir.

—Sanemi... —murmuró Obanai, su voz casi un susurro.

El alfa no respondió de inmediato. En lugar de eso, inclinó la cabeza hacia el cuello del omega, inhalando profundamente el aroma dulce y delicado que lo volvía loco. El gesto era íntimo, casi territorial, y Obanai sintió cómo su corazón se aceleraba ante la acción.

—Tu olor... —murmuró Sanemi contra su piel, su voz grave y cargada de intención—. No quiero que quede ni un rastro de él en ti. Solo mío.

Obanai sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Antes de que pudiera protestar o moverse, Sanemi lo giró suavemente contra la pared del pasillo, sus manos grandes y cálidas firmemente colocadas en sus caderas. El alfa lo miraba con una intensidad que parecía quemar, pero sus movimientos eran cuidadosos, casi reverentes.

—Sanemi, no... —intentó decir, pero su voz traicionó su resolución, saliendo más débil de lo que pretendía.

—Déjame protegerte, Obanai. —Sanemi no necesitó más palabras; su cuerpo hablaba por él. Acercó su rostro al cuello del omega, dejando que sus feromonas lo envolvieran, impregnándolo lentamente. Su calor, su aroma, todo en él clamaba pertenencia, dejando claro que no había lugar para ningún otro.

Obanai, atrapado entre la pared y Sanemi, sintió cómo su cuerpo reaccionaba de forma natural. Su omega, aún en alerta por lo sucedido, comenzaba a relajarse bajo el contacto posesivo pero cálido del alfa. No era solo protección lo que Sanemi ofrecía, sino una certeza que hacía tiempo había perdido.

Cuando Sanemi finalmente se separó, dejando un leve roce en su cuello, lo miró a los ojos.

—Eres mío, Obanai —dijo con una firmeza que no dejaba espacio para dudas—. Tú y Kaito, los dos. No importa lo que haga Kaigaku o quien sea, voy a protegerlos.

Obanai lo miró fijamente, con el corazón desbocado y una mezcla de emociones inundándolo. Sin decir nada más, asintió débilmente, permitiéndose por primera vez en mucho tiempo confiar completamente en alguien.

El omega respiró hondo, intentando recuperar la compostura que Sanemi había desmoronado con su impulsividad. Con los brazos cruzados y un leve rubor en sus mejillas, lanzó un reproche:

—No puedes simplemente hacer eso sin previo aviso, Sanemi. Es... demasiado invasivo.

Pero su tono carecía de verdadera molestia, y el leve temblor en su voz delataba que, a pesar de todo, no se había sentido incómodo. Sanemi, con una pequeña sonrisa de satisfacción, se encogió de hombros.

—No me arrepiento, pero lo tendré en cuenta la próxima vez —respondió con desfachatez, mientras sus ojos recorrían al omega. Fue entonces cuando notó que el cabello de Obanai seguía goteando y la bata colgaba ligeramente desalineada de sus hombros, dejando entrever la clavícula y un poco más de lo que probablemente era apropiado.

Sanemi carraspeó, apartando la vista con rapidez antes de ofrecer:

—Deja que te seque el cabello. No quiero que te resfríes, y no confío en que tú lo hagas bien.

Obanai lo miró con incredulidad, pero antes de que pudiera rechazar la oferta, Sanemi ya había ido por una toalla. Lo guió hacia el sofá y, con sorprendente delicadeza, comenzó a secar sus mechones húmedos.

El omega estaba claramente incómodo al principio, pero la calidez de los gestos de Sanemi, acompañada de su silencio, fue relajándolo poco a poco. Entre sus movimientos torpes pero cuidadosos, ambos dejaron escapar pequeñas risas. Parecían dos colegiales enredados en un torpe intento de cercanía, más que dos adultos con responsabilidades apremiantes.

—Eres terrible en esto, ¿sabes? —murmuró Obanai con una leve sonrisa, mientras Sanemi insistía en secar una parte ya seca de su cabello.

—Estoy mejorando. Dame crédito, nunca hice esto por nadie más. —Sanemi le guiñó un ojo, logrando arrancarle una pequeña risa al omega.

Cuando terminaron, la tensión del día parecía haberse desvanecido, dejando en su lugar un ambiente más ligero. Sanemi se puso de pie y, con la misma calma que había mostrado toda la noche, extendió una mano hacia Obanai.

—Ven conmigo. Es tarde, y no quiero que duermas solo después de todo lo que pasó.

Obanai dudó por un momento, pero finalmente aceptó. Sanemi lo guió con tranquilidad hacia su habitación, asegurándose de que el omega se sintiera a gusto. El alfa lo acomodó en la cama con cuidado, asegurándose de que estuviera cómodo, y luego se recostó junto a él, dejando espacio entre ambos.

El silencio que llenó la habitación era cómodo, casi acogedor. Obanai, aunque aún un poco receloso, terminó por relajarse completamente al escuchar la respiración constante de Sanemi a su lado. No pasó mucho tiempo antes de que ambos se quedaran dormidos, sintiendo una tranquilidad que hacía mucho no experimentaban.

Continuará...

TNoel: ¿Cómo le llaman... ? La calma antes de la tormenta. 🐍🍃

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro