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Capítulo [33]

La carta pesaba como una losa en las manos de Obanai. Su contenido era una mezcla de mentiras meticulosamente elaboradas y manipulaciones que solo alguien como Kaigaku podría orquestar. Mientras releía las acusaciones y los argumentos que el alfa había presentado para reclamar la custodia de Kaito, una sensación de impotencia y rabia se apoderaba de él.

Intentaba encontrar algún vacío legal, algo que pudiera usar en su defensa, pero las palabras parecían burlarse de su vulnerabilidad. "Un omega incapaz de proporcionar estabilidad", "un entorno inadecuado para el desarrollo de un niño", "un alfa reclamando su derecho como progenitor". Cada frase parecía estar diseñada para herirlo en lo más profundo.

El sonido del teléfono interrumpió su tormento. Un mensaje desconocido iluminó la pantalla. El remitente no necesitaba presentación: Kaigaku.

"Nos vemos a solas. Hablemos. Por el bien de Kaito."

Obanai sintió cómo su pecho se comprimía. Las palabras eran frías y directas, pero había algo más detrás de ellas, una amenaza implícita que lo hacía estremecerse. Sabía que no podía confiar en Kaigaku, pero la idea de ignorarlo era igual de aterradora. Había aprendido por las malas que el alfa siempre encontraba la manera de salirse con la suya, y ahora parecía decidido a tomar lo único que le quedaba.

Con el corazón acelerado, miró hacia la habitación donde Kaito jugaba con algunos bloques de construcción. Su risa llenaba el departamento, un sonido que parecía tan distante del caos que lo rodeaba.

Obanai tomó asiento, su mente dividida entre buscar ayuda o enfrentar a Kaigaku por su cuenta. El miedo a que Sanemi se enterara y reaccionara de manera impulsiva lo hizo dudar. No quería involucrarlo más de lo necesario, pero sabía que enfrentarse a Kaigaku solo era arriesgado.

Apoyó la frente en sus manos, cerrando los ojos mientras trataba de decidir qué hacer. El mensaje de Kaigaku seguía brillando en la pantalla de su teléfono, como un recordatorio de que el tiempo corría y las decisiones no podían posponerse por mucho más.

Obanai sabía que enfrentarse a Kaigaku no era una decisión sensata, pero la mezcla de orgullo y desesperación lo llevó a aceptar esa reunión. Se convenció de que, esta vez, no cedería ante las manipulaciones de aquel alfa que había arruinado tanto de su vida. Sin embargo, conforme se acercaba al lugar acordado, el peso del pasado empezó a manifestarse en su pecho.

Kaigaku lo esperaba en una cafetería discreta, alejada de la multitud, donde nadie podría escucharlos. Su presencia seguía siendo imponente, con esa tranquilidad inquietante que hacía que todo pareciera parte de un juego donde solo él dictaba las reglas. Cuando Obanai entró, los ojos de Kaigaku lo escudriñaron, como si buscara las grietas en su determinación.

—Obanai —saludó Kaigaku, con una sonrisa controlada que no llegaba a sus ojos. El omega se mantuvo estoico, recordándose que no podía dejarse llevar por la tensión en el ambiente.

Obanai tomó asiento frente a él, cruzando los brazos para protegerse de la presión que las feromonas del alfa intentaban ejercer. A pesar de que Kaigaku parecía relajado, su tono era calculado, afilado como una navaja.

—Voy a ir al grano —comenzó Kaigaku, apoyándose ligeramente sobre la mesa—. Sabes que no tienes oportunidad de ganar este caso, ¿verdad? Los abogados que contraté son los mejores. Para cuando esto termine, el juez verá que Kaito está mejor conmigo.

Obanai apretó los puños bajo la mesa, pero mantuvo la mirada fija en Kaigaku.

—No te interesa Kaito —dijo con firmeza—. Solo quieres usarlo para arruinarme.

Kaigaku sonrió, inclinándose hacia él.

—Eso no es del todo cierto. Es cierto que no estaba listo para ser padre en ese entonces, pero ahora... las cosas son diferentes. Además, no quiero separarte de él por completo.

El omega lo miró, desconcertado, pero la incomodidad en su pecho crecía con cada palabra que salía de los labios de Kaigaku.

—Podemos hacerlo de una manera más sencilla, Obanai. Si aceptas volver conmigo... si aceptas ser mi omega otra vez, no te separaré de Kaito. Podrás verlo todo lo que quieras, incluso quedarte con él la mayor parte del tiempo. Pero yo seré quien tome las decisiones.

El tono de Kaigaku se endureció, dejando al descubierto la verdadera amenaza detrás de su oferta.

—Pero si decides pelear, haré lo imposible para que pierdas. Y cuando lo hagas, no volverás a ver al mocoso. Jamás.

Obanai sintió un nudo en la garganta, sus instintos de omega luchando contra el deseo de mantener la calma. Por un instante, el recuerdo de los años de abuso emocional y abandono regresó con fuerza. Quería levantarse, quería gritarle que nunca le permitiría arrebatarle a su hijo. Pero sabía que Kaigaku estaba esperando una reacción para usarla en su contra.

—No te necesito —respondió finalmente, con un tono más seguro de lo que realmente sentía—. Y no voy a ceder.

Kaigaku soltó una risa seca y despectiva, pero había algo en sus ojos que delataba que no esperaba tanta resistencia.

—Muy bien —dijo, levantándose de su asiento—. Pero no digas que no te lo advertí.

Mientras Kaigaku salía del lugar, Obanai se quedó inmóvil, intentando calmar su respiración. Sabía que la batalla apenas comenzaba, y que enfrentarse a él no sería fácil. Pero, por primera vez, sintió que tenía algo que Kaigaku jamás podría tocar: el apoyo de Sanemi y la determinación de proteger a Kaito a toda costa.

Sanemi había pasado el día intranquilo, revisando papeles pero sin lograr concentrarse realmente. La ausencia de Kaito llenaba el penhouse de un silencio inquietante, pero lo que más le preocupaba era Obanai. Algo no encajaba. Cuando Kanroji respondió su llamada para confirmar que estaba cuidando del niño, una parte de su mente se relajó, pero no lo suficiente.

Cuando Obanai cruzó la puerta, Sanemi supo al instante que algo no estaba bien. Era su instinto como alfa, algo primitivo y visceral que no podía ignorar. Las feromonas de Obanai estaban alteradas, abrumadoras, como si intentara contener un torrente de emociones. Y entonces lo sintió. Un aroma residual, distinto al suyo. Alfa.

Su mirada se volvió intensa, oscura, mientras avanzaba hacia el omega, que no se atrevió a mirarlo directamente. Obanai estaba tenso, nervioso, sus manos temblaban ligeramente mientras dejaba las llaves sobre la mesa.

Sanemi no necesitó palabras. Lo sabía.

—¿Con quién estuviste? —preguntó con una calma peligrosa, pero su cuerpo ya se movía antes de recibir una respuesta.

Acortó la distancia entre ellos, tomando a Obanai por los hombros con firmeza. La diferencia de estatura y fuerza se hacía evidente mientras lo empujaba suavemente contra la pared, acorralándolo. El omega no opuso resistencia, pero tampoco levantó la mirada.

—¿Fue Kaigaku? —Sanemi gruñó, sus ojos brillando con un destello posesivo.

Obanai apretó los labios, pero no dijo nada. La respuesta estaba en su silencio, en la forma en que su cuerpo temblaba levemente bajo las manos del alfa. Sanemi sintió un calor ardiente en su pecho, una mezcla de ira y protectividad que no podía contener.

Sin más preámbulos, dejó que sus feromonas fluyeran, inundando el espacio con su aroma dominante. Era una reacción instintiva, casi salvaje, para borrar cualquier rastro del otro alfa en Obanai. Su cuerpo se inclinó más cerca, su aliento rozando la piel del omega mientras su aroma lo envolvía como una tormenta.

—Eres mío, Obanai —murmuró, su voz ronca y cargada de intensidad—. Nadie más tiene derecho a tocarte, a acercarse a ti.

El omega finalmente levantó la mirada, sus ojos brillantes con una mezcla de emociones. Había una vulnerabilidad en su expresión que hizo que el corazón de Sanemi se apretara. Era claro que Obanai estaba afectado, pero también que había luchado para no dejarse quebrar.

—Sanemi... —murmuró Obanai, su voz temblorosa, como si quisiera decir algo pero no encontrara las palabras.

El alfa suavizó su agarre, pero no se apartó. En cambio, deslizó una mano hacia el rostro de Obanai, acariciando suavemente su mejilla mientras lo miraba con una mezcla de intensidad y ternura.

—No voy a dejar que te haga daño otra vez —dijo, con una determinación que casi parecía una promesa.

Obanai cerró los ojos, dejándose llevar por la calidez y seguridad que Sanemi le ofrecía. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tenía un refugio donde podía bajar la guardia, incluso cuando el mundo amenazaba con desmoronarse a su alrededor.

Continuará...

TNoel: Estoy más emocionado que todos ustedes por actualizar. 🐍🍃😵‍💫

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