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Capítulo [32]

Sanemi sujetó la puerta del auto mientras Obanai bajaba con Kaito en brazos, el pequeño apenas lograba mantener los ojos abiertos después de un largo día. Mitsuri ya los esperaba en la entrada del penhouse, con una sonrisa cálida y un par de juegos en la mano para distraer al niño si despertaba.

Sanemi ayudó con las bolsas y las mochilas con pertenencias del omega y el pequeño, asegurándose de que todo estuviera en su lugar antes de dar un paso hacia la salida. Pero antes de cruzar la puerta, se detuvo. Su mirada se posó en Obanai, quien estaba acomodando a Kaito en el sofá.

—Obanai —llamó su nombre con firmeza, captando su atención.

El omega giró la cabeza, curioso ante la seriedad en la voz de Sanemi. Antes de que pudiera preguntar, Sanemi se acercó, reduciendo la distancia entre ambos. La calidez de su aroma, esa mezcla reconfortante y protectora, envolvió a Obanai como una manta en pleno invierno.

—Escucha, no salgas solo bajo ninguna circunstancia. No importa si crees que puedes manejarlo —dijo Sanemi, su tono bajo pero cargado de determinación.

Obanai arqueó una ceja, claramente poco impresionado con la aparente imposición. Aun así, había algo en los ojos del alfa que lo hizo callar. Sanemi no estaba siendo condescendiente; estaba genuinamente preocupado.

—Sé que puedes cuidarte —agregó Sanemi, suavizando un poco su expresión—. Pero después de lo que pasó con Kaigaku, no me siento cómodo dejándote solo. Mitsuri está aquí, pero prométeme que no harás nada imprudente.

Obanai se cruzó de brazos, su mirada evaluando al alfa por un momento antes de asentir.

—No soy imprudente, Sanemi —respondió con un suspiro. Pero esa era su forma de aceptar la solicitud.

Sanemi exhaló aliviado y, antes de irse, su mano rozó la de Obanai por un breve segundo, apenas un contacto, pero suficiente para transmitir lo que las palabras no podían decir en ese momento.

Al salir, Sanemi ajustó su abrigo y miró el cielo, donde el crepúsculo comenzaba a teñir el horizonte. Si Giyuu estaba detrás de todo, lo enfrentaría esa misma noche. Y si Kaigaku aún se atrevía a acercarse a Obanai o a Kaito, él estaría preparado para protegerlos, sin importar lo que costara.

El ambiente del bar costero era tranquilo, con el sonido de las olas rompiendo contra la orilla como telón de fondo. Sanemi llegó con paso decidido, su abrigo ondeando con la brisa marina. Dentro, encontró a Tomioka sentado en una mesa cerca de una ventana, su expresión imperturbable mientras jugueteaba con un vaso de whisky.

—Llegas puntual, como siempre —comentó Giyuu con voz serena al verlo acercarse.

Sanemi se sentó frente a él sin responder, manteniendo su postura firme. No estaba allí para charlas banales ni para perder tiempo.

—Habla. ¿Qué quieres, Giyuu? —exigió, clavando su mirada en el omega, quien alzó una ceja con ligera indiferencia.

Giyuu tomó un sorbo de su bebida antes de deslizar una carpeta hacia él.

—Un negocio. Algo que podría beneficiarnos a ambos —comenzó, con su tono calmado y seguro—. Una colaboración entre nuestras empresas. Millones en ganancias, Sanemi. Y, como en los viejos tiempos, el mundo empresarial nos vería como el equipo perfecto.

Sanemi abrió la carpeta y revisó rápidamente los documentos. Todo parecía impecable, pero su mandíbula se tensó al comprender la intención detrás de la propuesta. Cerró la carpeta con un golpe seco, su mirada ahora cargada de una mezcla de decepción y determinación.

—No estoy interesado.

Giyuu frunció levemente el ceño, aunque su expresión permaneció en su mayor parte inalterada.

—Es un desperdicio, Sanemi. Podríamos tener todo. Poder, prestigio... Tú y yo fuimos invencibles.

—Fueron otros tiempos, Giyuu. Y no me interesa volver a ellos.

El omega apoyó su espalda contra la silla, estudiando a Sanemi como si intentara descifrar su rechazo. Pero lo entendía perfectamente: Obanai.

—Estás cometiendo un error —murmuró, una amenaza velada en su tono.

Sanemi se levantó, dejando la carpeta sobre la mesa.

—El único error sería seguir dándote espacio en mi vida. Esto termina aquí, Giyuu. Déjame en paz.

Con esas palabras, salió del bar sin mirar atrás, dejando a Giyuu solo. Pero el omega no parecía molesto, sino calculador. Sacó su teléfono y envió un mensaje mientras caminaba hacia su auto.

"Adelanta el plan. Triple pago si logras que Obanai desaparezca de su vida para siempre. No quiero excusas."

El destinatario: Kaigaku.

Giyuu se subió a su vehículo con una sonrisa apenas perceptible, sus ojos reflejando la frialdad de alguien dispuesto a cualquier cosa para salirse con la suya. "Si Sanemi no quiere regresar por las buenas, ya sé cómo manejar esto", pensó antes de arrancar el motor y desaparecer en la oscuridad de la carretera.

Sanemi entró al penthouse, dejando escapar un suspiro mientras se quitaba el abrigo. La noche había sido agotadora, y lo último que esperaba era encontrar a Obanai despierto. Sin embargo, ahí estaba, sentado en el sofá con un libro entre las manos, aunque parecía haber estado más pendiente del reloj que de la lectura.

—No creí que te quedarías levantado —comentó Sanemi, cerrando la puerta detrás de él.

Obanai dejó el libro a un lado y lo miró con calma, pero había una nota de inquietud en sus ojos.

—Quería asegurarme de que todo estuviera bien. Kaito ya duerme, pero Kanroji se fue hace un rato. ¿Cómo te fue?

Sanemi dudó por un momento. Podía sentir la sinceridad en la preocupación de Obanai, y supo que era mejor hablar ahora, antes de que las cosas se complicaran más. Se sentó frente a él, frotándose el puente de la nariz como si intentara liberar la tensión acumulada.

—Me reuní con Tomioka. Quería hacerme una propuesta de negocios... o eso dijo al principio.

El omega ladeó la cabeza, intrigado, pero no interrumpió, permitiéndole continuar.

—En realidad, su intención era otra. Quiere que volvamos a ser lo que fuimos en el pasado. Está intentando manipularme para que te deje de lado y vuelva a enfocarme en él.

Obanai entrecerró los ojos, su expresión endureciéndose ligeramente.

—¿Y qué le dijiste?

Sanemi esbozó una sonrisa seca, como si la pregunta misma fuera innecesaria.

—Le dejé claro que eso nunca va a pasar. Mi vida está contigo y con Kaito ahora. No pienso mirar atrás, Obanai.

El omega permaneció en silencio por un momento, evaluando sus palabras. Había sinceridad en cada una de ellas, pero también podía percibir la preocupación que Sanemi intentaba ocultar.

—¿Crees que se quedará quieto? —preguntó finalmente, su tono suave pero firme.

Sanemi negó con la cabeza, mirándolo directamente.

—No lo creo. Tomioka no es alguien que acepte un no como respuesta, pero no me importa. Voy a protegerte a ti y a Kaito de lo que sea que intente.

El silencio que siguió fue cargado, pero no incómodo. Obanai asintió lentamente, sus ojos suavizándose mientras veía la determinación de Sanemi. Sin decir nada, se levantó y se acercó a él, colocando una mano en su hombro.

—Gracias... por confiarme esto.

Sanemi tomó su mano, apretándola ligeramente.

—Siempre lo haré, Obanai.

El omega asintió nuevamente antes de inclinarse ligeramente, apoyando su frente contra el hombro de Sanemi. Ambos permanecieron así por un instante, compartiendo un momento de tranquilidad en medio del caos que se avecinaba.

Continuará...

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