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Capítulo [31]

Sanemi notó que algo estaba fuera de lugar en cuanto cruzó el umbral del departamento de Obanai. El aire estaba cargado de feromonas densas, un indicio claro de que el omega había estado en un estado de ansiedad intensa. Su instinto alfa se disparó de inmediato, su pecho apretándose ante la posibilidad de que algo o alguien hubiera dañado a Obanai.

—¿Obanai? —llamó con un tono firme, pero contenía la preocupación que crecía con cada paso hacia la sala.

Lo encontró sentado en el sofá, con Kaito profundamente dormido a su lado, su rostro hundido entre las manos. Las luces suaves del departamento iluminaban su figura, pero no ocultaban el temblor leve en sus hombros.

Sanemi se acercó con cuidado, bajando la voz para no alarmarlo más.

—¿Qué pasó? —preguntó, sentándose frente a él. No necesitaba más señales para saber que algo grave había ocurrido.

Obanai levantó la mirada lentamente, sus ojos enrojecidos pero llenos de una mezcla de vergüenza y miedo. Le costó encontrar las palabras, como si su garganta se negara a dejarlas salir. Finalmente, exhaló con dificultad y habló, su voz apenas un susurro.

—Kaigaku... estuvo aquí.

El nombre cayó como un peso frío en el estómago de Sanemi. No necesitó preguntar quién era; los retazos que conocía de la historia de Obanai bastaron para llenar los vacíos. La furia se encendió rápidamente en su interior, pero la mantuvo a raya, consciente de que lo que más necesitaba Obanai en ese momento era calma.

—¿Te hizo algo? ¿A Kaito? —Sanemi preguntó, su voz un poco más baja pero cargada de preocupación.

Obanai negó con la cabeza, pero su expresión dejó claro que el daño no había sido físico.

—No... pero... —Su voz se quebró, y tragó saliva antes de continuar—. Me amenazó, Sanemi. Dijo que iba a quitarme a Kaito, que podía hacerlo si quería.

Sanemi sintió cómo la ira burbujeaba bajo la superficie, pero la suprimió, enfocándose en el omega frente a él.

—Ese maldito... —murmuró, apretando los puños antes de relajarlos rápidamente. Se inclinó hacia adelante, sus ojos buscando los de Obanai—. No va a pasar, ¿me oyes? No va a tocar a Kaito, ni a ti.

Obanai se hundió más en el sofá, sus brazos rodeando su propio cuerpo como si intentara protegerse.

—No lo entiendes, Sanemi... Kaigaku siempre encuentra la manera. Tiene esa habilidad de hacerte sentir pequeño, insignificante. Lo hizo antes, y... ahora siento que todo va a derrumbarse otra vez.

Sanemi sintió cómo su corazón se apretaba al escuchar esas palabras. No podía imaginarse el dolor y la angustia que Obanai había enfrentado en el pasado, pero estaba decidido a no permitir que se repitiera.

—Escúchame —dijo con un tono firme pero lleno de cuidado—. No estás solo esta vez. No voy a dejar que ese bastardo te haga daño, ni a ti ni a Kaito.

Obanai levantó la mirada hacia él, sus ojos llenos de una mezcla de esperanza y escepticismo.

—¿Y cómo planeas detenerlo? Él siempre encuentra la manera de manipular todo a su favor.

Sanemi extendió una mano, colocándola sobre las de Obanai, cálida y firme.

—Porque ahora está conmigo. Y te prometo que no importa lo que haga, siempre estaré tres pasos adelante. No le debo nada a ese tipo, y tú tampoco.

Obanai sintió un leve alivio al escuchar esas palabras, aunque los ecos del miedo todavía persistían. Pero la presencia de Sanemi, su determinación y su inquebrantable seguridad, eran como un ancla en medio de una tormenta.

—No sé si puedo... confiar tanto —admitió Obanai, su voz temblorosa.

Sanemi apretó su mano suavemente.

—No te estoy pidiendo que lo hagas todo de inmediato. Pero dame la oportunidad de demostrarte que no tienes que enfrentar esto solo.

Obanai asintió, sus hombros relajándose ligeramente por primera vez desde el encuentro con Kaigaku. Por primera vez en años, sentía que tal vez había una posibilidad de que las cosas fueran diferentes esta vez, de que alguien estuviera realmente dispuesto a luchar por él y por Kaito.

El ambiente en la oficina había cambiado esa mañana. Los empleados, acostumbrados a un entorno profesional y muchas veces tenso, se encontraban encantados con la presencia de Kaito, quien, con su risa y sus dibujos, había llenado de calidez el lugar. Aunque Obanai mantenía su postura habitual de concentración, había una notable diferencia: una protectora vigilancia que no pasaba desapercibida.

Sanemi, al notar la preocupación latente en los ojos de su omega, había decidido no cuestionar la decisión de traer a Kaito al trabajo. Comprendía que la aparición de Kaigaku había reabierto viejas heridas y reactivado la defensiva natural de Obanai. Más que nunca, Sanemi estaba dispuesto a respaldarlo en cada paso.

Mientras Kaito garabateaba dibujos en un bloc que uno de los empleados le había dado, Sanemi se encerró en su oficina con un grupo de abogados especializados en derecho familiar y custodias. La conversación fue directa y sin rodeos.

—Quiero que revisen cada escenario posible —ordenó Sanemi, su tono firme y decidido—. Kaigaku no tiene derecho alguno sobre Kaito, pero quiero tener cada documento necesario para proteger a Obanai y a su hijo.

Uno de los abogados, un hombre experimentado y de confianza, asintió mientras tomaba notas.

—Entendido, señor Shinazugawa. Vamos a recopilar todo lo que sea necesario: certificados de nacimiento, registros médicos, cualquier prueba que demuestre abandono o negligencia de parte del alfa. Si Kaigaku intenta algo, estaremos preparados para responder de inmediato.

Sanemi agradeció la eficiencia del equipo y los despidió con instrucciones claras. Antes de salir de la oficina, uno de los abogados mencionó:

—Y, señor, sería ideal que el señor Iguro también estuviera presente en futuras reuniones. Su testimonio será clave si esto llega a un tribunal.

Sanemi asintió, ya planeando cómo manejar el asunto sin presionar demasiado a Obanai.

Mientras tanto, en el área de trabajo, los empleados no podían evitar lanzar miradas curiosas al niño. Kaito, completamente ajeno al ambiente empresarial, mostró orgullosamente uno de sus dibujos a Kanae, quien lo alabó con entusiasmo. Obanai, sentado a su lado, se permitía un leve alivio al verlo tan feliz, pero su cuerpo seguía tenso, como si estuviera listo para reaccionar ante cualquier amenaza.

Cuando Sanemi regresó, se acercó al escritorio de Obanai y le colocó una mano firme en el hombro.

—Todo está en marcha —dijo en voz baja, su mirada seria, pero reconfortante—. No voy a permitir que ese bastardo se salga con la suya.

Obanai asintió, sus ojos reflejando un agradecimiento silencioso. Aunque seguía sintiéndose vulnerable, no podía ignorar la seguridad que Sanemi le transmitía. Era un apoyo que jamás había tenido antes, y aunque le costaba admitirlo, empezaba a confiar en que, esta vez, no estaba solo en la batalla.

El almuerzo transcurría en un ambiente de calma aparente, pero Sanemi apenas podía concentrarse en la comida. Sus ojos se desviaban ocasionalmente hacia Obanai, quien con paciencia alimentaba a Kaito y, aunque su expresión seguía tranquila, era evidente que su mente estaba en otra parte.

El sonido de su teléfono vibrando en la mesa lo distrajo. Sanemi tomó el dispositivo y leyó el mensaje con el ceño fruncido. Era de Tomioka. La cita era clara: esa tarde, en un lugar que ambos conocían bien, Giyuu quería "hablar".

Sanemi dejó el teléfono a un lado, pero su mente ya estaba trabajando. Conocía demasiado bien a Giyuu, tanto su carácter como su forma de operar. Detrás de esa máscara de serenidad y rectitud se escondía un omega meticuloso y calculador, alguien que no dudaba en usar cualquier recurso a su alcance para obtener lo que deseaba. Sanemi podía apostar que esta reunión no era casual y, considerando las circunstancias, estaba convencido de que Giyuu estaba involucrado en los recientes problemas que giraban en torno a Obanai.

Un par de ideas pasaron por su mente: los rumores en la empresa, la repentina aparición de Kaigaku y la creciente presión mediática. Todo parecía orquestado para desestabilizar el equilibrio que había construido junto a Obanai.

—¿Todo bien? —preguntó Obanai, interrumpiendo sus pensamientos. Había notado la tensión en el rostro de Sanemi y lo miraba con una mezcla de curiosidad y preocupación.

Sanemi asintió, intentando no alarmarlo.

—Sí, nada importante —respondió con su tono habitual, aunque el mensaje seguía quemando en su mente.

Obanai no insistió, pero la mirada de Sanemi hacia el teléfono no pasó desapercibida. Kaito, ajeno a la situación, seguía entretenido con su comida, sonriendo al escuchar alguna broma suave de su madre.

Sanemi tomó una decisión en ese momento. Si Giyuu quería jugar sucio, él estaría listo para enfrentarlo. Pero no iba a permitir que ese omega manipulador afectara más a Obanai y a Kaito.

Mientras almorzaban, Sanemi pensó en cómo abordar la situación. No podía subestimar a Giyuu, pero tampoco iba a permitir que Obanai sintiera que todo se estaba desmoronando. Esa reunión sería su oportunidad para poner las cosas claras con su ex prometido, y si eso significaba enfrentarlo directamente, lo haría sin dudar.

Continuará...

TNoel: Publicación rápida antes de que me vaya al reino de los cielos.

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