Capítulo [30]
Kanao dejó la revista sobre el escritorio de Sanemi con un gesto aprehensivo. Era evidente que lo que había en esas páginas no iba a sentar bien. Sin embargo, Sanemi apenas le dedicó una mirada rápida al titular sensacionalista que decía: "El magnate Shinazugawa y su asistente: ¿negocios o placer?". En lugar de molestarse como habría hecho en el pasado, Sanemi dejó escapar una risa seca.
—Esto es obra de alguien con demasiado tiempo libre —murmuró mientras hojeaba superficialmente el artículo, donde se sugerían insinuaciones sobre su relación con Obanai.
Kanao, algo sorprendida por su reacción calmada, se animó a preguntar:
—¿Cree que fue Giyuu quien filtró esto? Digo, con lo que ocurrió la semana pasada...
Sanemi apretó los dientes al escuchar el nombre del omega, pero mantuvo la compostura.
—No voy a asumir nada sin pruebas, pero tengo una idea de quién pudo haber plantado la semilla. Es justo el tipo de movimiento que él haría para llamar mi atención.
Sanemi cerró la revista con un golpe seco y se inclinó hacia atrás en su silla, pensando en sus próximos pasos. No podía permitir que este tipo de chismes afectara a Obanai ni a Kaito. Sabía lo reservados que eran, y no tenía intención de ponerlos en el centro de atención de manera tan irresponsable.
—Kanao, hazme un favor. Averigua si Giyuu está en la ciudad. Quiero hablar con él en persona y zanjar este asunto de una vez por todas.
Kanao asintió con determinación, entendiendo la gravedad del asunto.
—De inmediato, jefe.
Mientras ella salía de la oficina, Sanemi se quedó mirando la revista nuevamente, no con ira, sino con una resolución tranquila pero firme. No iba a permitir que nadie, ni siquiera un omega como Giyuu, interfiriera en lo que estaba construyendo con Obanai. Tenía claro que sus intenciones eran serias, y estaba dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo para demostrarlo.
Esa conversación con Giyuu tendría que ocurrir pronto, antes de que cualquier daño irreparable se extendiera.
En un café a las afueras de la ciudad, Sanemi se encontraba sumido en pensamientos, observando el panorama urbano a través de las grandes ventanas. El lugar tenía una atmósfera acogedora, con una tenue iluminación y música suave de fondo, pero su tranquilidad se veía interrumpida por la presencia de su ex prometido.
Sanemi había llegado temprano, quizás por la ansiedad de la conversación que estaba por tener. Desde que se sentó, no había dejado de tamborilear con los dedos sobre la mesa. Cuando Tomioka llegó, se sentó frente a él con una tranquilidad que parecía imperturbable, algo que siempre lo había caracterizado, pero hoy había algo más.
Sanemi sostuvo la taza de café entre sus manos, pero no dio ni un sorbo. Su mirada estaba fija en Giyuu, cuyo semblante sereno solo lograba irritarlo más. Era una calma estudiada, cargada de un aire de superioridad que Sanemi reconocía demasiado bien. Era evidente que algo había cambiado, que Giyuu ya había movido sus hilos, y esa certeza aumentaba su molestia.
—Voy a ser directo, Giyuu —dijo, su tono bajo pero lleno de firmeza—. ¿Qué quieres ganar con todo esto?
Giyuu levantó la vista de su propia taza, con una lentitud deliberada que parecía diseñada para exasperar a Sanemi.
—¿A qué te refieres? —respondió con una aparente inocencia que solo logró aumentar la molestia del alfa.
—No te hagas el desentendido —gruñó Sanemi, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Ese artículo no se escribió solo. Y tú no estás aquí por coincidencia. Si tenías algo que decirme, podrías haberlo hecho sin recurrir a esto.
Giyuu suspiró, dejando su taza sobre la mesa con un movimiento casi perezoso.
—No fui yo quien plantó ese artículo, Sanemi. Pero admito que verlo me dio la excusa perfecta para hablar contigo.
—¿Hablar de qué? —Sanemi arqueó una ceja, ya perdiendo la poca paciencia que le quedaba.
—De nosotros. O, mejor dicho, de lo que alguna vez fuimos.
Sanemi soltó una risa seca.
—No hay nada de qué hablar sobre "nosotros". Esa historia terminó hace años, y ambos seguimos adelante.
Giyuu ladeó la cabeza, su mirada ahora más afilada.
—¿De verdad crees que una relación como la nuestra puede terminar así, sin más? Te conozco, Sanemi. Eres un hombre de impulsos, pero también de compromiso. Y no puedo evitar preguntarme si este... interés tuyo en tu asistente es genuino, o solo una reacción desesperada para probarme algo.
—¿Probarte algo? —Sanemi bufó, incrédulo—. Escucha, Giyuu, lo que sea que tuvimos quedó enterrado en el pasado. No tengo nada que demostrarte, y lo que tengo con Obanai no es asunto tuyo.
Giyuu mantuvo su semblante neutro, pero había un brillo de algo casi imperceptible en sus ojos: celos, tal vez, o simple satisfacción al ver que sus palabras lograban provocar al alfa.
—Espero que eso sea cierto, por tu bien —dijo finalmente, con una voz tranquila pero cargada de intención—. Porque, créeme, si no lo es, todo esto podría complicarse mucho más de lo que imaginas.
Sanemi apretó la mandíbula, entendiendo perfectamente la amenaza velada en las palabras de Giyuu. Pero no respondió de inmediato. En lugar de eso, se levantó de la mesa, dejando unos billetes junto a su taza de café intacta.
—Te lo advierto, Giyuu. No te metas en lo que no te corresponde.
Sin esperar respuesta, Sanemi salió del café, dejando a su ex prometido sentado allí, con esa maldita expresión de superioridad aún en su rostro. Afuera, el aire fresco ayudó a calmar su mente mientras sacaba su teléfono para enviar un mensaje a Obanai. Ahora más que nunca, tenía que asegurarse de proteger lo que estaban construyendo juntos.
Obanai terminaba de guardar los últimos objetos en el armario del salón. Aunque la vista de su departamento renovado lo llenaba de un orgullo silencioso, había un vacío incómodo que lo seguía desde el penhouse de Sanemi. La rutina que habían formado, por corta que fuera, pesaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Desde la habitación de Kaito, podía escuchar las risas del pequeño mientras jugaba con sus nuevos juguetes. Ese sonido lo tranquilizaba, al menos por un instante.
El tintineo de su teléfono interrumpió sus pensamientos. Un mensaje entrante de Sanemi parpadeaba en la pantalla, pero antes de que pudiera desbloquearlo, el agudo timbre de la puerta resonó en el departamento, haciéndolo tensarse de inmediato. No esperaba visitas.
Se dirigió hacia la puerta con el ceño fruncido, preguntándose si tal vez Mitsuri había decidido sorprenderlo. Pero el aire en su pecho se congeló apenas giró el pomo y vio quién estaba al otro lado.
—Kaigaku... —susurró, su voz apenas un hilo.
El alfa inclinó ligeramente la cabeza, su expresión cargada con esa mezcla de desdén y superioridad que Obanai reconoció al instante. Kaigaku estaba exactamente como lo recordaba: ojos oscuros y afilados que parecían perforarlo, una sonrisa torcida que nunca era un signo de bondad. Todo en él emanaba un peligro frío y calculador.
—Tanto tiempo, Obanai —dijo Kaigaku, su tono casual como si su última interacción no hubiera dejado una cicatriz imborrable en el omega.
Obanai sintió que el aire le faltaba. Su cuerpo entero parecía paralizado, pero años de enterrar sus emociones tras un escudo de indiferencia le permitieron mantener una fachada.
—¿Qué haces aquí? —murmuró, intentando que su voz no temblara.
Kaigaku no respondió de inmediato. En lugar de eso, pasó sus ojos lentamente por el interior del departamento, como si estuviera evaluando el espacio que ahora ocupaban Obanai y Kaito. La mirada del alfa se detuvo en la habitación del niño, donde el sonido de risas infantiles seguía resonando.
—Bonito lugar —comentó, ignorando la pregunta de Obanai—. Aunque no me sorprende. Siempre fuiste bastante meticuloso.
La casualidad de sus palabras solo profundizó la sensación de alarma en Obanai. Dio un paso hacia adelante, bloqueando más de la entrada con su cuerpo.
—Te pregunté qué haces aquí.
Kaigaku finalmente lo miró a los ojos, su sonrisa desapareciendo mientras su tono adquiría un filo peligroso.
—He venido por mi hijo.
Las palabras cayeron como un golpe físico. El rostro de Obanai perdió todo color, y por un momento, creyó que no había escuchado bien.
—¿Qué...? —murmuró, su garganta seca.
—Kaito —dijo Kaigaku, su voz tan tranquila que era aterradora—. Es mi hijo, ¿no? Creo que ya es hora de que ocupe mi lugar en su vida.
Obanai sintió un nudo en el estómago. El hombre que lo había abandonado apenas había sabido de su embarazo, que lo había dejado a su suerte con un desprecio frío, ahora estaba parado en su puerta exigiendo algo que no le correspondía. Pero lo peor no era la audacia de Kaigaku; era el modo en que su mera presencia parecía hundirlo en el mismo abismo de impotencia que había sentido años atrás.
—Tú no tienes ningún derecho sobre él —dijo Obanai, intentando mantener la firmeza en su voz, aunque esta tembló ligeramente.
Kaigaku soltó una risa baja, carente de humor.
—¿Derecho? Por favor, Obanai, no seas ingenuo. Puedo darte mil razones por las que soy más apto para criarlo que tú. Un omega soltero, atrapado entre dos trabajos, viviendo de la caridad de un alfa... ¿Crees que eso se ve bien ante los tribunales?
Obanai apretó los puños, la rabia y el miedo chocando en su interior como una tormenta. Sabía que Kaigaku no estaba allí porque realmente le importara Kaito. Esto era un juego para él, una forma de mantener control sobre algo que ya no le pertenecía.
—No vas a acercarte a él —dijo Obanai, cada palabra cargada de una determinación que buscaba tapar su inseguridad—. No después de todo lo que hiciste.
Kaigaku dio un paso hacia adelante, invadiendo el espacio personal de Obanai. Aunque no lo tocó, la proximidad fue suficiente para hacer que el omega retrocediera instintivamente.
—Oh, pero lo haré, Obanai —dijo Kaigaku en un susurro peligroso—. Y créeme, no te gustará lo que puedo hacer si intentas detenerme.
Desde la habitación de Kaito, el sonido de sus risas cesó, y Obanai sintió que el mundo se volvía más pequeño, más sofocante. Por un momento, pensó en Sanemi, en su fortaleza, en lo diferente que se sentía cuando él estaba cerca. Pero ahora estaba solo frente a Kaigaku, y no podía permitirse flaquear.
—Sal de mi casa, Kaigaku.
El alfa lo observó durante un largo momento, su expresión ilegible, antes de dar un paso atrás y alzar las manos en un gesto fingido de rendición.
—Como quieras. Pero esto no ha terminado, Obanai. No hasta que yo diga que ha terminado.
Sin esperar respuesta, Kaigaku se dio la vuelta y salió, dejando tras de sí un aire pesado y opresivo que Obanai no podía sacudirse. Cerró la puerta con manos temblorosas, intentando recuperar el control de su respiración mientras las palabras de Kaigaku seguían resonando en su mente como un eco inquietante.
Continuará...
TNoel: Votaciones para castrar a Kaigaku 👉🏼
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