Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo [29]


La noticia de la mudanza dejó a Sanemi con una mezcla de frustración y determinación. Durante las últimas semanas, se había acostumbrado a la calidez que Obanai y Kaito habían traído a su hogar, transformando el frío y austero penthouse en un espacio lleno de vida. No podía permitir que esa convivencia terminara sin más.

Sanemi sabía que presionar a Obanai solo conseguiría que el omega se alejara, así que debía ser estratégico. Durante los días siguientes, comenzó a actuar con más intenciones claras, sin perder la sutileza.

Cada mañana, el desayuno se volvía un ritual cuidadosamente preparado. Obanai siempre se encargaba de la comida, pero ahora Sanemi insistía en ayudar, ya fuera cortando fruta o preparando café. Kaito, por su parte, disfrutaba de los momentos en que ambos adultos parecían tan sincronizados.

—¿Seguro que no necesitas ayuda con la mudanza? —preguntó Sanemi durante una de esas mañanas, mientras colocaba un plato frente a Obanai.

—No te preocupes. Solo es cuestión de empaquetar lo que queda aquí y trasladarlo al departamento. No será complicado. —Obanai respondió con calma, pero había algo en su tono que Sanemi interpretó como una leve duda.

—Bueno, si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.

Sanemi lo dejó así, sin insistir demasiado. Decidió que su plan debía ser más tangible, algo que hablara por él sin palabras.

Por las noches, después de que Kaito se iba a dormir, Sanemi aprovechaba los momentos a solas con Obanai para reforzar su conexión. Había algo en la quietud de esas horas que los hacía bajar la guardia, permitiendo conversaciones más íntimas y genuinas.

Un par de días antes de la mudanza, Sanemi puso en marcha la segunda parte de su plan. Aprovechó que Obanai y Kaito estaban fuera para organizar algo en el penthouse: un espacio completamente renovado para Kaito, lleno de juguetes y decoración personalizada, y una sala más acogedora, adaptada a los gustos sencillos pero elegantes de Obanai.

Cuando Obanai regresó con Kaito esa tarde, quedó sorprendido al ver los cambios.

—¿Qué significa esto? —preguntó, cruzándose de brazos mientras miraba a Sanemi con una mezcla de confusión y algo de reproche.

—Solo quería que supieras que este lugar también puede ser un hogar para ustedes. —Sanemi lo miró directamente, sin titubear—. No quiero que sientas que tienes que irte porque crees que no hay espacio para ti aquí.

Obanai frunció el ceño, pero su expresión se suavizó al mirar el entusiasmo de Kaito, quien exploraba emocionado su nuevo cuarto.

—Sanemi... no puedes solucionar todo con gestos grandes.

—No intento solucionar nada. —Sanemi se acercó, bajando ligeramente el tono de su voz—. Solo quiero que sepas que aquí tienes un lugar donde no tienes que preocuparte por todo solo.

Obanai desvió la mirada, claramente conmovido pero también reticente.

—Lo pensaré, ¿de acuerdo? —murmuró finalmente.

Sanemi asintió, satisfecho con esa pequeña victoria. Sabía que aún había camino por recorrer, pero estaba dispuesto a luchar por lo que ahora consideraba su familia.

Sanemi se aseguró de que la noche fuera lo más relajada posible. Mientras esperaba que llegara la pizza, acomodó el ambiente en la sala: luces cálidas, una playlist tranquila y un par de mantas en el sofá. Quería hacer que Obanai se sintiera especial sin presionarlo demasiado, aunque internamente sabía que cada gesto suyo estaba calculado para reforzar los lazos entre ambos.

Cuando Obanai salió de la habitación de Kaito, después de haberlo ayudado con un juego, se encontró con Sanemi en la cocina, sirviendo bebidas.

—No pensé que supieras cómo tomarte una noche libre, Shinazugawa —comentó Obanai, cruzándose de brazos con una leve sonrisa.

—No siempre tengo que ser el tipo ocupado y gruñón que todos creen que soy —respondió Sanemi, devolviéndole la sonrisa—. Además, es mejor si aprovecho estos días antes de que te escapes.

Obanai resopló con diversión, pero el ligero rubor en sus mejillas delataba que sus palabras lo habían alcanzado.

La pizza llegó poco después, y Sanemi se aseguró de hacer de la cena algo casual pero especial. Mientras comían, Sanemi sacó a relucir su habilidad para mantener la conversación ligera y amena, hablando sobre anécdotas de la oficina y algún que otro recuerdo gracioso de su infancia.

—¿Y tú? ¿Siempre has sido tan perfeccionista? —preguntó Sanemi en un momento, fijando su mirada en Obanai.

El omega levantó una ceja, pero respondió con naturalidad.

—Diría que siempre he sido organizado, pero perfeccionista es una exageración. Hay cosas que no puedo controlar, y prefiero no gastar energía en ellas.

—¿Y entonces cómo es que lograste soportarme tanto tiempo? —bromeó Sanemi, inclinándose un poco hacia adelante.

Obanai se quedó en silencio por un momento, evaluando sus palabras.

—Supongo que porque, a pesar de todo, tienes tus momentos buenos —respondió, aunque su tono llevaba un toque de sarcasmo que hizo que Sanemi soltara una carcajada.

Después de la cena, Sanemi sugirió ver una película. Aunque había sido idea de Kaito, quien ahora dormía profundamente, Sanemi la aprovechó como una excusa más para pasar tiempo con Obanai. Ambos terminaron sentados en el sofá, con la película como fondo mientras la conversación seguía fluyendo.

En un momento de silencio cómodo, Sanemi se atrevió a acercarse un poco más, apoyando el brazo en el respaldo del sofá, casi rodeando a Obanai.

—¿Sabes? —dijo con un tono más bajo, casi íntimo—. Creo que, de todas las cosas que no esperaba de esta convivencia, lo que más me sorprendió fue cuánto disfruto de tu compañía.

Obanai lo miró, sorprendido por la confesión directa. Sus ojos reflejaban una mezcla de emociones, pero no se alejó.

—Sanemi...

—Solo quiero que sepas lo que siento antes de que te vayas. —interrumpió el alfa, mirándolo con seriedad.

Obanai desvió la mirada, pero no dijo nada más. En cambio, se acomodó un poco más cerca de Sanemi, permitiendo que la tranquilidad del momento hablara por ambos.

...

Sanemi apagó la televisión y observó a través de las grandes ventanas de su penthouse cómo los copos de nieve comenzaban a cubrir la ciudad en un suave manto blanco. La tranquilidad de la noche parecía perfecta para continuar la conversación que había empezado de forma inesperada.

—¿Un día como este, eh? —comentó Sanemi, girándose hacia Obanai, quien permanecía sentado en el sofá con una mirada melancólica, pero serena.

El omega asintió, sosteniendo una taza de té que había preparado durante la película.

—Sí, recuerdo que la nieve caía con fuerza ese día —respondió, mirando su taza como si el recuerdo estuviera grabado en el líquido oscuro—. Era un invierno duro, como si el mundo se empeñara en recordarme lo frágil que era la vida.

Sanemi, intrigado, se acomodó en el sofá, cruzando los brazos. Aunque ya conocía detalles gracias al informe que Kanae le había entregado, había algo en escuchar directamente de Obanai que lo hacía diferente, más real.

—¿Estabas solo? —preguntó con suavidad, casi temiendo que su pregunta fuera demasiado invasiva.

Obanai tomó un sorbo de té antes de responder.

—Sí y no. Había gente alrededor, pero... nadie realmente conmigo. Fue un parto complicado. Kaito nació antes de tiempo, y los médicos no estaban seguros de que sobreviviera. Recuerdo que lo vi tan pequeño, tan frágil, conectado a esas máquinas, y pensé que no lo lograría.

Sanemi frunció el ceño. No podía imaginarse a Obanai enfrentando algo tan duro, menos aún sin un apoyo sólido.

—¿Y tú? —continuó, casi en un murmullo—. ¿Estabas bien?

El omega soltó una breve risa amarga.

—No. Estaba aterrorizado, exhausto. Apenas podía moverme, pero lo único que quería era verlo, asegurarme de que siguiera respirando. Y cuando por fin me lo dejaron cargar, supe que no podía darme por vencido.

Sanemi lo observó en silencio, admirando la fortaleza que había detrás de cada palabra. Por un momento, sintió un nudo en la garganta, como si algo en el relato de Obanai resonara profundamente en él.

—Debes haber sido increíblemente fuerte para pasar por eso solo —dijo Sanemi finalmente, con una sinceridad que hizo que Obanai lo mirara sorprendido.

—No sé si fue fortaleza o simple instinto de supervivencia —respondió el omega, desviando la mirada hacia la ventana—. Pero Kaito me dio algo por lo que luchar, incluso cuando sentía que no podía más.

Sanemi asintió, entendiendo más que nunca por qué Obanai protegía tanto a su hijo. Decidió no presionar más, pero tampoco podía dejar pasar la oportunidad de acercarse un poco más emocionalmente.

—Estoy seguro de que no fue fácil, pero lo lograste. Y ahora, mírate. Eres una de las personas más increíbles que he conocido.

Obanai lo miró con los ojos entrecerrados, casi como si no creyera del todo en sus palabras.

—¿Por qué dices cosas como esa?

Sanemi soltó una pequeña risa, encogiéndose de hombros.

—Porque son verdad. Además, pensé que ya te habías acostumbrado a que te diga lo que pienso.

Obanai negó con la cabeza, pero una leve sonrisa apareció en sus labios. La nieve seguía cayendo afuera, y aunque la madrugada avanzaba, ninguno de los dos parecía tener prisa por irse a dormir.

Sanemi observó a Obanai en silencio, notando cómo la tenue luz de la nieve iluminaba sus rasgos delicados y la manera en que su cabello marcaba su rostro. Había algo profundamente humano y vulnerable en él en ese momento, algo que removía todo dentro de Sanemi.

Sin decir una palabra más, se inclinó hacia adelante, acortando la distancia entre ellos. Fue un movimiento lento, como si quisiera darle tiempo a Obanai para retroceder, para detenerlo si no quería aquello. Sin embargo, el omega permaneció quieto, sus ojos reflejando un leve brillo de incertidumbre, mezclado con algo más profundo, algo que Sanemi no pudo ignorar.

Cuando sus labios finalmente se encontraron, fue como si el mundo se detuviera. Sanemi fue cuidadoso, casi reverente, asegurándose de que el beso transmitiera todo lo que las palabras no podían expresar. Había ternura en sus movimientos, pero también una intensidad contenida, una promesa silenciosa de que estaba dispuesta a darlo todo por él.

Obanai, después de un momento de duda, respondió al beso. Sus labios se movieron contra los de Sanemi con una suavidad que lo tomó por sorpresa, pero que solo lo incitó a profundizar el contacto, inclinándose más hacia él. Sus manos se posaron instintivamente en las caderas de Obanai, mientras el omega levantaba una de las suyas, apenas rozando la mandíbula del alfa en un gesto que parecía tanto tímido como decidido.

Cuando se separaron, Obanai mantuvo los ojos fijos en los de Sanemi. Había incertidumbre, sí, pero también algo que apenas comenzaba a brillar: la decisión de arriesgarse. 

Continuará...

TNoel: Rezá Malena. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro