Capítulo [25]
Sanemi había pasado los últimos días con una mezcla de emoción y estrés, tratando de organizar el cumpleaños de Kaito. Aunque no era un experto en fiestas, estaba decidido a hacer algo memorable, tanto para el pequeño como para Obanai. Sin embargo, mantener todo en secreto resultaba ser un desafío mayor de lo que esperaba, especialmente porque Obanai parecía tener un radar para detectar cualquier detalle fuera de lo común.
—Sanemi, no entiendo por qué no puedes decirme al menos una idea general de lo que estás planeando —comentó Obanai una noche, mientras ambos se sentaban en la sala después de acostar a Kaito.
El alfa, que revisaba su teléfono con el ceño fruncido, levantó la mirada y se cruzó de brazos.
—Porque es una sorpresa. ¿Qué clase de fiesta sorpresa sería si tú, el perfeccionista, te metes en cada detalle?
Obanai lo fulminó con la mirada, pero Sanemi no se dejó intimidar.
—Solo quiero asegurarme de que no estés planeando algo ridículamente exagerado —replicó el omega, suspirando.
Sanemi sonrió con cierta arrogancia.
—¿Ridículamente exagerado? No te preocupes, todo estará bajo control. Kaito va a tener un día increíble, y tú también.
Obanai bufó, pero no insistió más. Por dentro, estaba ligeramente curioso. Conocía a Sanemi lo suficiente para saber que, cuando se proponía algo, siempre lo lograba.
Mientras tanto, Kaito, que era mucho más perceptivo de lo que ambos adultos pensaban, había comenzado a notar los murmullos y la emoción contenida en el ambiente.
—Papá, ¿cuántos días faltan para mi cumpleaños? —preguntó el pequeño una mañana mientras desayunaban juntos.
—Solo unos pocos, cariño —respondió Obanai con una sonrisa, acariciándole el cabello.
—¿Va a ser una fiesta grande? —insistió Kaito, con los ojos brillantes de emoción.
Sanemi, que estaba en la mesa revisando unos papeles del trabajo, levantó la vista y respondió con una media sonrisa.
—Será algo especial, ya lo verás.
Kaito soltó un pequeño grito de emoción, agitando sus brazos con entusiasmo, mientras Obanai miraba a Sanemi con una mezcla de reproche y curiosidad.
Los días pasaron rápidamente, y Sanemi dedicó cada momento libre a asegurarse de que todo saliera perfecto. Contrató un pequeño equipo para decorar, eligió un parque cercano como locación, y se encargó de que hubiera comida, juegos y actividades que Kaito adoraría. Incluso había preparado un pastel personalizado, asegurándose de incluir los colores y personajes favoritos del niño.
Finalmente, llegó el día. Sanemi estaba listo para sorprender no solo a Kaito, sino también a Obanai. Aunque había enfrentado algunos desafíos en el camino, sabía que todo el esfuerzo valdría la pena al ver las sonrisas de ambos.
El parque estaba decorado con una mezcla de colores vivos y detalles que reflejaban perfectamente los gustos infantiles de Kaito. Había globos de colores, mesas llenas de golosinas y un enorme cartel que decía "¡Feliz Cumpleaños, Kaito!" en letras grandes y alegres. Un área estaba reservada para juegos y actividades, con un castillo inflable que ya era el centro de atención para los niños invitados.
Sanemi estaba de pie junto a una mesa con el pastel, saludando a los padres que llegaban con sus hijos. Apenas vio a Obanai y a Kaito, dejó todo y caminó hacia ellos.
—Llegaron justo a tiempo —dijo con una sonrisa, notando cómo Kaito miraba todo con los ojos muy abiertos y una expresión de asombro.
El pequeño apretó la mano de Obanai, emocionado pero tímido al ver tanta gente.
—¡Papá, mira! —exclamó Kaito, señalando el castillo inflable—. ¿Es todo para mí?
Obanai, quien también estaba sorprendido por la atención al detalle, asintió con una sonrisa tranquila.
—Es tu día, cariño. Puedes disfrutarlo como quieras.
Sanemi se inclinó para estar a la altura de Kaito y le revolvió el cabello con cuidado.
—Todo esto es para ti, pequeño. Así que, ve y diviértete.
Kaito, después de recibir la aprobación de su papá, corrió hacia el castillo inflable, donde otros niños ya jugaban felices. Mientras tanto, Sanemi y Obanai se quedaron observando cómo el pequeño se integraba rápidamente.
—Hiciste todo esto... —empezó a decir Obanai, sin apartar la vista de Kaito—. Pensé que ibas a exagerar, pero esto es perfecto.
Sanemi se encogió de hombros, cruzándose de brazos con una expresión satisfecha.
—Quería que Kaito tuviera un cumpleaños que recordara siempre. Y tú también mereces un descanso, Obanai.
Obanai lo miró de reojo, su expresión suavizándose.
—Gracias, Sanemi. En serio.
Sanemi notó el leve sonrojo en las mejillas del omega, pero no quiso presionarlo.
—Bueno, ahora eres tú quien necesita relajarse. Hay café y algo de comida en la mesa de allá —dijo, señalando una de las mesas decoradas—. Yo me encargo de supervisar que todo siga bien.
Obanai dudó un momento, pero asintió. Mientras caminaba hacia la mesa, Sanemi se permitió una pequeña sonrisa triunfante. Había logrado sorprender al omega, y el brillo de felicidad en los ojos de Kaito era más que suficiente recompensa.
La fiesta continuó con juegos organizados, música y muchas risas. Sanemi se involucró en las actividades, ayudando a los niños en los juegos y asegurándose de que nadie se sintiera excluido. Cuando llegó el momento del pastel, Kaito estaba radiante de felicidad, sentado en el centro mientras todos cantaban "Feliz Cumpleaños".
Obanai, que sostenía el cuchillo para cortar el pastel, se volvió hacia Sanemi por un momento, su mirada cálida pero llena de significado.
—Hiciste esto posible. Gracias, de verdad.
Sanemi negó con la cabeza, manteniendo su mirada fija en Obanai.
—Lo haría de nuevo, las veces que sea necesario.
Mientras Kaito soplaba las velas entre aplausos y risas, Sanemi supo que aquel día no solo había sido un paso más para acercarse a Obanai, sino también un recordatorio de cuánto le importaban tanto él como su hijo.
La noche estaba tranquila, con una ligera brisa que hacía bailar las luces de la ciudad a lo lejos. En la terraza, Sanemi se apoyaba en la barandilla, disfrutando de un raro momento de calma tras un día lleno de emociones. Había algo en esa noche, una sensación de satisfacción que no podía explicarse solo con el éxito de la fiesta de Kaito.
Escuchó los pasos de Obanai acercándose y giró la cabeza ligeramente. El omega llevaba una chaqueta ligera sobre los hombros, y su expresión parecía más relajada que de costumbre.
—¿Ya se durmió? —preguntó Sanemi, aunque la respuesta era obvia.
Obanai asintió, deteniéndose a su lado.
—Cayó rendido. No dejó de hablar sobre el castillo inflable hasta que apenas pudo mantener los ojos abiertos.
Sanemi soltó una pequeña risa.
—Ese chico tiene energía para dar y repartir.
Hubo un momento de silencio cómodo entre los dos. Obanai se cruzó de brazos, mirando las luces de la ciudad.
—Quería agradecerte por todo lo que hiciste hoy —dijo finalmente, su voz baja pero firme—. No tenías por qué involucrarte tanto, y aun así lo hiciste.
Sanemi se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.
—No fue gran cosa. Solo quería que él tuviera un buen día... y tú también.
Obanai giró su rostro hacia él, con una mirada que combinaba sorpresa y algo más difícil de descifrar.
—Para mí significa mucho. Nadie había hecho algo así por nosotros antes.
Sanemi sintió que su pecho se apretaba ligeramente ante esas palabras. Bajó la vista por un segundo antes de clavarla nuevamente en Obanai, decidido.
—Lo haría las veces que sea necesario. Tú y Kaito lo merecen.
El omega se quedó en silencio, sus ojos oscuros brillando bajo la tenue luz de la terraza. Lentamente, dio un paso hacia Sanemi, sus movimientos medidos y casi tímidos.
—Gracias... por no rendirte conmigo —murmuró, inclinándose hacia él.
Antes de que Sanemi pudiera procesarlo, sintió los suaves labios de Obanai rozar los suyos en un beso casto, breve pero lleno de significado. Fue como una chispa en la noche, un momento que pasó demasiado rápido pero dejó una huella imborrable.
Cuando Obanai se separó, su rostro estaba ligeramente sonrojado, pero mantuvo la mirada fija en Sanemi.
Sanemi sonrió, una sonrisa sincera y cálida que rara vez mostraba.
—Tendrás que acostumbrarte, porque no pienso dejar de intentarlo.
Obanai negó con la cabeza, pero había una pequeña sonrisa en sus labios, una que Sanemi reconoció como una señal de que estaba avanzando, poco a poco, en el corazón del omega.
Esa noche, mientras el viento frío los envolvía, ambos se quedaron allí, en silencio, compartiendo la calma y el entendimiento que habían alcanzado. Fue un pequeño paso, pero para Sanemi, era un paso en la dirección correcta.
Continuará...
TNoel: No mas niñita tierna 🙂↔️🍃🐍
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