Capítulo [22]
Sanemi sabía que algo andaba mal desde el momento en que Obanai se levantó de la mesa y salió de la sala sin mirar atrás. Intentó detenerlo al principio, pero la expresión del omega lo desarmó por completo. Había algo en sus ojos: una mezcla de shock y vulnerabilidad que Sanemi nunca había visto antes.
No lo presionó. Terminó la reunión rápidamente, dejando que Kanae manejara los detalles restantes, y regresó al penthouse. Allí encontró a Obanai en la terraza, con la mirada fija en las luces de la ciudad, perdido en sus pensamientos.
Sanemi tomó una respiración profunda y decidió darle el espacio que claramente necesitaba. Preparó un par de tazas de té, dejando una junto a Obanai antes de sentarse a su lado. El silencio entre ellos no era incómodo, pero la preocupación de Sanemi crecía con cada minuto que pasaba sin una palabra del omega.
Finalmente, Obanai habló, su voz apenas audible sobre el ruido distante de la ciudad.
—Hace años, cuando aún estaba en la universidad, conocí a un alfa... —empezó, sus dedos apretando la taza con fuerza—. Parecía diferente al principio, amable, atento. Pero todo era una fachada. Cuando supo que estaba embarazado de Kaito, me dejó. Sin explicaciones, sin apoyo. Simplemente desapareció.
Sanemi sintió que su pecho se apretaba, no solo por la rabia hacia ese alfa desconocido, sino por el dolor evidente en la voz de Obanai.
—Hoy, durante la reunión, uno de los clientes tenía la misma voz... —continuó el omega, su mirada todavía perdida—. Y por un momento pensé que era él. No podía quedarme ahí. No podía arriesgarme a que fuera él, a enfrentar todo eso de nuevo.
Sanemi cerró los ojos por un segundo, tratando de controlar el torbellino de emociones que lo invadía. Quería buscar a ese alfa, encontrarlo y hacerle pagar por lo que le había hecho a Obanai. Pero ahora no era el momento. Lo que importaba era el hombre sentado a su lado, tratando de superar un recuerdo que lo había atormentado durante años.
—Lo siento —murmuró Obanai, rompiendo el silencio.
Sanemi se giró hacia él, frunciendo el ceño.
—¿Por qué te disculpas? —preguntó con suavidad, su voz cargada de sinceridad—. No tienes nada que lamentar.
Obanai finalmente lo miró, y Sanemi pudo ver el peso que llevaba consigo, el esfuerzo constante por mantenerse fuerte, incluso cuando todo dentro de él se sentía como un caos.
—Porque... debí manejarlo mejor. No debería haber salido así.
—Hiciste lo que tenías que hacer —respondió Sanemi, apoyando una mano en el hombro del omega—. Nadie tiene derecho a juzgarte por eso. Y si alguna vez vuelves a sentirte así, quiero que sepas que estoy aquí. No tienes que enfrentarlo solo.
Obanai apartó la mirada nuevamente, pero esta vez no parecía tan perdido. Sanemi notó cómo su agarre en la taza se relajaba ligeramente, un pequeño indicio de que sus palabras habían llegado a él.
Pasaron el resto de la noche en silencio, pero no era un silencio vacío. Era un momento de entendimiento, de compartir un espacio seguro. Y aunque Sanemi sabía que no podía borrar el pasado de Obanai, estaba decidido a demostrarle que su presente, y quizás su futuro, podían ser diferentes.
El silencio de la noche los envolvía como un manto cálido. La ciudad seguía vibrando bajo sus pies, pero en la terraza solo existía el sonido suave del viento y el ocasional tintineo de las tazas sobre la mesa. Sanemi observaba a Obanai de reojo, luchando contra el impulso de romper esa burbuja de calma para decir algo, cualquier cosa, que pudiera aliviar el peso en los hombros del omega.
Obanai, sin embargo, fue quien rompió el silencio.
—Gracias por quedarte —murmuró, su voz apenas un susurro, pero lo suficientemente clara como para llegar al alfa.
Sanemi giró ligeramente la cabeza, mirándolo con una mezcla de sorpresa y ternura.
—No tenías que agradecerme nada —respondió—. Es lo mínimo que puedo hacer.
Obanai bajó la vista hacia su taza, un pequeño destello de vulnerabilidad cruzó su rostro antes de que hablara de nuevo.
—No estoy acostumbrado a que alguien... se quede. La mayor parte del tiempo he tenido que arreglármelas solo.
Sanemi sintió una punzada en el pecho. No había nada que pudiera decir para borrar esas experiencias, pero eso no significaba que no pudiera ofrecerle algo diferente ahora.
—Bueno, acostúbrate —dijo con un tono que pretendía ser ligero, aunque su voz también cargaba una firmeza que no pasó desapercibida para el omega—. Porque no planeo ir a ningún lado.
Obanai lo miró, sus ojos oscurecidos por la duda y algo más... algo que Sanemi apenas podía descifrar. Pasaron varios segundos en los que ninguno habló, y Sanemi pensó que quizá había dicho algo mal. Pero entonces, Obanai inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera evaluando sus palabras, y su expresión se suavizó.
—Eres demasiado obstinado para que te echen, ¿verdad? —murmuró Obanai, una pequeña curva en la comisura de sus labios que podría haber pasado por una sonrisa.
Sanemi resopló, divertido y aliviado por el cambio en el ambiente.
—Exactamente. Tendrías que acostumbrarte a mí tarde o temprano.
Obanai dejó escapar una risa suave, tan breve que casi se perdió en el viento, pero fue suficiente para que Sanemi sintiera que había ganado algo importante esa noche. Por primera vez, el omega no parecía estar cargando el mundo entero sobre sus hombros.
La tensión entre ellos pareció disiparse, pero al mismo tiempo algo nuevo empezó a surgir. Sanemi lo sintió como un cosquilleo en el aire, algo que hacía que su corazón latiera un poco más rápido. Sin pensarlo demasiado, alargó una mano y la colocó sobre la de Obanai, que descansaba sobre la mesa. Fue un gesto simple, casi casual, pero la forma en que los dedos de Obanai se tensaron ligeramente le dijo que había cruzado una línea invisible.
—¿Está bien? —preguntó Sanemi en voz baja, dispuesto a retirar su mano si el omega lo necesitaba.
Obanai no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en la mano del alfa, y durante un momento Sanemi pensó que lo apartaría. Pero en lugar de eso, los dedos de Obanai se relajaron, permitiendo que el calor de la mano de Sanemi se filtrara en su piel.
—Sí —murmuró finalmente, casi para sí mismo.
Sanemi sintió que algo dentro de él se aflojaba, una tensión que no había notado hasta ahora. Sus dedos se movieron ligeramente, acariciando el dorso de la mano de Obanai en un gesto que pretendía ser tranquilizador. Lo miró, buscando alguna señal de que esto era demasiado, pero lo que encontró fue una mirada que lo dejó sin aliento.
Obanai lo estaba mirando de una manera que nunca había visto antes: con una mezcla de curiosidad, duda y algo más profundo, algo que hacía que la distancia entre ellos pareciera insignificante. Ninguno de los dos habló, pero no era necesario. En ese momento, las palabras solo habrían estorbado.
Sanemi se inclinó ligeramente hacia adelante, dándole tiempo a Obanai para retroceder si quería. Pero el omega no se movió. Permaneció en su lugar, sus ojos entrecerrándose apenas mientras la distancia entre ellos se acortaba.
Cuando sus labios finalmente se encontraron, fue un roce suave, apenas un susurro de contacto, pero suficiente para encender algo en ambos. Sanemi sintió el calor de Obanai contra él, y por un instante el mundo pareció detenerse. No había nada más: ni la ciudad, ni el viento, ni el pasado que había estado persiguiéndolos. Solo ellos.
Fue Obanai quien profundizó el beso, inclinándose hacia Sanemi como si hubiera decidido, por una vez, dejarse llevar. Sus dedos se cerraron alrededor de la mano del alfa, aferrándose a él como si fuera un ancla en medio de la tormenta.
Cuando finalmente se separaron, ambos estaban ligeramente sin aliento, pero ni uno ni el otro pareció darse cuenta. Obanai bajó la vista, sus mejillas sonrojadas, pero no soltó la mano de Sanemi.
—Gracias —murmuró de nuevo, esta vez con un significado mucho más profundo.
Sanemi no respondió con palabras. No hacía falta. En su lugar, apretó suavemente la mano de Obanai, prometiéndole, sin necesidad de decirlo, que estaba ahí y que siempre lo estaría.
Sanemi podía sentir el calor residual del beso incluso después de que ambos se separaron, sus respiraciones aún entrecortadas por la intensidad del momento. Miró a Obanai, quien parecía más sorprendido que incómodo, con las mejillas teñidas de un tenue color carmesí que ni siquiera la brisa nocturna podía disipar.
Había cruzado una línea, sí, pero era una línea que ambos sabían que tarde o temprano iba a desdibujarse. Sanemi no tenía intención de retroceder. Había esperado pacientemente, con cuidado y respeto, y ahora que sentía que el muro de Obanai se había resquebrajado, no dejaría que el pasado o las dudas volvieran a interponerse entre ellos.
—Obanai... —empezó, su voz baja pero firme, queriendo asegurarse de que no había malinterpretado nada—. Esto no fue un error, ¿verdad?
El omega desvió la mirada, claramente nervioso, pero después de unos segundos, asintió con la cabeza.
—No lo fue —murmuró, apenas audible.
Sanemi sintió un alivio profundo, mezclado con una determinación aún mayor. Se inclinó ligeramente hacia él, esta vez manteniendo una distancia prudente, pero con una intensidad en su mirada que hizo que Obanai lo enfrentara.
—Entonces no voy a detenerme. —Sanemi habló con una sinceridad que sorprendió incluso a él mismo—. No voy a dar marcha atrás, Obanai. Quiero que seas mío. Quiero que seas parte de mi vida, no solo como mi asistente o como el padre increíble que eres, sino como mi pareja.
Obanai lo miró fijamente, evaluando sus palabras y, quizás, la magnitud de lo que significaban.
—No es tan fácil como lo haces parecer, Sanemi. —Su tono no era de rechazo, sino de advertencia—. Tengo un hijo, un pasado complicado, y no soy alguien que confíe fácilmente.
Sanemi inclinó la cabeza, una pequeña sonrisa ladeada en sus labios.
—¿Crees que algo de eso me asusta? —preguntó con suavidad, pero con una seguridad palpable—. Si he llegado hasta aquí, es porque sé perfectamente quién eres y todo lo que eso implica. Y no voy a rendirme.
Obanai no respondió de inmediato, pero Sanemi vio cómo sus hombros se relajaban ligeramente, como si algo de la tensión que cargaba hubiera disminuido.
La brisa nocturna sopló nuevamente, trayendo consigo el aroma dulce y embriagador de Obanai, un recordatorio constante de lo que estaba en juego. Sanemi no lo veía solo como un omega; lo veía como un hombre fuerte, inteligente y digno de cada esfuerzo que estuviera dispuesto a hacer.
Y ahora que había cruzado esa línea, no había vuelta atrás. No quería retroceder. A partir de ese beso, cada paso que diera sería hacia adelante, directo al corazón de Obanai.
Continurará...
TNoel: ¡Hoy triunfó el amor! Luego de 22 largos capítulos, nuestro lindo Omega dijo que sí. Aunque Sanemi no debería cantar victoria tan rápido, porque aun nos quedan muchas aventuras por delante! <3
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