Capítulo [19]
La rutina en el penthouse había cambiado de manera drástica desde la llegada de Obanai y Kaito. Sanemi, acostumbrado a una vida solitaria y desordenada, comenzaba a notar pequeños detalles que antes ni siquiera consideraba: el sonido de risas infantiles, el aroma de la comida recién hecha, y el eco suave de la voz de Obanai dando indicaciones o hablando con su hijo.
Esa noche, mientras Sanemi terminaba de revisar unos papeles en la sala, notó el aroma de algo cocinándose en la cocina. Era un olor cálido y reconfortante que le despertó una sensación que no recordaba haber sentido antes.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, asomándose por la puerta de la cocina, donde Obanai, con un delantal sencillo, estaba sirviendo algo en un par de platos.
—Cena. —El omega ni siquiera levantó la mirada—. Si seguimos comiendo lo que tú acostumbras, terminaremos con una úlcera antes de fin de año.
Sanemi arqueó una ceja, divertido por el comentario.
—No sabía que eras tan exigente en la cocina.
—Soy exigente en todo, Shinazugawa —respondió Obanai, colocándole un plato a Kaito en la mesa, quien aplaudió emocionado antes de empezar a comer—. Si voy a estar aquí un tiempo, al menos quiero asegurarme de que mi hijo y yo comamos bien.
Sanemi se cruzó de brazos, apoyándose en el marco de la puerta.
—Entonces, ¿yo no estoy incluido en esa consideración?
Obanai lo miró por un instante, su expresión estoica como siempre.
—Siéntate, ya te serví.
Sanemi sonrió con satisfacción y tomó asiento. Observó el plato frente a él: arroz, vegetales al vapor y pescado perfectamente cocido. No era lo que normalmente comería, pero al probarlo, tuvo que admitir que era bastante bueno.
—Esto está increíble, Iguro. ¿Siempre cocinas así?
—No tengo tiempo para lujos, pero cuando puedo, sí. —Obanai se sentó frente a él, su tono sereno—. Es importante que Kaito crezca con una dieta balanceada.
Sanemi asintió, echando un vistazo al niño, quien parecía disfrutar cada bocado con una energía que le hizo sonreír.
—Tienes talento para esto.
Obanai lo miró con sospecha.
—¿Es otro de tus intentos de halagarme?
—Es una observación objetiva, Iguro. —Sanemi se encogió de hombros, tomando otro bocado—. Pero si quieres tomarlo como un cumplido, no me voy a quejar.
Obanai negó con la cabeza, pero Sanemi notó el leve rubor en sus mejillas.
La cena transcurrió tranquila, con Kaito parloteando sobre los juguetes nuevos que Mitsuri había traído y Sanemi respondiendo con más entusiasmo del que habría esperado de sí mismo. Cuando terminaron, Obanai empezó a recoger los platos, pero Sanemi se levantó primero.
—Déjalo. Yo me ocupo.
Obanai lo miró, sorprendido.
—¿Tú? ¿Lavar los platos?
—¿Por qué te sorprende tanto? —preguntó Sanemi, arqueando una ceja—. Puedo hacer más que gritar y firmar contratos, ¿sabes?
El omega pareció evaluar su sinceridad antes de finalmente asentir y salir de la cocina.
Mientras Sanemi lavaba los platos, no pudo evitar pensar en lo natural que se sentía tenerlos allí. Por primera vez en mucho tiempo, su hogar no se sentía vacío. Y aunque sabía que aún tenía un largo camino por recorrer con Obanai, sentía que estaba un paso más cerca de algo real.
La rutina había regresado a la empresa, pero no de la manera habitual. Había un aire diferente en el ambiente, como si la relación entre Sanemi y Obanai estuviera bajo una lupa colectiva. Aunque ambos mantenían su profesionalismo intacto, los empleados no tardaron en notar ciertos cambios.
Los murmullos comenzaron como un murmullo bajo en los pasillos:
—Dicen que el jefe está viviendo con Iguro.
—¿De verdad? ¿Cómo terminó eso?
—Al parecer hubo un incendio en el departamento de Iguro, y Shinazugawa lo llevó a su casa.
—¿Crees que están juntos?
Algunos chismes eran completamente absurdos, como que Obanai tenía el control absoluto sobre las decisiones de Sanemi, o que el alfa había declarado públicamente que nadie más podía acercarse al omega. Otros, sin embargo, rozaban peligrosamente la verdad.
Obanai, ajeno a la mayoría de los rumores o simplemente ignorándolos, seguía con su trabajo habitual, sin permitir que nada lo distrajera. Sanemi, por otro lado, no era tan indiferente. Al pasar por los pasillos, captaba fragmentos de conversaciones y no podía evitar sentirse molesto.
Una tarde, mientras revisaban un informe juntos en la oficina de Sanemi, el alfa no pudo contenerse más.
—¿Has oído lo que dicen de nosotros? —preguntó de repente, con tono serio.
Obanai levantó la mirada del documento que estaba revisando, con una expresión de leve fastidio.
—¿Debería importarme?
Sanemi se cruzó de brazos, caminando hacia el ventanal que daba una vista espectacular de la ciudad.
—No, pero... están diciendo cosas absurdas. Como que tú tienes el control sobre mis decisiones o que ya... estamos juntos.
Obanai arqueó una ceja, manteniendo la calma.
—Es lógico que la gente hable. Eres el jefe, y yo soy tu asistente personal. Sumado al incidente del incendio, no es raro que inventen historias.
Sanemi bufó, claramente molesto.
—Me irrita que metan sus narices donde no deben.
Obanai dejó el documento a un lado y se cruzó de brazos, mirando al alfa con una expresión indescifrable.
—¿Por qué te molesta tanto? Sabes que nada de eso es cierto... aún.
Sanemi lo miró, parpadeando sorprendido.
—¿"Aún"?
Obanai no respondió de inmediato, pero un leve rubor apareció en sus mejillas.
—Quiero decir que... no tiene sentido alterarse por cosas que podrían ser verdad más adelante.
Sanemi sintió cómo su corazón daba un vuelco. Era la primera vez que Obanai insinuaba, aunque indirectamente, que la posibilidad de una relación entre ellos no era completamente descartable.
El alfa esbozó una sonrisa ladeada, acercándose al omega.
—¿Eso es un avance, Iguro? ¿O solo estás tratando de calmarme?
Obanai suspiró, volviendo a concentrarse en los documentos.
—Es un recordatorio de que tienes trabajo que hacer, Shinazugawa. Y yo también. Ahora, si no tienes nada más que decir, revisemos el contrato.
Sanemi sonrió para sí mismo, volviendo a su asiento. Por mucho que Obanai intentara ocultarlo, el muro que había construido estaba cediendo poco a poco, y Sanemi estaba dispuesto a seguir derribándolo, paso a paso.
Para la hora del almuerzo, Kanae llegó con una pila de reportes retrasados y solicitudes pendientes, organizados en un orden impecable, como solo ella podía hacerlo. Sanemi apenas había empezado a revisar uno cuando notó cómo Obanai, en silencio, ya se había sumergido en los suyos, tachando pendientes con una eficiencia que rozaba lo inhumano.
El alfa se recargó en su silla, observándolo mientras bebía un poco de café. Era imposible no admirar la manera en que Obanai trabajaba. Su semblante estoico, sus movimientos precisos, y ese aire de determinación que parecía impregnar todo lo que tocaba. Lo que más impresionaba a Sanemi era cómo, en una sola jornada, el omega había dejado de lado sus problemas personales, como el incendio de su departamento y la reestructuración de su vida, para dedicarse por completo al trabajo.
Sanemi soltó un leve suspiro, llamando la atención de Kanae.
—¿Está todo bien, jefe? —preguntó ella, notando la expresión pensativa del alfa.
—Sí, sí —respondió, intentando sonar casual. Pero su mirada seguía fija en Obanai.
Kanae sonrió con una mezcla de diversión y complicidad.
—Es admirable, ¿verdad? Obanai nunca deja nada a medias, sin importar lo que esté pasando en su vida.
Sanemi asintió lentamente, sus pensamientos entrelazándose con lo que había visto desde que Obanai y Kaito llegaron a su hogar. Ahora entendía mejor al omega: sus prioridades, su esfuerzo constante, y, sobre todo, por quién hacía todo. Cada noche que veía a Obanai preparando la cena, acomodando la habitación de Kaito, o asegurándose de que todo estuviera en orden, Sanemi podía ver con más claridad la magnitud de su dedicación.
Obanai era una fuerza imparable, no solo en el trabajo, sino en su vida personal. Y aunque se rehusaba a pedir ayuda, el alfa estaba decidido a estar ahí, de una forma u otra, para aliviar esa carga.
—Kanae, ¿te has fijado? —murmuró Sanemi de repente.
—¿En qué? —preguntó ella, curiosa.
Sanemi se cruzó de brazos, observando cómo Obanai tachaba otra tarea de la lista.
—La forma en que Iguro maneja todo... Es como si llevara el peso del mundo sobre sus hombros, pero nunca se detiene.
Kanae asintió, comprendiendo el punto de su jefe.
—Así es Obanai. Siempre ha sido así. Pero quizás ahora tiene a alguien más que puede ayudarle a cargar parte de ese peso, ¿no?
Sanemi miró a Kanae, sorprendido por la insinuación en su tono, pero ella simplemente le dedicó una sonrisa tranquila antes de regresar a su trabajo.
El alfa dejó escapar un suspiro. Tal vez Kanae tenía razón. Obanai no era el tipo de persona que aceptaba ayuda fácilmente, pero eso no significaba que no la necesitara. Y Sanemi estaba dispuesto a demostrarle que no tenía que hacerlo todo solo. Porque, aunque el omega no lo admitiera todavía, Sanemi quería ser ese apoyo constante en su vida.
Continuará...
TentasticNoel: 🌸 ¡Anuncio especial! 🌸
¡Con muchísima emoción les comparto que Pacto de Amor, mi nueva obra para el fandom SaneOba de Kimetsu no Yaiba, ya está publicada! 🎉
Esta historia llega como un tributo lleno de amor, humor y momentos cálidos que espero toquen sus corazones. Mi meta es publicar capítulos diariamente, siempre que sea posible, para que puedan acompañar el desarrollo de esta travesía junto a mí.
Agradezco de todo corazón el apoyo y cariño que han brindado a mis proyectos anteriores. Cada comentario, lectura y reacción es un gran impulso para seguir creando. ¡Espero que disfruten de Pacto de Amor tanto como yo he disfrutado escribiéndolo! 🌟
Con cariño,
TentasticNoel.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro