Capítulo [18]
La mañana estaba teñida de un aire sombrío mientras Sanemi y Obanai permanecían frente a los restos del departamento, observando el daño con una mezcla de incredulidad y resignación. Obanai escuchaba atentamente al jefe de bomberos, quien explicaba los detalles del incendio. Aunque mantenía una postura firme, Sanemi no necesitaba ser un experto para notar cómo la tensión se acumulaba en los hombros del omega.
—Fue un accidente desafortunado —dijo el bombero al final de su informe—. Un fallo en el sistema eléctrico. Por suerte, nadie resultó herido, pero el daño es... considerable.
—Gracias por la explicación —respondió Obanai con un tono seco pero educado.
Cuando el bombero se retiró, Obanai caminó hacia lo que quedaba de su departamento. Las paredes ennegrecidas y los muebles calcinados eran un reflejo cruel del esfuerzo que había puesto en construir su vida. Sanemi lo siguió en silencio, dejando que el omega procesara a su manera.
Obanai se detuvo frente a lo que había sido el cuarto de Kaito. Aunque los muebles eran irreconocibles, Sanemi podía ver cómo la mirada del omega se detenía en lo que quedaba de la cama del niño, ahora poco más que cenizas y escombros.
—Esto era todo lo que teníamos —murmuró Obanai, casi para sí mismo.
Sanemi cruzó los brazos, reprimiendo el impulso de decir algo inmediato. Sabía que lo que Obanai necesitaba en ese momento no eran palabras vacías, sino acciones.
—Vamos a salir de esta —dijo finalmente, su tono firme pero calmado—. No importa cuánto tiempo tome, vamos a reconstruirlo todo.
Obanai soltó un suspiro pesado y se giró hacia Sanemi, con una mezcla de agradecimiento y frustración en su mirada.
—Esto no es tu problema, Sanemi.
—¿Ah, no? —Sanemi arqueó una ceja, dando un paso hacia él—. Me parece que tú eres mi problema desde hace un buen tiempo, Iguro.
El omega lo miró con los ojos entrecerrados, claramente molesto por el comentario, pero antes de que pudiera replicar, Sanemi continuó.
—Y no pienso dar un paso atrás. ¿Crees que voy a dejarte enfrentar esto solo? Olvídalo.
Obanai apretó los labios, sabiendo que discutir con el alfa era inútil. De alguna manera, esas palabras que deberían haberlo irritado solo lograron apaciguarlo un poco.
—Debería buscar un nuevo lugar donde quedarme... donde podamos quedarnos —dijo finalmente, su voz más suave.
—Eso puede esperar —replicó Sanemi—. Por ahora, tienes mi casa. Y si eso no te gusta, entonces te ayudaré a encontrar algo que sí.
Obanai miró nuevamente los restos de su hogar, sus emociones luchando por salir a la superficie. No quería depender de nadie, pero en ese momento, la seguridad que ofrecía Sanemi era como un salvavidas en un mar tormentoso.
—Está bien... pero solo por un tiempo —aceptó al fin, su tono cargado de advertencia.
Sanemi asintió, una pequeña sonrisa curvando sus labios.
—Por el tiempo que necesites, Obanai.
Sanemi observó cómo Obanai terminaba de desempacar lo poco que habían logrado rescatar del departamento. Aunque era un botín modesto, consistía en objetos que claramente tenían un gran valor emocional: un álbum de fotos ligeramente chamuscado, un par de juguetes que Kaito había insistido en guardar y un reloj de pulsera que Obanai miraba con una mezcla de melancolía y determinación.
El omega estaba más calmado ahora. Su mente parecía haber regresado a ese estado metódico y eficiente que Sanemi conocía bien, evaluando las opciones y preparando los siguientes pasos.
—No puedo permitirme lamentarme demasiado tiempo —murmuró Obanai, más para sí mismo que para Sanemi. Luego lo miró directamente—. Tengo que asegurarme de que Kaito no sienta este golpe más de lo necesario.
Sanemi apoyó un hombro contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados. Aunque no dijo nada inmediatamente, lo miraba con una mezcla de admiración y frustración. Admiración porque Obanai siempre parecía encontrar la forma de seguir adelante, sin importar cuán grande fuera el obstáculo. Frustración porque, incluso en un momento como ese, el omega seguía intentando cargar con todo el peso solo.
—Eres un terco, Iguro. Lo sabes, ¿verdad? —Sanemi rompió el silencio, sus palabras cargadas de un tono que parecía más afectuoso que crítico.
Obanai lo miró con una ceja levantada, claramente confundido.
—¿Qué quieres decir con eso?
Sanemi dio un paso dentro de la habitación, su mirada intensa clavándose en la de Obanai.
—Digo que eres un terco porque aquí estás, intentando reorganizar tu vida como si no tuvieras a alguien dispuesto a ayudarte. No necesitas hacerlo todo solo, maldita sea.
El omega se tensó ligeramente ante el comentario, pero no apartó la mirada.
—No estoy acostumbrado a depender de nadie —respondió con franqueza—. Y no voy a empezar ahora.
Sanemi suspiró profundamente, llevándose una mano a la nuca en un gesto frustrado.
—Mira, no estoy diciendo que dependas de mí para todo, pero tampoco voy a quedarme mirando cómo intentas cargar con todo esto solo. Si estás bajo mi techo, voy a ayudarte, te guste o no.
Obanai entrecerró los ojos, claramente irritado por la actitud mandona del alfa.
—¿Siempre tienes que imponer tus condiciones?
—No son condiciones —replicó Sanemi con firmeza, dando un paso más cerca—. Es apoyo. Y si no puedes aceptarlo, entonces tendremos un problema, Iguro.
Hubo un momento de silencio tenso entre ambos, hasta que Obanai desvió la mirada, soltando un suspiro.
—Está bien... aceptaré tu ayuda. Pero con una condición: no interfieras con las decisiones que tomo para Kaito.
Sanemi sonrió de lado, como si hubiera ganado una pequeña batalla.
—Trato hecho. Pero más te vale acostumbrarte, porque esto no es temporal para mí.
Obanai lo miró con una mezcla de desconcierto y algo más, algo que no estaba listo para admitir todavía.
—Veremos cuánto tiempo dura tu paciencia, Shinazugawa.
Sanemi soltó una risa seca, lleno de confianza.
—Contigo y Kaito, creo que puedo ser sorprendentemente paciente.
Sanemi observó la habitación de invitados, ahora transformada en un espacio para Kaito, con una ligera sensación de orgullo. Había ordenado juguetes, una cama adecuada para un niño y algunos detalles decorativos que le parecieron agradables, como cortinas con dibujos de animales. Había tenido que contenerse para no exagerar con los adornos, recordando que Obanai tenía gustos más sobrios.
—No puedo creer que estoy haciendo esto —murmuró mientras ajustaba un cuadro en la pared.
Luego dirigió su atención a la otra habitación que había acondicionado. Era sencilla, pero lo suficientemente cómoda para que Obanai pudiera sentirse en casa. Aunque, en el fondo, no podía evitar imaginar cómo sería si compartiera su habitación con el omega, ese pensamiento lo hizo sonreír con cierto descaro.
Cuando Obanai regresó esa tarde con Kaito, Sanemi lo llevó directamente al cuarto del niño.
—¿Qué es esto? —preguntó Obanai, cruzándose de brazos, claramente sospechoso.
—Es para Kaito. Sé que no aceptaste mi ayuda con el departamento, pero no podías esperar que lo tuviera durmiendo en un sofá durante semanas. —Sanemi señaló la habitación—. Ve, mira tú mismo.
Obanai entró, seguido de Kaito, quien soltó un pequeño jadeo de emoción al ver los juguetes y la cama nueva.
—¿Esto es para mí? —preguntó el niño, con ojos brillantes mientras miraba a su padre y luego a Sanemi.
Obanai asintió lentamente, todavía asimilando el gesto.
—Sí, parece que sí.
Sanemi, que había permanecido en el marco de la puerta, se rascó la nuca con una mezcla de incomodidad y satisfacción.
—No es gran cosa, pero pensé que estaría más cómodo aquí.
Kaito no perdió tiempo y corrió hacia los juguetes, explorando emocionado su nuevo espacio. Obanai, por su parte, giró hacia Sanemi, cruzándose de brazos nuevamente.
—Esto es... más de lo que esperaba. —Su tono era seco, pero había un destello de agradecimiento en su mirada.
—No lo hice para impresionarte, si eso es lo que piensas —respondió Sanemi con un encogimiento de hombros—. Lo hice porque creo que es lo que cualquier persona decente haría.
Obanai soltó un leve suspiro, su expresión suavizándose un poco.
—Gracias.
Sanemi arqueó una ceja, sorprendido por lo directo que fue el agradecimiento.
—¿Eso es un "gracias" sin condiciones? —bromeó, sonriendo de lado.
—No te emociones demasiado —replicó Obanai, pero sus labios formaron una ligera curva, casi imperceptible, que Sanemi no dejó pasar.
Mientras Kaito jugaba, ambos adultos se quedaron en la puerta. Por primera vez, Sanemi sintió que había dado un paso significativo, no solo hacia ganarse la confianza del omega, sino también hacia formar algo más con él. Aunque el camino seguía siendo incierto, estaba más decidido que nunca.
Continuará...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro