Capítulo [17]
El viaje de regreso estuvo marcado por un ambiente de tensión. Sanemi intentaba concentrarse en cualquier cosa, pero la inquietud de Obanai era palpable. Al principio, pensó que podría deberse a la conversación de la noche anterior o incluso al efecto residual del alcohol, pero pronto se dio cuenta de que algo más profundo lo atormentaba.
—¿Kanroji te ha respondido? —preguntó Sanemi, rompiendo el silencio en el auto que los llevaba de vuelta del aeropuerto.
Obanai negó con la cabeza, sus manos apretando su teléfono con fuerza.
—Nada desde ayer en la noche. Siempre responde. Algo está mal, lo siento.
Sanemi no era del tipo que solía preocuparse por cosas que no podía controlar, pero algo en la angustia de Obanai lo afectaba más de lo que esperaba. Aceleró el paso, decidido a llevarlo a casa cuanto antes.
Cuando llegaron al edificio de apartamentos de Obanai, ambos quedaron paralizados al ver el estado del lugar. Un ala completa del edificio mostraba los efectos de un incendio: ventanas ennegrecidas, paredes chamuscadas y un olor a humo impregnando el aire. Los residentes se reunían en las aceras, algunos siendo atendidos por bomberos y paramédicos.
Obanai salió del auto antes de que Sanemi pudiera detenerlo, su expresión completamente pálida.
—¡Kaito! ¡Mitsuri! —gritó mientras corría hacia el edificio.
Un bombero lo detuvo antes de que pudiera acercarse más.
—Lo siento, señor, no puede pasar.
—Mi hijo y su niñera están ahí, ¡necesito saber si están bien! —exigió Obanai, su voz quebrándose por la desesperación.
Sanemi llegó justo detrás de él, colocando una mano firme en su hombro para calmarlo.
—Tranquilo, Iguro. Vamos a encontrarles.
El bombero revisó su lista y asintió.
—Los evacuamos hace unas horas. Ambos están bien. El niño está con una vecina en el refugio temporal que organizamos en la escuela cercana. La niñera se quedó para ayudar con otros residentes.
Obanai dejó escapar un suspiro de alivio, sus piernas temblando mientras Sanemi lo sostenía.
—Vamos por ellos —dijo Sanemi, guiándolo de vuelta al auto.
En el refugio, Obanai encontró a Kaito sentado en el regazo de una amable anciana, quien lo consolaba mientras Mitsuri ayudaba a repartir agua y mantas a los demás. En cuanto el niño vio a su padre, corrió hacia él, llorando desconsolado.
—¡Papá!
Obanai lo levantó en sus brazos, abrazándolo con fuerza mientras murmuraba palabras tranquilizadoras. Mitsuri se acercó rápidamente, luciendo agotada pero aliviada.
—Obanai, lo siento mucho. Intenté llamarte, pero con todo el caos...
—No importa ahora. Están bien, eso es lo único que importa —respondió Obanai, con la voz ronca por la emoción.
Sanemi observó la escena desde un costado, sintiendo algo extraño en su pecho. Había algo en la forma en que Obanai protegía a su hijo, en la conexión tan profunda que compartían, que lo hacía sentir... pequeño, vulnerable incluso.
—¿Qué harás ahora? —preguntó Sanemi en voz baja mientras Obanai se giraba hacia él, aún sosteniendo a Kaito.
—No lo sé —respondió el omega con honestidad. Su hogar estaba destruido y, aunque Kaito y Mitsuri estaban a salvo, el peso de la situación comenzaba a recaer sobre sus hombros.
Sanemi tomó una decisión en ese momento, sin siquiera pensarlo demasiado.
—Quédense conmigo. Hasta que todo se solucione. No hay discusión.
Obanai lo miró, claramente sorprendido, pero no había lugar para rechazos en ese instante. La firmeza en la voz de Sanemi no dejaba espacio para dudas.
—Gracias... —murmuró finalmente, agotado pero agradecido.
Sanemi asintió, colocando una mano en su hombro.
—Vamos. Esta noche, al menos, tendrás un techo seguro.
La noche era tranquila en la terraza del penthouse de Sanemi, aunque el ambiente aún parecía cargado por los eventos del día. Obanai salió al aire fresco después de acostar a Kaito, luciendo agotado y con los hombros encorvados bajo el peso de las circunstancias. Sanemi, que estaba apoyado contra la barandilla con una copa en la mano, levantó la mirada en cuanto escuchó los pasos del omega.
—¿Está dormido? —preguntó Sanemi, suavizando su tono más de lo habitual.
—Cayó como una piedra —respondió Obanai, esbozando una sonrisa pequeña y cansada. Caminó hacia la barandilla y se apoyó junto a Sanemi, observando las luces de la ciudad en silencio por unos momentos.
Sanemi lo dejó estar, dándole el espacio que parecía necesitar. Sin embargo, notaba en cada movimiento del omega una tensión que no desaparecía. Finalmente, decidió romper el silencio.
—No tienes que cargar con todo tú solo, ¿sabes?
Obanai lo miró de reojo, con una ceja alzada.
—No es que tenga muchas opciones, Sanemi. Todo depende de mí.
Sanemi soltó un bufido y dejó la copa sobre la mesa cercana antes de girarse completamente hacia él.
—Pues ahora tienes otra opción. Tienes a mí.
El omega parpadeó, sorprendido por la firmeza en la voz del alfa.
—No digo que dejes de ser el tipo independiente y terco que eres —continuó Sanemi—, pero no tienes que serlo todo, todo el tiempo. Déjame ayudarte.
Obanai bajó la mirada, cruzando los brazos.
—Ya haces demasiado. Nos dejaste quedarnos aquí...
—Eso no cuenta —lo interrumpió Sanemi. Su tono era casi brusco, pero la calidez detrás de sus palabras era inconfundible—. Estoy hablando de verdad. No solo darte un lugar donde quedarte por unos días. Estoy hablando de ser tu apoyo, de compartir esa carga.
Obanai no respondió de inmediato, sus ojos fijos en las luces de la ciudad como si buscaran alguna respuesta entre ellas.
—No sé cómo hacerlo —admitió finalmente, su voz apenas un susurro.
Sanemi lo observó por un momento, sintiendo una punzada en el pecho al ver esa vulnerabilidad en el omega que siempre parecía tan inquebrantable.
—No tienes que saberlo todo ahora —dijo, colocando una mano sobre el barandal justo al lado de la de Obanai—. Solo deja que esté aquí, ¿vale? No voy a ir a ningún lado.
Obanai lo miró de nuevo, esta vez con una expresión más suave, aunque todavía había un rastro de duda en sus ojos.
—Eres demasiado persistente para tu propio bien, ¿sabes? —dijo con un tono que intentaba ser molesto, pero que sonaba más agradecido que otra cosa.
Sanemi se permitió una sonrisa.
—¿Y cómo crees que conseguí todo lo que tengo?
Obanai soltó un suspiro, pero era uno de resignación tranquila. Tal vez, solo tal vez, podía permitirse aceptar esa oferta. Aunque fuera solo por un tiempo.
Continuará....
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