Capítulo [16]
Las negociaciones con Uzui habían concluido con éxito, dejando el resto de la tarde y la noche libres para relajarse. Sanemi había calculado sus movimientos cuidadosamente. Sabía que hasta ahora había ganado terreno utilizando a Kaito como excusa para acercarse, pero esta vez quería un enfoque distinto. Si realmente deseaba que Obanai lo viera más allá del jefe o el alfa interesado en su vida familiar, tendría que apostar por algo más audaz.
Cuando salieron de la última reunión, Sanemi se detuvo frente a Obanai en el lobby del hotel, mostrando una sonrisa despreocupada.
—Hoy no hay trabajo, Iguro. ¿Qué te parece si bajamos la guardia por una noche? Hay un bar que Uzui recomendó, dice que tiene buena música y no es tan ruidoso como esos antros que detestas.
Obanai levantó una ceja, claramente sorprendido por la propuesta.
—¿Tú? ¿Un bar tranquilo? Me cuesta imaginarlo, Shinazugawa.
Sanemi rió entre dientes, cruzándose de brazos.
—No todo en mi vida son excesos. Vamos, será una forma de relajarnos después de tantas reuniones. Incluso prometo no presionarte con charlas de trabajo.
Obanai dudó por un momento, pero finalmente asintió.
—Está bien. Pero si intentas usar esto para hablar de contratos, me voy.
Sanemi levantó las manos, fingiendo rendición.
—Palabra de alfa, Iguro.
El bar estaba exactamente como Uzui lo había descrito: iluminado con luces cálidas, música en vivo tocando jazz en el fondo, y un ambiente lo suficientemente relajado como para mantener una conversación sin gritar. Sanemi eligió una mesa en un rincón discreto, pidiendo un par de bebidas antes de que Obanai pudiera objetar.
—¿Qué pretendes con esto, Shinazugawa? —preguntó Obanai después de un sorbo de su bebida, mirándolo con suspicacia.
Sanemi apoyó un codo sobre la mesa, inclinándose ligeramente hacia él con una sonrisa que parecía diseñada para desarmarlo.
—Pretendo que te relajes, Iguro. Quiero conocerte más allá del trabajo, más allá de las paredes que levantas.
Obanai lo observó con los ojos entrecerrados, claramente analizando cada palabra.
—No soy tan interesante como crees.
—Déjame decidir eso por mí mismo —replicó Sanemi, su voz más suave de lo habitual—. Hasta ahora, todo lo que sé de ti me resulta fascinante.
Obanai se quedó en silencio por un momento, sorprendido por la honestidad en el tono del alfa. Suspiró y tomó otro sorbo de su bebida.
—Eres persistente, lo admitiré.
Sanemi dejó escapar una risa baja, alzando su vaso para brindar.
—Es la única forma de ganar algo que realmente vale la pena.
La velada continuó con una sorprendente naturalidad. Obanai, aunque cauteloso, comenzó a mostrarse más abierto, compartiendo pequeñas anécdotas de su vida antes de convertirse en asistente. Sanemi escuchaba atentamente, absorbiendo cada palabra como si fuera un mapa que lo guiara hacia el corazón del omega.
Cuando la noche avanzó, Sanemi se dio cuenta de algo importante: aunque había planeado usar sus habilidades de alfa para impresionar a Obanai, lo que realmente lo estaba acercando era su sinceridad. Y por primera vez en mucho tiempo, Sanemi sentía que no necesitaba una estrategia, porque simplemente ser él mismo parecía ser suficiente.
Sanemi no podía apartar la mirada de Obanai. A medida que la conversación avanzaba y las copas se vaciaban, los efectos del alcohol comenzaron a hacerse evidentes en el omega. Sus mejillas adquirieron un tono rosado que lo hacía ver casi vulnerable, y sus palabras, aunque aún afiladas, perdían algo de la rigidez habitual.
Fue entonces cuando Sanemi percibió ese aroma dulce que lo envolvía cada vez que Obanai se relajaba, un aroma que parecía diseñado específicamente para tentar a su autocontrol. El alfa apretó la mandíbula, resistiendo el impulso de inclinarse más cerca. Sabía que el omega no era alguien que se dejara dominar fácilmente, pero también sabía reconocer una oportunidad cuando la veía.
—Iguro —llamó Sanemi con suavidad, inclinándose ligeramente hacia él.
Obanai lo miró con un leve aturdimiento en los ojos, claramente consciente del peso en el tono de Sanemi.
—¿Qué pasa, Shinazugawa? —preguntó, su voz ligeramente más baja de lo habitual.
Sanemi apoyó un codo sobre la mesa, acercándose lo suficiente como para que sus voces no se escucharan más allá de ellos dos.
—Quiero que entiendas algo, Obanai —comenzó, su tono directo, pero cargado de una honestidad inusual en él—. Todo lo que hago, cada intento de acercarme, cada palabra, no tiene otro propósito más que dejarte claro que te quiero. No como un capricho pasajero, sino como el hombre y el omega que eres.
Obanai parpadeó, sorprendido por la declaración tan directa. Por un instante, no supo cómo responder, pero Sanemi no le dio espacio para escapar.
—Sé que no es fácil confiar en alguien como yo —continuó Sanemi, sin apartar la mirada—. Y entiendo si todavía tienes tus reservas, pero quiero que sepas que no voy a detenerme. Tú vales cada esfuerzo.
Obanai apartó la mirada, buscando su copa, pero Sanemi la retiró de su alcance con una sonrisa ligera.
—No necesitas más alcohol para decirme lo que piensas, Iguro.
El omega lo fulminó con la mirada, pero el sonrojo en sus mejillas traicionó su intento de parecer indiferente.
—Eres un maldito terco, Shinazugawa.
Sanemi dejó escapar una risa baja, relajándose un poco en su asiento.
—Eso ya lo sabías. Pero dime algo, ¿acaso no te gusta un poco?
Obanai bufó, desviando la mirada hacia la mesa, pero no negó nada. Sanemi, siempre atento, tomó esa reacción como un pequeño triunfo.
La noche continuó, y aunque las palabras de Sanemi parecieron quedarse flotando en el aire, el aroma dulce del omega permaneció constante, como si su cuerpo le estuviera diciendo algo que su mente aún no estaba lista para admitir. Y Sanemi, con su paciencia recién descubierta, estaba más que dispuesto a esperar.
El regreso al hotel fue una prueba de resistencia para Sanemi. Ver a Obanai en esa faceta relajada, ligeramente ebria, era como encontrar un tesoro oculto bajo la capa de indiferencia que siempre mostraba. Había algo travieso en las sonrisas ladeadas del omega y en los comentarios despreocupados que salían de su boca, un lado que Sanemi jamás había imaginado, pero que ahora deseaba descubrir por completo.
—¿Sabes qué, Shinazugawa? —murmuró Obanai mientras tambaleaba ligeramente, apoyándose en el brazo de Sanemi para mantener el equilibrio—. Eres más insoportable de lo que pensé.
Sanemi soltó una carcajada mientras ajustaba el agarre para evitar que Obanai se tropezara.
—¿Eso es lo que piensas de mí después de todo esto? —preguntó con una sonrisa, divertido por las palabras del omega.
Obanai levantó un dedo, como si estuviera a punto de dar una gran revelación.
—Pero... no eres tan malo cuando no estás gritando a todo el mundo. Quizá hasta eres soportable.
Sanemi arqueó una ceja, su sonrisa ensanchándose.
—Vaya cumplido. ¿Siempre eres tan generoso cuando estás ebrio?
Obanai lo miró de reojo, sus ojos brillando con una chispa de desafío.
—No estoy ebrio. Estoy perfectamente lúcido.
—Claro que sí —replicó Sanemi, rodando los ojos, aunque no pudo evitar sentirse atraído por la forma en que la voz de Obanai sonaba más suave, menos contenida.
Llegaron al ascensor, y mientras subían al piso donde se encontraban sus habitaciones, el omega soltó un suspiro, apoyando la frente contra la pared metálica del ascensor.
—¿Por qué haces esto, Shinazugawa? —preguntó, su voz baja, casi como si estuviera hablando consigo mismo.
Sanemi lo miró, su expresión suavizándose.
—¿Esto? —repitió, como si no entendiera, aunque sabía perfectamente a qué se refería.
—Intentar... estar cerca de mí. No soy como esos omegas que puedes tener con un chasquido de dedos. Soy complicado, difícil, y tengo prioridades que no van a cambiar.
Sanemi respiró hondo antes de responder, sus palabras cargadas de sinceridad.
—Precisamente por eso, Obanai. Porque no eres fácil, porque no eres como nadie más. Y porque me haces querer esforzarme, algo que nunca había sentido por ningún otro omega.
Obanai lo miró, sus ojos reflejando una mezcla de confusión y algo que Sanemi no podía descifrar del todo. Antes de que pudiera responder, las puertas del ascensor se abrieron, y Sanemi lo guió hasta su habitación.
—Vamos, hora de dormir. Mañana seguimos con esto —dijo Sanemi, intentando suavizar el momento con una sonrisa.
Obanai asintió lentamente, pero antes de entrar a su habitación, se volvió hacia él, sus palabras arrastradas por el efecto del alcohol, pero cargadas de honestidad.
—No sé si podré darte lo que buscas, Shinazugawa. Pero... gracias por intentarlo.
Sanemi lo observó entrar a su habitación, quedándose solo en el pasillo, con esas palabras resonando en su mente. Algo había cambiado esa noche, algo que sentía como un pequeño paso hacia adelante. Y por primera vez, Sanemi sonrió sabiendo que estaba dispuesto a dar todos los pasos que hicieran falta.
Continuará...
TNoel: ¡Buenas! Estaba muy ansiosa por subir este capítulo, así qué adelanté la entrega! Realmente me gustó escribirlo, espero que anticipen lo que se viene! ✨🐍🍃
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