Capítulo [14]
Sanemi no era el tipo de hombre que se complicaba buscando estrategias elaboradas. Siempre había sido directo, incluso cuando los resultados no eran los esperados. Por eso, dejar las cuatro entradas para el acuario en el escritorio de Obanai le pareció una decisión lógica. No quería ser excluyente; si iba a cortejar al omega, debía aceptar todo lo que formaba parte de su vida.
Cuando Obanai llegó esa mañana, encontró el sobre con las entradas cuidadosamente colocadas junto a los documentos que debía revisar. Levantó una ceja, claramente intrigado. Sanemi, sentado en su oficina con la puerta entreabierta, observaba de reojo.
Obanai entró después de un par de minutos, sosteniendo las entradas en la mano.
—¿Qué es esto? —preguntó, su tono neutral.
Sanemi se recargó en su silla y entrelazó los dedos detrás de la cabeza, adoptando una pose despreocupada.
—Entradas para el acuario. Pensé que podrías aprovecharlas.
Obanai frunció el ceño.
—¿Por qué?
Sanemi dejó escapar una leve risa.
—¿Por qué no? Es un buen lugar para relajarse, y estoy seguro de que a Kaito le gustará.
El omega lo miró fijamente, tratando de descifrar sus intenciones.
—Son cuatro entradas.
—Tú, Kaito, Mitsuri, y yo, si no te molesta.
La propuesta directa dejó a Obanai sin palabras por un momento. Era extraño que Sanemi, alguien que siempre había mantenido su vida personal y profesional separadas, mostrara interés en algo tan familiar.
—No estoy seguro de que sea buena idea —murmuró, apartando la mirada.
—¿Por qué no? —replicó Sanemi, poniéndose serio.
—Porque no tienes por qué involucrarte en mi vida más allá del trabajo.
Sanemi se levantó de su silla, cruzando los brazos mientras se apoyaba en el escritorio.
—Ya lo estoy. Y no voy a disculparme por querer pasar tiempo contigo, incluso si eso significa lidiar con un cachorro hiperactivo y su niñera.
Obanai abrió la boca para responder, pero se detuvo. Había algo en la determinación de Sanemi que lo desarmaba, aunque no quisiera admitirlo.
—Lo pensaré —dijo finalmente, dándose la vuelta para salir de la oficina.
Sanemi sonrió, satisfecho.
Esa tarde, mientras revisaba algunos documentos, Sanemi recibió un mensaje en su teléfono.
"Aceptamos las entradas. Kaito ama los peces."
El alfa no pudo evitar que una sonrisa cruzara su rostro. Tenía claro que esta invitación no resolvería todo de golpe, pero era un paso hacia algo más grande.
Sanemi esperaba con las manos en los bolsillos, mirando distraídamente la entrada del acuario mientras ignoraba los murmullos y miradas que caían sobre él. Vestía una camisa negra de manga larga remangada y pantalones oscuros, un estilo casual que lo hacía ver más relajado pero no menos imponente. Su presencia seguía atrayendo miradas, pero él no prestaba atención a ninguna.
Cuando finalmente vio a Obanai acercarse con Kaito y Mitsuri, todo lo demás dejó de importar. El omega estaba irreconocible fuera del entorno laboral: usaba una camiseta de algodón sencilla y jeans que resaltaban una imagen cálida y accesible que Sanemi no había visto antes. Pero fue Kaito quien captó su atención enseguida. El pequeño, con ojos llenos de emoción, parecía a punto de correr hacia la entrada, pero se detuvo justo cuando notó la presencia del alfa.
El niño corrió a esconderse tímidamente detrás de Obanai, agarrando el dobladillo de su camiseta.
—Kaito, saluda —dijo Obanai con voz tranquila, mientras Mitsuri sonreía en un segundo plano.
Kaito asomó la cabeza apenas un poco, mirando a Sanemi con curiosidad y desconfianza.
—Hola, pequeño —dijo Sanemi con una voz más suave de lo habitual, agachándose un poco para estar a su altura. Extendió la mano, pero el niño no se movió de su lugar.
—Es Sanemi, el jefe del que te hablé —dijo Obanai, colocando una mano sobre la cabeza de su hijo para calmarlo.
Kaito se quedó un momento inmóvil, y luego, de manera inesperada, susurró algo al oído de su padre. Obanai reprimió una sonrisa y miró a Sanemi.
—Dice que quiere saber si te gustan los tiburones —tradujo, divertido.
Sanemi soltó una carcajada breve.
—Por supuesto. Los tiburones son geniales, ¿no? —respondió, con un leve destello de calidez en sus ojos.
Kaito asintió lentamente, todavía algo reservado, pero comenzó a soltarse un poco más cuando Mitsuri lo tomó de la mano para caminar hacia la entrada. Obanai y Sanemi los siguieron, caminando lado a lado.
—No pensé que fueras bueno con los niños —comentó Obanai, mirándolo de reojo.
Sanemi se encogió de hombros.
—No tengo mucha práctica, pero Kaito parece un buen chico.
Obanai no respondió de inmediato, pero su mirada parecía menos defensiva. Sanemi lo notó, y en silencio, sintió que había ganado un pequeño punto en su favor.
Al entrar al acuario, Kaito olvidó toda timidez, corriendo de un lado a otro para observar los tanques. Mitsuri lo seguía con cuidado, dejando a Sanemi y Obanai espacio para hablar mientras caminaban detrás.
—Gracias por esto —dijo Obanai después de un rato, mirando de reojo al alfa.
—No tienes que agradecer nada. Lo hago porque quiero —respondió Sanemi, manteniendo la misma sinceridad directa que lo caracterizaba.
El omega se detuvo por un momento, como si estuviera a punto de replicar algo, pero decidió guardar silencio. Sanemi no lo presionó. Había aprendido que, con Obanai, todo requería paciencia, y él estaba dispuesto a esperar el tiempo que fuera necesario.
Sanemi observó cómo Kaito se emocionaba al ver a cada animal marino, desde los coloridos peces tropicales hasta los imponentes tiburones que nadaban con tranquilidad en su enorme tanque. Aunque el niño había estado tímido al principio, ahora parecía completamente inmerso en la experiencia. Mientras caminaban hacia la salida del acuario, Sanemi propuso:
—¿Qué les parece si comemos algo? Conozco un lugar cerca que tiene buenos platillos para niños y... adultos hambrientos.
Obanai lo miró con cautela, pero no encontró ninguna razón para negarse.
—Supongo que no hay problema —respondió con neutralidad, aunque Mitsuri fue quien realmente animó la idea.
—¡Eso suena genial! Kaito debe tener hambre después de toda esa emoción, ¿verdad? —dijo, mirando al pequeño, quien asintió con entusiasmo.
Durante el trayecto al restaurante, Sanemi no pudo evitar notar las similitudes entre Obanai y su hijo. No solo compartían rasgos físicos —los ojos llamativos y el cabello oscuro que Kaito heredó sin duda alguna—, sino también ciertos gestos. La manera en que Kaito fruncía ligeramente el ceño cuando algo lo desconcertaba era idéntica a la de su padre.
Mitsuri, por otro lado, llenaba los silencios con su usual energía, charlando animadamente con Kaito y Obanai sobre los animales que habían visto. La joven niñera parecía tener un don natural para mantener el ambiente ligero, algo que Sanemi agradecía en silencio. Mientras tanto, el alfa aprovechaba cada pequeño detalle para observar y analizar al omega.
Ya en el restaurante, Sanemi se encargó de pedir una mesa privada, asegurándose de que todos estuvieran cómodos. Kaito, más confiado, se sentó junto a su padre y Mitsuri, mientras Sanemi ocupaba el asiento frente a ellos.
—¿Qué te parecieron los tiburones, Kaito? —preguntó Sanemi mientras hojeaba el menú, rompiendo el hielo.
—¡Eran grandes! Pero no se veían malos como en las películas —respondió el niño, con los ojos brillando de emoción.
Sanemi sonrió, dejando su menú a un lado para centrarse en la conversación.
—Tienes razón. Son impresionantes, ¿verdad? Aunque no sé si me atrevería a nadar con ellos. ¿Y tú?
Kaito lo miró con determinación.
—¡Yo sí lo haría! Pero tendría que usar un traje de buzo.
Mitsuri se rió suavemente, mientras Obanai miraba la escena en silencio, aunque no pudo evitar que una pequeña curva se formara en la comisura de sus labios. Sanemi notó esa expresión y sintió una leve satisfacción al ver que había conseguido relajar al omega, aunque fuera un poco.
La comida transcurrió de manera tranquila, con Kaito hablando más que su propio padre, pero lo suficiente como para que Sanemi captara pequeños detalles sobre la dinámica familiar. Mitsuri hablaba sobre los horarios escolares del niño y cómo Obanai siempre encontraba tiempo, a pesar de su apretada agenda, para estar presente en cada evento importante.
—No sé cómo lo haces, Obanai —comentó Mitsuri en un momento, con admiración.
El omega, que estaba cortando un trozo de carne para Kaito, levantó la vista y respondió con simplicidad:
—No hay otra opción. Es mi responsabilidad.
Sanemi no dijo nada, pero esas palabras resonaron en él más de lo que hubiera esperado. Era evidente que Obanai cargaba mucho más de lo que dejaba ver, y, aun así, lograba manejar todo con una calma casi inhumana.
Cuando terminaron de comer, Sanemi insistió en pagar la cuenta, aunque Obanai se mostró reticente al principio.
—Considera esto parte del agradecimiento por soportar mis caprichos en la oficina —dijo Sanemi con una sonrisa ligera, cerrando el tema antes de que el omega pudiera protestar más.
Mientras salían del restaurante, Kaito tomó la mano de su padre y miró tímidamente a Sanemi antes de decir:
—Gracias por el día de hoy. Fue divertido.
Sanemi, sorprendido por la sinceridad del pequeño, se agachó ligeramente para mirarlo a los ojos.
—Fue un placer, Kaito. Tenemos que hacerlo de nuevo pronto, ¿te parece?
El niño asintió con entusiasmo antes de correr hacia Mitsuri, quien ya se dirigía al auto. Obanai se quedó atrás un momento, mirando a Sanemi con una mezcla de sospecha y algo que no lograba definir del todo.
—No entiendo qué ganas con todo esto, Shinazugawa —dijo, su tono neutral.
Sanemi lo miró directamente, con esa intensidad que solía desconcertar a todos.
—No es tan complicado, Iguro. Estoy conociéndote. ¿Es tan difícil de creer?
Obanai no respondió de inmediato. En cambio, simplemente suspiró y comenzó a caminar hacia el auto, dejando a Sanemi con una pequeña sonrisa de triunfo en los labios. Había sido un día productivo, en más de un sentido.
Sanemi estacionó frente al edificio de departamentos donde vivía Obanai. La noche era tranquila, y el silencio solo era interrumpido por el leve sonido de la respiración de Kaito, que dormía profundamente en los brazos de su padre. Kanroji bajó primero, con una sonrisa amable, ofreciendo adelantarse para preparar la cama del pequeño.
—Deja que me encargue, Obanai-san. Yo acomodo todo para que Kaito pueda descansar —dijo alegremente, entrando al departamento mientras Obanai asentía con un leve gesto.
Sanemi observó cómo Obanai ajustaba cuidadosamente al niño en sus brazos, asegurándose de no despertarlo. Era una imagen distinta, completamente alejada del asistente estoico y profesional que conocía en la oficina. Había algo casi cálido en la forma en que el omega cuidaba a su hijo, y, sin embargo, también podía percibir el peso de una rutina solitaria sobre sus hombros.
Cuando llegaron a la puerta del edificio, Obanai se detuvo, girándose ligeramente hacia Sanemi mientras acomodaba mejor a Kaito.
—Sanemi —comenzó, en un tono bajo pero firme—, ¿qué es lo que realmente quieres con todo esto?
Sanemi cruzó los brazos, apoyándose despreocupadamente en el marco de la puerta. Sin embargo, su mirada era seria, directa, sin dejar lugar a interpretaciones.
—Ya te lo dije, Iguro. Esto no es un capricho —respondió, sin rodeos—. Si fuera algo pasajero, no estaría aquí. No te estaría llevando al acuario, ni buscando formas de entrar en tu mundo sin incomodarte.
Obanai alzó una ceja, sin mostrarse del todo convencido.
—¿Y qué se supone que significa todo eso? —preguntó, aunque su voz traicionaba un leve temblor, como si temiera escuchar la respuesta.
Sanemi se acercó un poco más, cuidando de no invadir demasiado el espacio personal del omega, pero lo suficiente como para que sus palabras tuvieran peso.
—Significa que quiero conocerte, Obanai. Quiero saber qué es lo que te frena, qué te hace levantar esas barreras, y qué puedo hacer para que las derribes. No voy a negar que te quiero, pero no se trata solo de eso. Quiero que me veas como algo más, no como un alfa que solo busca un rato de diversión.
Obanai lo miró fijamente, buscando algún rastro de mentira en sus palabras. Lo conocía lo suficiente como para saber que Sanemi no era alguien que jugara con sus sentimientos, pero aceptar sus intenciones era otro asunto.
—No es tan fácil como lo haces sonar —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.
Sanemi asintió, mostrando una comprensión inusual en él.
—No espero que lo sea. Pero tampoco voy a rendirme.
Hubo un largo silencio entre ambos, roto únicamente por el leve movimiento de Kaito en los brazos de su padre. Finalmente, Obanai dio un paso hacia la puerta, pero antes de entrar, se giró una última vez.
—No prometo nada, Shinazugawa. Pero... no voy a pedirte que te alejes.
Sanemi sonrió levemente, un gesto que no tenía nada de arrogancia, sino algo más genuino.
—Eso es todo lo que necesito por ahora.
Obanai asintió, entrando finalmente al departamento. Sanemi se quedó un momento más en la entrada, observando cómo la luz del interior se encendía y cómo la puerta se cerraba tras ellos.
Mientras regresaba a su auto, una idea se afianzó en su mente: no importaba cuánto tiempo le tomara, estaba dispuesto a demostrarle al omega que él podía ser más que otro obstáculo en su vida.
Continuará..
TNoel: ¡Gracias por leer el capítulo! Estoy muy emocionado por sus comentarios y todo el apoyo a los tres libros SaneOba que tengo publicados, en verdad me llena de ilusión. Nunca esperé que tuveura tan buen recibimiento, espero no decepcionarlos! ✨🐍🍃
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