Capítulo [11]
Sanemi estaba en su oficina, tamborileando los dedos contra el escritorio mientras repasaba mentalmente algo que lo había estado inquietando toda la mañana. Nunca había tenido que hacer esfuerzos para atraer a un omega. Ellos siempre acudían a él sin que tuviera que mover un solo dedo, como si su simple presencia bastara para desatar una marea de atención. Pero con Obanai... todo era diferente.
El omega no solo era complejo; era un muro sólido que parecía imposible de atravesar. Sus comentarios afilados, su mirada estoica y su estricta profesionalidad lo mantenían a raya, como si hubiera dibujado una línea invisible que nadie podía cruzar. Y, sin embargo, Sanemi sentía que era capaz de romper ese muro.
No, tenía que romperlo.
Era un desafío. Un reto. Sanemi no era alguien que retrocediera ante un obstáculo, y Obanai era, sin duda, el desafío más intrigante que había encontrado.
Al final del día, mientras revisaba unos documentos, Sanemi dejó escapar un suspiro pesado. El aroma de Obanai aún flotaba en su mente, y el deseo de acercarse, de conocer cada rincón de su vida, se había convertido en una necesidad. Pero sabía que no podía hacerlo de la manera habitual. Con Obanai, tendría que seguir las reglas, esas reglas que siempre había ignorado porque nunca las había necesitado.
Cortejarlo.
El pensamiento le resultaba extraño. Él, Sanemi Shinazugawa, alfa dominante, reduciéndose a seguir un proceso meticuloso para ganar el favor de un omega. Pero Obanai no era cualquier omega.
Sanemi se reclinó en su silla, frotándose el puente de la nariz.
—Maldito seas, Iguro... ¿Por qué tienes que ser tan complicado?
Sin embargo, una sonrisa retorcida se dibujó en su rostro.
—Pero yo soy más terco que tú.
A la mañana siguiente, Sanemi llegó a la oficina con un plan. Era simple, pero efectivo: pequeñas acciones que, poco a poco, desarmarían la muralla de Obanai.
El primer paso lo dio al dejar una taza de té perfectamente preparado en el escritorio del omega.
—¿Y esto? —preguntó Obanai, alzando una ceja mientras miraba la taza con desconfianza.
—Tómalo. Me di cuenta de que siempre llegas con esa porquería instantánea. No sé cómo sobrevives con eso —dijo Sanemi, cruzándose de brazos y desviando la mirada, como si no quisiera que su gesto fuera interpretado como algo más.
Obanai lo miró fijamente durante unos segundos antes de encogerse de hombros y tomar un sorbo.
—No está mal —admitió, aunque su tono era indiferente.
Sanemi sonrió internamente. Era un pequeño paso, pero un paso, al fin y al cabo.
A lo largo del día, Sanemi continuó con pequeños gestos: preguntándole por sus preferencias en las reuniones, asegurándose de que su carga de trabajo fuera más manejable e incluso arreglando un almuerzo para los dos.
Obanai, aunque inicialmente sospechoso, comenzó a notar el cambio. No podía decir si Sanemi estaba tratando de molestarlo o si realmente había algún propósito detrás de sus acciones, pero decidió no cuestionarlo. Por ahora.
Sanemi, por su parte, sabía que estaba entrando en un territorio desconocido, pero no le importaba. Era terco, sí, pero también determinado. Y si eso significaba aprender a cortejar a un omega de la manera "correcta", entonces lo haría.
Porque Obanai no era solo un reto; era alguien que, por primera vez, hacía que Sanemi quisiera algo más que una relación fugaz. Y Sanemi no se detenía hasta conseguir lo que quería.
Sanemi estaba cerrando los últimos documentos del día cuando recibió un mensaje de Obanai, breve y directo:
"Espérame en el estacionamiento después del trabajo. Necesitamos hablar."
El alfa alzó una ceja, intrigado por el tono. Obanai no solía pedirle tiempo fuera del horario laboral, y menos para "hablar". Algo había notado, y Sanemi sabía perfectamente qué podría ser.
El estacionamiento estaba casi vacío cuando Sanemi llegó. Se apoyó contra su auto, encendiendo un cigarro mientras esperaba. No pasó mucho tiempo antes de que Obanai apareciera, caminando con su habitual aire estoico, aunque sus ojos delataban un brillo de determinación.
—¿Qué pasa, Iguro? —preguntó Sanemi con su habitual tono brusco, aunque su curiosidad era genuina.
Obanai se cruzó de brazos, mirándolo fijamente.
—Quiero saber qué estás haciendo.
Sanemi alzó una ceja, dejando escapar una bocanada de humo.
—¿De qué hablas?
El omega soltó un suspiro irritado.
—No te hagas el desentendido. Las atenciones, los gestos, el té, el almuerzo, la carga de trabajo. No son cosas que haces por otros empleados.
Sanemi dejó caer el cigarro al suelo, apagándolo con el pie. Su expresión se endureció ligeramente, pero había una chispa de diversión en sus ojos.
—¿Y si lo estoy haciendo porque quiero?
Obanai frunció el ceño.
—¿Por qué?
Sanemi dio un paso hacia él, acortando la distancia entre ambos. Sus ojos plateados se clavaron en los del omega, y su voz salió firme, directa, como era su costumbre.
—Porque voy a cortejarte, Iguro.
Obanai se quedó inmóvil, sorprendido por la honestidad brutal del alfa.
—No me importa lo difícil que seas. No me importa cuántas veces intentes alejarme. No voy a detenerme hasta que seas mío.
El omega abrió la boca, pero no supo qué responder de inmediato. Sanemi continuó:
—Nunca he tenido que cortejar a nadie antes, pero contigo es diferente. Eres diferente. Y si crees que me voy a rendir porque me pongas obstáculos, estás muy equivocado.
El silencio que siguió fue pesado, cargado de tensión. Obanai lo miraba como si intentara descifrarlo, mientras Sanemi esperaba pacientemente una respuesta.
Finalmente, el omega habló, su voz tan afilada como siempre:
—¿De verdad crees que puedes conquistarme con tu actitud de macho alfa dominante?
Sanemi sonrió, un destello de desafío en su mirada.
—No sé si puedo, pero voy a intentarlo.
Obanai chasqueó la lengua, dándose la vuelta.
—Haz lo que quieras, pero no esperes que sea fácil.
Sanemi lo observó alejarse, esa sonrisa confiada aún en su rostro. Sabía que Obanai no se lo pondría fácil, pero eso solo hacía el desafío aún más interesante.
—Perfecto —murmuró para sí mismo—. Nunca me han gustado las cosas fáciles.
Continuará....
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