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Capítulo 5: Sombras y Disparos en la Bahía

El día comenzó con un aire denso en la bahía. La niebla matutina cubría parcialmente los contenedores apilados, mientras el sonido de las olas chocando contra los muelles se mezclaba con el eco lejano de grúas y motores de barcos mercantes. Sanemi y Obanai llegaron junto a Kaigaku y un grupo de hombres, todos vestidos con abrigos oscuros que ocultaban sus armas.

La misión era sencilla en papel: recibir un cargamento de mercancía ilegal y transportarlo a la fortaleza de Muzan sin inconvenientes. Sin embargo, en la mafia, nada era tan simple.

Kaigaku, de un humor particularmente hostil esa mañana, caminaba de un lado a otro mientras los hombres descargaban las cajas de los camiones. El nerviosismo en su rostro era evidente, y aunque intentaba disimularlo con insultos y amenazas a los trabajadores, Sanemi y Obanai podían leerlo con facilidad.

—Espero que no nos sigan la pista —murmuró Kaigaku, frunciendo el ceño—. Si la policía aparece, más les vale estar listos para pelear.

Sanemi no respondió. En su lugar, observaba los alrededores con atención. Sabía que la posibilidad de una redada era real, y de hecho, la estaban esperando.

El preventista llegó puntual, un hombre delgado con un cigarro entre los labios y los ojos inquietos, como si estuviera constantemente esperando que alguien lo apuñalara por la espalda. Obanai se encargó de inspeccionar la mercancía mientras Kaigaku negociaba los detalles. Sanemi, con los brazos cruzados, mantenía la vista en el horizonte, su instinto gritándole que algo estaba por ocurrir.

Y entonces, el disparo.

Una bala silbó a escasos centímetros de su cabeza, impactando contra el contenedor detrás de él con un sonido seco y contundente. El silencio apenas duró un segundo antes de que el caos se desatara.

—¡Emboscada! —rugió Kaigaku, sacando su arma.

Los hombres de Muzan reaccionaron de inmediato, sacando sus pistolas y buscando cobertura mientras los disparos llovían desde la zona alta de los contenedores. Los policías, ocultos hasta ese momento, surgieron desde varias direcciones, apuntando con precisión quirúrgica.

Sanemi y Obanai se movieron con rapidez, lanzándose detrás de un contenedor mientras el fuego cruzado aumentaba. Las balas rebotaban en el metal, generando chispas y un ruido ensordecedor.

Sanemi asomó la cabeza apenas un segundo y sus ojos se encontraron con un rostro familiar entre las sombras: Uzui Tengen, el comandante del escuadrón especial de la policía.

Era el momento.

Aprovechando la confusión, Sanemi y Obanai se deslizaron entre los contenedores, alejándose del centro de la balacera hasta quedar ocultos en una zona menos transitada. Tengen, con una precisión impecable, llegó hasta ellos sin ser detectado por los mafiosos.

—Lindo teatro —susurró Sanemi con una sonrisa ladina.

Tengen, con su porte confiado, le lanzó un dispositivo del tamaño de un encendedor.

—No tenemos mucho tiempo. Con esto podrán contactarnos sin levantar sospechas. Está camuflado como un encendedor de gas, pero el botón de la base es el canal de comunicación.

Obanai lo tomó sin dudar, revisándolo con rapidez antes de guardarlo en su chaqueta.

—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que Kaigaku empiece a sospechar? —preguntó.

—Unos minutos. Vamos a retirarnos estratégicamente para que todo parezca un ataque de distracción. Sigan con la misión como si nada hubiese pasado.

Sanemi asintió, entendiendo perfectamente el plan.

—Nos veremos cuando sea necesario.

Uzui les dedicó una última mirada antes de desaparecer nuevamente en la confusión. Pocos segundos después, un silbido cortó el aire, y la policía comenzó a retroceder, disparando en retirada.

Kaigaku, con el rostro desencajado de furia, maldijo en voz alta mientras observaba a los oficiales alejarse.

—¡Cobardes hijos de puta!

Los hombres de la mafia aún se mantenían en posición, con las armas listas, pero cuando la balacera cesó, la tensión en el aire se relajó apenas un poco.

Sanemi y Obanai volvieron junto a Kaigaku, fingiendo el mismo enojo que el resto.

—¿Nos largamos ya o piensas quedarte aquí gritando? —soltó Sanemi con desdén.

Kaigaku le dirigió una mirada asesina, pero no respondió. En su lugar, se giró y ordenó a los hombres terminar de cargar la mercancía.

Mientras tanto, Obanai y Sanemi intercambiaron una rápida mirada.

Habían dado un gran paso en su misión. Ahora, con el contacto asegurado, podían moverse entre las sombras bajo la mirada de la mafia.

El vehículo avanzaba por las calles de Tokio con el sonido del motor rugiendo suavemente en el silencio tenso del interior. Sanemi miraba por la ventana con aparente indiferencia, mientras Obanai mantenía su expresión imperturbable. Sin embargo, podían sentir la mirada penetrante de Kaigaku sobre ellos.

El bastardo estaba sospechando algo.

—Ustedes dos… —Kaigaku rompió el silencio, entrecerrando los ojos—. Durante el tiroteo, hubo un momento en el que desaparecieron.

Sanemi sintió la tensión en el aire, pero no se dejó intimidar. En su lugar, dejó escapar una risa burlona y se giró hacia él con una sonrisa ladina.

—Oh, ¿eso? Bueno… —Hizo una pausa para mirar a Obanai con un brillo malicioso en los ojos—. No podía resistirme.

Kaigaku arqueó una ceja, sin comprender de inmediato.

—¿Qué demonios quieres decir?

Sanemi se acomodó en su asiento, colocando una mano sobre el muslo de Obanai y apretándolo ligeramente.

—Obanai con un arma en plena acción… simplemente me prende.

Obanai no reaccionó al instante, pero Sanemi sintió la ligera rigidez de su cuerpo. Aún así, no apartó la mano.

—Nos quedamos un poco atrás mientras le daba un… reconocimiento especial. —Sanemi le guiñó un ojo a Kaigaku, su tono cargado de insinuación.

Kaigaku lo miró con absoluto desagrado.

—Eres un maldito enfermo.

Sanemi se encogió de hombros.

—¿Qué puedo decir? Tengo mis debilidades.

Kaigaku bufó, desviando la mirada hacia la ventana.

—No quiero detalles, joder.

Sanemi sonrió con satisfacción. Pero por si acaso, decidió insistir.

—¿Seguro? Mira que podría contarte lo bien que se veía con esa expresión de concentración, su forma de sostener la pistola, el sudor bajándole por el cuello…

—¡Cállate! —Kaigaku gruñó, llevándose una mano a la cara—. Maldita sea, no quiero imaginar eso.

Sanemi soltó una carcajada. Obanai, por su parte, suspiró con resignación, manteniendo su postura fría mientras Sanemi se divertía a su costa.

Al menos, la mentira había funcionado.

Cuando el auto llegó finalmente a la fortaleza de Muzan, Sanemi y Obanai descendieron con aparente calma. Sin embargo, apenas cruzaron la entrada, sus cuerpos se pusieron en alerta.

Allí, esperándolos con los brazos cruzados y una sonrisa afilada en el rostro, estaba Akaza.

Uno de los hombres más temidos de la organización, el tercero al mando después de Douma.

—Kaigaku, ven conmigo —ordenó Akaza con su voz grave y firme.

Kaigaku chasqueó la lengua y asintió, lanzando una última mirada de desprecio a Sanemi y Obanai antes de seguir a Akaza por el pasillo.

Cuando los dos desaparecieron en una oficina al fondo del pasillo, Obanai y Sanemi se quedaron inmóviles por un momento. Luego, lentamente, se miraron el uno al otro.

No hacía falta decir nada. Sabían lo que significaba: estaban bajo vigilancia.

No podían permitirse un solo error.

El pasillo quedó en silencio cuando Akaza y Kaigaku desaparecieron tras la puerta de la oficina. Sanemi y Obanai permanecieron quietos, observando a su alrededor con disimulo. Aquel edificio, lujoso y siniestro, albergaba los secretos más oscuros de la mafia, y cada pared parecía tener ojos que los vigilaban.

Sanemi suspiró y se pasó una mano por el cabello, fingiendo fastidio.

—¿Crees que ese bastardo de Akaza nos tenga en la mira? —murmuró, manteniendo la voz lo suficientemente baja para que solo Obanai lo escuchara.

Obanai, con los brazos cruzados, respondió sin apartar la vista de la puerta cerrada.

—No lo dudes. Kaigaku ya sospechaba algo, y ahora Akaza está metido en esto. Si nos están probando, más nos vale no fallar.

Sanemi resopló y se inclinó ligeramente hacia él, volviendo a la actuación que mantenían.

—Entonces será mejor que sigamos jugando bien nuestro papel, cariño —dijo con una sonrisa socarrona, su voz lo suficientemente alta para que cualquiera que los escuchara no dudara de su fachada.

Obanai rodó los ojos pero no se apartó.

—No abuses —susurró, con un tono casi amenazante.

Sanemi rió suavemente y pasó su brazo por los hombros de Obanai con descaro.

—Vamos, vamos. Después de todo, si vamos a ser vigilados, mejor darles un buen espectáculo.

Obanai gruñó en respuesta, pero lo dejó hacer. Sabía que cada acción en ese lugar debía calcularse al milímetro.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó en voz baja.

Sanemi bajó la mirada hacia el suelo por un instante, fingiendo estar sumido en pensamientos románticos mientras en su mente tejía la estrategia a seguir.

—Primero, asegurarnos de que Akaza no esté investigándonos demasiado. Luego, ver cómo utilizar ese dispositivo que nos dio Uzui sin levantar sospechas.

—Más fácil decirlo que hacerlo —murmuró Obanai.

Sanemi sonrió de lado.

—Siempre lo es.

En ese momento, la puerta de la oficina se abrió de golpe y Kaigaku salió con el ceño fruncido. Akaza lo siguió con su expresión habitual, mezcla de desdén y diversión.

—Ustedes dos —llamó Akaza con voz firme.

Sanemi y Obanai se giraron hacia él, fingiendo naturalidad.

—Parece que han estado haciendo un buen trabajo hasta ahora —dijo Akaza, apoyándose contra el marco de la puerta con los brazos cruzados—. Pero la confianza en esta organización no se regala. Se gana.

Sanemi entrecerró los ojos.

—¿Y qué se supone que significa eso?

Akaza sonrió, una sonrisa que no prometía nada bueno.

—Que pronto recibirán una tarea especial. Una que decidirá si realmente pertenecen aquí… o si terminan como los que fracasan.

Obanai y Sanemi mantuvieron sus expresiones serias, sin dar señales de nerviosismo.

—¿Y cuándo sabremos los detalles? —preguntó Obanai con frialdad.

—Pronto —respondió Akaza, girándose para marcharse—. Muy pronto.

Kaigaku les lanzó una última mirada de advertencia antes de seguirlo.

Cuando quedaron solos de nuevo, Sanemi dejó escapar un suspiro pesado.

—¿Una tarea especial, eh? —murmuró.

Obanai asintió, su mirada oscura clavada en el pasillo vacío.

—Parece que la verdadera prueba está por empezar.

Continuará ...

TNoel: ⚠️Los siguientes capítulos abordan temas sensibles⚠️

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