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Capítulo 2: Un Paso Dentro del Infierno

Los hombres de Muzan acompañaron a Sanemi y Obanai de regreso a su supuesto departamento. La fachada era sencilla, apenas un pequeño espacio en un barrio discreto de Tokio, donde habían fingido una vida juntos para reforzar su tapadera. Dentro del apartamento, todo estaba organizado al mínimo detalle: fotografías enmarcadas de ambos, ropa entremezclada en los armarios y hasta una lista de compras pegada al refrigerador con una caligrafía combinada. Un hogar perfectamente diseñado para vender la historia de una pareja establecida.

Obanai apenas necesitó recoger una maleta ligera; nunca había sido alguien de muchas pertenencias. Sanemi, por otro lado, llevaba una mochila con su ropa, asegurándose de que no dejaran rastros sospechosos.

El camino de regreso a la guarida de la mafia transcurrió en un tenso silencio. Sabían que estaban adentrándose en un terreno peligroso, donde cada palabra y cada gesto debían ser cuidadosamente calculados.

Al llegar, se encontraron con un edificio de fachada antigua y desgastada. Sin embargo, al cruzar la puerta, el contraste era asombroso: lámparas de cristal, alfombras caras y muebles de lujo. La guarida de Muzan no escatimaba en comodidades para aquellos que le eran útiles.

Antes de permitirles el acceso, los hombres de seguridad los detuvieron para inspeccionarlos. Al frente del procedimiento estaba Kaigaku, un miembro fiel de la mafia y conocido por su actitud despectiva. Su mirada afilada recorrió a los recién llegados con un dejo de superioridad.

—Bien, tortolitos —dijo con sorna—, reglas básicas: nada de preguntas innecesarias, nada de desobedecer órdenes y, sobre todo, nada de traiciones. Si fallan en algo… bueno, ya se imaginan.

Sanemi chasqueó la lengua con fastidio, pero se contuvo. Sabía que cualquier reacción fuera de lugar podía ponerlos en peligro.

Kaigaku se tomó su tiempo revisando las pertenencias de ambos, revolviendo la ropa sin cuidado. Luego, su inspección se tornó más personal.

—Levanten los brazos —ordenó, comenzando a palparlos en busca de armas o dispositivos ocultos.

Sanemi soportó la revisión sin inmutarse, pero cuando Kaigaku pasó a Obanai, su expresión cambió drásticamente.

—Oye —gruñó, frunciendo el ceño al ver cómo el hombre deslizaba las manos por el torso de Obanai con demasiada lentitud—. ¿Seguro que estás revisando por armas?

Kaigaku esbozó una sonrisa burlona.

—¿Qué pasa? ¿Te molesta que toque a tu novio?

Sanemi apretó los puños. Debía mantener la fachada. Actuar como un hombre enamorado y posesivo era una excusa perfecta para mostrar su enojo sin levantar sospechas.

—Tienes cinco segundos para quitarle las manos de encima antes de que te las rompa —advirtió con una mirada oscura.

Kaigaku soltó una carcajada, pero se alejó finalmente, alzando las manos en un gesto de burla.

—Tranquilo, no quiero causar problemas de pareja.

Sanemi no respondió, pero el brillo peligroso en sus ojos lo decía todo. Obanai, por su parte, mantuvo la compostura, observándolo de reojo con cierta diversión.

—Listo —dijo Kaigaku con desinterés—. Ahora pueden entrar.

Sanemi pasó su brazo alrededor de la cintura de Obanai en un acto final para vender su papel, guiándolo hacia el interior de la guarida con un susurro apenas audible.

—Si ese imbécil vuelve a tocarte, lo mato.

Obanai sonrió apenas, respondiendo con su tono indiferente habitual:

—No te preocupes, querido. Yo también lo haría.

Y así, con su actuación impecable, daban un paso más hacia el corazón de la mafia.

La habitación que les habían asignado era sorprendentemente lujosa. Pisos de madera pulida, una gran ventana con cortinas gruesas y muebles de alta gama decoraban el espacio. Sin embargo, lo que más resaltaba era la enorme cama matrimonial tamaño king en el centro de la habitación.

Sanemi chasqueó la lengua en cuanto la vio.

—Por supuesto que nos darían una maldita cama matrimonial… —murmuró con evidente fastidio.

Obanai, a su lado, soltó un suspiro resignado.

—Era de esperarse. Si queremos mantener las apariencias, tendremos que acostumbrarnos.

Sanemi frunció el ceño y cruzó los brazos. La idea de compartir cama con Obanai no era lo que más le preocupaba, pero sí el hecho de que todo estaba diseñado para asegurarse de que actuaran como una pareja real.

Sin perder más tiempo, ambos comenzaron a acomodar sus pertenencias. Sanemi guardó su ropa en el armario sin decir una palabra, mientras Obanai hacía lo mismo con su maleta. El silencio entre ellos era denso, pero no incómodo. Años de compañerismo les habían enseñado a comunicarse sin necesidad de hablar.

Sin embargo, sabían que no podían confiar en su entorno. Hasta que no se aseguraran de que la habitación no tenía cámaras o micrófonos, no podían hablar de su misión. Todo lo que dijeran debía encajar con la imagen de una pareja establecida.

Por ello, cuando Sanemi terminó de guardar su ropa, decidió romper el silencio con una conversación casual, aunque forzada.

—Supongo que este lugar es mejor que nuestro departamento de mierda —comentó con un tono despreocupado, tomando asiento en la cama para probar la suavidad del colchón.

Obanai, quien doblaba cuidadosamente una camisa, asintió sin mirarlo.

—Sí… aunque extraño un poco la tranquilidad. Aquí vamos a estar rodeados de gente las veinticuatro horas del día.

Sanemi bufó, acostándose de espaldas en la cama con los brazos detrás de la cabeza.

—Al menos la cama es cómoda.

Obanai lo miró de reojo con su expresión impasible.

—No pienses que vamos a dormir abrazados ni nada parecido.

Sanemi soltó una carcajada burlona.

—Tranquilo, serpiente. Prefiero dormir en el suelo antes que despertar abrazado a ti.

Obanai rodó los ojos, pero una pequeña sonrisa cínica cruzó su rostro.

La conversación continuó con temas triviales: qué tan buena era la comida del lugar, cuánto tiempo tomaría adaptarse a la rutina de la mafia y comentarios casuales sobre el resto de los integrantes que habían visto hasta ahora. Todo con la intención de parecer naturales, en caso de que alguien estuviera escuchando.

Finalmente, cuando terminaron de organizar todo, ambos se quedaron en silencio de nuevo, observando la habitación con atención.

—Mañana empezamos con lo difícil —murmuró Sanemi, fingiendo un bostezo mientras se recostaba en su lado de la cama.

Obanai asintió y apagó la lámpara de la mesita de noche.

—Por ahora, lo mejor que podemos hacer es descansar.

Sanemi cerró los ojos, pero incluso en la oscuridad de la habitación, ambos sabían que el peligro apenas comenzaba.

La habitación quedó en silencio tras apagar la luz. Obanai y Sanemi permanecieron acostados en lados opuestos de la cama, con la tensión aún palpable en el aire. Ninguno podía permitirse bajar la guardia, pero tampoco podían mostrarse demasiado alerta.

Sanemi giró sobre su costado, mirando el techo apenas iluminado por la tenue luz de la luna que se filtraba entre las cortinas. No podía dormir. La idea de estar en la madriguera del enemigo, rodeado de criminales y asesinos, hacía que cada músculo de su cuerpo se mantuviera en tensión.

Obanai, por su parte, permanecía quieto, con la respiración controlada. Pero Sanemi lo conocía demasiado bien. Sabía que él tampoco estaba durmiendo.

Pasaron varios minutos de silencio hasta que Sanemi, incapaz de contenerse, murmuró en voz baja:

—¿Crees que nos estén vigilando ahora mismo?

Obanai no respondió de inmediato. Con la misma voz pausada y fría que siempre tenía, contestó:

—Sería estúpido de su parte no hacerlo. Muzan no confía en nadie.

Sanemi apretó los labios. Sabía que Obanai tenía razón. Hasta que no pudieran asegurarse de que la habitación estaba libre de dispositivos de vigilancia, tendrían que seguir con su papel de pareja enamorada.

—Es agotador —susurró Sanemi, mirándolo de reojo.

Obanai giró la cabeza para verlo también.

—Acostúmbrate. Apenas empezamos.

Sanemi bufó suavemente, cerrando los ojos por un momento. El colchón era cómodo, pero la situación no le permitía relajarse.

Unos golpes en la puerta los hicieron sobresaltarse. Ambos reaccionaron de inmediato, pero mantuvieron la calma.

Sanemi se incorporó, despeinándose un poco para parecer recién despertado, y caminó descalzo hasta la puerta. Al abrirla, se encontró con Kaigaku, que lo observaba con su típica expresión burlona.

—¿Interrumpí algo? —preguntó con sorna, mirando hacia la cama donde Obanai seguía acostado, aparentemente despreocupado.

Sanemi rodó los ojos.

—¿Qué quieres?

Kaigaku apoyó un brazo en el marco de la puerta.

—Mañana tienen su primera tarea. El jefe quiere ver si realmente son tan útiles como dicen. Más les vale no decepcionarlo.

Sanemi se cruzó de brazos.

—¿Y qué se supone que haremos?

Kaigaku sonrió con malicia.

—Eso lo sabrán mañana. Descansen bien, si pueden.

Sin esperar respuesta, se giró y se alejó por el pasillo, dejando a Sanemi con el ceño fruncido.

Cerró la puerta con cuidado y volvió a la cama.

—Mañana empieza el verdadero infierno —dijo en voz baja.

Obanai, sin abrir los ojos, respondió con tranquilidad.

—Siempre lo ha sido.

Sanemi suspiró, dejándose caer en el colchón. No importaba cuántas veces intentara convencerse de que esto era solo una misión. Algo en el aire le decía que sobrevivir a la mafia de Muzan no iba a ser tan simple como habían pensado.

Continuará...

TNoel: Estoy muy agradecido por el gran recibimiento del nuevo libro, a pesar de que la temática mafia es un thriller muy explotado, espero poder darles una perspectiva nueva con Sanemi y Obanai, quienes deberan sobrevivir rodeados de los excéntricos enemigos de Kimetsu.

Mis más profundos agradecimientos, a los lectores nuevos y a quienes me han acompañado desde "Herencia de la Noche" mi primer libro del fandom, espero y agradezco su compañía en esta nueva aventura, adictos al SaneOba 🐍🍃💕

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