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56✧*|Maxwell.


CAPÍTULO 56= MAXWELL.

Nos despertamos y Sanden fue por mis pastillas, luego, como si tuviéramos años sin comer, nos deboramos el uno al otro.

Mientras él se hundía una vez más en mi interior comprendí que algo había cambiado, lo sabía. Anoche llegamos a un acuerdo, ninguno lo dijo en palabras, pero había cosas que ambos aceptamos.

Uno: No sería madre, al menos no de niños humanos.

Dos: Volvería a la mansión y a sus brazos. En tres días, pero volvería.

Tres: Estábamos juntos, oficialmente éramos pareja.

Cuatro: Tendríamos mascotas, muchas de ellas.

Cinco: Confiaba en él tanto como para entregarle el control de mi cuerpo.

Y seis, aunque él aún no lo sabía, quizás más temprano que tarde, terminaría locamente enamorada...si no es que ya lo estaba.

Gemí con la cabeza contra la cama apenas pudiendo resistir el orgasmo que se avecinaba. Sanden me había dado una orden, volviendo a su papel de Daddy quiso castigarme y no hayó mejor manera de hacerlo que prohibirme llegar al placer a menos que lo hiciéramos juntos.

Tener un orgasmo antes que él solo me sumaría otro día sin sexo y ya había perdido dos veces esta mañana, simplemente no me podía resistir.

Oír sus jadeos en mi oído mientras su polla entraba y salía con fuerza desmedida de mí, golpeando cada una de mis terminaciones nerviosas, me hacía perder el control.

Su pecho presionándome contra la cama no ayudaba tampoco, me volvía loca, me sentía llena y cubierta en todos los sentidos, tenía a Sanden en cada parte de mí y me encantaba.

Así que solo hacía falta un movimiento diferente y ya no podría aguantar otro segundo más.

—¿Te gusta así? — ronroneó en mi oído con su voz haciéndome cosquillas hasta llegar a mi estómago y ya no pude resistirlo, el placer me alcanzó, hizo que los dedos de mis pies se apretaran, que mis ojos se cerraran y mis dientes mordieran la almohada. Mis manos arañaron las sábanas y mi interior apretó con tanta fuerza a mi daddy que él se corrió tras de mí mordiendo mi hombro en el proceso.

Me liberó apenas un minuto más tarde, mi hombro dolía, sentía mi interior latir y apretar su polla, lo disfruté y me quedé quieta recapacitando como si el orgasmo hubiera despertado todos mis deseos sobre jugar a la casita.

Con el paso de los segundos las ideas se fueron aclarando y esos pensamientos se alejaron volviendo a ser inexistentes.

Sanden me atrajo a su pecho por tercera vez en la mañana y besó mi frente y labios.

—Tres días sin sexo, Babygirl y será mejor que lo respetes, de lo contrario no tendré piedad cuando llegues a casa ¿Se entendió?

Y de repente todo tuvo sentido. No estábamos jugando a acoplar nuestros cuerpos hasta el punto que nos viniéramos al mismo tiempo, solo era él asegurándose de que en estos tres días que estaríamos separados antes de mi regreso, yo no tuviera un amante.

Astuto.

Casi le aplaudo, me había tomado desprevenida, pero no me quejaría, quizás porque me sentía demasiado satisfecha o simplemente porque ya no pensaba engañarlo, así que solo me conformé con asentir.

—Sí, daddy.

—¿Quieres intentarlo una cuarta vez? Quizás sea la vencida— sugirió llevando sus manos a mi entrepierna y me apresuré a sacudir la cabeza notando que mi interior estaba en carne viva y no podría tener otro orgasmo ni aunque lo quisiera.

—Me rindo, Daddy. No tendré sexo, lo prometo — con la poca fuerza que conseguí juntar alcé la almohada y la dejé caer a nuestro lado. No era exactamente blanca, pero al menos no tendría que levantarme a buscar una toalla, el símbolo se entendía.

—Te rindes a otra ronda de sexo, te rindes a mis brazos, te rindes y eres mi esposa. Te gané, querida, quieras o no, tu corazón es mío y esto de aquí...— llevó su mano a mi adolorida, pero satisfecha entrepierna y metió sus dedos en mi interior, de inmediato gemí. —...también me pertenece.

Apreté los dientes y me preparé para objetar, pero no encontré nada para decir, al menos no algo con lo que pudiera ganar la guerra.

—¿Y? — gruñí y me alejé rodando en la cama, él se apresuró a alcanzarme y me pasó una pierna por encima de las mías evitando que me aleje aún más.

—Y que te amo.

—Bueno— me encogí de hombros y me retorcí al sentirlo separar mis piernas.

—Dilo, di cuanto me amas— comenzó a hundirse en mí, mi interior apretándolo de inmediato y mi cuerpo deseándolo como si no lo hubiéramos hecho ya tres veces y estuviera adolorida.

—Daddy— mi corazón se apretó en un puño y me aseguré de no abrir la mano. No quería decirlo, no podía. —No soy esa clase de chica, aahh— apreté las manos en las sábanas, su polla que se había hundido dentro de mí ahora estaba saliendo, lenta y dolorosamente placentero.

Me llevé el puño a la boca y lo utilicé para morder y así no gemir evitando que piense que me gusta.

—¿Estás segura? — por fin encontró el camino fuera de mí, pero casi de inmediato sentí sudor frío al notar hacia donde empujaba ahora.

—No estoy preparada— le recordé sabiendo que dolería como el infierno tenerlo en mi trasero empujando hasta atravesarme.

—No lo necesitas— empujó solo un poco y ya no lo resistí.

—Te quiero ¡Ya para!— grité y él alejó a su pollito peligroso de mí.

Me dejé caer de espalda esta vez cuidando mi retaguardia y lo fulminé con mis ojos, él estaba sonriendo.

—¿Costaba tanto decir eso?

—No dije que te amo— me regodeé.

—Pero lo harás y mientras esperamos que suceda, tengo cosas que hacer antes de irme— se bajó lentamente de la cama, al parecer yo no fui la única afectada por nuestra larga jornada. Él recogió su ropa del piso sin intentar ponersela y esperó a que lo imitara para tomar mi mano y guiarme al baño con pasos cortos y cansados.

—¿Qué cosas tienes que hacer? — metí la ropa de ambos a la lavadora y me adentré en la ducha, pero él me sacó y cargándome en sus brazos me metió a la bañera.

—En primer lugar, bañar a mi esposa babygirl. En segundo lugar vestirla y alimentarla y en tercero asegurarme de que tendrá todo lo que necesita para sobrevivir los próximos tres días.

Sonreí.

—¿Lavarás mis partecitas, Daddy? — sutilmente abrí mis piernas para él. Sus ojos siguieron maravillados el recorrido y su mano estuvo a punto de acariciar mi muslo, pero lo rechacé con un golpesito en la palma. —Aún no respondes a mi pregunta.

—Haré más que eso, querida — besó mi mejilla, presionando por largos segundos sus labios y luego recogió el jabón. —Tú solo deja que Daddy se encargue.

Bien, no tengo fuerza para bañarme o vestirme a mí misma.

Separé un poco más mis piernas, esperando a que deslice el jabón y él siguió una vez más el recorrido, pero no me tocó.

—¿Entonces? Estoy esperando mi baño. — moví impacientemente mis pies.

—Brittany, primero hay que esperar a que la bañera se llene. — él rodó los ojos, pero sonrió y yo le salpiqué con la poquita agua que había.

—Y yo pensé que tus vueltas eran solo para el sexo, ahora veo que también aplica para el baño ¿Hay algo más que me estés ocultando, Daddy?

Él sonrió y arqueó sus cejas.

—¿Y tú?

—Estábamos hablando de ti— me apresuré a decir y le quité el jabón de las manos, él no tardó en quitármelo y en olvidarse de mi pregunta.

—Yo te bañaré, eres mi responsabilidad.

—Bien...como quieras— le dije y fingí una carita de enojo, pero por dentro la diabla en mí sonreía.

.     .     .

Los gemelos salieron a saludar en cuanto nos vieron a lo lejos, Heyden no se unió, pero fui recibida por grandes abrazos y hasta dos dibujos de una piña grande y dos piñas pequeñas sosteniendo pelotas.

—Que...lindos— murmuré viendo mis regalos hechos a mano, aunque no lo dije en serio ¿Por qué querría un dibujo de tres piñas? Ni que me gustara esa fruta.

—¿Pasa algo? — Sanden me vio observar el dibujo y asentí, los niños estaban a nuestro lado así que tuve que hablar bajito.

—Me dieron un dibujo de tres piñas sosteniendo pelotas, claro que pasa algo, hay que llevarlos al psicólogo — le recomendé y él estalló en carcajadas. —¿Qué es tan gracioso? — pregunté.

—Mi amor— se acercó a mi oído y viendo el dibujo señaló las tres piñas.
—Esas no son piñas, son los gemelos y tú el día que los llevaste a comer hamburguesas. El dibujo no es nuestro punto fuerte— aclaró y yo comencé a girar el dibujo, pero ni aunque lo intentara conseguía ver otra cosa que esas tres piñas sostenindo pelotas.

—Lo que tú digas, Daddy— le sonreí y me alejé liberándome de las manos de los gemelos, aunque rápidamente volvieron a sujetarme.

Sanden se rió a mis espaldas y no dije nada, no hizo falta, mis ojos se lo dijeron todo consiguiendo que su sonrisa se borrara.

—¿Te gusta la casita? — preguntó Heyd y asentí, la cabaña de Sanden era muy diferente a la casa de mamá, pero algo en su aspecto rústico me agradó.

—Sí, es hermosa ¿Es suya?

Ambos sacudieron sus cabezas y señalaron un pequeño cartel de madera colgado en la puerta.

Maxwell.

—De los tíos estrella y brillante. La tía cielo siempre nos traía aquí en vacaciones— explicó Heyd, Yden permaneció en silencio a su lado y le piqué el hombro.

Él se volteó y me sonrió.

—Sé que fuiste tú, Bri.

—No, no es cierto— fingí concentrarme en la cabaña, pero en cuanto volteó le volví a picar el hombro.

—¡Te vi!— gritó girándose de un salto y le fruncí el ceño.

—No sé de qué hablas, ahora ve por tu hermano mayor y empaquen, iremos al aeropuerto.

Los ojos de ambos gemelos se iluminaron y corrieron al interior de la cabaña gritando el nombre de Heyden, Sanden reemplazó su lugar a mi lado y entrelazó nuestras manos.

—Eres muy buena en el papel de tía millonaria.

—Lo sé— le sonreí y traté de tomar la manija de la puerta, pero él no me dejó, en su lugar la abrió para mí.

—Bienvenida a la cabaña familiar, Señora Maxwell.

Mierda. Ahora soy la señora Maxwell.
No había pensado en eso y no sé cómo sentirme ocupando el nombre de su difunta madre.

—Sanden, hay algo que debo decirte— murmuré sabiendo que ya era hora de que le contara.

—Te escucho, Babygirl— metió la maleta dejándola junto a la puerta y la cerró dándonos algo de privacidad.

—El día del accidente...esa noche yo...

—¿Fuiste a la fiesta? — preguntó y di un paso atrás.

—¿Cómo...cómo lo supiste?

Quería disculparme, pero no salían las palabras. Me sentía aterrada. Se suponía que era un secreto, una escapada y ya. Él no debería estar al tanto.

—Mamá me envió un mensaje esa noche.

Bajé la mirada.

—¿Quieres leerlo, Babygirl?

Sacudí la cabeza. Seguro diría que estuve bailando con el padre pervertido, que bebí mucho y que no soy buena como novia.

—Leelo, iré a ayudar a los niños— me entregó su celular y entró en la cabaña dejándome a solas con el último mensaje de su madre.

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