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Cuando sonó la campana que indicaba el receso, nos dimos una mirada fugaz y fuimos directamente hacia nuestro encuentro.
Corriste hacia mí, y al llegar, de un salto te montaste sobre mí y te cargué, por primera vez.
Tu peso no me molestó, ya que eras pequeñita y delgada, como una muñeca.
Me abrazaste como si fuera el último día.
—Te quiero.
Y así, me besaste. Nuestro primer beso juntos.
Me separé de tus labios.
—Te quiero, Millie. —Pronuncié.
Nunca había dicho tu nombre con tanto amor. Tú lo sentiste.
Mis palabras te acariciaban, y te hacían subir al más dulce cielo.
O eso me gustaba pensar.
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