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Suspiré llevándome las manos a la cintura una vez vi todas las sábanas finalmente tendidas como era debido.
Me llevé la canasta donde las traía hace rato. La dejé al lado del pozo para que se secara bien y entonces volví a la casa dejando mis zapatos para ir a la oficina de Shuusuke-sensei.
— Sensei —lo llamé estando asomado a la puerta que siempre dejaba abierta para que fluyera bien el aire.
Pero al ver que no estaba solo, me corregí de inmediato y me conseguí poner de rodillas en mi mismo lugar antes de que el otro hombre con quien compartía té se diera cuenta de mi presencia, el otro además de Kondō, claro.
— Sōji, dime —el sensei me miró con rostro tranquilo, no parecía importarle a ninguno que los hubiera interrumpido.
— Ya está tendida toda la ropa, puedo barrer la entrada si hace falta, ¿o tienen algo más que lavar? —hice que mi voz tuviera un tono normal, respetuoso pero natural.
— Muchas gracias. Sí, Kimura-sensei trajo unas prendas que se ensuciaron en el camino, si pudieras lavarlas...
— Claro, ahora mismo, ¿están en la habitación de invitados? —agaché un poco más la cabeza y él asintió antes de mirar al hombre delgado y envejecido que tenía delante suyo. Tenía una sonrisa tranquila, casi risueña.
— Kimura-sensei, le presento a Okita Sōjirō, nuestro estudiante de internado, lleva poco entrenando pero es muy bueno para su edad, seguro que lo sorprenderá. Nos ayuda mucho con las tareas dentro del Shieikan. Su cuarto tan bien arreglado fue obra suya.
Ambos hombres rieron y Kondō me miró compadecido de mi mirada algo avergonzada. Sonreí cuando el hombre mayor me observó.
— Mucho gusto —agaché mi cabeza y él hizo el mismo gesto.
— Ver un dōjō tan bien cuidado como este me hizo pensar que sólo podría ser mantenido por una mujer o un niño joven —rio un poco y yo intenté sonreír de vuelta—. Gracias por tu trabajo.
— Sí, me seguiré esforzando —asentí con una sonrisa comprometida agachando de nuevo mi cabeza antes de excusarme—. Con su permiso, voy a lavar la ropa que me encargaron.
Me levanté y caminé hacia el cuarto de invitados, allí encontré la ropa doblada en el suelo, la recogí y seguí caminando hacia el pozo una vez más.
— Sōji —me llamó Hijikata detrás mío.
— Hijikata —dije volteándome hacia él con una sonrisa falsa, pero esta vez ambos sabíamos que era de broma, no como mis sonrisas comprometidas con el señor Kimura.
— ¿Ya vas a lavar de nuevo?
— Sí, así que si tienes algo sucio, dámelo de una vez, ya no hago más rondas de lavado hoy.
— Veré si tengo algo —dijo en un tono de broma—. Sigue trabajando, chiquitín —me revolvió el cabello con brusquedad más que a propósito y yo le hice una mueca sin real molestia antes de seguir caminando.
En el pozo llené la cubeta con agua y coloqué el lavadero en ella para restregar en este las prendas de Kimura. Era ropa fina, por suerte sólo tenía manchas de barro, nada muy difícil de quitar.
Después de tres años de lavar la ropa, tenderla, barrer y limpiar la casa y dōjō, he acabado por aprender más de tareas del hogar que lo que Mitsu sabía. Sé qué ropa es fina y cuál no, cuál lavar con cuidado y cual hacerlo sin preocupación, cómo tender cada prenda, qué manchas son fáciles de quitar y cuales no salen por más que se lave.
El viento sopló y me revolvió el cabello. Hace unos meses ya que una novatada se salió de control: los estudiantes mayores del dōjō me retaron a un combate tomándome como muy bueno por ser interno, pero realmente lo hacían por vacilarse. Aunque lleve más tiempo en el Shieikan que varios de ellos, no entreno tanto. Shuusuke-sensei insiste en que no debo forzarme mucho, si entreno tan duro como los demás siempre vomito al acabar los entrenamientos, insiste en que como poco, me enfermo muy fácil y que si para colmo me sobresfuerzo entrenando y vomitando todo, me voy a acabar enfermando sin vuelta atrás. Hasta el año pasado me dominaba con advertirme que me quedaría tan flaco que no me podría mover y que en algún punto dejaría de comer por completo y me volvería un fantasma.
Evidentemente perdí el combate, así que mi castigo fue entrar al cuarto del sensei y tomar el kodachi que tiene en él. Pero una vez lo hice sin problemas, dijeron que sería demasiado tonto conseguirla para luego no hacer nada. Así que me cortaron mi coleta con este. El cabello me quedó corto, no llegaba ni a medio cuello y estaba disparejo. Luego tuve que devolver el kodachi y enterrar el pelo que me cortaron. Más tarde, se lo acabé confesando a Kondō y me dijo que no volviera a permitirlo, pero definitivamente es difícil llevar eso a cabo.
Ahora que es verano y la brisa sopla, me revuelve el pelo corto y se siente bastante bien, aunque tengo planeado dejar que mi cabello crezca hasta poder hacerme una coleta de nuevo. Hijikata dice que no debo preocuparme porque este aspecto no sea usual en los hombres y mucho menos en los samuráis, aunque no deja de repetirme que me veo tierno y que parezco "niño bueno" con el pelo así de corto, que por cierto no deja de desacomodar cada dos por tres.
No me tomó mucho tiempo tener la ropa del señor Kimura lista. Pero cuando fui al tendedero, me di cuenta de que ya había ocupado todo el espacio con las sábanas y otra ropa. Por eso no se me hizo difícil tomar uno de los largos palos que tenemos para los tendederos, y atorarlo en las ramas de un árbol y luego treparme al árbol de al lado dejando la barra casi paralela al suelo por completo.
Es mi pequeño truco para cuando ya está lleno el tendedero.
Colgué la ropa allí y volví a llevar la canasta a su lugar. Sinceramente, tender la ropa es la tarea que menos me desagrada, es más, me gusta bastante hacerlo. Me gusta salir a recibir el aire y el sol mientras mis manos se mojan con la tela limpia, claro que en invierno es menos placentero, pero aún así me gusta que una de mis obligaciones sea tener que salir a pasar un rato al aire libre.
Caminé hacia la entrada y saqué de su lugar la escoba. No tengo nada que hacer, mucho menos ahora que Kondō está con el sensei y su invitado, y que Hijikata está entrenando con los mayores, así que voy a aprovechar para dejar la entrada limpia.
Se me fue el tiempo mientras dejaba la entrada completamente limpia. Había unos niños que estaban corriendo enfrente, jugaban por toda la calle, deben tener unos seis años más o menos. Jugaban kemari, pero luego se detuvieron por quedarse en la entrada de una casa jugando con un kendama.
No hice mucho caso, simplemente seguía con mis tareas, incluso antes se les escapó la pelota de kemari y yo la detuve con el pie para luego darle una pequeña patada y devolverla.
— ¡Gracias! —una niña que lucía mucho más pequeña que los demás la recogió y me saludó con la mano cuando recogió la pelota con las manos.
Le sonreí de vuelta y seguí barriendo la entrada, pero fue otro de los niños quien captó mi antención.
— ¿Quieres jugar con nosotros? —preguntó estando casi en la mitad de la calle.
Me llamó la atención lo que dijo, incluso no supe cómo reaccionar durante unos segundos. Pero finalmente sonreí y negué con la cabeza.
— Tengo trabajo que hacer, si quieren otro día —me excusé y ellos asintieron antes de seguir jugando.
Dejé la escoba en su lugar y me fui a lavar las manos aprovechando para beber agua. Hace bastante calor a esta hora, de hecho no me extrañaría que la ropa estuviera casi seca.
Me asomé desde el patio y pude ver cómo Kondō seguía en la reunión con los dos sensei.
Hijikata parecía estar a punto de irse cuando me lo encontré, pero no lo vi pasar por la entrada.
Simplemente suspiré y me recargué en la puerta. El panorama era naranja, el sol se empezaba a ocultar ya pero los niños seguían sentados jugando con el kendama. Me los quedé mirando con los brazos cruzados y un hombro recargado en la puerta, me envicié a ver cómo intentaban que la bola cayera en la punta del mango. Incluso maldije en voz muy baja cuando vi cómo esta se soltaba de la cuerda.
Intentaron ponerla de nuevo pero les costaba mucho, puede ser algo muy difícil de reparar si no tienes alguna herramienta, la verdad. Pero no me di cuenta de que ya no estaban en la entrada de la casa hasta que vi que estaban a menos de un metro de mí.
— Disculpa, ¿nos lo puedes arreglar? —pidió el niño de antes.
Eran dos niños y la niña pequeña, los tres me miraban a los ojos esperanzados en que yo lo podía arreglar.
— ¿Arreglarlo? Umm... deja ver —tomé el kendama separándome de la puerta notando cómo ya me dolía el hombro y parte del cuello por haber estado tanto tiempo en esa posición. Analicé cómo se había salido la cuerda y, efectivamente, necesitaba una aguja o algún instrumento para volver a colocar la cuerda a través de ella—. Necesitas una aguja o algo para guiar la cuerda —dije aún mirando el juguete.
— ¿Y tú puedes hacerlo?
Reí un poco y negué con la cabeza.
— Lo siento, pero no. Pero les haré un intercambio, ¿de acuerdo? —enrollé el hilo en el mando y coloqué la pelota directamente en el pico de arriba— Esperen aquí.
Entré al patio del dōjō y me dirigí hasta donde se encuentra la casa, allí dejé mis zapatos y fui a mi cuarto apresurando el paso. Abrí el armario y no fue difícil encontrar el kendama que Kondō me regaló hace tiempo. Dejé el kendama roto en mi armario y salí de nuevo, los niños seguían esperando en la entrada.
— Tomen, pueden quedarse con este.
— ¿Este? ¡Gracias! —lo recibió el niño de mayor estatura haciendo que sus ojos brillaran con fuerza.
— ¡Gracias! —la niña lo imitó y se fueron corriendo.
No pasó mucho hasta que llegaron unos chicos mayores que ellos, incluso mayores que yo, eran dos chicos de unos trece años más o menos y eran acompañados por otro niño que tendría unos ocho años.
— ¡Reisuke, ¿tienes la pelota de kemari?! —preguntó uno de los mayores acercándose a los otros niños.
— Está en la casa —respondió con tranquilidad uno de ellos.
Los mayores desaparecieron y no volvieron hasta después de unos minutos con la pelota de kemari. Los niños pequeños se integraron también dejando a la única niña jugar con el kendama, sus hermanos mayores le insistían en jugar pero ella decía que no, que quería jugar sola. Y así fue, ellos se estaban organizando para jugar y ella seguía sentada en el suelo jugando.
Realmente... tenía ganas de jugar...
No juego con niños desde hace un tiempo, no es común ver a niños de mi edad en el Shieikan, de hecho sólo vienen a entregar cosas a sus hermanos mayores o vienen a verlos entrenar. De vez en cuando me he puesto a jugar con alguno de los niños que vienen a mirar y terminan aburriéndose, pero siempre se van justo cuando acaba la clase y no solemos vernos por la calle.
Entonces vi a Hijikata salir de la casa ya con su ropa de vendedor puesta, tenía su sombrero en la espalda siendo mantenido por una cuerda que pasaba por su cuello, también llevaba la enorme cesta rectangular en la espalda. Se coloco sus zapatos y caminó como si nada hacia la entrada, pero se detuvo al verme.
— ¿Ya te vas a tu casa? —pregunté con un sonrisa burlona recargando toda mi espalda en la puerta a la vez que me cruzaba de brazos.
— No, tengo que trabajar un rato más —de nuevo me despeinó con la mano aprovechando su altura.
— ¿Trabajar? ¿A esta hora? —dije aún queriendo hacerle burla.
— Sí, si vuelvo a casa con tanto producto van a regañarme por perder el tiempo en el Shieikan —hizo un gesto de exageración compartiendo una risa conmigo—. Es más, me vas a ayudar.
— ¿Qué? No, yo no... —negué mientras observaba cómo se quitaba la cesta de la espalda y la abría sacando tres bolsitas de papel que decían "Ishida Sanyaku", esa es la medicina que produce la familia de Hijikata, la usamos mucho en el dōjō para las lesiones o golpes fuertes.
— Toma, dáselos a Kimura-sensei cuando acabe la reunión, y luego le das estos tres a Shuusuke-sensei pero algo más discreto —me dio las instrucciones entregándome otras bolsas—. Él ya sabe que le regalo la Ishida Sanyaku cuando la gente no me compra, pero no me hagas quedar mal frente a Kimura.
— Está bien —asentí tomando las seis bolsas cuando él cerraba la cesta y la volvía a cargar en su espalda.
— Bueno, hasta mañana. Tápate los pies en la noche o te van a picar las pulgas —vaciló revolviéndome el pelo una vez más. ¡Si Hijikata no para de despeinarme, ningún día me crecerá el pelo de nuevo!
— Tápatelos tú —reí aún intentando fastidiarlo.
Él dio unos pasos hacia enfrente y se fue.
Eso que dice viene del día en que Kondō, Hijikata y yo nos quedamos hasta la noche para ver las estrellas, fue el día de mi cumpleaños, al menos el que elegimos como tal -no sabemos mi fecha de nacimiento-. Nos fuimos a dormir los tres juntos, y debido al calor yo me destapé los pies. Kondō dice que él vio perfectamente el momento en el que estiré mi pierna dejándola encima de él y empecé a moverme hacia abajo terminando con el pie cerca de la cara de Hijikata. Kondō no lo despertó por seguir viendo lo que sucedía, pero Hijikata se despertó cuando inconscientemente le pateé la cara, parece al darse cuenta de lo que pasaba, no se le ocurrió nada mejor que pellizcarme el pie. Me desperté del susto y lo primero que me dijo es que me habían picado pulgas.
Estaba decidiendo si ir dentro o quedarme aquí para mirarlos jugar un rato más cuando alguien me puso la mano en el hombro.
— Sōji.
— Hijikata... ¿no tenías que trabajar? —esta vez solté la pregunta que podría sonar impertinente de no ser porque mi tono no quería en absoluto sonar así.
No respondió a mi pregunta, simplemente se paró a mi lado.
— ¿Quieres jugar con ellos? —fue lo único que dijo estando recargado a mi lado.
— ¿Eh? —me volteé un poco para verlo intentando mostrar que en absoluto no tenía esa idea en la cabeza— No...
Él rio por lo bajo y me tomó de la muñeca para que caminara detrás suyo, luego me soltó pero lo seguí hasta donde estaban los niños.
— Oigan —los dos mayores fueron los primeros en percatarse de él, detuvieron el juego para mirarlo y esperar por ver lo que les decía—, ¿puede jugar? —me tomó de los hombros y me puso delante de él.
En ese momento no sabía a dónde mirar, pero me sorprendió bastante lo inmediata que fue la contestación.
— Ah, sí, claro, ven —el chico que tenía la pelota me hizo un gesto con la mano.
Hijikata me sonrió muy levemente y se despidió ahora sí yendo por el camino que lleva a la calle principal.
— ¿Cómo te llamas? —me preguntó el chico de la pelota poniendo una mano en mi hombro.
— Sōji.
— Sōji, ellos son Reisuke, Tamejirō, Daiki, Kyosuke y yo soy Ichirō —señaló a cada uno con la mano—. Ah, y ella es Ume, mi hermana menor, Reisuke es el mediano. Daiki y Tame son primos y... bueno, Kyosuke tiene un hermano pero ahora no está aquí.
Por unos momentos me quedé viendo a Kyosuke, pero en cuestión de instantes no me quedó duda.
— Kyosuke, ¿tu hermano es Yuuichi? ¿Tsurugi Yuuichi?
Él asintió aún de pie frente a los más mayores notándose la diferencia de estatura.
— Ahora está en la casa —dijo sin más.
— Ah... bueno, yo lo conozco, antes jugábamos. Lo saludas de mi parte.
Él asintió de nuevo y entonces Ichirō me rodeó el cuello con el brazo.
— Perfecto, nos conocemos de algo entonces —rio en voz alta y luego me miró—. ¿Cuántos años tienes? No te he visto en la escuela.
— Once. Es que vivo aquí, no voy a la escuela desde que fue lo de la rubeola.
— Ah sí... eso fue feo, muchos niños murieron —asintió Daiki con la voz algo seria mirando a Ichirō quien asintió.
— Nosotros tenemos catorce, ellos tienes siete pero aún así casi siempre jugamos juntos, todos vivimos por aquí.
Poco después empezamos a jugar. Yo estaba en el equipo de Daiki y Kyosuke. No soy bueno, casi nunca juego kemari, pero realmente es entretenido.
Aunque justo cuando empezábamos a sudar, me detuve en seco.
— ¡Sōji! —escuché desde el otro lado del muro, es decir, los límites del Shieikan.
— Ay no... Lo siento, tengo que irme —corrí hacia la entrada.
— ¡Nos vemos otro día! —se despidió Ichirō siendo seguido por los demás.
— ¡Nos vemos! —me volteé unos segundos para mirarlos y luego correr hacia la casa.
Me quité los zapatos e, intentando no verme muy desesperado, empecé a caminar rápido por todo el pasillo, casi corriendo. Pero me encontré con Shuusuke-sensei, de hecho me tomó para que no chocara contra él.
Sonrió y luego me puso una mano en el hombro caminando hacia donde antes estaban reunidos.
— Lo siento mucho, me distraje, no escuché que me estaba llamando —me excusé respirando algo agitado por haber corrido aún después de estar jugando. Me aparté el pelo, que por estar suelto, me llegaba a la cara cuando me movía intentando tranquilizarme y verme presentable.
— No pasa nada, también debes descansar, ya hiciste mucho trabajo hoy —entramos entonces a la sala—. Ahora queremos hablar contigo.
Saludé a Kimura con respeto y luego me disculpé debidamente por la ausencia recibiendo sus palabras de tranquilidad.
— Sōji, pasado mañana vamos a organizar un torneo, una especie de demostración en agradecimiento para Kimura-sensei —me explicó Kondō con su común parsimonia y serenidad.
De acuerdo. No será difícil organizarlo todo, el patio lo dejé libre de hierba hace dos días, podremos hacer los shiajos al aire libre, colocaré asientos para los sensei y podré apañar algún toldo con ayuda de Hijikata. Toca encerar los shinais de todos, eso es lo malo. Al menos pasaré un buen rato con Kondō: él los tensará y yo los iré encerando. Luego deberé lijar los bōkken por si hacen alguna demostración sin estos.
¡Esto es genial! Si hacen alguna exhibición usando las katanas, seguro que Hijikata me enseñará por fin cómo se limpia y mantiene una katana. Oh demonios, me estoy emocionando, ya quiero iniciar a hacer los preparativos. Y ver a los demás competir siempre hace que me sienta muy emocionado. Igual deberemos preparar comida especial así que cenaremos bien una noche...
— Y a mí me gustaría que tú también participaras, Okita —dijo Kimura con su sonrisa paciente.
— ¿Participar? —por un momento sentí que me estaban hablando de un mundo completamente diferente— P-pero yo apenas soy principiante, no sabré hacer un buen combate para que lo vea usted, sensei —me excusé agachando la cabeza.
— No importa. Me han contado que practicas y te gusta mucho. Todos fuimos novatos alguna vez, así que en verdad quisiera que participaras, mañana puedes entrenar con nosotros también.
Los labios me temblaban por instantes, y lo único que pude hacer fue asentir con una reverencia más.
— Sí, claro —dije sintiendo cómo mi cuerpo entero era débil. Soy débil, pero ahora visualizarme con un shinai y un bōgu luchando con alguien mucho más fuerte que yo...
— Sensei, Sōji aún tiene algunos problemas con los entrenamientos muy duros, estuvo enfermo y sigue recuperándose poco a poco, así que de una vez le comento que hará sólo lo que pueda —Shuusuke-sensei lo explicó por mí y recibió como respuesta de Kimura que no importaba.
El sensei lo acaba de decir: soy débil. Él usó el haberme enfermado hace dos años como excusa para mi debilidad, para lo poco que como y lo mucho que me afectan los entrenamientos fuertes o largos. Puede que sí me haya dejado así la rubeola, pero no es algo directo, no es que esté como cuando recién me curé que apenas podía comer solo. Ahora es un daño que ya quedó hecho, ahora mi cuerpo es así: débil.
Y odio serlo. Quiero entrenar como los demás, no importa si me hace daño, con el tiempo me acostumbraré, con el tiempo mi propio cuerpo aprenderá a que debo aguantar los entrenamientos, que debo comer más y dejar de vomitar así como así.
Si quiero ser un samurái no puedo simplemente dejarme limitar por culpa de mi cuerpo. No puedo resignarme a que jamás podré, si algún día algo es realmente imposible para mí será porque ya lo habré intentado hasta morir, porque por más que me fuerce no pueda hacerlo... no porque al querer intentarlo no lo logre.
No voy a dejarme superar por algo que podría hacer simplemente llevándome al límite. Voy a entrenar cada día, voy a comer todo lo que deba, voy a ser constante en todo con tal de conseguirlo.
Kondō dijo que podré, él me apoya por más que sea pequeño y no tenga un cuerpo tan fuerte como el de otros. Con tan sólo alguien que me apoye voy a poder seguir adelante. Kondō lo dijo... dijo que ya no había vuelta atrás: yo quiero ser un samurái, quiero ser como él y lo seré.
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