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めぐみのために愛をこめて
Con amor para Megumi




— Siento mucho las molestias.

— No es una molestia, cuidaremos bien de él —dijo un hombre con la voz algo alegre antes de mirarme.

Pero Mitsu me dio un golpe en el brazo y me agachó la cabeza para que hiciera una reverencia más formal que la anterior.

— No daré muchas molestias —fue lo mejor que se me ocurrió decir frente a la presión de Mitsu.

— No te preocupes —me respondieron de vuelta.

Finalmente Mitsu se irguió y yo la imité, me puso una mano en la espalda y me empujó suavemente hacia el frente. Hizo una última reverencia dando las gracias y se dio media vuelta.

— ¡Mitsu! —la llamé teniendo que correr unos tres pasos hasta quedar a uno de ella. Volteó ligeramente el cuerpo y me miró preguntando lo que pasaba— ¿Me das un abrazo?

— Sōji... me tengo que ir.

Su voz fue baja, simple, sólo siguió caminando dejándome con la sensación de ese abrazo como un mero reflejo vago.

Tragué con fuerza sintiendo un golpe en mi garganta, pegué mis brazos abandonando la posición en la que esperaba su abrazo, simplemente respiré con fuerza y quise tragarme las lágrimas, sólo una escapó pero la sequé a tiempo.

— Vamos adentro, ¿quieres? —uno de los dos hombres me puso una mano en el hombro y lo seguí hacia el interior de la casa.

Su voz sonaba alegre, amable... pero yo quería llorar, quería correr. Pensé mil veces en darme la vuelta y correr tras mi hermana, pero no lo hice, sólo respiraba para tragarme una lágrima más cada vez que me atacaba ese instinto difícil de contener.

— ¿Cuántos años tienes, eh? —volvió a hablar moviéndose como si me quisiera buscar la cara.

— Nueve —dije sin más para que no sonara mi voz quebrada.

— Así que nueve, ¿eh? Aún eres muy pequeño pero te ves muy maduro —comentó sin recibir una respuesta, ante ello sólo suspiró y seguimos caminando.

El otro señor iba con nosotros pero se mantenía callado, subimos unas pequeñas escaleras hasta llegar a la parte superior de la tarima de madera teniendo que quitarnos los zapatos para así caminar rodeando unos pequeños jardines, esto luce más como una casa, el dōjō debe estar en otra parte. Abrieron unas puertas dando a una habitación pequeña, bueno, tampoco tanto.

— Esta será tu habitación. Ahora no somos muchos estudiantes internados, y todos somos algo mayores así que tú tendrás este cuarto sólo para ti, espero que estés cómodo —explicó de nuevo él.

— Muchas gracias —dije a pesar de no querer hablar. No quiero ser irrespetuoso... pero tampoco me siento bien.

Mitsu se fue, me dejó aquí... Ella no me quiere y lo sé bien, pero yo a ella sí la quería, era mi única familia, lo único que me hacía sentirme protegido y ahora no la tengo aquí, ahora ella vive libre de mí.

— Tienes un escritorio, y en este armario está tu futón y algunas sábanas más. Como sólo traes ese kimono puesto, imagino que te hará falta ropa, si necesitas sólo debes decirnos e intentaremos conseguirte algo. Por ahora te daremos ropa para dormir y una hakama y gi de entrenamiento para que la uses cuando el que llevas esté sucio. Pero si quieres podemos ir a ver si conseguimos algo, mañana me toca salir a comprar así que puedes venir también.

— Gracias —dije de nuevo.

— Si necesitas algo sólo búscame, vengo en un momento —se excusó justo cuando alguien parecía estarlo llamando.

Se fue dejando la puerta casi cerrada por completo y yo me acerqué para cerrarla por completo y quedar en silencio tras el golpe de esta contra el marco. Abrí el armario encontrándome con el futón doblado junto a dos almohadas y varias mantas. Olían a limpio...

Me acerqué a ellas hundiendo mi nariz en las mantas blandas sintiendo un leve alivio a comparación del sol ardiente del exterior, estas estaban frescas. Pero cuando había olvidado por segundos lo que pasó con Mitsu, alguien volvió a abrir la puerta. Volteé esperando ver a aquel hombre contento y amable, pero se trataba del otro que nos acompañaba, el de rostro serio y mirada aterradora.

— Sōjirō, ven. Tienes clase —dijo sin más antes de irse.

Lo seguí sin atreverme a preguntar de qué era la clase, sólo fui tras él bajando el ritmo una vez salí de la habitación. Caminamos hasta girar en la esquina de la tarima y pasar una puerta más antes de adentrarnos en una habitación casi el doble que la mía.

Él abrió la puerta y se quedó esperando en el umbral hasta que yo entrara, luego caminó y se sentó a un lado del escritorio que tenía puesto en mitad del cuarto invitándome con un gesto serio a sentarme al lado opuesto.

— Toma, este es tu cuaderno —me entregó un cuaderno mediano y dejó una bandeja con tinta y un pincel a a mi lado derecho—. La tinta y pinceles puedes pedírmelas a mí, yo las guardaré.

Asentí aún sin saber bien lo que haríamos, realmente... no sabía nada de aquí más de que es un dōjō popular en el pueblo y que ahora es mi nuevo hogar.

— ¿Sabes hiragana?

— Sí —respondí con la voz algo baja. Su presencia es... intimidante como ninguna, seguro que no pierde ninguna pelea, impone respeto a cualquiera.

— ¿Kanji?

— Un poco.

— Bien, empezaré por ver qué tal esa caligrafía. Escribe tu nombre completo y luego todo el hiragana.

Asentí y tomé el pincel casi con miedo. No podía dejar de verlo con curiosidad sin querer ser muy evidente... pero cuando él me miraba, rápidamente movía mis ojos hacia otro lado.

— Señor, una pregunta —dije alzando un poco la mano izquierda.

— Dime.

— ¿Mi nombre en hiragana?

— En Kanji.

Asentí y empecé a escribirlo para luego proseguir con hiragana. Terminé al cabo de unos minutos y volví a alzar mi mano captando su atención de inmediato. Él tomó el cuaderno y empezó a leer.

— Bueno, no está mal, debes mejorar los trazos en los Kanji pero creo que está bastante bien para tu edad —me devolvió el cuaderno y tomó un pequeño libro—. Voy a dictarte un texto y lo debes escribir usando todos los Kanji que sepas.

Realmente fue divertido. Era entretenido ir escribiendo mientras él leía, a veces me proponía ir a la misma velocidad de su voz pero era imposible, aún así me gustaba jugar con la velocidad escribiendo los Kanji lo mejor que podía para luego correr con el hiragana hasta el siguiente Kanji que supiera.

Seguimos así un rato más, luego me pidió leer la continuación del texto, escribir palabras, más Kanji...

— ¿Hay alguno que quieras saber en específico? —preguntó alivianando su voz un poco. Parece que los dos nos estamos divirtiendo con esto aunque ninguno de los dos esté sonriendo.

— Umm... ¿Cómo es su nombre? —dije atreviéndome a subir un poco más el volumen.

— ¿Mi nombre? —me estrechó el brazo y le entregué el cuaderno con el pincel, lo tomó y en unos segundos me lo devolvió—. Así se escribe: Hijikata Toshizō.

Pasaron unos pocos segundos antes de que el hombre de antes cruzara por la puerta que dejamos abierta.

— Oh, Toshi, aquí están —rio un poco y entró a la habitación captando la mirada de Hijikata, de mi profesor, quien le sonrió levemente. Realmente se ve feliz a pesar de que hace unos segundos ambos estuviéramos serios, aunque en verdad yo estaba conteniendo una sonrisa por miedo a que él la rechazara—. ¿Qué tal, Sōji? ¿Es un buen maestro?

Esta vez pude corresponder a la sonrisa de aquel hombre que se arrodilló en el lado de la mesa. Asentí con seguridad y él alegró su rostro, supongo que por ser correspondido esta vez en la alegría.

— Y él también es un muy buen alumno —dijo Hijikata cruzado de brazos con una voz suave mirando a Kondō.

— Seguro que sí —me revolvió un poco el pelo antes de levantarse y mirarnos a los dos—. Voy a salir a comprar algo para el té del Sensei, pensé que podíamos merendar algo.

— Suena bien —el señor Hijikata asintió y se levantó del escritorio. Yo lo imité y entonces el otro hombre me miró.

— Sōji, ¿quieres venir conmigo a comprar?

Asentí varias veces sin poder hacer más que mirarlos. Creo que es de mala educación pero suelo hacer eso: miro mucho a la gente. Mitsu me regañaba por ello, incluso de vez en cuando me llevaba una cachetada por eso. Pero no puedo evitar mirar a las personas, me gusta observar sus rostros, sus ojos... incluso sus voces, me encanta escuchar a la gente hablar. De hecho me cuesta dormirme sin escuchar a alguien hablar.

Nuestra antigua casa, bueno... donde vivía hasta hoy, está enfrente de un restaurante así que a la hora de dormir seguía habiendo gente que entraba y salía de ahí, se escuchaba a la gente hablar y moverse. Siempre me despertaba con las gallinas de la pequeña finca de los vecinos, era un terreno que estaba detrás de nuestra casa y a cambio de dejarlos tener ahí a los animales y vigilar un poco, nos dejaban tomar huevos, vegetales cuando necesitáramos e incluso nos compartían de la carne cuando tocaba matar a los animales.

Un vecino que trabajaba por la noche en el distrito rojo, siempre volvía a su casa por la mañana, pero como pasaba por el pozo, llevaba agua a su casa en la vuelta del trabajo, no sé por qué, pero él siempre los llevaba agua también a nosotros. Llevaba dos cubetas: cada una al extremo del bastón que cargaba en los hombros. Llamaba a la puerta sabiendo que yo era siempre quien abría y recibía el agua al ser el único despierto tan temprano.

Me lavaba la cara con el agua fresca e iba a dar de comer a las gallinas... me gusta hacerlo, me divierte verlas correr en el corral cuando les tiro los granos que comerán ese día. Siempre se despertaba primero el esposo de mi hermana, luego ella  y desayunábamos antes de que él se fuera a trabajar. Yo siempre era el último en terminar así que me tocaba lavar los platos antes de irme a la escuela, regresaba al mediodía así que me solían mandar a comprar para la comida y me entretenía jugando con otros niños.

Al menos así era hasta que hace unos meses nos prohibieron ir a la escuela, muchos niños se empezaron a enfermar así que nos dijeron que no fuéramos a clases. Varios niños murieron, niños con quienes yo había jugado murieron, mientras que muchos otros se enfermaron pero sobrevivieron. Justo cuando había pasado la epidemia, yo me enfermé también. Tuve manchas por todo el cuerpo, y según el doctor no se podía hacer nada, simplemente controlar la fiebre como cualquier otra y esperar porque mi cuerpo se recuperara.

De hecho hace dos semanas que me recuperé del todo, tal vez la idea de Mitsu era traerme una vez estuviera mejor. El padre de su esposo es el dueño del Shieikan, de este lugar, así que no se le habrá hecho difícil encontrar el lugar en el que dejarme.

— Sōji, ve a dejar tu cuaderno en tu cuarto antes de irte —me dijo el señor Hijikata guardando el resto de cosas que ocupamos para estudiar—. Ya acabó tu clase.

— Sí —asentí antes de ir a mi habitación.

De hecho no la supe reconocer. Estuve dudando entre tres puertas hasta que me decidí a abrir una muy poco a poco y asomarme por la pequeña ranura, tuve suerte de que era mi cuarto. Entré y guardé el cuaderno en el cajón del escritorio que está contra la pared, cerré el armario que había dejado abierto y regresé encontrándomelos en el pasillo.

— ¿Todo listo? Entonces vamos —sonrió el otro hombre mientras me guiaba al escalón donde dejamos los zapatos antes.

— ¿El señor Hijikata no viene? —pregunté mientras me colocaba los zapatos.

— No, él debe hablar con el señor Shuusuke y después del té volverá a su casa.

— ¿No vive aquí?

— No exactamente. La casa de su familia está a unas calles de aquí, así que sólo viene a practicar y ayuda bastante, a veces se queda a dormir. Aunque hay temporadas en que sólo viene a entrenar y se va, él trabaja de comerciante, ¿sabes?

— Ah... —asentí mientras íbamos caminando por la calle— Oiga —capté su atención de nuevo, me miró con la sonrisa que llevaba desde hace tiempo como si me diera la palabra—, ¿puedo hacerle una pregunta?

— Sí, claro, dime.

— ¿Cómo se llama?

— ¿Yo? Ah, no puede ser que lo haya olvidado, como conozco bastante a tu hermana olvidé presentarme contigo, lo siento —rio de una forma muy divertida rascando un poco su nuca antes de mirarme—. Me llamo Kondō Isami.

Sólo sonreí y seguimos caminando.

— ¿Cómo te gusta que te llamen? Te empecé a llamar Sōji por costumbre. ¿Sōjirō? ¿Harumasa?

— No, mi hermana me llama así cuando se enoja —negué varias veces riendo un poco—. Sōji está bien, me gusta.

Caminamos hasta la tienda donde él compró más té y luego unos pasteles de arroz.

Pero cuando íbamos de vuelta, él me pidió que esperara allí, que debía ir por algo más.

Me senté a la orilla del canal del río y teniendo la bolsa de papel que contenía el té junto a los pasteles, me quedé viendo el cielo.

Ya estaba atardeciendo, las nubes se veían un poco naranjas y soplaba un poco de viento, lo normal para ser inicios de verano.

Podía ver unos cuantos botes aún pasar por el agua, no es tan común verlos, pero a mí me gusta mucho, la verdad. 

— Perdón por la espera, Sōji —dijo el señor Kondō acercándose a mí por detrás.

Me levanté para ir con él y entonces seguimos caminando en dirección al dōjō de nuevo.

— Toma, esto es para ti —me entregó algo envuelto en una servilleta. Me quitó con suavidad las otras bolsas para que lo pudiera abrir.

Una vez lo hice me encontré con una galleta en forma de crisantemo, parece uno de esos dulces caros que siempre venden fuera del mercado.

— ¿Ya has comido monaka?

— ¿Monaka? No, mi hermana dice que es muy caro y que soy muy pequeño para apreciarlo.

Él me miró antes de sonreír una vez más.

— Espero que te guste.

Le di una mordida y realmente sabía muy bueno. Sonreí mirándolo a la cara afirmando que estaba muy bueno.

— ¿Sabe? Cuando Mitsu me trajo... realmente me sentía mal, ella ni siquiera se despidió de mí, no los conocía a ustedes ni nada... Pero la clase con el señor Hijikata y ahora que he hablado con usted me siento mejor.

— Entiendo que es algo muy difícil, pero cuidaremos bien de ti, ¿sí? Parece que no te da miedo trabajar así que seguro que te acostumbras muy rápido. Todos tenemos un trabajo en el Shieikan.

— En mi casa, un vecino nos llevaba el agua y yo la recogía en la mañana, le daba de comer a las gallinas y lavaba los platos. Mitsu me ponía a limpiar el suelo de vez en cuando así que sé hacer algunas cosas.

Él rió de nuevo y me acarició la cabeza.

— Sí, se ve que aprendes muy rápido. También puedes tomar clases si quieres.

— Algunos de mis compañeros hablan mucho de que van a entrar a un dōjō de kenjutsu, pero realmente sólo conozco a uno que realmente lo ha hecho.

— ¿A qué dōjō va? Tal vez lo conozca.

— La verdad no me acuerdo. Se llama Tsurugi, Tsurugi Yuuichi, es tres o cuatro años más grande que yo pero nos llevamos bien. Pero yo también quiero aprender.

— Entonces no veo ningún inconveniente en que empieces clases. Puedes entrenar con Toshi y conmigo, a veces practicamos por nuestra cuenta porque los demás alumnos vienen a horas que no concuerdan con los horarios de Toshi. Como vas a vivir en el Shieikan seguro que encontrarás algún momento para practicar. Llegando lo hablaremos con Shuusuke-sensei, estoy seguro de que le alegrará que alguien más se una.

— Desde hace tiempo yo quería entrar a clases, pero Mitsu dice que es muy caro tener que estar pagando las clases, además dice que soy muy pequeño para eso.

— Sí, eres algo pequeño, pero no es un impedimento, antes enseñaban a los niños a pelear desde tu edad o menos, así que te podremos entrenar como a todo un samurái, ¿no te gusta la idea?

— ¡Sí! Mitsu dice que mi papá contaba sobre cómo mi abuelo era todo un samurái como los de antes, pero decía que yo ya no podría serlo, que el mundo está cambiando y que ahora ya no existen los samuráis así, que ahora sólo matan gente porque sí y ya.

Mordí de nuevo la monaka comprobando que sabía demasiado bien, entiendo que sea tan cara para Mitsu.

— Bueno, el mundo está cambiando, eso es verdad, ya es una época distinta, ahora hay muchos cambios y nos vamos modernizando cada vez más, pero eso no significa que debamos dejar atrás cosas buenas, es más, deberíamos aprovechar lo nuevo que tenemos para mejorar lo antiguo. Toshi y yo somos de familias convencionales, no somos samuráis de nacimiento como tú, pero aún así nuestro sueño es serlo. Eso era impensable hace años, ahora aún es considerado algo muy extraño y casi imposible, pero nosotros estamos haciendo lo posible por conseguirlo. Toshi incluso plantó bambú jurando que algún día sería un samurái. Y lo que importa en ello no es... el servir a un señor y tener dos espadas, lo importante es el espíritu, el seguir sin obligaciones el bushidō, comprometerse a proteger a la gente. Todo eso importa mucho más que el nacer una familia de samuráis o no.

De nuevo no evité mirarlo. Sentía mis ojos clavados en él, no miraba al señor Kondō con curiosidad, era una sensación distinta, me... asombraba lo que decía. Me trataba bien, no paraba de sonreír y además lucía como alguien muy fuerte, como si estuviera listo para todo.

— Entonces yo también quiero ser un samurái como usted.

Sonrió de nuevo y me tomó del hombro mientras seguíamos caminando.

— Seguro que lo serás.

— Oiga... Gracias por confiar en mí —lo que dije pareció llamarle la atención porque me miró algo sorprendido—. Aunque cuando llegué hace un rato ni siquiera le respondí bien, usted no dejó de sonreírme y hablarme bien. Confió en que no soy un mal niño.

— Claro que no lo eres, y es muy normal, de hecho sigo sorprendido de que ahora estés tan bien, me alegro de que Toshi pudiera animarte. Entiendo que es duro todo lo que pasó.

En eso llegamos al dōjō, nos quitamos los zapatos pero nos quedamos en la entrada.

— Sí... Aunque mi hermana no me quiera, yo sí la quiero a ella a pesar de todo, es mi única familia, bueno... era —balbuceé mientras me sacaba los zapatos usando el pie contrario para no ensuciarme las manos al ir comiendo.

— No creo que sea eso, estoy seguro de que ella también te quiere, ¿cómo no querer a un hermanito tan adorable? —cambió su expresión sorprendida por una sonrisa algo forzada mientras se sentaba en los escalones acariciando mi cabeza.

— No es que me trate mal, pero es que es muy estricta, me regaña más de lo que me felicita o habla tranquilamente conmigo. Dice que me falta mucho por aprender y que soy maleducado y la hago quedar mal.

— ¿Por qué dice eso?

— Umm... —me senté a su lado dando una mordida más a la monaka— Suele decirlo cuando sorbo el té frente a alguien más. También dice que nunca voy a aprender cuándo hacer las reverencias correctas, que le falto el respeto a la gente. ¡Pero yo no quiero! Simplemente no sé cuándo debo saludar educadamente y cuándo no es tan formal, no es que quiera ser grosero o algo así —aclaré llegando a hablar más rápido de lo usual para que no pensara que soy así por rebelde o mal niño.

— Bueno, pero eso se aprende con el tiempo, cuando vayas creciendo conocerás a más gente y aprenderás poco a poco cuándo saludar más formalmente que otras veces, date tiempo, no todos aprenden a la primera.

— También dice que hablo muy bajito y parece que quiero decir secretos sobre las personas o a veces hablo demasiado alto y parece que no me educaron bien —entonces suspiré con algo de enojo—. Pero lo que más odia, por lo que más me regaña es por mirar a la gente, dice que miro demasiado a las personas y que eso está muy mal.

— Yo no veo eso malo, lo que pasa es que aún eres pequeño, tienes curiosidad y te gusta observar a tu alrededor. Eso es muy bueno, cuando uno es mayor llega al punto de no darse cuenta de lo que lo rodea, estamos tan acostumbrados a todo que no lo valoramos, pero tú sí, los niños sí, deberíamos aprender un poco de ustedes también. No creo que la señorita Mitsu sea mala, simplemente sabe que ustedes vienen de una familia conocida y no quiere que des una mala impresión de ti mismo, lo que sucede es que te corrige de una forma algo... ruda, pero no es porque no te quiera.

Suspiré abrazando entonces mis piernas y miré al cielo, las nubes estaban rojas y el sol ya se estaba escondiendo.

— Tiene razón. Tampoco tenemos mucho dinero últimamente, por eso ella me dejó aquí, su esposo no nos puede mantener a los cuatro. Señor Kondō... usted sabe muchas cosas, ¿puedo contarle algo?

Él rio suavemente y asintió.

— Claro, puedes hablarme de lo que quieras, Sōji. 

— ¿Usted sabe qué es la rubeola? Es una enfermedad o algo así, ¿no?

— Sí, es una enfermedad, últimamente está dando bastante a los niños pequeños. Te salen unas manchitas en el cuerpo y estás unos días mal, hay gente que no lo aguanta, pero hay otras personas que se pueden recuperar y al cabo de unos días ya están mejor.

Asentí mirando cómo me hablaba por primera vez con el rostro bastante más serio.

— En mi escuela muchos niños se enfermaron y nos prohibieron ir a clases. Pero ya cuando íbamos a volver yo también me enfermé. Mitsu y Kin consiguieron que fuera un doctor, pero les dijo que no se puede hacer nada, simplemente esperar a que me fuera curando solo, me debían dar muchas verduras y comida y bajarme la fiebre para que mejorara y no muriera. Pero una noche no se me quitaba la fiebre, mi hermana Kin decía que estaba muy caliente y no se pasaba. Me metió en agua fría y luego me acostó en mi futón. Pero escuché cómo estaban hablando ellos tres en el cuarto de al lado. Mitsu dijo "Tal vez esto es lo que debía pasar, si Sōji muere hoy será por algo, y si se recupera no creo que aguante seguir viviendo tan mal". En mi casa comemos poco y trabajamos mucho, Mitsu dice que no tengo salud buena así que me pone a trabajar en lo menos peligroso y me da un montón de verduras y cosas que compra en la droguería para que no me enferme. Pero esa noche me asusté, no quería morirme... de hecho no me quise dormir. Pero no aguanté y me quedé dormido. Por suerte, al día siguiente estuve mejor y ya me curé poco a poco, pero sí me dio mucho miedo eso...

El señor Kondō me miraba fijamente y tan sólo me tomó por el hombro opuesto hasta juntarme más a él, me acarició el brazo de arriba a abajo y por unos segundos pude ver la expresión extraña en su rostro. Se veía triste pero de una forma rara...

— Sōji... —iba a seguir hablando pero se calló él solo, parecía no estar seguro de lo que iba a decir— Si no moriste esa noche también fue por algo. Viniste aquí y ahora estarás con nosotros, todo pasa por algo en la vida aunque no lo sepamos ahora. En un tiempo veremos lo que nos depara el futuro, tú podrás entender el por qué pasó ese milagro, tu motivo de estar aquí. Recuerda, date tiempo, no quieras crecer tan rápido. Todo va a estar bien, vamos a cuidarte. Has pasado por mucho siendo tan pequeño, no es justo... pero confía en que haré lo posible porque puedas tener una infancia lo más feliz posible, quiero que estés feliz como los demás niños a pesar de todo lo que ha pasado. Nunca he tenido un hermano tan pequeño, pero haré lo mejor por que estés bien. Ya sabes que puedes contar con nosotros para lo que sea. Ahora aunque te parezca extraño, y entiendo que no te acostumbres rápido, somos tu familia.

Realmente no puedo dejar de ver extraño esto de... de pronto dejar de ver a mis hermanas para siempre, el tener que vivir con gente que no conozco... Pero lo que me sorprende es que tanto el señor Kondō como el señor Hijikata han sido buenos conmigo desde el inicio. Cada uno con su personalidad, pero por más difícil que sea ahora, creo que con el tiempo será más fácil considerarlos mi familia de la forma más normal posible.

Asentí y entonces él me sonrió de vuelta. Se levantó y me levantó de la mano para luego ponerme una mano en la espalda y caminar junto a mí hacia el pasillo donde está mi cuarto, luego doblamos a la derecha y llegamos a una sala donde nos estaban esperando el señor Hijikata y el sensei. Pero antes de entrar, él me volvió a hablar con una voz suave aunque alegre.

— Además, recuerda que tú también serás un samurái... Todos aquí lo seremos, y algo muy importante del bushidō es que lo que se dice se hará, no hace falta prometer ni jurar nada: es la sinceridad absoluta. Hace rato lo dijiste así que no hay más que hablar, te lo propusiste... ahora sólo es cuestión de que escales poco a poco hasta tu meta. Vamos dentro, hablaremos con Shuusuke-sensei sobre que empieces a entrenar con nosotros también.

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