Constante despedida
Aquella tarde resultaba un poco calurosa. Después de varios días ignorando los pedidos de su cuerpo, había decidido bajar al comedor por insistencia de Moblit, como siempre.
Pasó los dos días anteriores terminando de interpretar toda aquella información que había surgido a la luz con los titanes de la aldea Ragako y los dos cadetes que resultaron ser los responsables de la masacre de cinco años atrás y que ahora habían escapado. El número de titanes que se encontraron dentro de la muralla coincidía con el de habitantes de aquella villa, entonces, cabía la posibilidad de que los titanes fueran humanos. Una horrible posibilidad que ya se había barajado desde que descubrieron a Eren, pero jamás así. Antes pensaba que había humanos que podían convertirse en Titanes, pero no pensaba que todos los titanes hubieran sido humanos alguna vez.
Había hablado con Erwin al saber que había despertado, y después de eso decidió por fin hacerle caso a su subordinado e ir a comer.
El lugar estaba sorprendentemente vacío. Siempre eran pocos los que se unían a la Legión, y menos los que regresaban de cada expedición, pero aquella vez había sido un golpe muy duro.
Solo cuarenta regresaron, y la mitad estaban heridos.
Avanzó con su porción de la usual y desabrida sopa hasta una mesa un poco alejada del pequeño tumulto que suponían la decena de personas que estaban ahí ahora. Necesitaba seguir pensando. Al rato, Moblit se sentó a su lado, aparentemente para asegurarse de que no dejaría nada en el plato.
Trató de no pensar en los titanes por un solo segundo, y se enfocó en los humanos. En sus camaradas.: Erwin estaba herido y no podría pelear, Levi seguía recuperándose de una lesión leve y...
De repente sintió un hoyo en el pecho. Aquellos días habían tenido tanto movimiento que no se había parado a pensar en aquellos que no regresaron. Al menos hasta ese momento, no lo había hecho.
Había perdido el conocimiento en lo alto de aquella muralla, y cuando por fin lo recuperó, la mayor preocupación era el paradero de Eren. No había tiempo para pensar en las bajas de esa noche, después la aldea de la que salieron los titanes, y su mente no había dejado de trabajar.
En las ruinas del castillo Utgard, los cadetes le habían informado de las muertes de todos sus superiores. Entre toda la información de aquel día y el brazo de su comandante, no se dio tiempo de pensar en nadie, hasta justo ese momento.
Varios nombres llegaron a su mente. Personas conocidas que no había visto en muchas horas. No los había echado de menos porque siempre volvían. Pensaba que solo no se los había encontrado en ese tiempo.
La cuchara se resbaló entre sus dedos y dio a parar al líquido caliente, causando un pequeño desastre en la mesa y un ligero estruendo que atrajo la vista de su asistente mientras se cubría la boca con una mano y la otra permanecía temblando sobre la mesa.
—L-líder de escuadrón... ¿se encuentra bien? —preguntó Moblit con preocupación.
La mano que tenía cubriendo su boca se dirigió como si fuera un reflejo hacia sus gafas tras respirar hondamente, las cuales se llevó a su cabeza. El muchacho se tensó de inmediato. Ya se le había vuelto un gesto característico quitarse aquellos cristales del camino cuando algo andaba jodido.
Apoyó sus codos en la mesa, y se enjugó las escasas lágrimas que empezaban a formarse con ambas manos, llevándolas finalmente por sus sienes a enredar sus dedos en el enmarañado cabello recogido en una coleta.
—¿Sabes algo de Mike? —Fue lo único que logró decir, y salió más bien como un susurro, que incluso temió que el chico no hubiera oído nada.
Por un momento pareció que el joven estaba a punto de decir algo, pero las palabras se ahogaron en su garganta.
Sus ojos se nublaron y unas pequeñas lagrimas terminaron por caer en la mesa mientras su respiración se hacía más pesada.
Por un momento no lo creyó. En su mente repetía "debe estar bien, seguro perdió su caballo y trataba de avanzar de noche caminando. Puede estar herido, pero ahora está en algún hospital", pero las horas y días ya habían pasado, nadie parecía saber nada de su viejo amigo, al que conocía desde que eran simples cadetes hasta ascender a Líderes de escuadrón. Con el paso del tiempo se había convertido en un hermano.
Sentía la necesidad de saber que había pasado con él, por muy duro que le resultara.
Inmediatamente desistió de la idea de comer. Colocó sus gafas nuevamente en su lugar y se puso de pie, dejando desconcertado a su asistente, y al plato de sopa casi sin haberlo tocado. Mientras salía de la estancia repasó los nombres de los miembros del escuadrón de Mike: Gelgar, Lynne, Henning, Nanaba... todos muertos en Utgard, según los cadetes que habían rescatado. El único que se había salvado era Thomas, y solo porque Mike le había pedido que comunicara la entrada de los titanes en Wall Rose al resto de la Legión, que se encontraba en Stohess en ese momento. El hombre cumplió su deber y se desmayó de inmediato debido al cansancio y el estrés.
Con un paso sorprendentemente firme para su estado mental actual, llegó a la enfermería, donde se encontraban el resto de miembros de la Legión. Aquellos que estaban heridos o quienes querían hacerles compañía.
Mirando de un lado al otro en aquel pabellón dio rápidamente con una cama al fondo, en la que un joven hombre moreno terminaba de preparar las pocas cosas que llevaba para ser dado de alta después de una revisión. Al percatarse de su presencia, desvió momentáneamente su mirada hacia el suelo. Aquello solo le confirmó lo peor.
— Mike...
—Seguro... luchó hasta el final —le interrumpió antes de que hiciera una pregunta más directa y fuerte, pero obvia en esa situación— Era muy fuerte, todos lo sabíamos... pero nueve titanes son demasiado para cualquiera.
Respiró profundamente y con dificultad mientras cerraba los ojos con fuerza, negándose a quebrarse en aquel momento, recordando sin querer las peculiaridades de su amigo, aquel habito de oler a las personas, y cómo a pesar de sus cuestionables hábitos de aseo se mantuvo a su lado siempre. Jamás volvería a escuchar las risas de él y su escuadrón mientras bebían unos tragos a la mitad de la noche.
—Gracias, Thomas —susurró mientras se volvía a quitar las gafas para evitar que se inundaran con las lágrimas que empezaban a amontonarse en sus ojos. Giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la salida con los ojos de aquellos conscientes clavados en su espalda.
La puesta de sol teñía el cielo de anaranjado mientras atravesaba un pequeño patio de entrenamiento que ahora estaba vacío. Una escena hermosa que le resultaba deprimente.
Dolía demasiado. Pero así eran las cosas en aquella rama militar: en algún momento debes despedirte de aquellas personas en quienes confías.
Aunque pareciera que debía ser al revés, con el tiempo aquello se hacía peor. No era posible solo acostumbrarse a ello.
La primera misión era dura, y las perdidas de sus compañeros de promoción le pesaban todavía, pero aquellos que sobrevivían más tiempo formaban lazos de manera involuntaria. Nunca se podía asegurar que aquellos compañeros de años volverían, o que aquel cadáver que buscaran no sería el suyo.
Finalmente llegó a su destino. Su habitación llevaba abandonada varios días, y empezaba a notarse. La cama estaba cubierta de libros y anotaciones, que también se esparcían por el suelo y la pequeña mesa que había junto a la ventana. Era evidente que nadie había dormido ahí en mucho tiempo. Cerró la puerta de madera tras de sí y pegó la espalda a esta, soltando un suspiro y cerrando los ojos. Con ira pateó sin consideración el objeto más cercano, que se estampó con estrépito contra la mesa, rompiendo, al parecer, un cristal en el proceso. Sin voluntad para siquiera revisar los daños, su espalda volvió a dar contra la puerta de madera, dejándose caer hasta sentarse en el polvoriento suelo.
Levi no era el único que le reprochaba sus hábitos de limpieza, aunque era él quien lo hacía de manera más explicita, Mike solía hacerlo de vez en cuando, solo con gestos al entrar en aquella habitación. El olor a polvo y humedad dejaban claro que no tenía el aseo como prioridad, y que aquel aroma afectaba el delicado olfato de su amigo.
La luz que entraba por la ventana comenzaba a escasear, y en esa ligera oscuridad dejó sus gafas en el suelo, se abrazó a sus rodillas y apoyó su frente en estas, preguntándose quién sería el siguiente.
Ese horrible pensamiento se quedó atascado en su cabeza. Levi se había lesionado en la última expedición oficial, aunque no había sido grave, por más hábil que fuera, nada le aseguraba que volvería... ¿y si Erwin no solo hubiera pedido su brazo? Si cometía cualquier imprudencia en el campo sus subordinados podrían morir intentando evitar su propia muerte. No podría soportar que Moblit, Nifa, Keji o Abel se sacrificaran porque se había dejado llevar como tantas veces había ocurrido.
Por más que intentaran, era raro que quedara un cuerpo al cual enterrar. No sabía cómo morían sus compañeros, si pudo haberlos salvado... ¿Cómo sería la muerte de aquellos que seguían a su lado? ¿y la suya?
Eran cosas horribles que nadie quería pensar, pero ahí estaban. Era inevitable. Todos morirían algún día. Por algo eran humanos.
La garganta se le había estado cerrando de manera dolorosa desde que abandonó el pabellón de la enfermería, pero aquel no era el mejor lugar. Los sentimientos eran lo único que los separaban de aquellas bestias que los devoraban, por lo que no le parecía correcto reprimirlos, pero en ese instante, frente a tanta gente, no sentía que fuera el mejor lugar para derrumbarse. Ya a solas no tenía motivo para contenerse.
¿Porqué las mejores personas morían de la peor manera? Parecía demasiado cruel. Mientras ellos morían por un poco de esperanza, los ricachones de la muralla interior se llenaban las barrigas de vino y los maldecían por no querer vivir como ganado. El mundo era cruel, y, sin embargo, precioso. Extrañaba el sentimiento de libertad que llenaba su corazón cuando veía el horizonte infinito fuera de Wall María. Quería volver a cruzar por aquellas colinas que no habían sido pisadas en un siglo. Cuando la muralla cayó, parecía que el sueño de todos había quedado destrozado, pero en realidad solo se habían alejado de él. Desde que encontraron a Eren, estaban cada vez más cerca de conseguir un poco más de libertad. En cuanto retomaran la muralla, podrían volver a salir. Por todos aquellos que se habían sacrificado para llegar hasta donde estaban. Hasta alcanzar más información de la que podría haber imaginado cuando se unió a la legión.
Simplemente debían continuar. Detenerse en ese momento era tirar por la borda el sacrificio de todos los caídos. Como si Mike y su equipo hubieran muerto por nada, como si no hubiera un motivo. Pero si lo tenían.
Ese era el motivo que le daba esperanzas a todos en la legión y a algún que otro ciudadano que odiara vivir encerrado. Era el único motivo merecedor del sacrificio de tantas personas, y era el motivo que le impulsaba a seguir luchando y experimentando, a seguir abriéndole el canal a las bestias que había odiado toda su vida y que ahora le obsesionaban para averiguar todo lo posible para poder derrotarlos. Solo por eso seguía desvelándose constantemente y dejando la comida y el orden como segunda prioridad. Solo si lo conseguían no se arrepentiría de haberse despedido constantemente de sus amigos.
Alcanzar la libertad era lo único que importaba.
El tiempo había pasado a un segundo plano, pero la oscuridad de la estancia le indicaba que habían pasado varias horas. Los ojos le escocían cuando finalmente se secó las lágrimas y recolocó los anteojos. Con las rodillas húmedas se incorporó y caminó hacia el escritorio. El poco orden que llevaba se había ido al traste cuando mandó a volar lo que había resultado ser una cesta con ropa limpia, que suponía había recogido Moblit, y que ahora se esparcía sobre el montón de papeles regados por todo el lugar.
No tenía idea de que hora era, pero por la ausencia de la luz de candiles en las demás habitaciones dedujo que no habría ni un alma despierta. Con frustración soltó un sonoro suspiro, comenzando a recoger aquel desastre antes que Levi le dijera cualquier cosa.
Sin ganas apiló los papeles en el escritorio, apiñó los libros en la estantería y metió sin consideración la ropa en los cajones. Al embutir una camisa junto a las demás terminó por enterrarse un cristal. Giró hacia la mesa, tratando de recordar qué había dejado ahí, para descubrir un vaso de precipitado hecho añicos en una esquina. En la mañana se encargaría de eso. Esperaba poder dormir al menos un par de horas en compensación por los días que llevaba ignorando esa necesidad, y no tener ninguna de las pesadillas que se solían presentar después de que sus compañeros dejaran este mundo.
Con un pañuelo limpió la pequeña herida, se quitó las botas, la chaqueta y su arnés, dejándolo todo en el suelo sin ningún orden. Soltó su cabello tras dejar las gafas en la mesilla y se metió en la cama. Si quería seguir luchando, debería al menos tener un poco de energía para hacerlo. Por Mike, por Nanaba, por todos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro