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La tormenta había estallado a media mañana y no había amainado desde entonces, ofreciendo un espectáculo de relámpagos y truenos capaz de sobrecoger a los más bravos aventureros. Tras las ventanas de la sala de estar, una chiquilla de unos doce años contemplaba la lluvia que golpeaba los cristales, con el cabello rojizo enmarcándole el pecoso rostro entre dos trenzas medio deshechas y una taza de chocolate caliente en las manos. A su lado, un teléfono móvil esperaba sobre el alféizar con la cámara activada y lista para captar alguna instantánea.
—No me gustan los truenos —se quejó una vocecita casi inaudible al fondo de la estancia.
—Pues entonces no te acerques aquí, cobardica —respondió ella con la vista fija en el espectáculo eléctrico.
—Anne, ven conmigo, no seas así... podemos ver la televisión.
—Tenemos que estar atentos por si vuelve. Ya sabes que los del "Buen pueblo" usan las puertas mágicas de los sídhe en Samhain.
—¿Y qué si vuelve...? ¡Yo no quiero encontrármelo otra vez! El abuelo dice que cuando llueve en Samhain, las criaturas entran en las casas para secarse y se llevan a los bebés.
Ella se volvió e hizo un gesto cariñoso al niño, que corrió a su encuentro y se asomó por encima de su hombro en el mismo instante en que un rayo hendía el cielo, deslumbrándolos con su destello repentino.
—¿Tú crees que vendrán en busca de bebés? Aquí no hay... —continuó el menor.
—Tenemos la tormenta sobre la cabeza. No creo que logremos ver nada —insistió ella, con el ceño fruncido—. Jo, quería hacerle una foto... Cillian, dame la linterna.
—Anne, déjalo... vamos a jugar a las cartas con los abuelos, anda. Papá está preparando bizcocho. Estás perdiendo el tiempo.
La chica bufó. Sus grandes ojos oscuros se entornaron una vez más en busca de alguna sombra o un movimiento extraño, sin éxito. Por fin, dio la batalla por perdida, apagó la cámara del teléfono y se retiró para reunirse con el resto de su familia, resignada a no poder capturar la imagen del hombre con extraños poderes que había invadido su propiedad el año anterior.
Sin embargo, la sigilosa figura que cruzó la finca de sus abuelos poco después no fue la de aquel que les había amenazado con robarles las almas. En su lugar, holló el pasto para guarecerse de la lluvia en el maltrecho umbral de Uaimh na gCat un joven de piel clara y sagaces ojos verdes, cubierto por un impermeable negro que no lograba proteger del todo su cabello rebelde.
Un joven en una misión del más alto rango... cuya pasión ardía con un fuego infinitamente más voraz que los leños en la chimenea de los abuelos de Cillian y Anne.
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