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NOTA DE LA AUTORA: Esta historia contiene spoilers de "Templo de Carne y Sangre". Te recomiendo que leas primero esa historia y después este shot, pero queda a tu criterio. ¡Gracias por tu tiempo!
El día había amanecido más frío de lo normal para el generalmente suave noviembre ateniense -en concordancia con un pronóstico meteorológico que hablaba de previsibles tormentas y heladas- pero, aun así, el Aeropuerto Internacional Eleftherios Venizelos era un hormiguero de gente en busca de la puerta de embarque correcta o de una cafetería donde entrar en calor con un refrigerio tan caro como mediocre. Personas de todas las nacionalidades con ocupaciones y apariencias dispares se arremolinaban en torno a las pantallas de información acarreando mochilas y maletas o se dejaban caer en las incómodas sillas, fatigadas por el madrugón necesario para llegar al aeropuerto a primera hora de la mañana.
Sin embargo, el hombre de cabello oscuro y revuelto que ocupaba el asiento 11E del vuelo Atenas-Dublín con despegue previsto a las 08:45 no mostraba signos de cansancio: tras entrar en la aeronave con semblante inexpresivo y paso elástico para localizar su lugar, dejó una pequeña bolsa de mano en el compartimento superior, dobló con pulcritud su abrigo negro y se sumergió en la lectura de un periódico del día anterior. Sereno e indiferente a las miradas de mujeres y varones, parecía no ser consciente de su atractivo y de la atención que despertaba entre quienes le rodeaban.
Vestido con vaqueros oscuros y un jersey burdeos de cuello vuelto que marcaba con suavidad las rotundas formas de sus hombros y sus pectorales, había aguardado en fila para embarcar junto al resto del pasaje abstraído en el diario -componiendo una estampa anacrónica y, empero, seductora- hasta que le llegó el turno de tender en silencio el billete a la azafata, que sonrió con coquetería antes de desearle un excelente vuelo.
Su físico tampoco pasó inadvertido para las tres chicas situadas justo tras él, que comenzaron a cuchichear en inglés en cuanto le vieron llegar y desplegar su periódico con cuidado casi maniático.
—¡Tías! ¿Habéis visto al que se acaba de sentar delante?
—¿El que está al lado de Rose? ¡Es guapísimo! ¡Menuda pedorra con suerte...!
—¡Vaya brazos!
—Ése de pequeño se cayó en una marmita de esteroides...
—Ya te digo, y después de eso se pasó toda la vida atrapado en una torre llena de mancuernas...
—Deberíamos hablar con él.
—¿Y si le pedimos su teléfono?
—Claro, así de la nada, ¿no? Todo muy normal...
—Quien no llora no mama...
—¿Lo dices con segundas?
—¡No seas cerda!
—No sé, tías, es guapo pero menuda cara de culo se gasta...
—¿Y qué quieres, que vaya repartiendo sonrisas como si fuese Míster Universo?
—¿Y has visto la cicatriz del ojo? Eso indica que es un chungo. Seguro que trabaja para la mafia o algo. Paso.
—Jane, háblale tú.
—Y una mierda. Siempre me liais a mí y estoy harta de quedar mal. Rose... eh, Rose... —susurró aquella a quien habían llamado Jane, pellizcando el brazo de la joven sentada en el 11F, la fila delantera junto a la ventanilla.
La chica, que estaba sin duda intentando echar una siesta, se asomó por encima de su reposacabezas y se retiró los auriculares con el ceño fruncido y una almohada de viaje estampada de gatitos en torno al cuello.
—Que no me queda agua, rellenaos las botellas en el baño... —rezongó.
—Olvídate del agua —dijo Jane—, es que Ada y Elsie quieren que hables con el tiarrón que tienes ahí...
Rose, una joven de cabello rubio, piel pecosa y no más de veinte años, se giró un instante para observar a su compañero de fila. Cuando volvió a mirar a sus amigas, estaba ruborizada hasta las orejas.
—¡Joder! ¡Es un queso! —fue el mensaje que emitió sin pronunciar sonido alguno, obligando a las otras tres a leerle los labios.
—Pregúntale algo, tía...
—¿Está libre el asiento de su izquierda? Porque si ninguna se atreve, le hablo yo... —intervino Elsie, oteando con el cuello estirado.
—¿Y cómo quieres que yo lo sepa? —preguntó Rose— No pienso decirle nada, va a pensar que estoy loca o algo... y además es muy mayor...
—¿Cómo que mayor? ¡Ni que tuviera cuarenta años o así! ¡No seas cagada!
—Si eres tan valiente, ven tú... a mí me vale con tenerle al lado durante todo el vuelo, ¡huele muy bien! —bisbiseó Rose con picardía.
Elsie reflexionó un par de segundos sin arredrarse: esperó hasta que las puertas se cerraron y la cabina quedó presurizada y entonces se levantó para ocupar la butaca vacía junto al hombre, que seguía leyendo ajeno al pequeño revuelo organizado por las chicas mientras la azafata les daba las habituales explicaciones sobre cómo actuar en caso de accidente y dónde se encontraban las salidas de emergencia. Desde atrás, Ada y Jane levantaron los pulgares para animar a su amiga, que se ajustó el cinturón y miró con disimulo el periódico, sorprendiéndose al constatar que no se trataba de prensa griega, sino japonesa.
—¡Entiende japonés! —cuchicheó inclinándose para dirigirse a Rose, que había vuelto a colocarse los auriculares pero se mantenía atenta a la escena.
—¡Pero no es asiático!
—¿Qué pasa? —preguntó Jane asiendo el cabecero del joven.
—No te agarres ahí, le molestarás... —la reconvino Ada con un manotazo.
—Que está leyendo una movida japonesa...
—¿Un manga?
—¡Callaos! ¡Que se va a mosquear!
El hombre arqueó una ceja y levantó el rostro por primera vez desde que había entrado en el avión, el cual ya recorría la pista a toda velocidad preparándose para el despegue.
—Si lo necesitan, puedo cambiarles el sitio para que hablen más tranquilas —pronunció en un inglés tan rígido como su propia postura.
—¡No, no, perdone! —respondió Elsie gesticulando con ambas manos frente al rostro.
Él asintió clavando en ella una mirada inquisitiva que dejaba claro que la interrupción no había sido de su agrado y regresó a su aislamiento.
—Es sólo que mis amigas están nerviosas... no pretendíamos incordiar...
Otro asentimiento silencioso, sin mirarla.
—Elsie, estás fastidiándole —la amonestó Ada desde atrás.
—¡No estoy haciendo nada!
—¡Madre mía, habla inglés! ¡Qué corte!
—¿Quién iba a figurárselo?
—¿Eres tonta? ¡Todo el mundo habla inglés! ¿Has necesitado saber una sola palabra de griego durante todas las vacaciones? ¡Si sólo decías "kalimera" y "efjaristó"!
—Chicas, lo que comentabais de la mafia... es un yakuza... de la mafia japonesa... —especuló Jane en un susurro trémulo— La cicatriz del ojo, habla japonés... seguro que tiene el pecho tatuado con flores de cerezo y trabaja de sicario...
—¿Pero tú qué te has fumado antes de subir al avión?
—¡¿Yo?! ¡Tú fuiste la primera en decir que era un mafioso!
—Anda, cállate...
—Revisa que tenga todos los dedos por si acaso...
El avión se separó del asfalto y comenzó su ascenso; Rose tragó saliva ruidosamente y cerró los ojos con fuerza.
—Rose, ¿quieres un chicle? —preguntó Elsie volviendo a inclinarse hasta tapar una esquina del periódico con su melena castaña.
Sin abrir los párpados, la rubia estiró el brazo para recibir el paquete por detrás del hombre, rozándole inadvertidamente la cabeza.
—Les cambiaré el asiento en cuanto podamos quitarnos los cinturones —reiteró él, ajustándose el cuello del jersey.
—Discúlpenos, por favor —pidió Rose mientras se metía un chicle en la boca para aliviar los efectos del despegue en sus oídos.
Tras ellos, Ada estornudó y las demás se deshicieron en un coro de buenos deseos al tiempo que la servicial Elsie se giraba y le ofrecía un paquete de pañuelos.
—Gracias.
—Ahora estaos quietas, que sois unas pesadas —dijo Jane.
—Pesada eres tú haciéndote la interesante.
—¿Yo? ¿De qué vas? Estás molesta porque no he querido haceros el trabajo sucio de ir a hablar con los tíos guapos como siempre...
—Perdona, pero eso no es así, y ya lo hace Elsie por todas —afirmó Ada, que parecía muy habituada a desempeñar el papel de administradora de regañinas.
—Sí, pues a Elsie se le da de pena...
Él chasqueó la lengua. La aludida se volteó por enésima vez con el dedo corazón levantado y una ristra de palabrotas en los labios, pero no llegó a verbalizarlas porque una azafata se le acercó para afearle su conducta, cansada del alboroto:
—Por favor, están ustedes molestando a otro pasajero —las reprendió en referencia al joven del periódico, a quien se dirigió a continuación—. ¿Desea usted que le busque otra ubicación más tranquila?
—¡No! Ya le dejamos, de verdad —intervino Jane, que no quería que se lo llevasen.
—Estaremos en silencio el resto del vuelo —sonrió Elsie—. Son los nervios del despegue.
—Está bien así, azafata, gracias. No se preocupe —dijo él, conciliador pero sin suavizar el gesto.
—Perdónenos, por favor. Le prometemos que no volveremos a interrumpirle —aseguró Ada desde el asiento trasero, volviendo a agarrarse al reposacabezas.
—Eso espero —masculló él, listo para retomar la lectura.
Las chicas cumplieron su palabra durante algo menos de diez minutos, mirándole en silencio e intercambiando discretas señas con las que parecían decirse unas a otras lo seductor que les resultaba aquel hombre, hasta que Elsie habló de nuevo:
—¿Quiere usted un chicle?
—No, gracias.
—También tengo caramelos...
—No, gracias.
—¿Es usted japonés?
—No —fue la concisa respuesta.
—Pero entiende lo que pone ahí...
—Sí.
—Entonces, ¿es griego?
—No.
—Viaja usted solo...
—Sí.
—¿Por negocios o por placer?
Él ignoró la pregunta.
—Elsie... que te van a llamar la atención...
—¡Es sólo curiosidad!
El hombre suspiró y dobló el periódico, exasperado. Era evidente que no iba a poder leer tranquilo.
—Por placer —dijo por fin, apoyando la nuca en el reposacabezas de su asiento en un movimiento que permitió a Rose y Elsie observar al detalle su viril mandíbula y su nariz afilada.
—¿Y su esposa...?
—Sssssh, idiota, ¿no ves que no lleva anillo de casado?
Desde atrás, Ada formó con los labios un "gay" que hizo a Jane negar con vehemencia. Él volvió a suspirar y oteó de soslayo el compartimento portaequipajes, lamentando en su fuero interno no haber llevado consigo un antifaz y quizá algún somnífero, aunque no sabía si para él o para ellas. Estaba claro que sus compañeras de vuelo -que seguramente regresaban de un viaje de estudios o unas vacaciones, a juzgar por su juventud, su entusiasmo y sus cutis enrojecidos, un rasgo habitual en los turistas que pasaban demasiadas horas al sol visitando las ruinas de Grecia- no tenían intención de dejarle descansar hasta conseguir más información sobre él.
—No tengo esposa.
Las chicas se miraron triunfantes e intercambiaron guiños al averiguar poco a poco datos sobre el guapo misterioso, que quizá no era tan arisco como parecía en un primer momento.
—Gay —insistió Ada en un murmullo que arrancó al joven la primera y mínima sonrisa del vuelo, gesto que no pasó inadvertido para la observadora Elsie.
—Su novia, entonces...
—Sí, algo así.
—Es una chica afortunada, parece usted muy agradable...
Él volvió a sonreír, pero en esa ocasión lo hizo de forma tan amplia que mostró una perfecta hilera de dientes blancos y sus ojos verdes se iluminaron.
—No es una chica, es una diosa.
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