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¡Salve Floki!

Ni un mil de amaneceres podrían sacar y calentar la espina que se clavó en el corazón de Floki cuando encontró a Helga cruzando la línea de la vida a la muerte. Sus pensamientos en ese momento eran un caos, no podía seguir sin ella. Quería tenerla de vuelta, pensar que todo era una broma, más sin embargo, los hechos eran reales y los Dioses habían decidido llevarse a la rubia a beber al grandioso Valhalla.

Sintió el último suspiro de vida de su amada dejando sus brazos y el cuerpo pronto se tensó y enfrió. Lloró, se desgarró la garganta en gritos y penas, pero ya nada la traería de vuelta.

Después de meditar la desgracia, Floki reunió fuerzas de quién sabe dónde para cambiar de ropas a Helga y darle una digna sepultura, porque cuando el bueno de Balder murió, todos los metales lloraron, las piedras y el fuego se lamentaron; no era imaginación de Floki, el mundo mismo se lamentaba por la partida de la siempre dulce y hermosa Helga, quien creía jamás merecer.

❝El mundo es tan pequeño para ti❞ resonó en la cabeza de Floki una y otra vez, con esa dulce pero burlona voz que era propia de la de cabellos de oro. Los recuerdos asaltaron al vikingo, los años se le vinieron encima y pensó que, como ella dijo en su momento, seguramente ya se encontraba con su hija Angrboda, tomadas de las manos y riendo juntas.

Sorpresivamente una lágrima virgen resbaló de la mejilla de Floki y una vez terminó la despedida del cuerpo terrenal de Helga, dio la media vuelta, resuelto a una sola cosa: viajar por los mares, siempre en manos de los Dioses, lo cuales no tenía el valor de acusar de injustos y egoístas al quitarle las dos cadenas que lo mantenían a flote.

En otros lugares sus compañeros bebían en nombre de la victoria y de su rey Ragnar, habían logrado doblegar las fuerzas de Mercia y Wessex, no era para menos. Floki, por su parte, se abstuvo de toda celebración y se apartó de los suyos para dar vida, quizá, a su última creación: la embarcación para uno. En medio de su faena fue visitado por Ivar pero ni las palabras del Deshuesado fueron suficientes para retener los deseos y la bravura del alma del carpintero.

A los pocos días su embarcación estuvo más que lista, su corazón latía ansioso y como pudo, la llevó él mismo hasta el puerto. Comenzó a cargarla de comida, ropaje y darle los últimos ajustes mientras era vigilado por todos los ojos posibles que estaban desocupados y curiosos.

De repente los hijos de Ragnar Lothbrok aparecieron, les dio a todos una de sus más hermosas sonrisas. Era inusual, pero Floki ya no portaba esas sombras en los ojos y ahora se le podía ver como un hombre nuevo, cansado pero renacido y desesperado por encontrar en el mar el fin o las respuestas que lo atormentaban.

Uno a uno, los jóvenes se despidieron con un fuerte abrazo y las últimas palabras de Floki fueron para Ivar.

—No te vayas —insistió el lisiado—. tú, maldito cobarde. Te necesitamos tanto como mi padre lo hizo.

Pero Floki ya sentía el llamado en su corazón, algo lo agitaba y lo sometía a una presión que el chico, en medio de su furia e ignorancia, jamás comprendería porque ese es el problema de las nuevas generaciones. Sonrió y se tambaleó, como era su costumbre, antes de saltar a su medio de vida durante el próximo tiempo.

—Dímelo de pie, lisiado —burló.

Los jóvenes sonrieron, conociendo de cabo a rabo la amistad de aquellos dos. Antes de ponerse a remar, dio una última mirada a los suyos pensando que esto era lo correcto, que era su destino después de todo. Entonces se sentó y comenzó con su arduo trabajo: la embarcación avanzó gloriosa por el flujo de la marea, parecía estar cabalgando en el mar del fin del mundo.

En ese momento un clamor se alzó por el aire. El grito de un hombre se alzó, luego otro y otro, mientras en lo posible seguían a Floki por tierra.

—¡Salve Floki! —gritó un hombre alzando un hacha.

—¡Salve! —gritaban unos.

—¡Salve el mejor amigo del rey! —se escuchó.

—¡Salve el constructor de barcos! ¡Salve Floki!

Y justo cuando se separaría de tierra, antes de volver a lo suyo, su mirada se topó con dos figuras resplandecientes. Helga y Angrboda salieron del Valhalla para despedirlo y desearle el bien en su nueva aventura.

Un nudo se formó en la garganta del vikingo pero siguió remando y Helga levantó la mano, sacudiéndola y sonriendo como antaño. Tan hermosa, tan pura y noble era ella que aún después de tanto tiempo en el mar, Floki jamás olvidó ese momento que los Dioses le regalaron.

Ivar el Deshuesado le había dado los medios para orientarse en medio de la nada, eran esos los mismos que llevaron a Ragnar en su tiempo a encontrar la costa, pero Floki no era ese tipo de hombre. Jugó un poco con la piedra y con la brújula de madera para después botarlas al mar.

Como había dicho antes, él mismo se entregaría a los designios de los Dioses ya que no había nada que lo detuviera en tierra.






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