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Prólogo

Derek Strong

La oscuridad me rodea, siempre ha estado en mí. En cada momento, desde que era un insignificante crío. Un crío que nació entre la codicia, avaricia, maldad y odio. Odio hacia los Wright. Sobre todo, odio a William Wright.

No puedo creer que el multimillonario más famoso de New York llorara por una mosquita muerta como lo es Sophia Moore, una simple profesora de instituto. Esa chica lo único que sabrá es pegar un polvo porque no le encuentro nada para que a William le haya podido gustar. De todas formas, a esa mujercita no le queda mucho tiempo junto a él. Si mis planes salen como espero, bien, dentro de un par de meses todos estarán bajo tierra. Disfrutaré del sufrimiento de William, de ver como su esposa del alma muere lentamente, delante de sus ojos, sin poder hacer nada por ayudarla. La impotencia se lo comerá por dentro, morirá lentamente al igual que su cónyuge. Pero, no sin antes ver sufrir a su pequeño hijo, Hugo Wright Moore.

Tengo muchas ideas en mí mente, muchas torturas, muchas maneras de verlo sufrir, y espero sus últimas horas de vida, sean un completo infierno.

La puerta del despacho se abre sin permiso y veo que es mi secretaria. Estoy cansándome de que haga lo que se le antoje. Es una maldita fulana que quiere sus momentos de gloria conmigo. Sin embargo, está muy equivocada si piensa que lo conseguirá.

—Derek... —susurra cerca de mi oído. La muy zorra se ha puesto detrás para poder atraparme con sus brazos. No obstante, le es imposible porque me levanto antes de que lo haga. La escucho bufar y mi sonrisa se ensancha. ¡Jódete zorra!

— ¿Quería algo? —pregunto volviendo a poner mi habitual semblante.

—Recordarle que dentro de una hora vendrá el inspector —dice con el más puro asco. El rechazo no le sienta muy bien, pero ya estoy cansado de la gente así. Además, no busco nada con ninguna chica, solo un revolcón de vez en cuando y san se acabó. Pero no con ella.

—Muy bien, puede marcharse —vuelvo a sentarme y ella se encamina hacia la puerta. —Espera —se gira sonriendo con unos lujuriosos ojos. —Antes de entrar, enséñate a llamar a la puerta. —Retengo las carcajadas en mi garganta al ver su cara. No se lo toma muy buen y cierra de un portazo.

Estallo a carcajadas, sonorizando todo el despacho y cuando creo que está en su sitio la llamo por teléfono.

— ¿Quería algo señor Derek? —pregunta con sarcasmo.

—Sí. Que tenga más modales la próxima vez y no cierre de esa manera tan brusca —escucho el gruñido que sale de su garganta y el pitido que indica que ha colgado.

Vuelvo a reír por todo lo alto hasta que me interrumpe Erik, mi gran aliado.

— ¿Otra vez haciendo rabiar a tu secretaria? —pregunta divertido.

—Ya sabes que me encanta hacerla rabiar... —le guiño un ojo y le enseño la botella de Whisky — ¿Quieres? —pregunto sabiendo la respuesta. Asiente y pongo dos copas encima de la mesa — Es muy pesada Erik, he pensado en despedirla.

— ¿Para qué? Si ahora te vas de vacaciones... —¿vacaciones? Creo que no sé lo que son. Además, tengo que terminar el plan que tengo en mente "Terminar con la familia Wright". Esas son mis vacaciones.

— Claro... —sonrío —Ahora tengo a mis preciadas vacaciones a la vuelta de la esquina.

—Si no te conociera, diría que me darías miedo... —dice divertido. Pero lo conozco y sé que algo ha pasado — ¿Por qué tan divertido hoy? ¿Me he perdido algo? —pregunto curioso.

—Mucho, más de lo que te puedas imaginar —responde mientras mueve las cejas sin parar. Se está haciendo el interesante.

— ¡Suéltalo Erik! —le exijo.

—Han pillado a la recepcionista y al inspector en el cuarto de baño...

— ¿Han pillado o los has pillado? —se ríe a carcajadas.

—Como gritaba la condenada... —me mira divertido —Creo que deberíamos salir tú y yo —se levanta y me aprieta el hombro —Necesitas un buen polvo —me da varias palmadas y se marcha del despacho.

Puede que lo necesite, pero lo que más necesito es saciar la sed de mi venganza.

William Wright

Creo en el destino, estoy totalmente seguro de que existe. Cuando caminaba por las calles de Ámsterdam dirigiéndome a la casa de Anna Frank y encontré a Sophia con un niño pensé que la había perdido. Pero, al darme cuenta de sus lágrimas y su ensanchada sonrisa, me di cuenta de que los pensamientos y las conclusiones que había sacado mi cabeza eran erróneas. Mi hermosa chica llevaba a nuestro pequeño campeón, Hugo. La sensación de no tener nada a tener todo es meramente increíble, magnífica, fantástica, sin palabras para describirla. Todas las palabras se me quedarían cortas para poder explicarlo.

Todavía con los ojos cerrados, me relajo teniendo a Sophia entre mis brazos. Su respiración da en mi cuello y la observo mientras duerme. Es preciosa. Tan hermosa como siempre e incluso más. La despego de mi despacio, sin brusquedad. Necesito hacer unas llamadas antes de que se despierte. No debe enterarse de nada. Consiguiendo mi propósito de no despertarla, la arropo con las sábanas, le doy un beso en la cabeza y salgo al balcón a hacer mi pertinente llamada telefónica.

— ¿Sí? —dice una voz adormilada a la otra línea del teléfono.

—No seas perro... —me rio —Ya tendrías que estar levantado y cumpliendo órdenes.

— ¡Qué te follen William! —me carcajeo despacio. No quiero despertarla.

—En menos de quince minutos te quiero delante de mi casa Collins —cuelgo y vuelvo a entrar en el dormitorio haciendo el menor ruido posible.

Me cambio de ropa y voy a ver a mi pequeño campeón, todavía sigue durmiendo. Acaricio sus mejillas y le doy un beso en su frente. Es hermoso.

Paso por la cocina cogiendo un zumo de manzana y salgo a la calle. Me apoyo en mi coche, estacionando delante de casa y espero a que salga Edward de la casa de al lado. Justo cuando sale tengo el móvil entre manos para volver a tocarle.

—Maldito vago, ¿qué hacías para no bajar? —digo divertido.

—Dormir, ¿te parece poco?

— ¿Qué Angy no te deja dormir por las noches?

— ¿Qué Sophia no te da lo que necesitas?

—Si tú supieras lo que me hace Sophia te sorprenderías... —le guiño un ojo y doy la vuelta al coche para subir en la parte del copiloto —Date prisa o no nos dará tiempo de arreglarlo todo.

Nos vamos a los jardines más bonitos de toda Ámsterdam. Algunos de los hombres de mi padre ya están montando lo que les pedí, incluso mi padre está dando órdenes de como lo tienen que hacer. Edward me mira alucinando. En parte es novedoso ver a mi padre implicado en estos asuntos pero desde ese día en el hospital, hemos estado muy unidos.

—Veo que no hace falta mi presencia.

—Hijo. Claro que haces falta, creo que debes ser tú el que dé los últimos retoques —añade dos palmadas a la espalda y me mira con una ensanchada sonrisa. ¿Desde cuándo mi padre sonríe de esta manera? —Disfruta antes de que vuelva mi mal humor —Y dicho esto, vuelve a gritarle a uno de sus hombres para que lo tengan todo perfecto.

—Dime que no es extraño esto... —Edward todavía está estupefacto con toda esta situación.

Mi mundo en cuestión de días ha cambiado por completo. Parece que esta vez la suerte ha venido para quedarse, ¿o no?

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