Capítulo 9
Acompañé aquel momento en el que le entregaba mi examen al licenciado con un profundo suspiro de esperanza. Ahí estaban las horas mejor aprovechadas de mi vida entera, y lo digo más por la compañía que por lo que aprendí. Sabía que ella me esperaba afuera del aula y los elefantes en mi estomago comenzaban a montar la fiesta de siempre. Había pasado una semana ya desde aquel beso y supe respetar la promesa que le hice por más deseos que tenga de besarla. Al cerrar la puerta del aula la vi sentada al final del pasillo en una banca de madera. Estaba muy concentrada en la computadora.
- ¡Bú!
- Hola, ¿cómo te fue? – preguntó con una sonrisa.
- Pues espero que bien. Respondí todo, ahora solo queda que sean las respuestas correctas.
- Yo estoy segura que te fue muy bien. Por eso quiero invitarte a celebrar con un gelato.
- Tienes muchas esperanzas en mi.
- No en ti, en mi. Soy una excelente maestra. – dijo con su sonrisa coqueta para luego cerrar su computadora y guardarla en su bolso.
- ¿Tu carro o mi moto?
- Creo que hoy tengo ganas de arriesgarme en tu moto.
- Perfecto.
Estaba muy feliz de que dijera mi moto, al menos sentiría sus brazos rodearme. Subimos a mi moto y me sumergí en disfrutar aquel momento. Tomé la vía más despejada para poder disfrutar mejor el aire fresco de aquella tarde. El valle por aquella ruta era hermoso. Se veían las montañas con su esplendido verdor. El poco tráfico por aquella zona hacía que nos sintiéramos libres. Ella reía cada vez que aceleraba, sabía que lo estaba disfrutando y yo aun más. Llegamos a la gelatería.
- ¿Por qué tomaste la ruta más larga? – dijo sonriendo.
- Para disfrutarte más. – solo sonrió y entró.
De chocolate para mi y de coco para ella. Nos sentamos en una pequeña mesa a disfrutar de aquella delicia.
- El chocolate es aburrido.
- No es cierto... solo es un clásico.
- Puede ser.
- Sé que te mueres por probar un poco del mío.
- No estaría mal.
Entonces me unte los labios y me acerque un poco a ella y le puse ojitos tiernos y divertidos.
- No inventes. – dijo riendo casi a carcajadas.
- Está muy rico... te lo prometo.
- Ian... hay mucha gente viendo. Pensarán que estás loco.
- Lo estoy... por ti.
- No lo haré. – dijo tímida y comiendo de su gelato. Me limpie la boca antes de que manchara mi ropa.
- Lo siento. Sé lo que prometí.
- Mírame. – ordenó directa y mis ojos se volvieron de inmediato a los de ella. – Apuesto a que tus labios saben mejor sin chocolate. – dijo acercándose más a mi. – A veces pienso en que nunca debí conocerte, pero momentos como este me hacen olvidar todo eso. – dijo uniendo al fin sus labios con los míos en un pequeño y corto pero delicioso beso. – Solo no te acostumbres a que esto pasé.
- Mjm. – dije sonriendo victorioso.
- Es verdad.
- La única verdad de todo esto es que ambos deseamos los labios del otro y creo que es justo que de vez en cuando hagamos un pequeño intercambio como el de hace unos instantes.
- Te pasas de gracioso.
- Por eso te gusto.
- Que pesado eres.
- Por eso te gusto aun más. – dije riendo complacido.
- Odioso.
- Bella.
- ¡Jum!
Pasamos una bonita tarde charlando un poco acerca de nuestro años escolares. Aquellos días en donde era un buen estudiante y hasta mis compañeros se peleaban por hacer los proyectos conmigo. Al parecer Isabela era mala en la música y en las artes, creo que todo lo contrario a mi, porque ella destacaba en las matemáticas y en la física. Hacíamos la pareja perfecta, simplemente nos complementábamos. Con cada segundo que pasaba junto a ella sentía que lo demás no existía, que mis recuerdos amargos se desvanecían. Era como que la vida me estuviera dando la oportunidad de volver a escribir en aquellas paginas, aun con manchas, pero listas para empaparse de nueva tinta. Recuperar los años perdidos. Sonreír ahora parecía más fácil. Por fin mis días parecían tener la luz que necesitaban, esa luz emocional y motivacional que hace querer vivir con un plan, un propósito.
Los días se están acabando y pronto las tutorías con sus números podrían no unirnos más. Aprobar mi primer examen del trimestre fue una sensación nunca antes sentida desde que comencé la universidad, pero más sentí saber que ya estaba próximo a presentar mi tercer y último examen y que pronto Isabela dejaría de ayudarme. Estos dos meses y medio han sido tan gratificantes, que siento que vivir es lo máximo. Aunque nos hemos mantenido en la promesa de ser amigos, claro, excluyendo el beso en la gelatería, aquella joven me traía vuelto un loco. Solo deseaba al dormir que la noche fuese corta y que mi alarma sonará rimbombante anunciándome que esa mañana también la vería. He mejorado como estudiante, pero también como persona. He asistido fielmente todos los miércoles con ella a la casa hogar a poner un poco de mis muchas fuerzas para ayudar a aquellos que lo necesitan. En mi casa las cosas no han cambiado mucho, a pesar de que las peleas ya no se dan tan seguidas, mi padre aun no puede quitarse la venda de los ojos e insiste con agrandar mi culpa. Trato de ignorar esas situaciones y prefiero darme la vuelta ante esos momentos que quieren quitarme la felicidad que estaba experimentado.
Me preparaba para ir al hospital, donde ya había nacido mi hermoso sobrino. Tenía muchas ganas de conocerlo y poder cargarlo en mis brazos. Mi celular no paraba de sonar con notificaciones del whatsapp. Isabela estaba en su casa desesperada porque pasará por ella para ir al hospital. Ella y Sofía se habían vuelto muy buenas amigas. Estaba más emocionada que yo con el nacimiento de Andrés, como decidieron nombrarlo. Sin embargo yo la estaba haciendo sufrir un poco. Está noche estaba decidido a poder expresarle mis sentimientos, de los cuales ahora estoy muy seguro. Tenía preparado una serie de pequeños detalles para hacer aquel momento muy especial. Hasta le había pedido prestada la camioneta a mi madre, algo que no suelo hacer. Estar frente al volante de un auto me aterra más que conducir una moto. Terminaba de peinarme cuando esta vez cayó una llamada de Isabela.
- Aló.
- ¿Dónde estás? – preguntó desquiciada.
- Saliendo de mi casa. ¿Siempre eres así de desesperada? – decía mientras me dirigía al carro.
- ¡Ahh! Ian... ya sabes que si. Más cuando un pedacito de carne espera por conocer a su tía.
- Jum. ¿Tía? Creo que me gusta.
- Deja de molestar y apresúrate.
- Creo que consideraré darle una tía como tu a mi sobrino. Tan mandona y desesperada. Creo que no es bueno para la salud mental de un recién nacido. Además, estás un poco loca y maniática con la puntualidad y los bebés son las cositas más impuntuales que existen. Andrés es el claro ejemplo, tuvo que haber salido hace diez días y tuvieron que sacarlo literalmente.
- Ian...
- ¿Qué? Es cierto.
- Mejor apresúrate. Llevo media hora esperándote.
- Estoy afuera mi bella. – dije riendo. Su casa estaba tan cerca como una llamada de un minuto.
- Eres único. Adiós.
Cuando salió de su casa y se acercaba al auto pude vislumbrar su enojo por mi retraso, pero cuando abrió la puerta su semblante cambio por completo.
- ¿Y esto? – preguntó un tanto sorprendida.
- Es para que me perdones por ser tan impuntual. – dije sonriendo y ella entonces sostuvo en sus manos el ramo de flores que había puesto en el asiento del pasajero con la esperanza de sorprenderla un poco. No soy un fanático de las flores pero esa mañana que pasé a comprarlas me hice un experto. El ramo contenía rosas, yerberas, hortensias y claveles en tonalidades pasteles. La verdad es que era un espectáculo, no quise escatimar en nada. Cuando se sentó me vio con una sonrisa.
- ¿En serio es para mi?
- ¿Por qué lo dudas?
- Porque puedes estar molestándome y pueden ser para Sofía. – entonces volví mi mano izquierda a los asientos de atrás y le mostré un arreglo floral en color azul y verde de hortensias con un pequeño osito de peluche color café.
- Éstas son para Sofía y Andrés. Ahora sabes que no te estoy molestando. – puse atrás el arreglo nuevamente para luego sostener su mano y darle un tierno beso. - ¿Nos vamos? – ella tan solo asintió con una sonrisa en su rostro.
En el camino yo iba algo concentrado en tomar la ruta más despejada y llegar lo más antes posible. Iba tarareando la canción que iba sonando en la radio, una de esas canciones que te sabes porque son tan famosas que las escuchas en cualquier lugar, "She will be love" de Maroon 5 para ser específicos. La verdad ni me había percatado que lo hacía hasta que ella posó su mano sobre la mía que iba en la palanca de cambios.
- Me encanta escucharte cantar. Más cuando sé que no son tu estilo. Me hace saber que hay un Ian tierno adentro. – entonces sonreí y tomé de nuevo su mano para darle un tierno beso.
- No soy el más romántico hombre sobre la faz de la tierra, pero creo que encontré mi corazón otra vez. Gracias a ti mi pequeño ángel.
- Harás que me sonroje. Por cierto, gracias por las flores. Son bellas. Jamás me habían regalado algo así, tan grande, tan bien escogido. Amo las hortensias. – dijo admirando las flores.
- No tienes nada que agradecer, al contrario, yo soy quien tiene mucho que agradecerte.
Al llegar al hospital trate de correr para poder abrir su puerta. Ella se había adelantado un poco pero alcance ha ayudarla a bajar.
- ¿Hombre nuevo?
- Mucho, aunque nunca había tenido la oportunidad de ser yo tu chofer en un auto. En la moto estás obligada a bajarte primero si no quieres que te pasé lo que le hizo Will Smith a Eva Mendez en Hitch. – le decía mientras caminábamos.
- Es cierto, esa es una de las mejores partes de la película. Amo cuando él se tira de manera boba a salvarla. Cualquiera hubiera pensado que los dos se iban a ahogar.
- Si. Esa película siempre me hace reír. Es de las pocas comedias románticas que disfruto. – llegamos al counter del hospital. – Buenas tardes señorita, deseaba saber la habitación del la señora Sofía Estrada.
- Si, con mucho gusto. – dijo la enfermera con una enorme sonrisa mientras buscaba en la computadora. – La suite cuatro. Toma el pasillo hasta el final. Es la primera habitación a mano izquierda.
- Muchas gracias. – dije retirándome con Isabela.
- Tu nuevo look atrae más.
- ¿Celosa?
- Para nada.
- ¿Muy segura?
- Si, valgo mucho. Pero esa conversación la dejamos para luego. – dijo tocando la puerta que se abrió casi de inmediato.
- Hola cuñado, pasen. Está comiendo. – dijo en voz suave Camilo al hacernos pasar.
Saludé a Sofía con un beso en la frente y vi al pequeño Andrés bien contento comiendo de mamá. Era un pedacito de carne blanca. Igualito a Sofía de blanco. Isabela también saludó a Sofía con un beso en la mejilla y acarició la pequeña cabeza de Andrés, quien casi no tenía pelo. Yo me senté junto a Camilo, mientras Isabela y Sofía conversaban un poco en voz baja. Las cosas con Camilo se habían tranquilizado mucho después de que me disculpe con él.
- ¿Cómo salió todo?
- Muy bien. Sofía tiene un poco de dolor al moverse. El doctor dice que es normal, al final la cesárea es una cirugía. Andrés pesó ocho libras y midió cincuenta centímetros. Es un gran bebé. Abrió los ojos en cuanto salió y lloró muy fuerte. Es increíble ver todo eso.
- Tranquilo, no vayas a llorar. – dije bromeando.
- Ya lo hice, créemelo. Ya veras cuando tengas los tuyos. – entonces tragué grueso, nunca había pensado en eso. – Oye, no lo vas a creer, pero se parece a Pablo. Tu madre dijo que iba a buscar unas fotos de él cuando estaba recién nacido. Dice que su nariz es la mía, pero que lo demás es igual a Pablo.
- Tiene lógica, Pablo era el clon en hombre de Sofía. Eso me alegra mucho. – dije sonriendo.
- Aunque tu papá reaccionó raro. Casi llora y no dijo nada.
- ¿Dónde andan?
- Creo que fueron a comer algo a la cafetería.
La noticia no me cayó muy bien a mi tampoco. Solo espero que Andrés sea quien pueda llenar un poco del vacío que dejo Pablo en mi papá. Tengo la esperanza que no vaya a ser al contrario.
Cuando por fin había terminado de llenar su pancita, Andrés estaba listo para conocer a su tío favorito. Lo tomé entre mis brazos y la sensación fue increíble. Jamás había cargado a un bebé tan pequeño. Era difícil pero me salía natural.
- Pareces profesional. – dijo Sofía riendo con los demás.
- Creo que me adelantaré un poco en mi vida y me animaré a tener uno. – dije mientras veía a Andrés. Entonces escuché unas risitas muy simpáticas. Y volví a ver a Sofía. - ¿Qué?
- Nada.
- ¿Qué? – le dije serio.
- Nada... es que lo dijiste como si tu lo fueras a cargar los nueve meses dentro de ti y que con todas tus fuerzas lo fueras a dar a luz.
- Que graciosas eres hermanita... muy graciosa. – en ese momento se abrió la puerta de la habitación.
Eran los padres de Camilo que llegaron a conocer al hombrecito más bello del mundo. Cruzaron por la puerta, dejándola a propósito medio abierta, con un enorme oso de peluche que tenía un corbatín azul celeste. Muy bonito. Luego vislumbre a mis padres por el pasillo, discutían un poco. La madre de Camilo, doña Elena, se acercó a mi para poder cargar a Andrés. Mientras yo dirigía toda mi atención al pasillo. Parecía que papá estaba llorando un poco. No podía escuchar lo que decían porque estaban tratando de mantener el volumen bajo. La verdad no estaba en la conversación que estaba tomando lugar en la habitación, cuando Isabela se acercó a mi. Ella ya lo sabía.
- ¿Qué pasa? – preguntó cuando puso su mano sobre mi espalda.
- Nada... solo que me da curiosidad saber lo que hablan mis padres allá afuera. – entonces Camilo con mucha naturalidad cerro la puerta para obtener mayor privacidad y sin darse cuenta de lo que yo estaba viendo.
- Tal vez solo están hablando de Andrés.
- Si, es de Andrés y Pablo. Papá estaba llorando. Creo que quiero irme. No quiero que mi papá en un desliz de sensibilidad les amargue el momento a Sofía y Camilo.
- ¿De qué hablas?
- De esas discusiones que a veces tengo con él.
- ¿Qué tan mal te llevas con tu papá? – y sonreí con sarcasmo.
- Muy mal. Créeme, a veces parece que somos enemigos acérrimos.
- Pero eso no está bien.
- Poco en mi vida está bien Isabela, poco. – entonces me sonrió.
- Estaría mejor si te acercas a Dios. Él puede hacer las cosas mejor.
- Ya hemos hablado de eso. Es difícil para mi ir a una iglesia después de todo lo que he pasado. Fe es lo que menos tengo. – un silencio muy pesado gobernó entre nosotros dos. Cuando entonces vi entrar a mis padres. – Creo que es hora de despedirnos.
- Está bien.
Mi madre saludó a Isabela con mucha ternura. En poco tiempo le había tomado un gran aprecio, y eso que solo la había visto como tres veces antes. Pero Sofía le ha hablado mucho de ella y pues mi madre no es ciega, ha visto el cambio que he tenido desde que la conocí. Mi padre por otra parte la saludó con poco interés, como quien saluda a un extraño por primera vez. Por supuesto, a mi ni me volvió a ver.
- Sofí, Isabela y yo nos tenemos que ir. – entonces me acercó a ella para hablarme al oído.
- ¿Lo harás hoy?
- Si. – dije riendo un poco.
- Buena suerte. Ella es. No te equivocas.
- Eso espero. Te quiero Sofí. – dije dándole un abrazo.
- Yo también hermanito.
Nos despedimos de los demás y del pequeño Andrés, quien me tenía encantado. Cuando subimos al carro el estomago me dio un vuelco. En ese momento empezaba a tomar lugar lo que venía planeando hace una semana atrás todas las noches antes de irme a dormir. Solo esperaba que las cosas salieran como lo planifique y que ella pudiera corresponderme como yo deseaba con todas mis fuerzas. La primera parada era un trago de adrenalina pura.
- ¿A dónde me llevas? – dijo muy curiosa.
- A un lugar. – dije divertido.
- Obvio. Pero, ¿qué lugar?
- Mira, deja de preguntar tanto y confía en mi. Solo espero que no se te hayas olvidado avisar que hoy llegaras tarde.
- Jum.
Nos alejábamos un poco de la ciudad. Y solo veía su rostro intrigado.
- ¿Estás seguro que sabes a donde vamos? No querrás secuestrarme. ¿Verdad? Solo espero que no seas un asesino en serie y que yo sea tu próxima victima. – diciéndome lo mismo que yo le dije a ella la mañana que me llevó por primera vez la casa-hogar.
- Soy un caníbal Isabela. Mi plan es comerte.
- No estás hablando en serio, ¿verdad?
- Claro que si. Para poder matarte y que nadie se de cuenta, debo alejarme lo más posible de la ciudad. Nadie más sabe donde vamos.
- Ian, por favor.
Entonces tomé el puente a desnivel que daba al aeropuerto y ella suspiro.
- ¿Ahora vamos de viaje?
- En está ruta no solo está el aeropuerto. Más allá hay una calle muy solitaria que lleva a un pueblo con pocas personas.
- Ian.
Entonces hice un viraje que ella no esperaba. Era una calle poco transitada y sin nada alrededor. Ella abrió grande los ojos y volteaba a ver para todos lados. Tomé su mano.
- Tranquila. No voy a matarte. Solo que no quiero arruinar la sorpresa. Eres muy preguntona.
- Eres un feo.
- Lo siento. Debo contrarrestar tu curiosidad con algo. Además, tu empezaste.
Llegamos a un bunker con unos aviones chárter y una pista pequeña de aterrizaje. Habían unas veinte personas reunidas en las afueras del bunker. Un avión estaba listo para ser abordado en la pista.
- ¿Eres piloto?
- No.
- ¿Aeromozo?
- No
- ¿Copiloto?
- No.
- ¿Técnico en aviación?
- No.
- ¿Entonces?
- Haremos algo muy divertido.
La ayudé a bajarse del auto.
- Me encanta como luce tu chaqueta azul con esa blusa tan delicada pero creo que tendrás que quitártelas.
- ¿Ah?
- Y ponerte esto. – decía mientras abría la puerta de atrás de la camioneta y sacaba una camiseta blanca que estire para enseñársela. Decía "Nuestra primera vez en las alturas." Y tenía un icono de un muñequito en paracaídas. Todo en color negro.
- ¿Haremos paracaidismo? – dijo anonadada.
- Si. También creo que los tacones no ayudaran. Solo espero haber acertado en tu talla. ¿Siete? – pregunté , dándole al mismo tiempo los tenis de color rojo que había comprado intencionalmente para que combinaran con los míos.
- Pudiste haberme dicho y no hubieras gastado en unos Converse.
- Entonces la sorpresa hubiera perdido el sentido.
- Eres un loco. – dijo con una enorme sonrisa.
- Los vestidores están por allá. Puedes irte vistiendo mientras yo hago el papeleo en la oficina.
Fui a la oficina en donde entré con mucha naturalidad. Entre las cosas que solíamos hacer cuando éramos amigos muy unidos con Matías, Fernando y Gabriel era paracaidismo así como todos sus relativos en deportes extremos. La adrenalina por sobretodo.
- Ian, hermano.
- Hola Gabriel. – dije apretando su mano seguido de un fuerte abrazo.
La pasión por aquel deporte había llevado a Gabriel a montar su propio negocio de paracaidismo. A pesar del distanciamiento era como si nunca nos hubiéramos dejado de ver. El abrazo fue sincero y lleno de mucho cariño.
- Créeme que cuando me llamaste no lo podía asimilar. ¿Dónde está?
- Le dije que se cambiara mientras yo hacía el papeleo.
- ¿Papeleo? Eres bueno.
- ¿Todo listo? – pregunté.
- Si hermano. No te preocupes. Tu solo relájate y disfruta.
- Gracias, Gabo.
Gabriel me prestó el baño para poder cambiarme y salir listo para encontrarme de nuevo con Isabela. Hablando un poco de Gabriel, es un hombre de admiración. Poco después de graduarse del colegio decidió estudiar aviación, una carrera corta pero a mi parecer muy interesante. Comenzó trabajando en una aereolina de la región, pero don Juan decidió heredar a sus hijos en vida y fue cuando Gabriel obtuvo el capital para poder invertir en su escuela de aviación y paracaidismo. Le ha ido muy bien y ahora cuenta con una flota de cinco aviones charters, unas bellezas. Por los momentos sé que está comprometido. No conozco a su novia, pero debe ser una buena mujer. Gabriel y yo nos mantuvimos en contacto luego de que yo despertará del coma. Siempre nos llevamos muy bien. Pero cuando caí en mis vicios, él, con justa razón se fue alejando, porque en una ocasión salimos juntos de noche de fiesta y pudo presenciar lo hundido que me encontraba y mi necedad por no salir de aquella perdición. Entre sus estudios que realizó en extranjero, sus sueños y metas, en su vida no cabía el alcohol y las drogas. Sin embargo, la semana pasada que lo llamé se comportó como si nunca nos hubiéramos alejado.
- ¿Listo?
- Si.
- Creo que ya te espera afuera. Es muy bella.
- Gracias, hermano. – le dije con una sonrisa.
Salimos y de inmediato noté la sonrisa enorme que ella tenía en su rostro. Le sentaba bien el look deportivo. Siempre andaba vestida muy femenina. Nunca la había visto de tenis.
- Te lucen los Converse. Te hacen ver relajada.
- Soy relajada.
- Bueno... Isabela, él es Gabriel, un viejo amigo de la infancia. Él nos ayudará hoy.
- Muchos gusto, Gabriel. ¿Gabriel el de la cuatrimoto?
- Ese mismo. Mucho gusto. Veo que Ian te ha hablado de mi.
- Si, un poco.
- Espero que solo cosas buenas.
- Mmm... si no mal recuerdo me dijo que eras malo con las chicas.
- ¡Ahhh! Viejas rachas aquellas. Pronto me casaré.
- Felicidades.
- Gracias. Bueno. Hoy son mis clientes VIP, pero debo contarles que estamos llenos y debemos proceder.
- Claro hermano, no te preocupes. Estoy ansioso.
Nos dirigimos al cuarto de equipo, donde estaban todos los implementos que necesitaríamos. Gabriel nos explico un poco sobre la seguridad, el paracaídas y el avión. Isabela se veía muy concentrada prestando atención a cada momento. Yo por mi parte, me sabía aquel sermón casi de memoria. Entonces mientras Gabriel hablaba, yo tomaba algunas fotografías con mi iPhone. Ella se veía hermosa con su cara seria.
Cuando Gabriel terminó de explicar todo, procedió a ajustarnos los arneses a nuestros cuerpos. Ahora la situación parecía más real. Nos dirigíamos al avión, pero antes sostuve su mano y la detuve.
- ¿Estás lista?
- Eso creo. Estoy algo nerviosa. Pero tengo muchas ganas de hacerlo.
- Solo quiero que lo disfrutes y recuerda que debes confiar en mi.
- Claro.
Nos subimos al avión. Y al despegar ella sostuvo muy fuerte mi mano. Era divertido verla tan nerviosa. Cuando conseguimos la altura deseada. Gabriel se acercó a nosotros.
- Bueno chicos. ¿Están listos? – los dos asentimos. – Isabela, es tu primer salto tándem lo que significa...
- Que debo ir sujeta al instructor.
- Así es... Vengan.
Nos pusimos en pie y Gabriel nos puso en posición. Ella enfrente de mi para sujetarla.
- Espera. ¿No eres tu el instructor?
- Ian es un experto por si no te lo había contado.
- Están locos.
- Recuerda. Confía en mi. He hecho esto muchas veces.
- ¡Dios! Ahora yo me volveré loca.
Gabriel terminó de sujetarnos y ponerme el paracaídas en la espalda. Nos pusimos las gafas y estábamos listos. Nos acercamos a la compuerta de salida. El viento corría rápido. El sonido del motor del avión era algo ensordecedor. Yo me sostenía esperando la aprobación de Gabriel.
- ¿Lista?
- Eso creo. – entonces me solté a la señal e inmediatamente ella comenzó a gritar y yo solo podía sonreír. – Esto es increíble.
Gabriel nos alcanzo en la caída para poder tomarnos una fotografía. La vista era increíble. El valle de un hermoso verde contrastaba con las edificaciones de la ciudad. Aquel momento de plena libertad junto a la mujer que amaba era fascinante. Podíamos volar juntos como una realidad, como una metáfora, como un sueño, como lo que quisiéramos, podíamos hacerlo juntos.
Al tocar el suelo la caída no fue la más perfecta, pero sobrevivimos. Ella reía de su torpeza y yo de cómo reía. Gabriel se acerco a nosotros complacido porque todo había salido como lo habíamos planeado.
- ¿Quieren saltar otra vez? – preguntó bromeando.
- Creo que por hoy fue suficiente para mi. Mi corazón está a mil por hora. Aun no he caído a la realidad de que acabo de saltar de un avión en paracaídas. Eres realmente interesante Ian. Guardas muy buenos secretos bajo la manga. – dijo complacida de la sorpresa.
- Bueno, entonces sigamos con la ruta que el día es joven aun.
- Gracias por confiar en nosotros. – dijo Gabriel. – Espero verlos nuevamente.
Nos despedimos con un fuerte abrazo con la promesa de retomar nuestra amistad distanciada por las vueltas de la vida, marcada por aquella tarde lluviosa. Sin embargo, no puedo olvidar que Gabriel fue el único que llegó a verme al hospital luego de haber despertado del coma.
Caminamos hasta el auto y le brinde su blusa y su chaqueta, pero ella solo decidió ponerse la chaqueta. Confesó estar encantada con la camiseta que le regalé. La chaqueta azul combinaba muy bien con todo, incluso con los tenis. La verdad me encantaba poder agregarle un poco de mi estilo relajado a su elegancia. Me sentía muy satisfecho de saber que disfrutaba de esos detalles. Por los momentos todo iba muy bien.
Llegamos al estacionamiento de Frites, donde prácticamente habíamos tenido nuestra primera cita y donde por primera vez pude contarle mi verdad a alguien.
- Muy acertado. – dijo con una sonrisa.
- ¿Tienes hambre?
- Mucha.
Nos bajamos y ordenamos muy similar ha aquella vez con la excepción de que ella tomó mi mano cuando caminábamos a la mesa. Fue un momento muy espontaneo, muy inesperado. La misma mesa, las mismas personas pero diferentes circunstancias... si, eso pensé hasta que ella cambio todo.
- Ian, antes de seguir con todo esto... porque creo saber hacía donde vamos... debo confesarte algo... algo muy fuerte que marco mi vida.
- Vaya lugar. Creo que debemos saber que es lugar de confesiones. – dije riendo algo nervioso, ella tomó mi mano.
- No sé si te hará cambiar de opinión sobre todo lo que has planeado y si es así lo respetaré.
- Me asustas. – tomé un poco de mi bebida. Era como revivir aquel día pero a la inversa.
- Ian... yo... yo estuve a punto de casarme.
- ¡¿Qué?! – dije anonadado. Esperaba que me dijera que había consumido drogas y que se había recuperado o que padece de alguna enfermedad crónica, no sé... menos que estuvo a punto de casarse.
- Es difícil hablar de esto para mi. No es que no lo haya superado, porque lo he logrado gracias a Dios.
- Pero eres muy joven, ¿cómo pensabas en casarte?
- Mis padres pensaban lo mismo. Cuando tenía quince conocí a Diego en un retiro de jóvenes de mi iglesia. Él es hijo de un conocido salmista del país y su padre fue invitado al evento para que dirigiera la alabanza. Pues mi padre es líder de jóvenes y como su hija esperaba siempre que lo ayudara y esa no fue la excepción. Parte de mi tarea en ese evento era tratar de integrar a Diego con los demás jóvenes para que no se sintiera tan aislado. Pues así iniciamos una amistad que luego se convertiría en una relación de cinco años. Los tres primeros años a escondidas de nuestros padres, pues obviamente porque no aceptan noviazgos tan jóvenes. Pero cuando yo me gradué del colegio decidimos decirles. Diego es mayor que yo por tres años. Así que básicamente la del problema de edad era yo. Bueno, en mi fiesta de cumpleaños numero veinte me sorprendió con la bendita propuesta de matrimonio. Él ya había hablado con mis padres, que por supuesto no estaban muy de acuerdo pero por mi felicidad estaban dispuestos a acceder. Los dos ya habíamos hablado de matrimonio, pero nunca tan enserio y por eso me tomó por sorpresa. La emoción y mi velo de amor por él me impulsaron a decir que si. Pues ya comprometidos fijamos una fecha, seis meses después de la propuesta de matrimonio. Mamá y yo planificamos todo. A dos semanas de la boda y en un encuentro a solas... - ella tragó grueso. – Me entregué a él por tonta, estúpida, por confiada... - decía con lágrimas en sus ojos y yo tomé su mano con fuerza.
- Tranquila... no quiero que llores por favor. Me partes cuando lo haces. – entonces retiré las lágrimas de sus ojos con mi mano derecha.
- Ian... yo no quería hacerlo, porque sabía que eso debía pasar después de la boda. Ante los ojos de Dios no estaba bien. A pesar de que lo amaba después de haberlo hecho me sentía sucia. Mi espíritu estaba inquieto. Esa noche no me llamó. Pasaron tres días sin aparecer. Yo no le decía nada a mi mamá porque no quería que se descubriera. Una semana antes de la boda llegó a mi casa y me dijo que estaba arrepentido, que él no me merecía y que no debíamos casarnos. Luego de eso me hundí. Sabía que Dios no se había agradado por lo que había hecho y mi culpa me sumergió en una horrible depresión y acercarme a la iglesia era lo que menos quería. Ian, perdí mi virginidad con el hombre que iba a ser mi esposo pero no termino siéndolo. El hombre que amaba se fue con mi más preciado tesoro.
- ¡Shhh! – dije poniendo mi dedo índice en sus labios. – No te culpes más. No porque hayas perdido tu virginidad dejas de ser pura. No porque hayas perdido tu virginidad dejas de ser valiosa. Vales por esto. – dije tocando su pecho en el corazón. – Isabela... no quiero hacerte sentir mejor diciéndote que me he acostado con muchas, ni con decirte que a mi no me importa si no eres virgen. Quiero que sepas que me gustas, me encantas, pero eres tan pura, tan sensible que hasta ahora me doy cuenta que no se me ha cruzado por la mente romper contigo esa línea de respeto. No hasta su debido tiempo. Tu me has cambiado.
- Ian, solo no quiero que me lastimes.
- Prometo no hacerlo. Estoy decidido a no hacerlo. – dije simplemente abrazándola. – Ya no llores. Ahora entiendo lo que me dijiste aquella noche. Tienes miedo y yo también. Tú miedo a que yo te haga daño y yo miedo ha hacerte daño. Creo que juntos podemos hacerlo.
- ¿Puedes contenerte?
- Es difícil pero no imposible. De eso se trata el amor ¿no? Ceder cuando debes para complacer al que amas.
- Creo que si. – dijo sonriendo.
- Bueno, creo que mejor comemos antes de que todo se enfríe.
Aquella confesión fue algo impactante. Isabela era bella de pies a cabeza. Era delgada pero con atributos exquisitos, de pechos redondos, tamaño adecuado y altura perfecta, una cintura que hace sus perfectas caderas más perfectas, largas pierna torneadas, toda una latina en tez blanca. Su rostro de rasgos finos y ese lunar tan sexy en su mejilla. Sin embargo sus tiernos ojos almendrados hacían reflejar su interior puro. Sin duda cualquiera mataría por estar con ella en la cama, pero más que cuerpo, por quien ella era daban ganas de tocarla suave, despacio y con el sentimiento más ingenuo posible. Muñequita de porcelana al fin.
Ahora, por otro lado, comprendo su miedo. Ha de ser muy fuerte entregarte a alguien en todos los sentidos y que esa persona de la noche a la mañana te deje solo llevándose gran parte de ti. No puedo comparar lo que me pasó a mi con Andrea con lo que le pasó a Isabela con el desalmado de Diego. Ya lo odio. Espero que nunca se cruce en mi camino. La verdad es que he sabido que la relaciones entre humanos pueden ser muy difíciles de llevar, claro ejemplo mi padre y yo. Pero creo que cuando haces química todo es diferente. Isabela simplemente saca lo mejor de mi y creo que yo la ayudo a divertirse un poco más.
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Agradezco tus comentarios. Espero lo sigas disfrutando.
¡Besitos!
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