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Capítulo 8



Al llegar a mi habitación, me deje caer a la cama, sin vestirme propiamente para dormir, no importaba la comodidad, solo necesitaba cerrar mis ojos de una buena vez. Esperaba que esas horas de sueño fuesen eternas para descansar bien.

- ¿Ian? – escuché entre dormido. – Ian, hijo, despierta. – esa suave voz solo podía ser la de mi madre.

- Ma, tengo sueño. – dije entreabriendo los ojos.

- Es que una joven llamó a la casa, dice que estuvo llamando a tu celular pero que no contestas y te dejo dicho que no olvides tu tarea.

- Cierto. – dije sonriendo.

- Creo que esa muchacha se preocupa mucho por ti. – dijo con voz bromista.

- ¿Celosa? – pregunté divertido.

- Mucho.

- No tienes porque estarlo, tu eres la mujer de mi vida. – dije tomándola en un abrazo tumbándola en la cama y dándole muchos besos. Ella reía.

- ¡No, Ian! Cosquillas no. Respeta a tu madre.

- Te quiero mamá. – dije finalmente dándole un beso sonado en la mejilla y poniéndome en pie.

- Creo que debo conocer a esa joven, alguien esta cayendo en los brazos de cupido.

- ¿Tu crees? – dije buscando que ponerme. Tenía en mi mano derecha un jean negro desgastado, mientras en la otra un jean azul claro estilo roto. Decisión difícil, pero hoy no amanecí con ganas de vestir de negro, así que tomé el jean azul claro roto, una camisa manga larga a cuadros en rojo y azul, camiseta blanca por dentro y unos zapatillas blancas.

- Pues si hasta tu gusto en la ropa a cambiado, creo que eso va por buen camino.

- Eso espero. Iré a bañarme. Enseguida bajo a desayunar. A todo esto, ¿Qué hora es? – dije quitándome la camisa.

- Son las ocho y minutos.

- Debo apresurarme.

Me metí a la ducha y tomé un baño caliente, muy relajante, que hasta mi mano lo agradeció. Cantaba, debo confesar que soy bueno en ello, la música se me da muy bien. Estaba feliz. Recordaba constantemente sus labios y sus palabras. Me sentía como un niño con juguete nuevo. La vida cambia, cambia porque hay personas que se convierten en motivos. Motivos que te impulsan a tener una razón. Razón que basta para hacer algo diferente. Tal vez perdonarme sea una manera de encontrar una salida, porque sin duda aun cargo con el peso de la culpa. La muerte de mi hermano no ha sido cualquier cosa. A veces pienso en el hubiera, pero eso no remedia nada.

Baje a desayunar y en la mesa estaba Sofía con su panzota. La salude con un beso en la mejilla y me senté a su lado. Mamá de inmediato me sirvió el desayuno.

- ¿Por qué tan feliz? ¿Isabela? – dijo luego de verme con ojos curiosos y una sonrisa.

- Puede ser. – contesté importante.

- Ella es Ian, lo sé. – dijo seria.

- ¿De qué hablas?

- Que ella es la indicada para ti.

- ¿Cómo lo sabes? – dije asombrado.

- Solo lo sé. Algo en mi interior me lo dice y me da paz.

- Creo que mi sobrino te está dando muchas patadas. – dije gracioso.

- Bueno, si, pero es en serio. No le des más vueltas al asunto.

- ¿Cómo sabes que estas enamorado de alguien? – ella sonrió complacida.

- Pues no hay un cuadro de diagnostico preciso que te diga si lo estas. Todo depende de ti, pero sin duda hay factores comunes en todos los casos que conozco de enamoramiento. – dijo riendo.

- ¿Cómo supiste que estabas enamorada de Camilo?

- Pues no recuerdo todo con exactitud, solo sé que ansiaba siempre estar con él, que moría por compartir mis vivencias con él, que sin importar mis estados de ánimos había algo que siempre quería y era estar a su lado. Creo que todo redunda en cuánto quieres estar con esa persona y las razones por las cuales quieres estar a su lado. Por ejemplo, esa persona te entiende, te hace reír, te hace sentir comodidad, te motiva y entre otras cosas, aunque para mi, lo más importante es cuando estar con esa persona te hace ser tu mismo y que hay una aceptación. Va más allá de las risas, los suspiros e incluso los besos y las caricias, porque es ahí donde puedes caer en confusión. Tal vez pienses que estás enamorado de esa persona pero en realidad todo es físico.

- Sinceramente... ¡Qué complicado!

- No, no es complicado, una vez encuentres la ruta todo es más fácil. Además, por lo general y más para los hombres el enamoramiento comienza por lo visual. ¿Te parece bonita?

- Más que eso... ella es bella. Lo supe desde la primera vez que la vi. ¿Sabes qué pensé? Que era un ángel y eso que no creo en ellos. – ella río.

- Eres único hermanito. Para mi si estas enamorado y lo más bonito es que tu aun no lo sabes.

- Ni me lo digas.

- Ojalá todo salga bien. No olvides ser un caballero.

- Si, eso lo traigo muy presente. Oye, hablando de otras cosas...

- Sé que vas a preguntar... y pues déjame contarte que hoy me acompañará a consulta y que quizás sea mi último día en casa.

- ¿En serio? ¿Ya se arreglaron?

- No del todo, pero debo reconocer que ha hecho un esfuerzo por recuperarme. Soy de las que pienso que todos necesitamos una segunda oportunidad. Eso también te incluye a ti, Ian.

- ¿De qué hablas? – pregunte tras el sorbo de café.

- De Pablo.

- Sabes que ese no es tema de conversación. Buen provecho. – dije poniéndome en pie. – Tengo un día largo. Gracias por los consejos. – dándole un beso en la cabeza para finalmente retirarme de la mesa.

Iba caminando por el pasillo hacía la puerta principal de la casa. Lo acepto, iba muy distraído redactándole un mensaje a Isabela, cuando me tope con mi papá, hombro con hombro.

- ¡Fíjate por donde caminas! – dijo muy molesto.

- Perdón papá. Fue un accidente, no te vi.

- ¡¿Y cómo me vas a ver si vas con los ojos pegados a ese aparato?! ¿Para dónde vas? – preguntó aun más molesto.

- Voy a trabajar en una tarea pendiente a la biblioteca de la universidad.

- ¡Vaya! Ya era hora. ¿Ayer por qué viniste tarde? Porque no creas que no me di cuenta a la hora que cruzaste por esa puerta. – dijo señalando la puerta al final del pasillo.

- Estaba trabajando en las tareas. – rió sarcásticamente.

- Si, como no. – dándose la vuelta.

- Veo que nada te complace. Ahora que por fin me hago responsable, parece que tampoco llena tus insatisfacciones.

- Escucha bien, a mi no me hables así sino quieres que te reviente la boca.

- No tengo miedo, sabes que hasta hoy te he respetado, pero ya me harte de tu indiferencia y tus reclamos. Permiso. – dije retirándome a la puerta.

Sabía que había quedado anonadado con mi actitud. En lo últimos cuatro años lo único que he hecho es callar, callar ante todo aquello que profese una humillación a mi persona. Creo que hasta cierto punto, el hecho de utilizar las tarjetas de crédito con abuso, las llegadas tarde, fumar dentro de la casa y beber a cualquier hora ha sido una manera de descargar todo lo que pienso y quiero decirle.

Admito que durante todo este tiempo él ha cargado con mis finanzas, nunca se lo pedí así, pero tampoco me ha dejado trabajar, solo por el amplio capricho de hacerme terminar la universidad. Desde el primer día que anduve por los pasillos de la universidad deseé que volviera a mí la ambición de lograr un título, por ellos. Pero la depresión me tenía preso y cuando conocí a Moisés, con él conocí las drogas y perdí el rumbo, perdí esa visión. Todo porque al sentarme a la mesa del comedor veía la cara de indiferencia de mi padre. El silencio mortal de sus palabras. La sequedad de sus ojos y la ironía de su sonrisa muda. Cada palabra que salía de su boca era para escupirme la culpa de la muerte de Pablo. Pero nunca se ha dignado en preguntarme que fue lo que en realidad paso esa noche. Lo único que es constancia para él, son los exámenes forenses que dictaminan que Pablo había consumido alcohol y que murió por un severo impacto en la cabeza. Para él, el alcohol fue mi culpa y el accidente también. A todo esto le sumo las palabras de Matías que tienen más peso que las mías, claro. Es lo que más me arde, que nunca ha podido decir la verdad y aun tiene el cinismo de pedirme perdón.

Despejo mis pensamientos cuando al fin llego a la universidad. Se que no está aquí, pero tengo la esperanza de verla. Me fui directo a la biblioteca y me senté a terminar lo que hacía falta. Absuelto en el trabajo no me di cuenta que era hora de almorzar. El reloj marca las doce del meridiano en punto. Pero decidí terminar los dos últimos ejercicios antes de ir por comida. Mi mano agradecía que bajará por fin aquel lápiz carbón que llevaba torturándola por más de quince horas casi seguidas. Me encontraba guardando mis cosas en el bolso cuando una chica se cruzo frente a mi con una enorme sonrisa. ¡Vaya! Nunca antes me había percatado que en la universidad habían chicas a las que les podría llamar la atención. Por lo general siempre he sido de los que van, se sientan en el pupitre y ya. Nada de vida social, solo lo necesario, maestros, grupos de trabajo y el inteligente bobo que te pasa la copia de vez en cuando. En fin, este es un mundo que en realidad desconozco y por ello he pensado, que si quiero cambiar, es hora de conocerlo un poco. Al fin y al cabo, para graduarme debo pasearme por aquí otro buen rato.

Para comenzar mi nueva aventura, decidí ir a la cafetería por mi almuerzo. Cuando entre y al ver las reducidas opciones de alimento, me decepcione. Desganado, decidí comerme unos tacos con salsa roja. Con bandeja en mano vi a mi alrededor las mesas ocupadas. Frente a mi las típicas chicas que solo pasan frente al espejo y rían para ellas. En una esquina el grupo de los exhibicionistas, los chicos rudos amontonados con sus novias de turno. Más al medio, personas algo normales que ríen por las bromas. En la otra esquina, los inteligentes frente a su computadora jugando más de algún juego de estrategias. Cerca de la puerta, una mesa vacía y decido que ahí es a donde debo ir. Pongo la bandeja en la mesa, luego el bolsón en una silla y finalmente me siento. Minutos después y tras unos cuantos bocados, se acerca una chica con sus ojos deliniados excesivamente, toda vestida de negro, con aretes en toda su oreja derecha y uno en la nariz. Su mirada desea intimidarme, pero no lo logra. Trata de mostrarse ruda.

- La mesa es nuestra. – dice señalando a un grupo que esta comprando y vestidos igual que ella.

- No veo que tenga nombre por ninguna parte. – le digo sereno.

- Es mejor que te retires. No queremos causar una revuelta aquí.

- No lo harán si me dejan terminar con mi comida. ¿Te parece si negociamos? – le digo dándole luego un sorbo a mi refresco y viéndola a los ojos. Mueve su cabeza en señal de que siga hablando. – Dame diez minutos y termino y la mesa vuelve a ser tuya.

- ¿Qué te hace pensar que accederemos? – dice cruzando sus brazos a la altura de sus pechos.

- Es lo justo. Además, no tienes nada que perder. La cola es larga. – señalando la fila donde esperan sus amigos.

- Está bien. Me caes bien. – dijo retirándose con sus amigos.

¡Vaya primera conversación con desconocidos! El mundo parecía más loco de lo que lo recuerdo. No pensé que en la universidad existieran los grupos de rockeros pesados y frustrados. Una sonrisa se me forma en los labios. Parece que será interesante comenzar de nuevo. Estás experiencias no las tengo todos los días. Al terminar mi comida, hago lo que dije, me levanto de la mesa y les dejo su espacio libre.

Camino hacía afuera cuando escucho que alguien grita mi nombre. No presto ni un poco de atención y sigo sin detenerme. A paso lento como venía. Vuelve a hacerlo, grita mi nombre y me alcanza.

- ¡Ian! Hermanito. Te has desaparecido. – dice Moisés siguiéndome el paso. - ¿Qué te has hecho? – le muestro mi mano derecha con el inmovilizador moviéndola un poco, sin decir nada. - ¿Qué te paso? ¿Por qué no nos habías avisado? Mira que John insiste en que busquemos otro batero, porque tu ni contestas el celular.

- No tengo tiempo para los ensayos. John tomó la mejor decisión.

- Pero, tu tienes buenas ideas. John no puede ser el líder.

- Claro que si. Él siempre ha sido el más "creativo". – Moisés se río un poco de mi sarcasmo.

- Creo que si sabes que quiere vender los platos nuevos de la batería sobrará el sarcasmo.

- ¡¿Qué?! – dije deteniéndome de inmediato frente a él.

- Si, dice que necesitamos pedales y nuevos amplificadores. Que tu te excediste con la compra de los últimos platillos.

- ¿Está loco o se hace? Yo compre todo lo que esa batería tiene, porque su egoísmo nunca lo dejo aportar para la banda. Tu sabes que todo el dinero que recolectamos se va en sus gustos. Soy capaz de restregarle en la cara la factura con el número de mi tarjeta de crédito.

- Es mejor que llegues, hermano. John está haciendo lo que quiere.

- Un día de estos caeré por ahí. Por ahorita no puedo conducir y debo estudiar para mi examen de la próxima semana.

- ¡Oye! ¿Y ese cambio? – dijo con una sonrisa sarcástica.

- Es por mi propio bien.

- Hermano, no me digas que te he perdido.

- Creo que un poco, Moi.

- ¿Dónde vas? Tengo tiempo para almorzar y charlamos. Luego nos fumamos un purito.

- No puedo hacerle a esas cosas, hermano. Estoy medicándome, tu sabes. Y ya almorcé.

- Bueno, cuando quieras solo llámame. No olvides pasar por tus cosas. – dijo dándome un fuerte abrazo, el cual devolví con la misma intensidad.

A pesar de lo que hacíamos como amigos, Moisés siempre se comportó muy bien conmigo. Nunca supo porque yo era tan callado y distante, pero a pesar de eso, siempre lograba sacarme una sonrisa. Cuando conocí a Moisés lo hice en el peor momento con mi padre. Era en esos días en que solo vivía preguntándome cómo habían sucedido las cosas y que por más que se las explicará mil veces nunca me creía. No me explico el por qué de la necedad de preguntar por lo mismo para recibir la misma respuesta y no creerla. A la semana de conocer a Moisés, él me invito a una fiesta, la perdición de un mundo que no conocía, pero que me llamó al instante en que se abrieron sus puertas.

Lo recuerdo como si hubieses sido ayer. Llegamos a un bar muy pequeño, de quizás unos ocho por ocho metros cuadrados, nada lujoso, por el contrario, viejo y anticuado. La pared del fondo vestida completamente de madera oscura, con estantes viejos de la misma madera, donde posaban una y mil botellas de licores, copas, vasos, unos cuantos platos y fotografías en marcos avejentados de muchos estilos de motocicletas Harley Davidson. Una barra para ocho, de un color más claro, con siete sillas altas color naranja, faltaba una, la que cuentan fue estrellada contra la pared en una pelea. Los pisos eran de concreto pulido, manchado por el tiempo, por las miles de pisadas de suelas de botas y tacones de punta. Alrededor de unas tres mesas para cuatro, distribuidas en el lugar. Ninguna era igual a la otra, todas tenían alguna curiosa historia de cómo llegaron a formar parte de aquel bar. Al fondo, a la izquierda, una batería sobre una alfombra azul muy desgastada, una guitarra, un bajo, un sintetizador, amplificadores, mechas desordenadas, un micrófono de pedestal y un gran cuadro con la banda fundadora de aquel bar que se hacían llamar "Utopía".

Entre en silencio, solo observando todo a tenue luz, mientras Moisés se abría paso con confianza, directo a la barra, donde se sentó frente al bartender, un hombre de color, alto, corpulento y de sonrisa amplia. Hago lo mismo y me siento a su derecha, algo tímido. El resonante estruendo de la guitarra y la batería en las bocinas de sonido me tenía algo desorientado. No solía escuchar rock en aquel entonces, siempre fui enseñado a lo clásico, a lo pop, a lo rock alternativo. Esa noche me dio la bienvenida a ese mundo la banda de death metal "Decapitated", con su rola Homo Sum.

- ¿Qué quieres de tomar? – preguntó gritando Moisés para que lo pudiera escuchar por encima de la música.

- Una Corona. – dije con naturalidad.

- ¿Eres homosexual o qué?

- ¿Por qué? – pregunté extrañado.

- Algo más fuerte. Pediré por ti. – y se dirigió al bar tender.- Dos Everclear a las rocas.

- ¿Qué es eso?

- Digamos que algo fuerte. Contiene 75.5% de alcohol, en algunos lugares es ilegal su distribución, pero aquí todo es licito.

- Solo te advierto que no he comido nada.

- No te preocupes, ahorita lo solucionamos. José, ordénanos dos hamburguesas también. – José asintió.

- Parece que tienen de todo aquí.

- Así es, cuando te acostumbres lo sentirás como un hogar, un refugio para tus problemas.

- Veremos... eso espero.

- ¿Cigarro? – dijo sacando de su bolsa del pantalón un paquete de Marlboro rojos. Asentí y me dio uno y luego los cerillos para encenderlo. Mientras él hacía lo mismo explore con los ojos un poco más el lugar.

Cerca del "escenario", sentados en una de las mesas, habían dos mujeres y un hombre. Una de ellas era de buen parecer, de unos treinta y tantos, cabello negro, blanca, de rasgos finos, estaba sentada pero parecía de estatura media, vestía de jeans azul oscuro, blusa negra y encima una chaqueta de curo negra, unas botas que llegaban hasta sus pantorrillas de tacón de punta, de cuero por supuesto, su maquillaje era muy fuerte, más en sus ojos acentuados muy bien con delineador negro que hacía que el verde de sus ojos fuese más claro. Su mirada era una fantasía. Me sonrió y fue tan intimidante que solo pude sonreír bobamente y volverme a Moisés.

Comenzamos una conversación sobre música con Moisés y José, quien parecía muy amigable para su semblante. Las hamburguesas llegaron y estaban exquisitas para el lugar donde nos encontrábamos, o tal vez fue el hambre. Disfrutaba de mi último bocado de la hamburguesa, cuando aquella mujer se sentó a mi lado y los nervios se me pusieron de punta al verla ahí. Le pidió una margarita a José y yo masticaba apresuradamente para que no me viera con la boca llena. Luego de ordenar, se volteó a nosotros.

- Hola Moisés... ¿Nuevo amigo? – dijo sonriéndome de manera seductora. Yo solo pude tragar rápido y la vi a los ojos, me hechizo.

- Hola Andrea. Te presento a mi amigo Ian. – dijo Moisés dándome unas palmadas en la espalda.

- Mucho gusto. – dije sin quitarle la mirada y extendiendo mi mano derecha.

- El gusto es mío. – dijo mientras se acercaba a mi mejilla, dejándome la mano colgada y con un vuelco en el estomago. – Cuídense pequeños. Espero verte más seguido por aquí, Ian. – dijo retirándose con su bebida en mano.

Agarré mi vaso de Everclear y me lo tomé hasta el fondo. ¡Qué mujer! Fue una sensación electrificante sentirla tan cerca de mi. Nunca había visto una belleza tan exótica ante mis ojos, no así de cerca.

- Oye, tranquilo. No te metas con ella, es la mujer del jefe. Saldrás muerto. – dijo Moisés con voz seria.

- No podría con una mujer así. Es mayor que yo. – le dije muy tímido.

El resto de la noche fue escuchar a la banda. El "jefe" tocaba muy bien la guitarra. Lo conocí de frente. Su nombre era Erick y era un hombre como de cuarenta años, de contextura muy gruesa, barba y bigote, blanco pero desgastado por el sol por sus muchas pecas. Sin duda nadie se metería con él, parecía muy furioso, sus ojos me decían que a pesar de tener un negocio "exitoso", una mujer bella y trabajar en su pasión, la música, era un hombre infeliz, tan enojado con la vida, igual que yo. Entonces pensé que quizás ese sería mi destino y en el fondo lo acepte porque lo vi bien en aquel momento. Esa era mi vida y cuanto más conocía, más me hundía.

Las visitas al bar eran recurrentes, al menos unas cuatro o cinco veces a la semana después de la universidad. Mis llegadas tarde traían loco a mi papá y más me empecinaba en agregarle minutos a mi hora de llegar a la casa. Ver a papá furioso y lleno de impotencia me alimentaba de una manera irracional. Quería que estuviera tan amargado como yo me encontraba en aquel momento. Deseaba que se volviera tan loco como yo en mi demencia. Cada vez que entraba y me veía borracho no hesitaba en comenzar a tararear sus grandes sermones y amenazas de mandarme con todo y maletas a la calle. Me entraba por uno y me salía por el otro oído.

Las semanas pasaban y yo ya ni me asomaba por la universidad. Matriculaba unas dos clases y lo demás del dinero me lo quedaba, porque papá pensaba que llevaba cuatro clases. El bar sin duda se convirtió en mi hogar. Moisés me presento con John y así fuimos formando la idea de una banda. El "jefe" se hizo nuestro consejero y vaya que sabía de música. Mientras que Andrea no dejaba de intrigarme con su mirada, con sus movimientos y su sonrisa tan provocadora.

Ahora, ahora conocía la marihuana y vaya que me hacía sentir bien. Me tranquilizaba, me relajaba y me hacía disfrutar el momento. Pasé a la cocaína en cuestión de dos meses y ahí si que volaba. Cuando me sentaba frente a la batería era un dios. El "jefe" me quería contratar, aquello me emocionó de tal manera que olvide a Moisés y a John con nuestras ideas. Acepte de inmediato. Moisés no me reprocho nada, era el sueño de cualquiera tocar con ellos. Mientras John, como siempre, me lo reprocho a tal grado que dejó de hablarme. Obviamente no podía desbancar al actual baterista, pero el "jefe" decía que quería enseñarme mucho y por eso solo tocaría los días tranquilos del bar, lunes y martes. Los ensayos eran todos los días por la mañana. Nunca falte a uno hasta que aprendí todas las canciones y en mi primera tocada fui un éxito. Aquello vacío me llenaba.

Lo recuerdo muy bien, como si hubiera sido ayer. Fue un lunes de mayo, ensayábamos cuando el "jefe" recibió una llamada de su madre. Si, también tenía una mujer que lo trajo al mundo y también la respetaba y amaba como a nada en el mundo. Al parecer su madre vivía en Chicago con su hija menor. Clara, quien estaba muy enferma. El "jefe" debía irse y dejo todo en manos de Andrea. El martes tomó el primer vuelo y no tenía boleto de regreso, la situación parecía difícil para aquel hombre duro y amargado, quien tuvo destellos de sensibilidad al momento de recibir aquella llamada.

El bar no podía parar. Al mando de la guitarra quedo Carlos, quien por lo general tocaba la segunda guitarra e invitaron a Josué para rellenar y tomar el puesto de Carlos. Yo siempre tocaba los lunes y martes, mientras que Jonathan los demás días. Los ensayos continuaron igual. La ausencia del "jefe" casi no se hacía notar. Ya habían pasado dos semanas.

Un viernes, al finalizar el ensayo, salí del bar como de costumbre. Subí a mi moto pero por alguna extraña razón no encendía. Me enfurecí. Decidí caminar. Llevaba dos cuadras cuando su auto iba al paso de mi caminar y bajo el vidrio del pasajero.

- ¿Quieres que te lleve? – dijo con su usual sonrisa.

- No, estoy bien. – dije sin parar y recordando las palabras de Moisés.

- No pasará nada. Él no está. – y en mis adentros me dije que era muy obvio.

- ¿Segura? – deteniéndome.

- Si, muy segura. – dijo al aparcarse para que yo subiera.

Subí al auto sin imaginar ni un poco lo que ese día iba a pasar. Le dije que me dejará en la universidad y todo iba bien, hasta que se desvió y entro a una residencial muy bonita. No dije nada y ella solo me vio con una sonrisa. Llegamos a una casa de dos pisos, de arquitectura contemporánea, de tamaño regular y con detalles de piedra en la fachada. Ella saco el control del portón que se abrió de inmediato. Entramos, ella apagó el auto, se quito el cinturón a la vez que saco las llaves del switch. Yo por otra parte estaba inmóvil.

- ¿Tienes miedo? – dijo con voz suave.

- ¿De qué? – dije viéndola con seriedad.

- De estar conmigo, una mujer mayor.

- La edad no te quita la belleza, mi edad no dice que no tenga la experiencia.

- ¿Entonces?

- Respeto, nada más que eso.

- ¿Erick? – entonces yo asentí. – Él no está aquí y no volverá hasta en un par de meses. Tengo mis necesidades, ¿sabes? – yo solo pude reír un poco.

- ¿Por qué yo? En el bar hay tantos que mueren por ti.

- ¿Y tu?

- No niego que tienes algo, pero no daría la vida por estar una tarde como hoy en tu cama.

- Inesperado pero atractivo. Ahora me gustas más.

- No quiero faltarte al respeto, Andrea.

- No lo harás. – dijo acercándose y embobándome con su aroma a jazmín. – Solo cierra los ojos y disfruta. – lo hice muy obediente, en el fondo la deseaba, me volvía loco.

Nos bajamos del auto y en el sofá de la sala hice de su cuerpo algo mío. Fue algo inexplicable. Desde ese día todos los días por casi tres meses no dejamos de hacerlo. Se había vuelto otra de mis adicciones y cada vez me hundía más. Olvide el temor a Erick, estaba decidido a afrontarlo y quedarme con Andrea. Me obsesioné con ella de manera inesperada y no dejaba de pensarla. Hasta que un día caí a mi estúpida realidad.

Agosto comenzaba con tono de ser buen mes y parecía que después de dos años mi cumpleaños sería algo diferente, ya que tenía a esa persona a mi lado. Los rumores de que Erick volvía pronto se hacían cada vez más frecuentes y mi seguridad crecía con mis "sentimientos" por Andrea. Ese dieciséis de agosto, cómo olvidarlo. Estábamos envueltos en las sabanas y ella recibió una de las usuales llamadas de Erick. Le aviso que en cinco días estaba de regreso y que su hermana había fallecido. Tragué grueso cuando Andrea me lo comentó, porque sabía que era perder un hermano. Sin embargo, las ganas de estar con ella eran más fuertes que el respeto al luto de Erick.

El calendario marcaba veintiuno de agosto. Fecha en la que decidí abrirme paso a la vida, pero que en aquel momento imperaba el acontecimiento de enfrentar a Erick por la mujer que creía amar. Amar... ¡Ja! Ni en ese momento sabía que era amar y ni ahora lo sé. Andrea era solo una obsesión sexual, solo era cuerpo, nunca existió el alma. No pasaba de ser una mujer hermosa y sensual, una mujer con experiencia en la cama. Gobernaban las platicas vacías, los silencios pesados y la rutina mortal, pero eso lo supe hasta que caí a la realidad.

Por la mañana asistí como de costumbre al ensayo, ella no había llegado. Deduje que Erick ya había regresado al país. Decidí quedarme en el bar hasta que anocheciera y él llegara. Mi madre, como de costumbre me preparo un almuerzo con toda la familia, pero ni tan siquiera llegue. Estaba ansioso de verlo y confrontarlo, de llevármela a ella lejos de ahí. José fue mi compañía, junto con una hamburguesa, una botella de Everclear y un jalón de cocaína. Andaba muy arriba y me sentía el más poderoso. Seis de la tarde el bar comienza a llenarse para ver la tocada de las siete. Moisés llegó y me saludó muy ameno. Yo comenzaba a irritarme por la espera. Dieron las ocho y no apareció.

- ¿Qué te pasa? – me preguntó Moisés porque no dejaba de ver a la entrada ni de mover mi pierna.

- Nada.

- ¡Oye! Tranquilo, hermano, deja de mover tu pierna que me pones nervioso.

- No puedo.

- Te tienes algo con ella, ¿verdad?

- ¿Quién te lo dijo? – pregunté muy serio.

- Ian, todo el bar lo sabe. Era tan evidente.

- ¿Él lo sabe?

- Creo que si. Es mejor que te vayas y no vuelvas.

- No me iré sin ella. – dije apagando el cigarrillo en el cenicero y tomando mi chaqueta me deslice de la silla para irme a buscarla.

- Ian, hermano, espera. – decía Moisés detrás de mi.

No me detuve ante la molesta insistencia de Moisés de no ir por ella. En aquel momento solo pasaba por mi cabeza todo aquello que había vivido junto a aquella mujer que erizaba mi piel con solo el roce de sus labios con los míos. Aquella pasión con más sabor a lujuria que a amor me traía vuelto un insensato. Arranque mi moto luego de darle un jalón a mi amiga la coca. Me sentía poderoso. Sabía que me debía enfrentar a Erick, pero eso era lo de menos. Si alguien debía salir muerto, sería él, porque en mis planes estaba pasar por encima de él aunque hubiera sangre, solo por la insistencia de tenerla a mi lado.

Al llegar a su casa, me baje de la moto y me asomé despacio por la ventana de la sala de donde venía una tenue luz. Solo deseaba saber que estaba bien antes de tocar o bien, derrumbar aquella puerta. Cuando mis ojos vieron aquella escena lo supe, supe que mi realidad era otra, otra totalmente diferente a la que pensaba. Ella gemía de placer entre sus brazos, así como solía hacerlo entre los míos. Yo no era especial, nunca lo fui, solo fui su desahogo libidinoso durante los meses de ausencia de Erick. Caí de en un precipicio muy alto.

Luego de aquella noche, todas las mujeres que han estado conmigo solo han sido de paso. Nunca he vuelto ha tener una relación, si es que aquello que tuve con Andrea se le puede llamar así.


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¡Besitos!

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