Capítulo 7
Terminamos de comer y minutos después estábamos en su casa. Era la primera vez que iba a su hogar y para mi gran sorpresa vivía a tres cuadras de la mía y no me lo había dicho. Solo pensé por un momento lo cerca que estaba de mí y cómo nunca la había visto antes. En su casa solo estaba la muchacha encargada de la limpieza y su madre, quien me saludó muy abiertamente. Era una señora de estatura media, complexión normal, ni muy delgada ni muy llenita, de tez blanca y cabello castaño, sus ojos eran de un color verde claro y almendrados, como los de Isabela, a diferencia que los de Isabela eran de color café claro. Creo sin duda se parece mucho a su madre, y me atrevo a decir que hasta un poco en sus personalidades, solo que al parecer la madre de Isabela era más artística e Isabela más lógica, en lo que ha carreras profesionales se refiere. Al parecer doña Karla tenía su propio estudio de pintura en su casa y se dedicaba al arte todo el día como un empleo normal impartiendo clases a niños y adultos.
La casa era muy bonita, simplemente moderna. Muebles de cuero, muchas figuras geométricas, madera oscura, paredes claras, piedras sin pulir, grandes ventanales. Llegamos a lo que parecía el salón de estudio. Unos grandes libreros reposaban sobre la pared del fondo. Un escritorio de vidrio de líneas asimétricas y una silla de cuero eran el centro de atención de la habitación, pero nuestro lugar sería la mesa para cuatro justo enfrente de la ventana que daba al jardín trasero. Estaba extasiado con tanta arquitectura moderna.
- Iré por una jarra con agua para lo que nos espera. – dijo distrayéndome de mi recorrido visual por la habitación.
- Si, está bien.
Veía a través de la ventana la piscina que llamaba a cualquiera con su agua cristalina y la luz del sol que entraba a ella para calentarla. En aquel instante se abrió la puerta y vi que se asomo un señor alto, con barba de unos tres días, de tez blanca pero quemado por el sol, con lentes y ojos pequeños, de buen vestir.
- Buenas tardes. – dijo amable. De inmediato me puse en pie y extendí mi mano, porque aquel lunar al lado izquierdo en la mejilla de Isabela solo pudo haber sido heredado de su padre.
- Buenas tardes, señor. – con un apretón de manos firmes. – Ian para servirle.
- Mucho gusto, hijo. Mi nombre es Ricardo, soy padre de Lorenzo.
- Si, lo imagine, de Isabela también.
- ¡Oh! ¿Estás con Isabela?
- Si señor. Ella es mi tutora.
- Disculpa, no lo sabía. Pensé que eras amigo de mi hijo Lorenzo.
- No, no se preocupe. – dije apenado, introduciendo mis manos en los bolsillos de mi pantalón y formando en mi rostro una sonrisa algo tonta. En ese momento, entró Isabela con un azafate con la jarra de agua y dos vasos.
- ¡Hola papá! – dijo dándole un beso en la mejilla. - ¿Ya conociste a Ian?
- Si hija, pensé que era amigo de tu hermano.
- Tenemos que trabajar en un sin fin de tareas. Nos tardaremos mucho.
- Está bien. Los dejo solos para que avancen. - Suspiré profundo de alivio cuando cruzo la puerta.
- Tranquilo, mi padre no muerde. – dijo luego de escuchar mi suspiro.
- No, nada que ver. Solo que nunca había conocido al padre de alguien, bueno, de una mujer para ser especifico.
- Entiendo. Bueno, es mejor que comencemos.
Los minutos de esa tarde parecían ir más lento. Los número eran interminables y mi mano me reventaba del dolor. Apenas se escondía el sol cuando habíamos terminado dos secciones de la tarea, faltaban tres y aquello parecía alargarse cada vez más, porque la dificultad aumentaba una vez avanzábamos a la siguiente sección. Sin embargo me di cuenta que le entendía a todo y que durante todo aquel tiempo solo había sido la renuencia a continuar con mis estudios lo que impedía que pasará la clase. Isabela solo me explicaba las cosas una vez y yo captaba muy bien por su forma de exponerme los temas.
Ocho de la noche y el estomago clamaba por comida y por ello decidimos tomarnos un receso para cenar algo. La madre de Isabela había preparado unas quesadillas de pollo y guacamole, deliciosas por cierto. Sin embargo, lo incomodo fue sentarme a la mesa junto a su familia. Temía que me hicieran preguntas que yo no pudiera contestar, pero para mi fortuna, solo hablaron de ellos y de su día, una manera muy bonita de compartir la mesa. Sin embargo, la sobremesa fue lo que estaba esperando.
- Y... ¿Ya invitaste a Ian a la iglesia, hija? – pregunto don Ricardo.
- No, aun no. No sé si en realidad él quiera ir. – dijo viéndome, seguido de un sorbo de chocolate caliente.
- Voy cuando me digan. – dije apenado y tragándome hasta la última palabra de mi maldita respuesta.
¿Iglesia? Que me invite al cine, a un concierto, a cenar, a un paseo, pero... ¿La iglesia? Creo que no hay un peor lugar para mi. Con solo entrar a una creo que saldrían volando los ángeles de ella y comenzarían a derrumbarse los muros del edificio, sumando que el mismo diablo se me presentaría. En fin, para mi fortuna no continuaron con la conversación, porque presiento que Isabela sabía lo que pensaba acerca de ello.
Tomamos del último trago de chocolate y nos regresamos al estudio. Donde suspire de satisfacción al sentir mi estomago complacido. Isabela me sonrió y yo le respondí de igual manera.
- ¿Te gustó la cena? – preguntó al sentarse.
- Si, estuvo deliciosa. Tu mamá sabe cocinar muy bien.
- Gracias. Bueno, debemos continuar sino nunca terminaremos.
- Tienes razón. Aunque me muero por acostarme un rato.
- No, nada de eso. Ánimo.
- Oye... ¡Gracias de nuevo! Sé que a esta hora, un día como hoy, estarías descansando.
- No, no tienes nada que agradecerme. Hoy te torturé llevándote a la casa hogar y luego te hice revivir el pasado, lo menos que puedo hacer es ayudarte. – entonces reí fuerte. - ¿Qué?
- La verdad es que no me torturaste hoy por la mañana, es más, me encanto haberte acompañado y te prometo que esta no será la única vez que lo haré. Por otra parte, hoy me hiciste sentir bien cuando te conté lo que me sucedió, fue un alivio habérselo contado a alguien y que ese alguien me creyera.
- Pues si es así, entonces si debes agradecerme mucho. – dijo riendo.
Nos pusimos a trabajar nuevamente. Cuando menos lo espere, los ojos se me volvían pesados y los bostezos eran más frecuentes. La mano me dolía mucho y los números parecían mas bien garabatos de un niño de kínder. Isabela bostezaba después de mi, sin embargo trataba de permanecer fuerte para darme ánimos hasta terminar. Yo quería seguir, pero mi mente no daba más. Empezaba a desconcentrarme muy fácil y por más que quería seguir, mi mente me puso un alto definitivo. Parecía que era demasiada información por procesar, más aun cuando mi cerebro estuvo en modo apagado para toda clase de número en casi cuatro años consecutivos. Exigir más podía desencadenar algo patológicamente nunca antes visto, y no sé que es porque nadie lo ha visto. Ven, es lo que digo, el sueño puede más que yo y ahora digo cosas irracionales.
El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando posé el lápiz carbón sobre la mesa. Suspiré profundo. Me levanté de la silla, estiré mi cuerpo y traqueé mi cuello cansado. Isabela solo me veía y no decía nada. Tomé el inmovilizador y me lo colocaba.
- ¿Qué haces? – preguntó.
- Me preparo para irme a casa.
- ¿Estás loco?
- No, solo un poco, bueno muy cansado.
- Debemos terminar Ian.
- Lo sé, pero no puedo seguir.
- Claro que puedes, yo sé que si.
- Ven, levántate. – le dije extendiéndole la mano y ella la tomó. Se puso frente a mi y le sonreí coqueto, se miraba hermosa y lo que más deseaba en aquel momento era besarla, porque sus labios carnosos y entreabiertos llamaban a los míos.
- Dime.
- Quiero que me veas a los ojos, fijamente.
- ¡Ya!
- Estoy cansado y mi mano ya no aguanta. Me levante muy temprano hoy y todo el día ha sido de una actividad muy peculiar para lo que acostumbro a hacer. Creo que si me tocará correr lo seguiría haciendo pero hoy fue suficiente abuso mental para mi cabeza. Además, solo una sección nos hace falta, la cual tu ya me explicaste y a mi solo me queda terminar los ejercicios. Ahora, te prometo solemnemente... - dije levantando mi mano izquierda – que me iré a mi casa y dormiré un par de horas para luego terminar mi tarea. Por ahora debemos descansar.
- No me parece buena idea, pero por más que soy tu tutora y que desee ayudar, no soy dueña de tus decisiones. – dijo seca, fría.
- Veo que no me entiendes. Te lo estoy prometiendo. ¿Sabes? Tu necesitas relajarte.
- Si, muchos me lo dicen. Pero bueno, creo que dormir un poco no me caerá mal para eso.
- No me refiero a eso.
- ¿Entonces? – dijo indiferente.
- Acompáñame, te llevaré a un lugar muy relajante.
- No puedo salir de mi casa a esta hora. Estás loco.
- ¡Vamos! Nadie se dará cuenta. Hace ratos tus padres se fueron a dormir.
- Insisto... estás loco. No puedo hacerlo.
- ¿Qué te lo impide?
- El temor a que mis padres se den cuenta.
- Entiendo, pero no lo harán. ¿Puedes confiar en mi por esta vez? – la vi con ojos de suplica y ella me veía dudosa. - ¡Vamos! Yo he confiado en ti muchas veces y que conste, ciegamente.
- ¿Qué tan lejos es? – entonces sonreí lleno de satisfacción.
- No más de diez minutos.
- Está bien. – dijo forzada. – Pero no nos podemos ir en mi carro porque sonaran los portones.
- Mi casa queda cerca, tomaremos mi moto.
- Ahora si estás muy loco. Sabes que no puedes conducir con la mano así.
- Si pude escribir, escribir y escribir durante casi diez horas seguidas, ¿cómo no podre conducir mi moto?
- Eres un tramposo. Más vale que nada me suceda.
- Nada te va a suceder.
En ese momento una alegría y emoción invadieron mi cuerpo. Olvidé el sueño y el cansancio por completo. Caminamos a mi casa, bueno, casi trotamos porque ella quería llegar lo más antes posible. Para lo que ella era adrenalina pura para mi era una experiencia de emociones nuevas. En todo aquel tiempo nunca había tenido la oportunidad de sorprenderla con algo bueno, pero creo que ahora se divertirá. Al llegar, saqué las llaves de mi bolsón y abrí con mucho cuidado el portón. Saqué la moto sin encenderla y media cuadra alejados de mi casa la puse en marcha.
- Solo te pido que no vayas tan rápido. – dijo antes de subirse a la parte de atrás.
- ¿Tu primera vez?
- Si y es en serio, me da miedo.
- No te preocupes, solo agárrate fuerte de mi y todo estará bien.
Subió a la moto y yo arranque despacio, pero conforme avanzábamos aceleraba y ella apretaba más fuerte mi cintura con sus brazos alrededor. Parecía una escena sacada de alguna película romántica y cursi, pero la realidad parecía dulce y divertida. Al llegar al lugar ella dio un suspiro de alivio.
- Ahora bien, dime ¿qué es lo relajante de ver un edificio de apartamentos a media noche? – dijo al ver donde estábamos.
- El edificio es lo de menos. Ven. – dije tomándola de la mano.
Me fui con ella por la parte de atrás del edificio como de costumbre solía hacerlo. Salude a Gustavo, el guardia del edificio con mucha naturalidad y con una sonrisa.
- Días sin verte, Ian.
- Igual Gustavo. ¿Qué tal la familia?
- Bien, bien. – decía mientras nos alejábamos subiendo las escaleras de emergencia.
- ¿Conoces a los de seguridad? – me preguntó curiosa cuando nos alejamos lo suficiente de Gustavo.
- Solo a Gustavo. Suelo venir por aquí cuando estoy frustrado. Ya veras porque.
Al llegar al tejado vi sus ojos de asombro. Desde aquel edificio, podías ver toda la ciudad iluminada y de contraste el oscuro valle que la rodeaba, por ello su nombre, Panorama, le sentaba como anillo al dedo. ¿Cómo conozco aquel lugar? Pues desde que tengo memoria siempre que pasábamos por aquí soñé con vivir en uno de estos apartamentos lujosos. Nunca se dio, hasta que conocí a Matías. Mi mejor amigo de la infancia vivía en este lugar y de pequeños nos escabullíamos de Gustavo, quien estaba soltero y se cuenteaba a cuanta muchacha se le cruzará por enfrente. Entonces mandábamos a Rosa, la nana de Matías, a que coqueteara un poco con Gustavo y así distraerlo para nosotros subir. Aun la recuerdo, Rosa, tenía quizás unos veintidós años y era nana, si, nana, porque era quien se encargaba de cuidar de Matías todo el tiempo. Además complacía todos sus caprichos y lo defendía hasta la muerte. La cuestión tan curiosa de todo aquello, es que de tanto mandar a Rosa a coquetear con Gustavo, estos terminaron enamorándose y ahora tienen dos hijos, los cuales conozco por las fotos que Gustavo me ha enseñado. Rosa dejo de trabajar como nana cuando salió embarazada de sus primer hijo hace unos seis años quizás. En aquellos días de infancia cuando subíamos al tejado aventurábamos con ser el Hombre Araña, a veces Súperman y muchas otras Batman. Al entrar a la juventud se convirtió en nuestro escondite para traer a la novia y besarla hasta el cansancio, hacerle falsas promesas y bajarle las estrellas del cielo. Para aquel entonces, Gustavo se había convertido en nuestro cómplice. Todo perfecto, hasta que murió Pablo y deje de visitar a Matías. Me aleje de aquel lugar por casi dos años, hasta que una noche de desesperación regrese. Regrese por el recuerdo, pero descubrí la tranquilidad y desde entonces es mi lugar de refugio. Le conté todo aquello a Isabela, quien sonreía con cada detalle. Al quedarnos callados suspiró profundo. Nos perdimos un momento en el paisaje, cuando vi la luna, exquisita, luna de queso como solía llamarla Pablo.
- ¿Alguna vez te he contado que me gusta el rock pesado? – pregunté rompiendo el silencio.
- No, pero lo supuse desde el momento en el que te vi. Aunque ahora no vistes tanto como "rockero pesado", tus tenis rojos, esa camisa cian y sumándole tu sudadera gris, me parece que te ves más punk. – dijo riendo.
- No, no me insultes por favor. A esto le llamo estilo relajado y deportivo.
- Bueno, está bien. Y... ¿Por qué la pregunta?
- Es que no quiero que pienses que suelo escuchar cualquier música y pues ahorita que vi la luna me recordé de una canción que estuvo de moda cuando estaba más pequeño y que solíamos escuchar con los amigos.
- Mmm...
- Si. – dije tomando su mano y atrayéndola a mi, para luego tomar su hermoso rostro entre mis manos y acercarme a su oído. Cerré los ojos. – Dice algo así... "Luna de todas las noches ilumíname esta noche, dime si ella es la reina y la dueña de todo mi amor; luna, lunita, lunera, luna llena, luna perla, dime si ella es la reina y la dueña de todo mi amor; y dime si ella es de mi voz la piel y dime si ella es mi razón de ser luna de tantos amores, luna viva, luna hermosa dime si ella es la reina y la dueña de todo mi amor...". – regresé mi mirada a su rostro cuando sentí humedad entre mis manos, estaba llorando y también tenía sus ojos cerrados. Demonios, solo me faltaba que me mandará a la luna. - ¿Qué pasa? – dije con voz suave y retirando las lágrimas de su rostro.
- Dime tu, ¿Qué haces? – dijo después de abrir sus ojos y con voz quebrada.
- Isabela... no lo sé. No sé que hago, no sé que siento, no sé que pienso, solo sé que todo lo que me está pasando es gracias a ti y déjame decirte que hace un buen rato mi vida no cambia. Pero... pero cuando llegaste tu... - tenía unos deseos incontrolables por tocar sus labios entreabiertos, que me llamaban desesperados. Suspiré profundo. – Perdóname si me odias después de esto, pero simplemente no puedo más. – y entonces cerré mis ojos para sumergirme en aquel momento lleno de uno y mil sentimientos. Mi corazón palpitaba tan fuerte que pensé que saldría de mi pecho. Sus labios tan suaves y tan dulces como un algodón de azúcar, se derretían entre los míos y solo deseaba que aquel momento nunca acabará. Ella no me negó, simplemente siguió mis labios, hasta que después de unos segundos, que parecieron los más largos de mi vida, ella se separó, me vio a los ojos por milésimas de segundos y se cobijo en mi pecho, entonces la rodeé con mis brazos muy fuerte. Me sentía correspondido. Estaba feliz, muy feliz después de tanto tiempo.
- Debemos irnos. – dijo luego de separarse de nuestro abrazo.
- Si, tienes razón. – entonces ella se dio la vuelta sin decir más, lo que me preocupo mucho, porque ni una sonrisa se asomaba a su rostro.
- Isabela, espera. – dije tomándola del brazo. - ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
- ¿Crees que estoy bien? – dijo molesta. Por unos momentos pensé que era correspondido, pero al parecer solo fue producto de mi imaginación. Demasiado bueno para ser verdad.
- No, por eso te pregunto.
- Ian, ¿Sabes qué fue eso que paso ahorita?
- Nos besamos, no tiene nada de malo. Me gustas Isabela, me gustas mucho.
- Te gusto. – dijo cabizbaja. - ¿Sabes, Ian? Un día le prometí a Dios y me prometí a mi misma no enamorarme de nadie, de nadie más que no fuese a ser mi esposo... y hasta hace un tiempo atrás lo había cumplido. ¿Alguna vez te has enamorado? – preguntó con lágrimas en sus ojos. Trague grueso.
- No. – dije sin verla. Nunca me había enamorado, no sé lo que se siente estar enamorado, es más, no sabía si estaba enamorado de ella porque no tengo la más mínima idea de que es eso.
- Me lo imagine. Entonces no sabes lo que es estar ilusionado, apasionado, loco y necesitado de una persona, por ende no conoces la desilusión, la llama que se apaga y la decepción. En cambio, yo si lo he vivido y es doloroso cuando las promesas que tu hiciste siguen en pie pero las del otro solo son una pantalla, es doloroso cuando el castillo de sueños, de ilusiones, de planes, de promesas que construiste se derrumba en segundos. Pero bueno... está de más seguir hablando.
- No lo entiendo.
- ¿Qué no entiendes? ¿Es que necesitas que te haga dibujitos en un cuaderno para que entiendas lo que te estoy diciendo? – decía molesta, desesperada. Suspiró. – Ian... hasta hace un tiempo la promesa que le hice a Dios y a mi misma la mantuve... hasta hace un tiempo. ¿Qué no te das cuenta? – decía mientras sus ojos se llenaban de lágrimas nuevamente. – He tratado de ignorar lo que siento para no hacerme daño, para mantener esa promesa, pero no hay noche que no sueñe con un beso tuyo. Desde que te vi la primera vez en aquella oficina, desde ese día algo entro en mí. Odio la necesidad que tengo por ayudarte, odio la necesidad que tengo por estar contigo, odio lo que siento porque en el fondo sé que una vez más no seré correspondida. Odio la idea de saber que me puedo enamorar de ti.
- No digas eso... Isabela, tal vez no sepa que es estar enamorado y no se si todo el alboroto que llevo dentro sea eso, pero estoy seguro que tiene nombre y estoy por averiguarlo. Me importas más que nadie. Tu me has traído luz, tu me has rescatado, tu Isabela, tu me has hecho soñar de nuevo. Tu eres importante.
- ¿Importante? ¿Tan importante como para comprometerte conmigo? – entonces trague grueso nuevamente. Aquello era demasiado. No estaba comprometido ni conmigo mismo. Me quede simplemente callado. - Lo sabía. Ya no estoy para juegos. Ya jugaron suficiente conmigo. – entonces se dio la vuelta hacia las escaleras y mi primera reacción fue tomarla del brazo nuevamente.
- Isabela... - tome sus manos entre las mías y les di un beso a cada una. Ella no me veía y lloraba. – No puedo prometerte nada por ahora, porque no quiero lastimarte. Cada lágrima que hoy has derramado es como una apuñalada que me doy yo mismo. Sé que debo cambiar mucho de mi para poder merecerte como se debe. Tal vez sea en poco tiempo, eso es lo que deseo. Solo hay algo que puedo asegurarte y es que siento mucho por ti. Solo necesito un poco de tiempo para comprender todo esto. ¿Te parece? – y sin verme asintió. La jale de sus manos para que me rodeara por la cintura y poder abrazarnos. Ella lo hizo tan fuerte, como si necesitara protección. Era una niña de porcelana, tan frágil pero tan valiosa.
- Solo te pido que no intentes besarme de nuevo, que no hagas nada más hasta que no sepas que es todo lo que sientes. Solo no hagas que me enamore de ti sin ser correspondida. Amistad, nada más que amistad. – decía mientras estaba en mi pecho, pero luego me vio a los ojos. - ¿Me lo puedes prometer?
- Si, lo haré tal y como me lo pides. – le dije con una enorme sonrisa.
Aunque lo que me estaba pidiendo no sería cosa fácil, el hecho de saber que estaba abierta a la posibilidad de algo más me daba tranquilidad. Además, una vez más era yo el que estaba mal, porque sin querer queriendo ella me confesó que siente por mi. Sin embargo, no puedo negar que ella ha sido muy buena actriz, porque hasta hoy, ha mantenido una actitud firme en no demostrar sus sentimientos, lo que a su vez me había tenido confundido.
- Gracias por compartir tu lugar conmigo.
- No tienes nada que agradecer. – dije quitándome el casco, aun subido en la moto, mientras ella ya estaba en pie. – Espero días como estos se repitan. Me encanto todo hoy, incluyendo las tareas. – dije sonriendo.
- Bueno, espero hagas lo que te hace falta. Cualquier cosa me llamas. – yo asentí y con una sonrisa me dio la espalda para entrar a su casa.
- ¡Oye! – le dije cuando ella volteó a verme y con su mano me hizo señal de silencio. Sonreí. – Sueña conmigo. – dije riendo.
- Que gracioso. – dijo con cara amurrada.
Sin duda me traía loco. No se porque le doy tantas vueltas al asunto, simplemente era de aceptar que aquello era amor. Pero aun así, debía estar seguro. No puedo fallarle, no a ella.
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¡Besitos!
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