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Capítulo 6


Terminamos de ayudar a los niños con sus tareas y luego Isabela los puso a pintar con temperas y unos pinceles viejos. Todos reían y se divertían mucho con aquella actividad.

- No lo vas a creer, pero en mi niñez era el Picasso de mi generación. – dije manchando su dibujo con una carita feliz.

- ¡Oye! – dijo sonriendo. – No te metas en mi dibujo.

- ¿Dibujo? ¿A eso llamas dibujo? Mira... - dije enseñándole mi hermoso arte abstracto. – Esto es una pintura de millones.

- De millones de risas, quizás. – dijo riéndose.

- ¡Ja! Ya quisieras.

Luego de un rato y de limpiar lo que se había desordenado, Isabela y yo nos despedimos de los niños. Luego de la señora Rosa y su esposo, quien había llegado a almorzar. Insistieron en que nos quedáramos a almorzar y pues Isabela muy apenada negó la invitación porque debía ayudarme con mis tareas. No es que quería ser egoísta, pero deseaba estar a solas con ella. Que más da que aprovechar esos momentos, si después de este trimestre deberé olvidarme de ella. Solo deseaba vivir algo en mi vida que fuese diferente. Llenar mi cabeza de nuevas memorias, de recuerdos valiosos como aquellos que aun guardo de Pablo. Hacer que el tiempo valiera y no dejarlo pasar solo porque es un minuto más, una hora más, un día más que se suma sin valor.

Subimos a su auto y un poco de silencio se apoderó del momento, con una canción de la radio a bajo volumen. Suspire de nuevo inconscientemente y veía por la ventana.

- ¿Estás bien? – pregunto distrayéndome.

- Si, claro. Es más, estoy contento.

- Me alegro. ¿Tienes hambre?

- Algo... ¿Y tu?

- Si, mucha. – dijo sonriendo hermosamente. - ¿Vamos a "Frites" otra vez? Tengo ganas de un buen chili con papas fritas.

- Si, me parece bien. No me caería mal una hamburguesa.

Camino al restaurante, que estaba a una media hora de donde nos encontrábamos, charlamos un poco de las tareas que debía entregar. Me parecía que no me ajustarían las hora para cumplir con todo lo que debía hacer. Además y por encima de todo mi mano aun esta inútil. La hinchazón no baja y el dolor persiste. Y como no, después de atropellarla muchas veces en el rostro de Camilo, yo también debía obtener consecuencias físicas. Fue cuando Isabela insistió que fuéramos nuevamente al hospital. Y yo no quería ir, pero su rostro angelical me derritió. Entonces pensé en lo que dicen muchos, las mujeres saben jugar muy sucio cuando saben que estas interesado en ellas. Bueno, aunque dudo que ella lo sepa.

Al llegar al estacionamiento, en mis pensamientos suplicaba que no estuviera él en emergencias. No quería verlo, no quería afrontar mi pasado, más ahora que me siento tan bien en mi presente. Al fin, después de cuatro años de auto-tortura y autodestrucción, me parecía que volver a aquellos días solo causaría un retroceso. Suspiré profundo y ella notó mi cambio pero no dijo nada. Nos bajamos del auto y al entrar me remitieron directo a la camilla de la última vez. Isabela se sentó en una silla al lado de un mueble lleno de jeringas, medicamentos, guantes, mascarillas y no sé que cosas más. Me sonrió cuando volteé mis ojos a ella y yo hice lo mismo. En ese momento la puerta se abrió y lo que más temía estaba ahí. Nuevamente él.

- Hola Ian. Señorita. – dijo viendo a Isabela, quien sonrió tranquilamente.

- Hola. – dije serio y sin expresión en mi rostro.

- Veamos como sigues de la mano. – me quitó el inmovilizador y suspiró. – Estás peor Ian. Para estos días la inflamación debería estar un sesenta porciento menos y esta igual o me atrevo a decir que quizás peor. ¿Has tomado los medicamentos como los receté?

- Si.

- Que extraño. ¿Te has vuelto a golpear?

- Si.

- Bueno, esa es la respuesta. Tienes muy inflamada la mano y creo que debemos drenar un poco de liquido en ella para que la recuperación sea más rápida.

- ¿Cuánto tiempo es eso?

- Alrededor de una media hora.

- Es mucho, debo hacer unas cosas que tengo pendientes.

- Créeme que tu salud es primero. Lo haré yo mismo. Prometo ser rápido, pero no te vayas así.

- ¿Por qué te portas tan bien conmigo? No debes hacerlo si no quieres.

- No es porque debo, simplemente es porque quiero. Recuéstate. Comenzaremos ahora para no quitarte más tiempo. – dijo riendo.

Mientras hacía su trabajo, el cual provocó un poco de dolor, nadie habló en la habitación, solo cuando abrió la puerta una enfermera para preguntarle cuánto tiempo tomaría lo mío, porque un paciente acababa de ingresar con quemaduras en el rostro y las manos. Lo bueno es que estaba por terminar. Veía el techo cuando se pusó en pie y me inmovilizo la mano de nuevo.

- Bueno, espero y eso ayude a una recuperación rápida. Tienes que tomar estos medicamentos como se debe, nada de pasarse las horas u olvidar alguno. Es necesario que mantengas un tratamiento estricto para que esto mejore pronto y no tengas perdidas en la movilidad. Es algo serio Ian. Espero le tomes la importancia que debes. – decía mientras yo me sentaba en la camilla.

- No te preocupes, sé que es importante.

- Cualquier cosa me puedes llamar. Me gustaría que habláramos un poco.

- Ya sabes que no tenemos nada de que hablar. Eso ya es pasado.

- Si fuese pasado y no tuviera importancia, al menos serías capaz de sostener una conversación conmigo. Al menos recordar nuestra amistad.

- ¿Recuerdos? No los quiero ni los necesito. Estancarme de nuevo es lo que menos quiero. Agradece que estamos hablando ahorita, porque de otra manera no podría suceder.

- No me cansaré de pedirte perdón hasta que lo obtenga. Y si te estorba mi insistencia entonces perdóname de una vez. – entonces vi a Isabela, a quien olvidé por unos instantes.

- Es mejor que dejemos esto para después. Isabela debe irse al igual que yo.

- Toma, espero tu llamada. - dijo dándome la nota de recetas y su tarjeta de presentación.

Salimos de la habitación para cancelar en la caja e Isabela mantenía un rostro confundido. Sabía que algo muy grande estaba detrás de todo aquello, pero no se atrevía a preguntármelo. Terminando todos los papeleos en el hospital y habiendo perdido casi una hora de mi vida ahí, nos dirigimos a nuestro verdadero destino, "Frites". En el camino de casi diez minutos, ella decidió poner su emisora favorita de coritos cristianos a todo volumen. Parecía que quería evitar preguntarme cualquier cosa. Por lo poco que la conozco se que es muy curiosa y ahorita debía estar comiendo muchas ansias por preguntarme lo que estaba pasando. Ahora, lo que pasaba es que yo también me preguntaba si debía contárselo. No quería provocar lastima en nadie, fue eso lo que me hizo como ahora soy. Creo que no ocupo consuelo, sería una perdida de tiempo abrir mi más oscuro secreto, ante alguien que quizás muy pronto se vaya de mi vida. Sin embargo, eso podría ser una ventaja. El dejar nuestra amistad hasta finales de este trimestre y si le contará solo lo sabría, no estaría ahí recordándomelo siempre. No sé que hacer. Sé que hasta cierto punto puedo confiar en ella, pero ¿Qué tanto?

Al llegar, yo ya sabía que quería ordenar y no dude, pero ella se estuvo como diez minutos viendo el menú. Algo tramaba o algo impedía que sucediera. No sonreía, poco me veía y su semblante era de indiferencia, pero que sin duda le costaba mantener. Me reí por dentro. Parecía una pequeña caprichosa, que papá no la quiere complacer y se hace la difícil, pero que muere por tirársele a los brazos y llenarlo de besos para convérselo de que le diera lo que quería, teniendo como certeza que lo lograría pero también teniendo presente que doblegaría su orgullo. Al fin decidió que pedir. Lo mismo que me había dicho antes de salir de la casa hogar, chili con papas fritas. En ese momento suspiré profundo y ella lo notó. Le sonreí.

- ¿Qué? – preguntó, aguantándose la risa.

- Nada... - dije riendo y ella comenzó a reírse.

Era tan fácil. Nos sentamos en la mesa de la primera vez. Ella tomaba de su refresco con sorbos gigantes y sin quitar su boca de la pajilla. Yo la veía curioso, sin quitarle los ojos de encima. Aun no lograba intimidarla. Volteaba a ver a todos lados menos a mi.

- ¡Oye! Tranquila, te acabaras el refresco antes de que venga la comida.

- Comprare otro si es así.

- ¿Lo haces porque no quieres hablar conmigo?

- No, no es eso. Solo que tengo sed.

- No mientas Isabela. Se que mueres por preguntarme algo.

- No, para nada.

- Está bien. Soy libro abierto, pregúntame lo que quieras y prometo responderte.

- No quiero preguntarte nada.

- ¿Segura?

- Está bien. ¿Qué ocurre entre tú y ese doctor? ¿Por qué cuando te lo encuentras no deja de pedirte perdón? ¿Acaso fue tu mejor amigo y te quito a la novia y por eso no lo perdonas? – decía ahogada.

- ¡Shhh! Tranquila. Ahora si toma un sorbo de tu refresco.

- Perdón. – dijo suspirando. – No tienes porque respondérmelo, sé que es tu vida y no tengo porque entrometerme.

- Ya lo has hecho muchas veces y... me gusta que lo hagas. – entonces ella se sonrojo un poco y tomó rápidamente del vaso. – Bueno, espero te calmes y dejes de tomar tanto refresco porque sino en medio de mi historia tendrás que ir al baño y créeme, que si hay interrupciones no volveré a tratar del tema.

- Si, está bien. – y como niña obediente puso el vaso en la mesa y se acomodó en su silla.

- El doctor y yo, en efecto, éramos mejores amigos.

- Lo sabía... - dijo complacida.

- Pero no me quito a ninguna novia...

- ¿Entonces?

- Pues una tarde a un día para la boda de Sofía, Pablo, mi hermano menor, recibió una llamada de Matías, el doctor... - esta vez yo le di un sorbo a mi bebida. - Matías nos estaba invitando al lago como todas los fines de semana, pero ese fin de semana iba a ser distinto, porque era la primera lluvia fuerte del año y después de que pasará, la pesca sería fabulosa...

"... Papá ya nos había advertido que ese fin de semana nos olvidáramos de cualquier plan por la boda de Sofía. Pero ante aquella tentación, decidimos rogarle a papá por un permiso, que nos termino cediendo a la fuerza. Tome las llaves, del aquel entonces mi jeep, y preparamos todo con Pablo para pasar una noche en la montaña del lago y regresar la tarde del sábado para estar el domingo puntuales en la ceremonia. Cuando llegamos a nuestro sitio habitual, montamos las casa de campaña y esperábamos a que llegarán los demás. Fernando y Gabriel, otros amigos, llegaron antes que Matías. Veíamos que la lluvia se aproximaba rápido. La idea era pasar la noche ahí y bajar a pescar de madrugada al lago, pero Matías no aparecía. La recepción de señal en la montaña era pésima y no podíamos contactarlo al celular. Comimos unos bocadillos y platicamos un rato antes de dormirnos. La lluvia pasó, y fue muy fuerte, casi nos lleva con todo y casa de campaña. Nos despertamos como habíamos planeado, cuatro de la mañana, cuando aun estaba oscuro pero cuando faltará poco para ver la luz del amanecer, algo que resulta muy placentero, ver como el sol asoma su luz. Bueno, nos fuimos a pescar. Muy buena pesca como habíamos predicho. A todo esto Matías no aparecía. Decidimos encender una fogata para asar unos cuantos pescados. No sabes lo rico que es eso, comerte un pescado bien fresco. Mientras se asaban los pescados jugábamos cartas, póker, para ser exactos. En eso, escuchamos el sonido de un motor conocido. Matías había llegado con otros dos de sus amigos de la universidad, Hugo y René. Se bajó del auto muy sonriente. Luego, bajaron de la parte de atrás del auto, una hielera. Nos dijo que no había podido llegar porque se había atrasado y cuando venía en camino comenzó a llover muy fuerte y se quedo en una posada en la carretera. Cuando se acercó a mi, supe que había bebido. Entonces sacó unas cervezas de la hielera que llevaba y le dio una a cada uno. Yo había bebido con él anteriormente, pero nunca enfrente de Pablo. Él era menor de edad y no debía tener un mal ejemplo mío y por ello me negué. Le ofreció una botella a Pablo pero yo la negué por él, porque sabía que su curiosidad podía hacerlo caer. Los demás bebían como si nada. Aunque Gabriel y Fernando lo hacían recatadamente.

- Oye Ian, vamos a dar unas vueltas en la cuatrimoto. Mira que el suelo esta fabuloso para andar. – me dijo Gabriel.

- No gracias, debemos irnos en unas cuantas horas con Pablo. Fue el trato que hicimos con papá.

- Yo me apunto. – dijo uno de los amiguitos de Matías.

Entonces, Gabriel, Fernando, René, el amigo de Matías, se fueron a andar en cutrimoto. Mientras, Pablo y yo preparábamos nuestro equipaje para volver a casa a la hora que habíamos estimado con mi papá. En eso llego Fernando, porque Gabriel se había quedado atascado y no podían sacar la cuatrimoto. Matías estaba demasiado borracho para ir, así que me ofrecí. Le pedí a Pablo que terminará de preparar todo. No me sentía cómodo dejándolo ahí, pero los demás necesitaban mi ayuda. Casi una hora y media después regresamos donde habíamos acampado. No pudimos sacar la cuatrimoto y decidimos que era mejor pedir otro tipo de ayuda. Estaba envuelto en lodo al igual que los demás. Veníamos riéndonos de nuestro esfuerzo fallido. Cuando vi a Pablo, lo noté distinto de inmediato, sus ojos rojos y muy alegre, más de lo usual. Fue cuando lo vi con una botella de cerveza en la mano.

- ¿Qué haces Pablo?

- Nada hermanito, solo me divierto. ¿Quieres una?

- Claro que no. Dame esa botella. – le dije acercándome a él, cuando me esquivó y se desbalanceo un poco.

- No te la voy a dar. Me siento bien.

Entonces agarré a Matías por su camisa. Estaba furioso. En ese momento era capaz de masacrar a mi mejor amigo a golpes, porque en ese entonces desconocía todo de él. Matías iba en cuarto año de medicina y había conocido a esos dos tipos que lo influenciaron de una manera muy fácil al alcohol y al cigarro. Esa mañana del viernes que llamó a Pablo no pensé que podía llevarlos a ellos ahí, ahí principalmente. El lugar donde nos conocimos y donde habíamos crecido. Pero bueno.

- ¿Cuántas cervezas se ha tomado? – le pregunte furioso.

- No sé hermano... unas cinco a tucún y como unas cuatro más.

- Es un niño de trece años. Eres un imbécil. – seguido de un golpe que lo tiro al suelo.

- ¡Ian! Tranquilízate. – me dijo Fernando.

- ¿Crees que puedo llegar a mi casa con Pablo así? Mi papá me matará y lo peor es que fue por un descuido mío. Vámonos Pablo.

- No quiero. – me dijo irreconocible.

- No te estoy preguntando. Te estoy dando una orden.

- Pues ven a buscarme. – dijo corriendo hacía los árboles.

- ¡Pablo! ¡Pablo, detente ahí! – dije corriendo tras él.

Corrí tras él como unos cinco minutos cuando se tropezó con una rama y la botella que traía en la mano se quebró y no se cómo, un pedazo de vidrio se le ensarto en el ojo derecho. Comenzó a sangrar mucho. Corrí más rápido hacía él y estaba incontrolable.

- Pablo... tranquilo.

- ¡Ayúdame Ian! ¡Me duele!

- Lo sé. Fer, por aquí. – dije al ver a Fernando quien venía tras nosotros. Lo cargamos hasta el campamento y ahí abrimos el botiquín, algo que en la vida habíamos utilizado más que un poco de alcohol para unas cuantas picaduras infectadas.

No sé cómo, pero René, el amigo medio lucido de Matías tomó el control de la situación. No podía extraer el pedazo de vidrio porque podía ser como abrir una llave. Entonces solo limpio un poco la herida y le vendo muy firme para que todo estuviese en su lugar y retener la hemorragia. Recostamos el asiento del pasajero del jeep y lo pusimos ahí, me subí de inmediato al auto y arranque. Gabriel y Fernando recogieron todo para luego seguirnos. René se encargaría de Matías y Hugo.

Solo recuerdo que René me aconsejo que evitará que Pablo se durmiera, porque no sabíamos cuan profundo había penetrado el vidrio y podía ser peligroso. A mitad de camino en bajada de la montaña, comenzó a llover muy fuerte y tuve que reducir un poco la velocidad porque la calle se ponía lodosa y muy resbaladiza.

- Pablo.

- Ahh... - dijo adormitado.

- No te duermas. Cuéntame algo. Oye, perdóname por como me puse contigo hace poco. ¿Me perdonas?

- Si, te perdono.

- Oye, Pablo... ¿Qué le dirás a Sofía en su boda?

- Que Camilo no me cae bien... - dijo bromeando un poco y rió.

- Bien, creo que debemos decírselo juntos.

- Si...

Entonces llegamos al pie de la montaña y debíamos incorporarnos a la carretera, pero me costaba ver porque la lluvia estaba muy copiosa. Cuando iba a pasar, un carro me pito. Poco pude ver sus luces. En ese momento le quite la atención a Pablo, solo para poder incorporarme a la carretera. Avance un poco y otro carro me pito. Parecía más complicado de lo que pensaba. Fue en ese entonces que vi cuando Pablo se había dormido.

- ¿Pablo? Pablo despierta. No puedes dormirte.

- Ahhh...

- Bien... no te duermas hermano, ya vamos a llegar, ya vamos a llegar. Donde sea que vayamos, ya vamos a llegar. – dije preocupado al ver sus labios blancos.

Vi la oportunidad y aceleré incorporándome al carril cuando un ruido estruendoso me hizo frenar por instinto y fue lo peor que pude hacer, ya que me pito una rastra para que acelerara porque él venía con mucha velocidad detrás de mi y prácticamente me metí en su carril, pero fue porque no llevaba las luces encendidas y no lo vi venir ni escuche ese pito antes. La rastra nos levanto y hasta ahí es donde recuerdo aquel día.

Dos meses después me levante en una cama del hospital. Había pasado en coma dos meses. Tuve dos operaciones en el cerebro por coágulos de sangre. Nadie quiso decirme que había pasado con Pablo. Papá no llegó a visitarme en la semana que estuve en recuperación en el hospital. Desde ahí comenzó la negación de mi padre. El día que me iba del hospital me puse necio, porque nadie quería darme ideas de lo que pasó con Pablo y fue cuando el doctor, si, el doctor y no uno de mis familiares me dijo que había muerto. "

- No se que decirte. – me dijo limpiándose las lagrimas de los ojos.

- No te preocupes. No tienes porque. La verdad, es primera vez que cuento esto y me siento bien.

- Tu no tuviste la culpa.

- Eso no es discusión. Tengo mucha responsabilidad de lo que pasó.

- Bueno... - dijo quedándose callada.

- ¿Estás bien? – dije tomándola de las manos que tenía sobre la mesa.

- Si, solo que me siento rara.

- ¿Por qué?

- Porque te juzgue sin saber nada de ti. Todo esto marco tu vida y yo solo podía pensar en que tal vez eras así porque te dejo una novia o tal vez porque tu papá era muy estricto, o que sé yo. Nada de lo que ahora me has contado se me pasó por la cabeza. – dijo llorando.

- ¡Shhh! Tranquila. No te preocupes. Que me hayas juzgado no tiene nada de malo, muchos lo hacen y no se preocupan por preguntar o por hacer algo por mi como tu lo haz hecho hasta hoy.

- Sé que Dios tiene un propósito en tu vida, Ian.

- No, no creo... hasta hoy no ha hecho más que fastidiar mi vida. – dije soltándole las manos.

- No digas eso. Las cosas siempre... Mírame. – ordenó y lo hice. – Las cosas siempre suceden con algún propósito. – me tomó de nuevo de las manos. – Y sé que en ti hay algo, no preguntes el qué, pero estoy segura.

- Me encanta tu esperanza, pero si hay algo cercano a bueno en mi vida, eso solo eres tu. – entonces sonrío.

- No, aquí hay algo. – dijo inclinándose sobre la mesa y tocando mi pecho justo en el corazón.

Entonces unos escalofríos recorrieron todo mi cuerpo, dejándome congelado. No sé que me pasó en ese momento, pero me sentí raro y hasta con temor. Ella se sentó de nuevo, porque la comida llegó justo a tiempo para esfumar aquella atmosfera extraña. Sabía que debía cambiar, pero Dios, Dios es alguien que no conozco. Alguien quien a dedicado su tiempo para jugar con mi vida a su antojo, que pone las piezas al revés para hacerme los días más difíciles. Dios, en realidad... ¿Quién es? Nunca se me ha presentado, nunca lo he sentido, nunca ha estado cuando más lo he necesitado. Y cada vez que le hablo es como si me ignorará. Entonces, ¿Dónde está? ¿Qué quiere de mi? ¿Por qué nunca me ayuda? Son preguntas que nunca me ha contestado y que estoy cansado de esperar la respuesta, por eso no creo que exista. No creo que haga cosas maravillosas, ni milagros, porque nunca los ha hecho en mi.

Respetaba el criterio de Isabela, no soy quien para refutar sus creencias, pero si estaba seguro que sus palabras no hacían ningún cambio en mi.

- Todo está delicioso. – dijo complacida.

- ¿Me das chili? – pregunte naturalmente.

- Si, a cambio de una mordida a tu hamburguesa.- asentí y nos intercambiamos platos. – Oye... ¿Dónde trabajaremos?

- No lo sé. Tu mandas. Donde tu vayas, tu me llevas.

- Bueno, creo que en mi casa estaría bien. No quiero que mis padres se molesten más por andar tanto tiempo en la calle. Además, no iré a mis clases hoy.

- ¿Por qué?

- Es obvio... por ti. – dijo divertida.

- No tienes porque hacerlo. No quiero que tus padres piensen que soy mala influencia.

- Pues déjame informarte que lo eres. – dijo sonriendo.

- ¿Por qué?

- Porque me agrada compartir tiempo contigo que las clases me parecen aburridas.

- ¡Me asombras!

- Tu me asombras. – dijo algo coqueta.

Una avalancha de elefantes paso por mi estomago, haciendo que todo se revolviera. Me puse muy nervioso cuando me dijo aquello, entonces solo sonreí un poco y de inmediato tomé mi celular para pasar aquel momento apenado. Se sentía bien todo aquello, pero me hacía sentir algo estúpido. 


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¡Besitos!

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