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Capítulo 4


Al día siguiente llegó un oficial muy bien formado de sus pectorales, cara dura y seño marcado. Abrió la celda y pronuncio mi nombre. Me llevo a las oficinas y supuse que para trasladarme al presidio, quizás me harían más preguntas. Me senté frente a un escritorio como me lo dijo el oficial y esperaba a quien me atendería.

- ¿Ian Estrada? – pregunto una mujer oficial de color.

- Si.

- Necesito me firmes estos papeles para que salgas. – dijo con una sonrisa.

- ¿Alguien pagó la fianza? – pregunté anonadado.

- Si, la señora embarazada lo hizo, tu hermana sino me equivoco. – dijo señalando a mis espaldas y a lo lejos estaba Sofía con Isabela paradas junto a un oasis de agua, esperándome.

- No me lo esperaba. – entonces firme los papeles y ella me desposo.

- Cuídate, hijo. No le digas a nadie, pero yo apoyo lo que hiciste. Pero no lo vuelvas a hacer para no verte de nuevo. – dijo riendo.

- Gracias. – ella solo asintió y me dio unas palmadas en la espalda.

Me acerque a Sofía, quien al verme solo pudo abrazarme muy fuerte. Isabela estaba seria y solo me saludo moviendo su mano en el aire.

- Perdóname, Sofi. No pensé cuando lo hice, solo me deje llevar por mis impulsos.

- Tranquilo. Isabela me contó todo y Camilo confeso su error. – dijo llorando.

- No llores. Por favor. Me quedaría la vida entera en la cárcel si fuese necesario para que esto no fuese así.

- No te preocupes. Estaré bien. ¿Nos vamos?

- Si.

Sofía conducía y en el camino nadie dijo una palabra. Por el rumbo que tomó supuse íbamos para su casa. Y en efecto, abrió con su control el portón para estacionar su auto en el garaje. La curiosidad por saber que Isabela aun andaba con nosotros me mataba de la ansiedad, pero decidí estar a solas con ella para cuestionarla. Sofía apago el motor del carro y todos casi al mismo tiempo nos bajamos.

- Bueno, yo me voy. – dijo Isabela.

- ¿Cómo?

- Mi auto lo aparque afuera bajo la sombra de un árbol. Ves que estos días hace mucho calor y no quería encontrarlo caliente.

- Isabela. – dijo Sofía. - ¿Me puedes hacer un último favor?

- Si, claro. Lo que gustes.

- Quédate con Ian hasta que yo vuelva.

- ¿Adónde vas?

- Debo regresar por Camilo. Hoy por la tarde le dan de alta y debo traerlo a casa. – trague grueso, pero callé. – Tu no puedes regresar a casa. Papá aun no sabe que fui por ti a la cárcel. Para él era mejor que cumplieras con la semana ahí adentro. Pero mamá y yo pensamos que no era justo. Así que debes esperarme aquí para llevarte yo misma a casa.

- Está bien. – dije algo cabizbajo.

- Prometo no tardar Isabela. Se que tienes una casa y tus padres deben estar preocupados, pero si es posible yo hablaré con ellos.

- No, no te preocupes. Yo los llamó en este momento para avisarles que llegaré algo tarde.

- Gracias, muchísimas gracias Isabela.

Sofía entro a la casa directo a su habitación mientras Isabela se quedo en el patio hablando con uno de sus padres, y yo, yo me senté en un mueble de la sala esperando que su llamada no tardará mucho. Deseaba abrazarla.

Por otra parte, no sabía que sucedía. No tengo idea de lo que ahora está pasando. Parece que Sofía perdonará a Camilo, lo que me parece una estupidez. Nunca he estado casado, pero eso de que el matrimonio es para toda la vida, pues en estos casos considero que no. Si no fuera por mis padres, consideraría que el matrimonio es una farsa. Una ilusión pasajera y sin sentido. Aunque a veces los miro muy distantes. Después de Pablo entre ellos se ha formado un abismo que los separa cada vez más y creo que no por mi madre, sino más por mi padre. Al pensar en aquello, un nudo en la garganta se formó. Controlaba las lágrimas. Sin duda soy el caos de esta familia. Pensaba todo aquello cuando Sofía salió de su habitación con una maleta, que con esfuerzo cargaba. De inmediato me puse en pie para auxiliarla.

- ¿Y esto? – le pregunte.

- Súbelo a mi auto. Pasaré un tiempo en casa hasta decidir que hacer.

- Pensé que lo perdonarías.

- Ya lo hice, pero eso no significa que he decidido quedarme a su lado. – me quedé callado porque no tenía que decir.

Al salir, Isabela aun estaba al teléfono y tenía el seño fruncido, como enojada y movía su mano derecha mientras hablaba, como tratando de explicarse más. Subí la maleta al auto de Sofía y suspiré.

- ¿Cómo esta tu mano? – preguntó Sofía mientras cerraba el baúl del auto.

- En la estación me revisaron y solo me devolvieron el inmovilizador y quizás deba ir al doctor de nuevo. Me duele, pero nada que no pueda soportar.

- Será mejor que te des un baño y que te pongas alcohol en la ceja y el labio, porque por si no te has visto tienes unas heridas. En la habitación de visitas aun hay unas mudadas de ropa que dejaste la última vez que estuviste aquí después de la pelea con papá.

- Si, está bien.

- Pronto regreso por ti.

Subió al auto, abrió el portón y se marchó. Mientras Isabela aun hablaba por teléfono. Entonces decidí no interrumpir y tomar un baño como me lo dijo Sofía. Sin duda, el baño lo necesitaba. Apestaba a cárcel. Cuando salí del baño me vi en el espejo. No los había sentido, pero Camilo me dio batalla a pesar de ser más delgado y menos corpulento que yo. Mi cara estaba deshecha, bueno, no tanto. Solo tenía un moretón en el pómulo izquierdo, unas aberturas muy pequeñas en la ceja derecha y en el labio inferior. Me subía el jean cuando tocaron la puerta.

- Perdón. – dijo cuando me vio con el dorso descubierto. Bajo su rostro para no verme y se puso roja como un tomate. - Regreso después.

- No, espera. Es más, iba a llamarte para preguntarte si esta cosa me va arder. – dije caminando al tocador y tomando un bote de agua oxigenada.

- No, no arde mucho. Te puedo ayudar con una condición.

- Dime.

- Ponte una camiseta, no es correcto que andes así.

- Si, por supuesto. – entonces con una sonrisa me puse una camiseta blanca, de esas que se usan por dentro de una camisa.

- Necesitaré algodón.

- Si, creo que en el baño vi un paquete. – saqué el algodón y se lo di.

- No es por discriminarte, pero eres muy alto y no te alcanzo. – reí por su rostro aun apenado. Me senté en la cama y ella me aplicó la medicina mientras el silencio gobernó un momento entre ambos. Cerró el bote y fue al basurero del baño a botar el algodón usado y a poner sobre el tope del lavamanos el restante y aprovechó a lavarse las manos. - ¿Tienes hambre? – preguntó al salir.

- Si, mucha la verdad. – dije mientras terminaba de calzarme.

- Que bueno porque pedí una pizza para los dos. Espero haber dado bien la dirección.

- Gracias. No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mi. Desde el primer día que te conocí no has hecho más que ayudarme y yo sin merecerlo. – mientras se sentaba en un sillón de la habitación.

- Muchas veces no es porque merecemos las cosas, simplemente es porque Dios y su misericordia así lo permiten.

- No creo que le caiga bien a Dios. – dije y ella sonrío.

- Pues déjame decirte que si le caes bien. Su palabra dice que Él aborrece el pecado pero ama al pecador. Entonces no solo le caes bien, sino que también te ama.

- Gracias por las palabras de aliento, pero no creo ser merecedor de ese amor que dices que Dios me tiene. Además, no sé si creo en Él.

- Bueno, eso es punto y aparte. Tal vez llegué el día en que puedas conocerle y darte cuenta cuan grande es su amor. Por otra parte, es mejor que nos vayamos para la sala.

- Tranquila, por más que quiera besarte no lo haré. – dije con una sonrisa coqueta.

- ¿Es que no importa cuantos golpes te den que no aprendes? – dijo poniéndose en pie y saliendo de la habitación.

- Creo que no.

Pasamos a la sala y encendimos el televisor. Buscamos y buscamos, hasta que me suplicó dejar una película romanticona, que al parecer era su favorita, pero que había visto cientos de veces porque se sabía la mayoría de las líneas. Estaba emocionada viendo a Patrick Dempsey luchar por el amor de su mejor amiga.

- ¿Cómo se llama la película?

- Quiero robarme a la novia. ¿Te gusta?

- Si, esta divertida y tu pareces disfrutarla.

- Si, tenía días de no verla. Es una de mis favoritas. – al menos no me equivoqué en pensar que era su favorita.

Minutos después llego la pizza. Arreglaba la mesa del comedor mientras ella me contaba lo que seguía en la película. Nos sentamos y de nuevo, como la vez anterior que comimos y que por obvias razones pase por alto, cerro sus ojos y susurro una oración agradeciendo por los alimentos. Yo hambriento y ella alargando mi agonía, porque aunque no crea en Dios respeto a los demás por sus creencias y otra vez decidí comer hasta que ella comenzará.

- Buen provecho. – dijo con una sonrisa antes darle el primer mordisco a la pizza.

- Buen provecho.

- ¿Está bien que la haya pedido de pepperoni?

- Si, me encanta. Oye... ¿Cómo conociste a Sofía?

- Pues, yo acompañé a tu cuñado hasta el hospital y mientras lo atendían, él me dio su celular con el número de ella en la pantalla. Casi no hablaba, me balbuceo su nombre y "llámala". Entonces lo hice. – dijo mientras escogía su segundo pedazo de pizza.

- Y... ahora, ¿Qué piensas de mi?

- Pues lo mismo, que estas loco y que eres un insoportable.

- ¿Insoportable? Eso no lo sabía.

- Son bromas. La verdad me preocupé mucho. Es más, no sé cómo tu mano, después de todo, no te la quebraste. Lo que hiciste no fue lo correcto pero tu reacción hasta cierto punto tiene sentido. Me da pena tu hermana, ella es linda persona por lo que he podido tratarla y no merece que su esposo le sea infiel.

- Creo que nadie lo merece.

- Tienes razón.

- Oye... ¿Puedo preguntarte algo?

- Si, claro. – y después tomó del vaso.

- ¿Pero prometes no enojarte? – asintió con el trago en la boca. - ¿Tuviste problemas con tus padres por mi?

- Pues no te puedo mentir, no querían que me quedará contigo porque debería estar estudiando. Pero al final logré hacerles entender que como hijos de Dios debemos ser misericordiosos con los demás y pues lograron verlo desde ese punto y comprenderlo.

- Oye... no quiero que me veas con lastima.

- No lo hago. Solo sé que necesitas el apoyo de alguien y pues me agradas, por eso estoy aquí. – dijo con una sonrisa.

Aquello me cayó como un balde de agua fría. Parecía que no le interesaba algo conmigo más allá de una simple amistad. Debo confesar que eso fue un golpe bajo, porque creo que ella me gusta mucho y para algo más que un juego pasajero o que un simple recuerdo en un beso. Es difícil aceptar que ella no me veía con el mismo interés. Es aun más difícil para mi aceptar que alguien me interesa para algo más decente que un acoston. Me entristecí de inmediato. La conversación se torno convencional; más temas de películas. Mientras yo por dentro me convencía de dejar a un lado la idea de interesarme más en ella. Llegué a tomar la decisión de dejar a un lado las conversaciones personales para protegerme de cualquier cosa. Debía activar una caparazón de hielo para no caer en su encanto.

Una hora transcurrió después de la comida, cuando llegó Sofía con Camilo. Entonces lo vi con su cara hinchada, casi irreconocible. Tragué grueso. Creo que esta vez se me había pasado un poco la mano. Me asombré como quedo aquel hombre. No podía creer que aquello era obra mía. Pensándolo detenidamente, ese día me convertí en un monstruo. Sofía lo ayudaba a caminar porque traía vendado el abdomen. Quise acercarme a ayudarlo pero mi conciencia intranquila no me dejo. Fue cuando él me vio directamente a los ojos. Traté de sostenerle la mirada pero no tuve el valor. Todo aquello parecía mentira. Me avergoncé de mi mismo frente a aquel que juzgué y sin tener piedad masacre a golpes. Sofía lo llevó hasta la habitación, cuando salí al patio de enfrente a tomar un poco de aire.

Comencé a dar vueltas y presenciaba como Isabela me veía con curiosidad, pero a su vez con temor de querer preguntarme que pasaba en mi cabeza. Me paré frente a la pared del muro y puse mi frente en él. Una lágrima rodo sobre mi mejilla dándole paso a las demás. Me sentí un fracaso. ¿Quién podría sentirse orgulloso de mi? NADIE. Fue cuando pensé en que mi padre tenía la razón. Necesitaba pasar esa semana en la cárcel pagando el delito que cometí. ¿Por qué? Porque me convertí en alguien igual a Camilo, un criminal a la moral. Pero en aquel momento no tuve conciencia de mis actos y ahora debo ser fuerte para afrontar lo que se venga. Si es posible ir hasta donde él y pedirle perdón. Creo que es lo mejor, porque siempre me he quejado de lo fuerte que me juzga mi padre y ahora yo había hecho lo mismo con Camilo.

Tenía mis ojos cerrados y aun la frente apoyada contra la pared. Cuando sentí una mano sobre mi hombro. Entonces levanté mi rostro para verla. Tenía un rostro tranquilo. Me vio unos segundo y me abrazo muy fuerte. No le respondí el abrazo de inmediato, porque pensaba que no lo merecía, pero luego no contuve mis ganas de recibirla entre brazos y la abrace muy fuerte. Me sentí bien por un momento. Al soltarnos del abrazo ella sonrió.

- Tranquilo. Imagino lo que has de estar pensando. Eres una buena persona, Ian. No dejes que tus pensamientos te digan lo contrario.

- ¿Bueno? Soy un monstruo. ¿Qué no ves como lo deje y ni cuenta me di a que hora lo hice? – decía mientras limpiaba mis lágrimas.

- En ese momento quizás no supiste como reaccionar. Pero si fueras malo, en estos momentos no sentirías arrepentimiento. Por el contrario, una persona mala y monstruosa como mencionas, quizás estaría feliz de ver el sufrimiento del otro. No dejes que lo malo se apodere de lo bueno que hay en ti. Si sientes arrepentimiento es porque en ti hay luz. – no supe que decir y por ello me quedé callado cuando segundos después salió Sofía.

- ¿Nos vamos, chicos?

- ¿Camilo se quedará solo? – pregunté.

- No, Lucia viene en camino. Lo cuidará hasta que mejore. – dijo dirigiéndose a su auto, en donde saco una bolsa con medicinas y las llevo para adentro. Lucia era la hermana menor de Camilo.

Segundos después salió y subió al auto. Abrió el portón con el control remoto, Isabela y yo salimos y luego ella saco el auto. Acompañé a Isabela hasta su auto, el cual dejó, tal como me dijo, debajo de un árbol a dos casa de donde Sofía.

- Nuevamente, muchas gracias por todo. Espero algún día logre pagarte todo lo que has hecho por mí. – le dije amablemente.

- Puedes pagármelo siendo mi amigo. – nuevamente, otro golpe a ciegas que dio en el blanco perfecto. – No se si has escuchado eso que dicen que la amistad sincera vale más que el oro. – asentí.- Bueno, yo considero que es así. – dijo finalmente con una sonrisa de oreja a oreja.

- Así será.

Nos despedimos con un beso en la mejilla y un pequeño abrazo. Luego me subí al auto de Sofía para ir a casa. En el camino imaginaba lo que me esperaba. Creo que a papá no le agradará la idea de verme. Mamá, por otro lado, me recibirá de brazos abiertos.

Por otra parte, Isabela me tenía muy confundido. ¿Amistad? No es que no quiera ser su amigo, el problema es que quiero algo más que eso. Pero por otra parte pensé en estar amarrado a alguien. ¿Por qué ahora? Si todo este tiempo he sido libre. No ha habido mujer que me tenga más de un par de meses en su cama. Si, solo en su cama. Nada de conocer a sus padres, ni de salidas a comer, peor al cine. Mi vida ha sido solo sexo sin involucrar sentimientos. Se que he sido un patán con más de alguna que llegó a ilusionarse, pero la sinceridad ante todo, y pues mejor decir la verdad para que no se enamoren. ¿Enamorar? ¿Qué es eso? La verdad no lo sé, y al paso que voy estoy muy lejos de averiguarlo. Nunca he pretendido a nadie. Me he sabido sobrevalorar, por eso siempre las mujeres me han buscado, porque por más impertinente que parezca, es como si sobrevalorarme las reta a averiguar que me hace pensar y actuar como un patán. La verdad es que las mujeres son un poco complicadas de entender. Más de alguna solo ha sido mutuo sentir, una noche de revolcón y por la mañana cada quien por su camino. Y no niego que por mucho tiempo esas fueron mis favoritas.

Ahora, ahora de la nada llega ella, quien no deja de contestar mis patanerías, quien por más que vea en mí todo lo malo piensa que hay algo bueno, quien sin pedirle ayuda me a extendido la mano, quien sin mucho esfuerzo compra mis ganas de querer compartir un momento, quien con una mirada, con una sonrisa hace que se congele el tiempo, pero quien no tiene interés alguno en mí como hombre. Y ahora que lo pienso, no merezco aquello que deseo con ella. No soy digno de una mujer que no mide su compasión, su bondad, su humildad, su favor y todo aquello que aun no conozco, porque sé que hay más.

Di un profundo suspiro y pensé que sería mejor no darle tantas vueltas al asunto. Al final quien podría terminar perjudicado sería yo. Y como no sé nada del amor pero como he escuchado mucho, al parecer son las heridas más difíciles de sanar. Desistir es la solución y la promesa de amistad terminará el día que pase algebra.

Llegamos. Ayude con la maleta. La casa estaba tranquila cuando entramos. No había ruido de un televisor encendido o de mamá en la cocina. Todo estaba quieto, lo cual me parecía muy extraño, pero Sofía parecía tranquila. Deje la maleta cerca de las gradas y fuimos al comedor. Ahí estaban mis padres sentados, sin alimentos al frente y mucho menos sin verse. Ambos con brazos cruzados. Mi padre con el ceño fruncido, mamá pensativa, ida.

- Hola papá, hola mamá. – dijo Sofía al sentarse.

- Hola. – dije un poco atontado.

- Siéntate. – dijo papá firme y así lo hice. – No creas que estoy muy feliz de verte en esta casa. Si lo permití es porque Sofía me lo ha pedido. Ya no sé que hacer contigo. Te doy una casa, educación, comida, ropa, moto, tarjetas de crédito, cumplo tus caprichos y tu no haces más que ponerme en mal. ¿Crees que fue correcto lo que le hiciste a Camilo? – silencio, yo cabizbajo. - ¡Contéstame! – dijo con voz fuerte.

- No.

- ¿Estás seguro?

- Si.

- Que bien. Porque para tu información las cosas no se arreglan con peleas. Un hombre habla las cosas. Ese ejemplo no te lo he dado yo. Independientemente lo que Camilo haya hecho, porque no me parece correcto, no significa que debes matarlo. Esas cosas al final las debe arreglar tu hermana con él. Ni por un segundo pensé en que un hijo mío estaría en la cárcel. Que vergüenza. Todo un viejo de veintitrés años peleándose en la calle. Ya aceptaría yo que tuvieras quince. A tu edad ya estaba casado y mantenía una casa. Escucha bien lo que se va hacer de ahora en adelante en esta casa. Numero uno: tienes prohibido ir a los ensayos de tu bandita, que esos buenos para nada no te enseñan algo de ver. Numero dos: estudiaras te guste o no, porque si llegas a reprobar una clase más, te vas de esta casa. Numero tres: tienes prohibido salir de noche sin permiso. ¿Quieres que te traten como un adulto? Primero aprende a llevar reglas y después hablamos. – dijo levantándose de la mesa y yo conteniendo mi cólera.

Todo aquello que me dijo ya lo sabía. Como si no fuera suficiente la culpa que llevo para que de paso me lo recalquen de nuevo. Estoy consiente de ser un desastre. Que no hay nadie que pueda sentirse orgulloso de mi porque todo lo que hago esta mal. Comprendo que no soy una joya, que poco es lo que valgo, que si las paredes hablaran hasta ellas estarían en mi contra.

Subí a mi habitación. Ahí me puse unos audífonos y escuche música hasta quedarme dormido. Esperaba que la noche fuera lo suficientemente larga para poder descansar y poder dejar de pensar en todo aquello que me abrumaba. Durante todo este tiempo me he hundido a lo más profundo de mis pensamientos para encontrar una razón para seguir con vida y aun no la he encontrado, por eso muchas veces he querido morir. No solo por mi, sino para que como mi padre, otras personas no me extrañen y sientan por el contrario, alivio sin mi presencia. Se que suena deprimente, pero es la realidad de mi vida. Tal vez en el más allá pueda encontrar mi propósito, ese que no encuentro en esta maldita Tierra.


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¡Besitos!

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