Capítulo 3
A la mañana siguiente la alarma sonó a las siete de la mañana en punto. Su sonido era fastidioso y no tuve más remedio que levantarme. Mi mano estaba peor y no sé cómo pude dormir porque el dolor era insoportable. Investigue rápidamente en google un medicamento para controlar el dolor y recordé que mi madre siempre tenía un botiquín en el baño de visitas, así que busque entre las tantas pastillas uno que dijera en su contenido acetaminofén. Me tome tres pastillas, en el frasco decía dos pero me dolía mucho. Llamé un taxi y me fui para la universidad. Ahí pasé por la oficina de la licenciada López quien nos remitió a un aula vacía para que Isabela pudiera darme la famosa tutoría.
Isabela comenzó a exponer un poco sobre ecuaciones cuando sentí que la pizarra me daba vueltas. Ella se veía muy bonita, pero los números me mareaban más de lo que imaginaba.
- ¿Ian? ¿Estás bien? – pregunto.
- No me siento nada bien.
- Estas pálido. ¿Qué sientes?
- Que todo me da vueltas. Es como andar con un buen jalón de coca. – y reí.
- No bromees así. Levántate que te llevaré a enfermería.
- No, estoy bien, tu sigue explicándome que te ves bonita.
- ¡Dios! ¡Vamos, levántate!
Me puse en pie pero sentía que me caía. En la enfermería me examinaron y dijeron que estaba deshidratado y mis vueltas no eran más que mareos y somnolencia causados por las pastillas que me había tomado, sumando que no había desayunado. En fin, hasta me remitieron a un radiólogo para que sacara unas imágenes de mi mano. Isabela preocupada se ofreció a llevarme al centro de radiología y luego a mi casa.
La universidad estaba cerca de un hospital, así que allí me llevó Isabela. Al estar en la sala de espera ella se encontraba ansiosa y yo me sentía tan mal que muchos de mis recuerdos estaban bloqueados. A cada persona que pasaba y la veía le mostraba una sonrisa nerviosa. Me dio mucha ternura. Le puse la mano en el hombro.
- ¿Estás bien? – le pregunté.
- Si, solo que no me gustan los hospitales. Creo que es porque de pequeña sufría de asma y mis ataques eran tan fuertes que me internaron unas doce veces. Era insoportable ver una aguja.
- Te entiendo. Yo estuve hospitalizado dos meses y es un infierno el encierro.
- Y... ¿Por qué?
- Ian Estrada. – dijo la enfermera. – El doctor lo espera en la sala 2.
- ¿Vienes? – pregunté ansiando un "si" como respuesta.
- ¿Quieres que te acompañe? – dijo algo sorprendida.
- Si.
Entonces caminamos juntos a una especie de habitación que decía en la señalización "Sala de Traumatología 2". Cuando entramos el doctor estaba de espalda y se apreciaba que se ponía los guantes para examinar. Me dijo inmediatamente, con voz suave, que me sentara en la camilla sin voltear aun. Tomó lo que parecía una tabla con lo que supongo era el expediente que había llenado con la enfermera. Cuando dio la vuelta solo me puse en pie y camine hacía afuera sin decir nada.
- Ian, espera. – dijo él detrás de mi. Seguí caminando sin saber a donde me dirigía, cuando ella me detuvo.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué sales sin decirme nada? Sabía que eras raro, pero no sabía que tanto. – decía graciosa y solo logro arrancarme una sonrisa. En eso él nos alcanzo.
- Ian, déjame revisarte.
- No quiero hablar contigo. – dije sin voltear a verlo.
- Ian, te he pedido perdón de una y mil maneras. Ya pasaron cuatro años, hermano.
- No me digas así que no soy tu hermano. – dije irritado. Ella me tomó del brazo porque vio mi impulso.
- No se quien es usted ni como se conocen, es más ni lo conozco tanto a él... - dijo señalándome. – Pero al menos en mi presencia espero respeto de ambas partes. Ian, si te acompañé hasta aquí fue para ayudarte pero al parecer nunca dejas que nadie haga algo por ti. Si no entras en esa sala me voy de aquí sin ti. – parecía mi madre hablando cuando éramos pequeños.
- Espero sea rápido. – dije sin remedio.
Volvimos a la sala y me senté en la camilla. Él reviso mi mano, escribía sus anotaciones y no hablaba más que para hacerme preguntas referentes a mi lesión. Cuando llegaron las radiografías pudo terminar de sacar sus conclusiones. Tenía solo una contusión algo sería pero nada grave. Debían inmovilizar mi mano para que dejará de hincharse más con los movimientos y la recuperación fuese más rápido. Al parecer con eso bastaba. Me receto unos anti-inflamatorios y pastillas para el dolor. Cuando nos íbamos lo vi a los ojos y por mi mente pasaron tantas cosas. Lo extrañaba sin duda.
- Espero verte en tres semanas.
- Está bien.
- Cuídate. Me saludas a tus padres. – simplemente no respondí y salí junto a Isabela.
Camino al auto nadie habló. Suponía que no le importaba, pero me parecía que en lo poco que había visto de ella, era muy curiosa. Subimos al auto y nada. El silencio gobernó hasta mi casa. Ni la emisora con sus coritos sonaba, un completo y mortal silencio. Entonces sentí que tal vez estaba molesta. Aparcó el auto frente a mi casa.
- Muchas gracias por todo, Isabela. Hace mucho alguien no se portaba así conmigo.
- Tal vez porque te pasas de pesado.
- ¿Perdón? – dije anonadado.
- ¿Sabes? Perdóname, no soy quien para juzgarte. No se qué paso entre ese doctor y tu, ni te conozco para darte mi opinión. Así que olvidemos esto. Creo que nos veremos en un par de semanas. Con la mano así no puedes ni tomar una pluma.
- ¡Oye! Tranquila... - dije con una sonrisa, su cara amurrada era graciosa. – Espero algún día poder contarte de mi. Isabela, me agradas mucho y me inspiras confianza. Créeme, la palabra confianza vale mucho para mi. Sinceramente te agradezco todo lo que haz hecho por mi. No cualquiera haría algo así por un extraño. Espero verte pronto.
- Está bien. Avísame cuando puedas tomar notas. Y lo que hice es porque te veo muy solo y una voz interna me ha dicho que debo ayudarte en lo que pueda. Tu también me agradas mucho. A pesar de que a veces te pasas. – entonces me tire una carcajada.
- Mujer, cálmate. Tu si que no puedes quedarte callada. A veces el silencio es bueno. Gracias de nuevo. – dije bajándome de su auto.
Han pasado dos semanas de mi impase y estoy muy ansioso. No he visto a Isabela desde entonces y la verdad no dejo de pensarla. Parece sorprendente que después de mucho tiempo, alguien ha logrado agradarme. Cuando estoy con ella parece que estuviera con una niña. Su gracia se ha apoderado de mis pensamientos. Vaya vueltas del destino. La vida cambia. ¿Quién diría que en mi vida tendría la oportunidad de sonreír otra vez? Pues ni yo mismo me la creo. He asistido a mis clases puntualmente y he prestado atención. Mis compañeros llevan los apuntes, mientras yo solo puedo contar con una grabadora para tomar nota. Aun no puedo mover la mano. Falta una semana para que me retiren el inmovilizador y estoy desesperado porque es muy incomodo no contar con tus dos manos.
Durante este tiempo mi padre ha visto un cambio en mi, pero por más que le agrade lo que ve, no me dirige la palabra. Desde nuestra última discusión solo el silencio nos mantiene unidos. Por las noches mamá me ha pedido en reiteradas ocasiones que los acompañe a cenar y pues lo he hecho con mucha dificultad, pero poniendo de mi parte para cambiar.
Siento que debo recuperar mucho de lo que he perdido, porque merezco tenerlo. No seré un hijo prodigio, pero algún día fui bueno y planeo serlo de nuevo. No se que mueve en mi el querer mejorar, pero el haber conocido a Isabela me motiva a ser alguien mejor. Además, si Pablo viviera quien quita que fuese un licenciado a estas alturas. Sigo pensando que un título no es más que un pedazo de cartón que la sociedad sobrevalora, pero no me queda más que acoplarme al mundo cuadrado en el que vivo. He dejado a un lado la banda pues no puedo sostener la baqueta con mi mano derecha.
Ahora me encuentro en la zona del jardín de la universidad, justamente fumando, sin que alguien de las autoridades universitarias me cache. Un poco más lejos, en la cancha de fútbol, se disputa un encuentro femenino, que a mi opinión para ser mujeres está bastante bueno. No sé el marcador pero los veinte minutos que llevó aquí sentado nadie ha anotado y esta muy apretado el rendimiento. Sacó otro cigarrillo cuando mi celular comienza a vibrar. Antes de contestar veo quien es, John. Lo más probable es para reclamarme sobre mis ausencias a ensayos. Decidí rechazar la llamada y fije de nuevo mi atención al partido. El equipo fucsia se acercaba a la porterilla del equipo turquesa. Una mini mujer llevaba la pelota y sin duda sabía controlarla, quedé boquiabierto de cómo se había bailado, literalmente, a la defensa, y disparó bien al arco, pero la portera parecía hacer mejor su papel y desvía el balón a un tiro de esquina con una lanzada por el aire espectacular. Pero me da pesar verla en el suelo, su salvada de gol le cobro caro, porque quedo tendida en el suelo quejándose. Debió haber caído mal. La sacaron en camilla cuando su imagen se me hacía conocida. Sonreí. Esa mujer tiene agallas y buenas sorpresas. Además de buena para las matemáticas, buena para el fútbol.
La estaban auxiliando cuando me entró una pelea interna de ir hacía ella o quedarme donde estaba, pero pudo más mi orgullo del interesante y me quede donde estaba. Solo me quede viendo lo que pasaba. Metieron a la cancha su reemplazo y ella aun se quejaba de un dolor en el costado derecho. Cuando por fin se puso en pie con ayuda, suspire tranquilo. Se sentó en una banca junto a dos compañeras más. Había un puesto vacío a su izquierda. Apague mi cigarrillo y camine hacía ella. Sigilosamente sin que se percatará mucho mientras hablaba con sus compañeras me senté a su lado.
- Buena lanzada. – dije sin verla. Entonces volteo a verme.
- ¿Ian? Que bueno verte. No sabía que te gustaban los partidos de la liga universitaria.
- Bueno, eso tampoco lo sabía yo. – dije en tono cómico. - ¿Estás bien? – pregunté mientras veía su gran sonrisa y esos ojos almendrados.
- Si, solo caí mal. Pero ya se me pasará. ¿Y tu mano?
- Pues mucho mejor. Mira, ya casi no esta inflamada, pero parece un arcoíris con tantos colores.
- ¡Dios! No se sabe que color es, si morada, verde. – rió dulcemente.
- Oye... ya casi voy al primer examen y pues si he prestado atención, pero no tengo nada apuntado por obvias razones. ¿Será que retomamos las tutorías?
- Claro. Empezamos mañana si quieres. Por eso te dije que me avisaras, todo dependía de cómo te sintieras.
- Gracias.
- No hay porque. – le sonreí y al frente de nosotros su equipo anoto un gol. Se pusieron en pie para celebrar mientras yo solo observaba su felicidad. Segundos después el arbitro pito final del partido. Ellas seguían celebrando cuando decidí marcharme. - ¡Ian! – entonces me detuve. – Creo que tienes la mala costumbre de dejarme sola.
- Lo siento. Solo que pensé que era mejor no interrumpir su celebración.
- No, no tengas pena. Es más, no sé si quieres ir a celebrar con nosotras. Iremos a comer una pizza.
- No quisiera ser el metido, pero gracias por tu invitación.
- No, nada de metidos, serás el invitado. Ya verás que a las chicas les gustará la idea. Mejor ven, acompáñame. – dijo tomándome del brazo y llevándome con ella hacía sus amigas. – Chicas, el es Ian y es mi alumno estrella. – las demás se rieron y comenzaron a cuchichear entre ellas y yo solo pensaba en la vergüenza por la que estaba pasando. – Lo invite a que nos acompañará a comer pizza como siempre después de cada triunfo del equipo.
- Isabela, lo siento. Hoy no podremos ir ni Abigail ni yo, debemos trabajar en un proyecto de la clase de seguridad industrial y tu conoces al ingeniero Godoy. – le decía una joven de estatura baja, trigueña y algo gordita.
- Bueno, está bien Luisa. Será hasta la próxima.
- Yo también debo excusarme, mañana voy a examen de química y debo estudiar mucho. – dijo otra chica.
Y fue así como todas comenzaron a excusarse de alguna manera, hasta que el grupo quedo reducido a nosotros dos. Isabela tenía rostro de decepción y cabizbaja comenzó a ordenar sus cosas.
- Pues creo que solo seremos tu y yo celebrando su triunfo. – dije sentándome en la banca donde arreglaba su maleta.
- ¿Aun quieres ir?
- La pregunta sería ¿Por qué no? Claro que quiero ir, es más como tu ganaste tu invitas. – dije y ella sonrió cambiando su rostro de inmediato.
- Está bien, solo que no comas mucho que mi presupuesto es ajustado.
- No te preocupes, con una pizza gigante me conformo.
- Bueno, vámonos. – dijo tomando su mochila y entonces se la agarre para cargarla. – Gracias. – dijo algo anonadada pero complacida.
Subimos al auto y nos costo un poco decidir el lugar de comida. Al final terminamos en un restaurante muy famoso en la ciudad por su exquisita comida chatarra y sin duda su nombre le daba honor "Frites". Era un restaurante tranquilo y de ambiente más familiar, y que sin duda la comida era para chuparse los dedos. Mi plato favorito era el chili con carne. Por otra parte Isabela me confesó que su favorito del menú era la hamburguesa atómica. Nos sentamos en el área de butacas y mientras esperábamos la comida hablábamos sobre ella. Conocí sus gustos y parecía que su dulzura provenía de comer muchos dulces, porque era fanática a los postres. Yo le confesé que mi plato favorito era un poco más típico, carne asada al estilo hondureño, con frijoles fritos, tortillas, chirmol y queso. Sin embargo ella pensó que era un tipo de pastas y gustos más exóticos.
- La verdad es que no siempre fue así. No recuerdo mucho pero hubieron tiempos en mi familia de limitaciones.
- Creo que en todas las familias. Recuerdo cuando hicimos nuestro primer viaje familiar, ya todos estábamos grandes y a comparación de muchos de mis compañeros de colegio la mayoría había viajado desde pequeños a conocer al afamado Mickey.
- Suenas como si tuvieses una familia grande.
- En efecto. Somos dos mujeres y tres hombres. Yo soy la antepenúltima.
- Una familia grande.
- Si. ¿Y tu?
- Tres, pero mi hermano falleció, ahora solo somos mi hermana mayor y yo.
- Cuanto lo siento. No lo sabía. Dios lo tenga en su gloria.
- Gracias.
- Y... bueno, si quieres contarme... ¿Qué paso? – entonces sonreí sarcásticamente.
- Aun no es el tiempo. Solo puedo decirte que fue hace cuatro años que murió en un accidente.
- Está bien. Te comprendo. Bueno, pasando a otras cosas más triviales, ¿qué haces en tus tiempos libres?
- Bueno, muchas cosas. Entre ellas dormir, comer, fumar, tomar... - entonces ella rio y me dio una palmada en el antebrazo.
- No bromees... es en serio.
- ¿Y quién dice que bromeo? Es cierto. Bueno, toco la batería en una banda.
- ¡Qué bien! Me saliste talentoso. Ojalá tenga la oportunidad de escucharte.
- Claro, ya veremos que día te llevo aunque sea a un ensayo. Bueno, y... ¿Tu qué haces?
- Bueno, enseño. Doy tutorías de matemáticas a niños y jóvenes, así como también soy voluntaria en la universidad. También me gusta escribir.
- Si que eres aburrida.
- ¡Oye! No seas malo. ¿Estás aburrido?
- No, para nada.
- Bueno, entonces no soy una aburrida como dices. – dijo complacida.
Seguimos conversando de cosas agradables y el tiempo se fue como un abrir y cerrar de ojos. La noche se posó sobre el cielo y las estrellas se asomaban una a una. No había duda que ella me estaba cautivando, pero se me hacía difícil aceptarlo. Ella era buena, pura y sin defecto insoportable. Todo lo que irradiaba era luz y felicidad. ¿Será que pueda fijarse en mi? Si no hay nada limpio en mi. Navego por la vida sin rumbo, sin un objetivo establecido, todo lo que veo es mi pasado, como si mi presente y mi futuro no valieran. Deseo ser alguien nuevo, alguien mejor, pero lo que me persigue es muy grande, tan grande que quizás nunca supere por más que lo intente. A veces me parece que la solución a mi vida es la muerte.
Quizás ahora sonría, quizás ahora este cómoda conmigo, pero cuando conozca el monstruo que soy, quizás dé la vuelta y no quiera saber más de mi. Por eso no me atrevo a contarle la verdad detrás de mi rostro. Quizás nunca encuentre una razón para seguir a su lado, porque ella vale más de lo que puedo ofrecer. El final de su historia y la mía será el final del trimestre, una vez pase mi clase. Solo quedan dos meses para eso. Luego ella seguirá su camino y yo el mío, rumbos separados. Porque el aceite y el agua nunca se mezclan, lo puro y lo vil tampoco. Es mejor que conserve su pureza antes que yo ensucie su corazón.
Terminamos el almuerzo-cena con un pastel de queso con fresas que estaba delicioso. Al llegar la cuenta peleamos por pagar pero le gane fácilmente. Cuando íbamos saliendo al otro lado de la calle vislumbre el rostro de mi cuñado, entrando a un restaurante italiano tomado de la mano de una mujer que no era mi hermana. Me quede paralizado por unos momentos.
- ¿Pasa algo, Ian?
- ¿Me acompañas a entrar a ese restaurante de ahí? – dije señalando al frente.
- Pero... no tengo hambre. Estoy que exploto.
- A comer no. Mira, solo quiero asegurarme de algo.
- Bueno, esta bien.
Me acompañó y no nos querían dejar entrar porque Isabela aun andaba en su uniforme y se reservaban el derecho de admisión. Al final decidí entrar solo, aunque no fue la mejor idea. Se habían sentado al fondo del restaurante, donde quizás pensaron que nadie los vería, pero mal, porque yo si los vi. Me quede parado por una columna del restaurante para ver como se comportaban, cuando vi que le acaricio el rostro y luego le tomo la mano y le dio un beso. Me enfurecí. Me acerque a la mesa y me vio pero no me asimilo, me vio de nuevo y de inmediato se puso en pie.
- ¿Ian?
- ¿Podemos hablar afuera, Camilo?
- Ian, no es lo que tu piensas...
- ¡Afuera, ahora! No me hagas perder el poco respeto que ella se merece.
Caminé a la puerta y él tras de mi. Isabela me esperaba afuera. Cuando salí, acudió a mi de inmediato. Vio mi rostro de enojo.
- ¿Pasa algo? – entonces Camilo salió.
- Pasa que este idiota quiere verle la cara a mi hermana.
- Ian, tranquilízate por favor. No es lo que parece. Yo amo a Sofía.
- ¡¿La amas?! No seas sínico si claramente vi como besabas a esa mujer. No me hagas ver como un loco.
- Ian, no le digas nada a Sofía. Podemos hablarlo... tu sabes, somos hombres. – entonces la gota derramo el vaso, me quite el inmovilizador de la mano y olvidando cualquier dolor me tire a él con un golpe directo a su quijada que lo tumbo al suelo, se paro de inmediato y me regreso el golpe que tan solo roso mi oído izquierdo.
Lo golpeé con enojo, con furia hasta que lo dejé en el suelo casi inconsciente. No parecía yo quien estaba controlando mi cuerpo. Algo se apodero de mi, esa ira. Me enloquecí, pero lo único que pensaba era en mi hermana quien no merecía eso.
- ¡Pará! Lo vas a matar. Ian, por favor. – decía Isabela llorando, hasta que paré.
Camilo quedo tirado en el suelo y yo me senté en la acera. No sabía que pensar. Solo escuchaba a Isabela llamando una ambulancia y a lo lejos un hombre a la policía. Minutos después llegó la policía y me apresaron. Sin decir nada, solo con ojos llorosos y llenos de temor me vio subir a la patrulla. No tenía como explicar ni excusar mi acto por eso no le dije nada con palabras, pero quizás mi mirada le dijo cuanto sentía lo que había presenciado.
A Camilo lo llevaron al hospital más cercano. En la estación de policía solo me quedo dar la declaración de lo que había ocurrido. Me procesarían por un delito menor. Debía pasar una noche en la cárcel y para poder salir debía pagar una fianza, sino tendría que pasar una semana encerrado y luego hacer trabajo comunitario. Sabía que mi padre no haría nada. Así que me preparé mentalmente para pasar en el presidio una semana. Jamás había estado en la cárcel, pero tampoco nunca ha sido mi miedo más grande. En la celda estaban dos hombres más, uno que dormía profundamente en el suelo. Al parecer estaba muerto en alcohol. El otro se veía un tipo rudo, todo tatuado, por su pinta parecía uno que pertenecía a alguna mara.
Como a todo preso me cedieron la oportunidad de realizar una llamada, pero no la tomé. Sabía que perdería mi tiempo tratándole de explicar a mi familia lo que había ocurrido. Lo más probable es que le creyeran todo a Camilo, porque siempre ha sido un yerno ejemplar y mis antecedentes ponían todo en mi contra. Así que, me senté en una esquina de la celda a pensar.
Isabela... recordé de inmediato que ella estaba presente y que lo más probable es que ahora me tendría miedo. La pobre lloraba de desesperación y por más que me gritaba que parara no lo hice, hasta que considere que era suficiente. Esa noche sería larga y algo frustrante. Pensar que deseo iniciar un cambio en mi pero que todo a mi alrededor lo impide era cosa frustrante. Sumando los malos olores y el ronquido del borracho, sin duda la noche iba a pasar en cámara lenta y los segundo se harían horas. Suspire profundo. Solo era una noche aquí, luego al menos tendría una cama.
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¡Besitos!
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